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INSTITUTO HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA
fundado por san Juan Bosco
y por santa María Dominica Mazzarello
N. 917
Ánimo, la luz brilla todavía
Desde las Inspectorías me están llegando los ecos de la preparación a la Fiesta de la
Gratitud mundial 2011. Experimentamos, queridas hermanas, una comunión profunda
que hace que nos sintamos una gran familia, abierta a los amplios horizontes del
mundo. Para celebrar esta fiesta nos encontraremos todas en Uruguay, tierra
privilegiada que acogió a las primeras misioneras que partieron de Mornese.
La gratitud es como un faro, una luz que se enciende e ilumina la vida. Es la actitud
fundamental de todos los cristianos conscientes de que ellos han de ser luz para el
mundo. Eso es para mí.
Siento la necesidad de expresaros a vosotras, a los numerosos jóvenes, a las
comunidades educativas que en este tiempo se convierten en palabra y gesto de
solidaridad, mi gratitud. Sentirme destinataria de la gratuidad y benevolencia de Dios,
dador de todo bien, y de todas y todos vosotros hace aún más profundo mi
agradecimiento. Quisiera que se convirtiera en una actitud interior permanente en cada
FMA y en toda comunidad educativa.
La gratitud expresa la realidad de agradecer, acoger, transmitir el amor de un Padre
que ama a sus hijos y quiere que sean felices. El CG XXII nos pide que seamos signo
y expresión del amor preventivo de Dios. Hemos sido llamadas a la vida salesiana por
un acto de amor y somos enviadas para hacer que crezca el amor en el corazón de las
y los jóvenes (cf C 7).
Es una llamada que se ha de asumir con sentido de responsabilidad hasta
transformarla en luz para cuantos encontramos en el día a día. Nada se nos debe.
Todo nos es dado por Dios. San Juan Bosco y Santa María Dominica Mazzarello
educaban a las jóvenes y a los jóvenes a manifestar el agradecimiento. El gracias es
la expresión de un corazón que sabe ser luz y sabe irradiarla con audacia misionera.
Ser luz
El sueño de la Madre Mazzarello y de las primeras hermanas de Mornese era llegar a
las tierras lejanas de América para llevar a Jesús, hacerlo conocer y amar. Y así ha
sido. El sueño de entonces vive también hoy en nuestro corazón. Es una necesidad y
una urgencia redescubrir la audacia de las seis primeras FMA misioneras que
supieron, con humildad y valentía, acoger en Mornese la semilla del carisma y
plantarla con fidelidad en aquel pedazo de tierra lejana donde día tras día se
multiplicaba, convirtiéndose en árbol fecundo de frutos hoy esparcidos por todo el
Continente americano y en muchas partes del mundo.
El dinamismo del carisma dispone nuestro ánimo a la gratitud a Dios y a estas
hermanas. Ellas, con la energía de su juventud y la pasión por el Reino de Dios,
trasplantaron, con creatividad, el don que el Espíritu Santo hizo a nuestros Fundadores
convirtiéndolo en faro y luz para muchas generaciones. Las primeras misioneras no
escatimaron pobreza, privaciones de toda clase, trabajo ni sacrificio. Fueron felices
por llevar la semilla a aquella tierra desconocida, que se convertiría en el “Mornese de
América”, convencidas de que Jesús estaba con ellas y que María Auxiliadora era
Madre, Ayuda y Guía segura.
Queridas hermanas, quisiera hablaros de corazón a corazón para compartir algunas
reflexiones, partiendo de la propuesta de las FMA del Uruguay: «Ánimo, la luz brilla
todavía».
Sor Emilia Musatti, en la carta que envió a las Inspectoras el 2 de febrero de 2011,
ponía de relieve algunos contenidos significativos ricos de valor evangélico y
carismático: la luz, el faro, la audacia de ir hacia nuevas fronteras, la presencia de
María primera evangelizadora con el Niño sonriente en brazos, regalo de don Bosco;
el coraje de anunciar en nuevas realidades la alegría y la belleza de la vida cristiana.
El faro es un instrumento importante para orientarse en el navegar de la vida. Muestra
la luz para que la ruta sea la adecuada; no se equivoca al indicar el camino. Nuestras
primeras hermanas miraron la Luz verdadera: Jesús. En Él, fueron valientes al afrontar
los desafíos no fáciles de entonces y, a su vez, se convirtieron en luz. Testimoniaron la
palabra bíblica: «En ti está la fuente de la vida, tu luz nos hace ver la luz.» (Salmo 35)
Jesús dice a sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una
ciudad construida sobre un monte. No se enciende un candil para taparlo con un
celemín, sino que se pone en el candelero para que alumbre a todos en la casa. Brille
vuestra luz ante los hombres, de modo que, al ver vuestras obras, glorifiquen a vuestro
Padre del cielo» (Mt 5, 14-16). El tema de la luz es uno de los más frecuentes en las
páginas del evangelio. San Juan, en el prólogo, nos dice que Jesús es la luz
verdadera: «La luz verdadera que ilumina a todo hombre venía al mundo» (Jn 1, 9).
Nos da testimonio de Transfiguración: «su rostro resplandecía como el sol, sus
vestidos se volvieron blancos como la luz» (Mt 17,2). Así es Jesús, siempre: «Yo soy
la luz del mundo; la luz de la vida» (Jn 8,12). La audacia misionera encuentra aquí su
fuente.
Jesús nos repite también a nosotras: «Vosotras sois sal y luz». Su Palabra nos llama
hoy a ser misioneras no para brillar con luz propia, sino para reflejar la luz que está en
nosotras. Esta luz está hecha para iluminar y no para esconderse. El peligro actual no
es tanto que la luz se apague como que se esconda, que ya no marque la ruta, que el
faro se vea privado de su función orientadora.
Todas nosotras, en esta hora en que la humanidad y las jóvenes generaciones se
encuentran desorientadas y confusas, sentimos la fuerza del Espíritu que nos empuja
a irradiar la Luz. Al mismo tiempo somos conscientes de no sentirnos luz que orienta.
Jesús nos anima a penetrar en la celda secreta de nuestro corazón para descubrir que
la llama no está apagada. Tal vez es necesario alimentarla con gestos de solidaridad,
de compartir, alejándonos de la tendencia al individualismo que a veces puede afectar
a nuestras comunidades. Mi tiempo, mi estilo de vida, mi modo de ver, cuando se
hacen excluyentes, no benefician la vida de comunidad, llevan a la oscuridad y
ensombrecen la belleza de la misma vida: «haced cosas bellas, pero sobre todo haced
de vuestras vidas lugares de belleza», recomendaba Benedicto XVI (12 mayo 2010).
Ser luz las unas para las otras, para tantos jóvenes y adultos que encontramos en
nuestro camino, es como un rayo de “paraíso” que entra en nuestra vida, en nuestras
casas, en nuestras comunidades educativas.
Tener la mirada abierta hacia los vastos horizontes, pero al mismo tiempo atenta a las
necesidades reales de quienes viven a nuestro lado, de las jóvenes y de los jóvenes
que piden ayuda, es señal de que la luz está en nosotras y que refleja la Presencia de
Dios–Amor, de Dios-solidario. ¿No es quizás esto lo que nuestras comunidades
necesitan experimentar?
Irradiar luz
Mirando a María D. Mazzarello, también yo sueño comunidades que consigan hacer
visible y creíble el amor preventivo de Dios para las jóvenes generaciones (cf C 1).
Comunidades arraigadas en Él y por tanto centradas en la misión, solidarias con la
gente, capaces de relación, de compartir y de responsabilidad. Comunidades que
viven con gozosa conciencia la propia vocación y la anuncian con el testimonio de la
vida. Comunidades que muestren concretamente cómo se vive el evangelio. Entonces
podemos tener el valor de poner en el alféizar de nuestra “ventana” una luz, como hizo
la madre Ángela Vallese. Esta “llamita” es un signo de esperanza para quien está lejos
y pide cercanía, para quien tal vez navega en aguas agitadas y pide socorro. Dejarse
embriagar por la luz de Dios e irradiarla con la elocuencia de gestos concretos hacia
quienes están más cerca, suma eficacia a cuanto hacemos por las personas más
lejanas.
Dios se hace luz en nosotras cuando juntas buscamos la verdad en nuestras
relaciones; cuando pensamos bien de la hermana para después poder hablar
positivamente de ella; cuando experimentamos la alegría de perdonar con sinceridad
de corazón; cuando nos abrirnos al nuevo día mirándonos con ojos nuevos,
transmitiendo comprensión y bondad. Cada una de nosotras ha sido llamada por Dios
a vivir la misma vocación y es objeto de su amor. Por esto todas somos dignas de
estima, de respeto, de misericordia. La Madre Mazzarello nos recuerda que hay que
poner en el fuego más leña para que siga ardiendo.
La imagen del fuego nos permite ver si hay algo en nosotras y en nuestras
comunidades que dificulta la comunión. Si hay un poco de polvo que quitar, es
entonces el momento de decidir afrontar algo nuevo en nuestra vida; algo más fuerte,
más auténtico y coherente con la opción que hicimos, respondiendo sí a la llamada de
Dios con libertad y amor. No debemos preocuparnos por hasta qué punto
conseguimos lo que queremos realizar: nos basta tener un corazón que arde, que se
sabe luz con una energía que viene de lo Alto. Esta luz se encierra en un vaso de
arcilla expuesto a romperse, pero que está pronto a recomponerse. Reconozcamos,
pues, nuestras debilidades, derrotas y fragilidades. La debilidad es el espacio donde el
Señor puede entrar y darnos una nueva luminosidad enriquecida por su misericordia.
Él se sirve de nosotras para construir comunidades donde se respira fe y alegría, que
pueden favorecer el surgir de nuevas vocaciones (cf C 50). Esta certeza nos puede
ayudar a superar las dificultades que a veces pueden oscurecer el testimonio de la
comunión. Podemos preguntarnos: ¿es mi vida una pequeña luz, un faro que irradia
signos de humanidad, y por tanto de auténtica espiritualidad, en los pequeños o
grandes acontecimientos del día?
Nos estamos preparando para celebrar la fiesta del gracias. En las fiestas familiares se
entregan regalos que sabemos que agradan. Os invito, en este tiempo de gracias, a
que seáis generosas dando aquello que os parece más esperado, más rico de amor
gratuito. Será una nueva luz que nacerá de nuestras comunidades, si decidimos
convertirnos al amor!
Con audacia misionera
Como Iglesia y como sociedad civil estamos viviendo un tiempo fuerte de cambio
histórico y de precariedad a diferentes niveles. En el mundo hay oscuridad y confusión.
Los valores fundamentales para la vida humana vagan en la oscuridad de la cultura
actual, porque están contaminados por la sed de éxito, por el individualismo, por el
relativismo ético que borra de la conciencia humana todo resquicio de luz sobre un
“después” que dé sentido al presente. Una parte del mundo está comprometida en
cambiar en positivo la historia. De ello se derivan nuevas esperanzas, aunque los
sufrimientos sean inmensos y el parto de un mundo mejor se presente difícil.
Este cambio de época no nos deja indiferentes, nos sacude profundamente como
educadoras y educadores. La reflexión realizada por el CG XXII nos empuja a dar
nuevo impulso a la consigna misionera que desde los inicios ha caracterizado a
nuestro Instituto y que ha sido fuerza propulsora de vitalidad y de fecundidad, signo de
esperanza para las jóvenes generaciones. Dar a Jesús a los jóvenes, como luz que
ilumina la existencia, es lo mejor y más vital que les podemos proponer. Jesús nos
enseña a ir a contracorriente y nos anima a ser valientes en nuestras propuestas, con
la certeza de que se apoyan en la Palabra de Dios y en el testimonio creíble de
nuestro carisma.
Palabra de Dios e identidad carismática son dos aspectos fundamentales para poder
afrontar la emergencia educativa, frecuentemente recordada por Benedicto XVI. Esta
emergencia alberga una pregunta existencial a la que hemos de responder siendo
comunidades educativas proféticas, que irradien luz; laboratorios donde se realiza el
paso de la colaboración a la corresponsabilidad y al testimonio de vida. Testimonio en
la competencia profesional, en la apertura al cambio cultural. En la claridad de la
identidad vocacional, que se apoya en la Palabra y en el Sistema Preventivo. Nada
convence más que una vida coherente y apasionada, porque es como una luz que
descubre caminos y rescata verdades muchas veces olvidadas.
Nuestro Instituto desde sus orígenes se ha caracterizado por el fuerte compromiso de
comunicar el evangelio a las jóvenes generaciones, y en esta misión ha involucrado a
las comunidades educativas. FMA, laicos y laicas han testimoniado el amor por Cristo
y por las jóvenes y los jóvenes más pobres, en la misma pasión por la evangelización
(cf Líneas orientadoras de la misión educativa de las FMA, 7).
Nos preguntamos: en nuestra misión ¿presentamos con convicción y audacia a las y
los jóvenes, una clara identidad vocacional? ¿Educamos el corazón, la mente, la
libertad a fin de que estén preparados para comprender y escoger conscientemente el
proyecto de Dios en su vida?
El testimonio es la forma más eficaz de propuesta vocacional. Nuestros ambientes ¿la
expresan con una explícita cultura vocacional? ¿Qué opciones habría que tomar
para que la vida comunitaria fuera propositiva desde el punto de vista vocacional?
Son preguntas que me hago muy a menudo y que con ocasión de la fiesta del gracias
comparto con vosotras para que, juntas, sintamos la responsabilidad y la urgencia de
ser mediaciones de la llamada de Dios. Felicidad, para quien educa, es hacer felices a
los jóvenes y enseñarles el camino de la auténtica felicidad.
Nuestro testimonio luminoso, “luz puesta en el candil, para que dé luz a toda la casa”,
ayuda a las jóvenes y a los jóvenes a ser misioneros de otros jóvenes, constructores
de una nueva generación, que rechaza los falsos modelos y encuentra fuerza para
decir sí a Cristo Jesús, dando radicalmente la propia vida para la venida de su Reino.
Benedicto XVI en el Mensaje para la XXIII JMJ lanzó una llamada a los jóvenes del
mundo: «También hoy hacen falta discípulos de Cristo que no ahorren tiempo ni
energías para servir al Evangelio. Hacen falta jóvenes que dejen que arda en su
interior el amor de Dios y respondan con generosidad a la llamada apremiante, como
han hecho tantos jóvenes beatos y santos en el pasado y también de tiempos
cercanos a nosotros». Está en nosotros, educadoras y educadores, orientar como faro
discreto, pero eficaz, estas energías. La alegría salesiana es luz.
A María, luz en nuestro camino, confío mi gracias para que llegue a vosotras queridas
hermanas, a los grupos de la Familia Salesiana, particularmente a nuestros Hermanos
salesianos, a las comunidades educativas, a los muchos bienhechores. A todos los
amigos. Un gracias especial a las jóvenes y a los jóvenes: con ellos deseamos ser
faros que den luz, esperanza y amor. «Ánimo, la luz brilla todavía». Ella nos
acompañará durante el tiempo cuaresmal para después vivir una luminosa Pascua de
resurrección. Éste es mi deseo junto con el agradecimiento y la oración.
Roma, 24 de marzo de 2011
Afma. Madre
Yvonne Reungoat
Calendario de las Veríficas Trienales interinspectoriales
Conf. Interinspectorial
Fecha - 2012
Lugar
CIEM-CII-CIEP
07-11 enero
Roma
CIAM
16 -20 enero
Nairobi (Kenia)
PCI
24 -28 enero
Bangalore (India)
CIAO
09 -13 febrero
Sampran (Tailandia)
SPR
11-15 mayo
Melbourne (Australia)
Casas dependientes
27- 30 junio
Roma
CIB-CICSAL
24 -28 julio
San Miguel (Argentina)
CINAB
07-11 agosto
La Estrella (Colombia)
CIMAC-NAC
15-19 agosto
Newton (USA)