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A la espera de las jacarandas
Hasta hace muy pocos días el suelo de mi calle estaba cuajado de hojas
secas desprendidas de las ramas de los árboles que hay en ella. Para no ser
menos, ocurría lo mismo en todas las calles en las que existían árboles. De ello
se encargaba, especialmente. el fuerte viento que nos visitó en aquellos días. A
mí me gustaba ver tantas hojas secas en el suelo y caminar pisándolas. Me
hacía a la idea de que estaba en un bosque respirando aire fresco y puro, pero
los barrenderos lo pasaban muy mal en su intento de recoger las hojas secas
que había en el suelo.
Hacían lo que podían, pero las hojas vencían y ya de noche la sensación de
pisar suelo de bosque crecía. Así estuvimos hasta que hubo hojas secas en las
ramas de los árboles y viento fuerte que las zarandeara. La realidad es que
cumplía el viento su deber, pues las ramas debían quedar completamente
limpias para recibir el nuevo verdor de éste año. Así está ocurriendo y ya se
ven los nuevos brotes, tiernos y de un verde débil, adornar las ramas
desnudas. Delante de una de las ventanas. de casa, tengo algunas de esas
ramas que tienen ansias de vivir.
¡Qué bonita es la vida! Yo disfruto de ella, en su forma vegetal, y les puedo
asegurar que es una delicia ver esos brotes tan delicados, que ponen de
manifiesto la vida del árbol al que ya se le daba por útil sólo para leña. Es un
canto a la vida que irá creciendo de tono conforme vayan pasando los días.
Irán desplegándose las hojas y su color verde se irá haciendo más fuerte,
regalándonos la estampa viva de su vigor, acorde con el nombre de la calle en
la que están situados: Acacias, Hibiscos, Tamarindos.. Fuerza y Belleza que
animan a quienes las contemplan.
Un poco más allá, en la Avenida de la Marina. hay una serie de arbustos que
adornan el murete que señala el límite de un bonito edificio y también ha
empezado a aparecer los brotes tiernos en la totalidad de sus numerosas
ramas. Hay que acercarse para verlos bien pues son como pequeñas
pinceladas de verde pálido en una gran masa de verde mucho más fuerte.
Llena de alegría verlos pues son anuncios de algo que se echa de menos, su
flor de color azul pálido y pequeñita que tiene por nombre algo que suena a
fiesta: jacaranda.
Se la espera con mucha ilusión pues durante gran parte del año irá
alegrando la vista ese muro cuajado de ramas que lo desbordan y con
muchísimas flores pequeñitas, muy humildes pero que, con su sencillez, parece
que se asoman a la vida para agradarte un día tras otro, durante mucho
tiempo. Las jacarandas ya dan nombre a ese lugar y viven tranquilas - hasta el
final de su vida - porque nadie las arranca de los arbustos. Tienen su tiempo,
bastante generoso, y cada día al pasar junto a ellas recibes un saludo que ellas
sólo saben dar: el de su humilde belleza, el de la belleza sencilla de la
jacaranda.
Manuel de la Hera Pacheco
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