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El alma de Europa | Opinión | EL PAÍS
26/05/14 12:03
OPINIÓN
TRIBUNA
El alma de Europa
Nadie quiere hacer sacrificios por alguien a quien considera ajeno, extranjero
JOSÉ ENRIQUE DE AYALA
Archivado en:
Opinión
26 MAY 2014 - 00:00 CET
Crisis económica
Recesión económica
Coyuntura económica
España
Europa
Historia
Economía
Política
Cultura
Sociedad
Estrasburgo, martes, 15 de abril. En el edificio Louise Weiss, los miembros del Parlamento
Europeo aprueban las bases del Mecanismo Único de Resolución, segundo pilar de la unión
bancaria europea, después de una difícil negociación con el Consejo. Apenas seis kilómetros
al sur, en el cuartel Aubert de Vincelles, los miembros del Estado Mayor del Cuerpo de Ejército
Europeo forman en el patio principal. Los bisnietos y nietos de los solados alemanes, belgas,
franceses, polacos… que lucharon a muerte en las dos guerras mundiales, saludan
militarmente —codo con codo— mientras se iza la bandera azul con estrellas doradas a los
acordes del último movimiento de la Octava sinfonía de Beethoven.
Los símbolos valen lo que valen los valores que representan. Esa bandera y ese himno
representan un ideal de unidad que han ido fraguando muchas generaciones de europeos.
Pero la realidad del día a día es muy distinta. En la negociación de la unión bancaria, cada
Gobierno ha defendido férreamente sus intereses frente a los demás, considerados como
competidores. La UE ha suprimido las fronteras administrativas, pero no ha logrado aún
superar los egoísmos y recelos nacionales, ni suprimir las fronteras en los corazones de los
europeos. Mientras no exista un sentimiento de unidad generalizado, los intereses particulares
de los Estados miembros prevalecerán por encima del interés general, entorpeciendo el
proceso de integración.
Si el Gobierno de Angela Merkel —incluso en coalición con el Partido Socialdemócrata— ha
practicado y practica una política de solidaridad limitada que impide la mutualización de
riesgos, es porque ésta es la política que sus electores quieren, aunque las consecuencias
para otros europeos sean catastróficas. Los ciudadanos alemanes no tienen suficiente empatía
con los griegos o los portugueses, no sienten su sufrimiento como propio. Y lo mismo pasa en
sentido contrario, es un sentimiento general en la mayoría de los europeos. Nadie quiere hacer
sacrificios por alguien a quien considera ajeno, extranjero. Si queremos construir un futuro
juntos, necesitamos algo más que meros intereses comunes, que pueden ser convergentes en
determinados momentos y divergentes en otros. Si no tenemos un sentimiento de identidad
compartida, si no nos alegramos de los éxitos de otros europeos, como propios, y nos dolemos
de sus desgracias, si no estamos dispuestos a la solidaridad por encima de los egoísmos
nacionales, la construcción europea está herida de muerte. Cualquier entidad política, aunque
sea tan peculiar como la europea, necesita tener detrás un sentimiento colectivo que la
cohesione, un alma común, un relato compartido, un mismo objetivo.
Tenemos una misma
cultura que nació y floreció
en Atenas y Roma
Necesitamos ese sentido de pertenencia, que podríamos llamar un
patriotismo europeo —abierto e integrador, basado en la razón y en
la madurez cívica— para superar los recelos, cercanos a la
hostilidad, que la crisis ha hecho surgir entre ciudadanos de los
distintos Estados-nación, y avanzar en la integración. Europa puede y
http://elpais.com/elpais/2014/05/23/opinion/1400848179_779046.html
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El alma de Europa | Opinión | EL PAÍS
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debe ser nuestra patria común, porque tenemos un patrimonio, un pasado y un futuro
comunes. No sólo compartimos un espacio geográfico, sino una historia, no exenta de guerras
y enfrentamientos, ni de episodios atroces como el colonialismo, pero que hemos construido
juntos. No sólo estamos vinculados económicamente, tenemos una misma cultura que nació
en Atenas y Roma y ha florecido en las artes y en las ciencias durante siglos, sin considerar
las fronteras. Leonardo da Vinci, Shakespeare, Mozart, Newton, Picasso... son patrimonio de
todos los europeos, y todos los europeos podemos y debemos sentirlos como nuestros. Nos
hemos dotado prácticamente de las mismas leyes, tenemos religiones, lenguas y sistemas
políticos similares, y —sobre todo— compartimos los mismos valores.
A pesar de nuestras diferencias, ser europeo es una forma de entender el mundo, y las
relaciones sociales y políticas. Somos el resultado de una evolución del pensamiento social
que hunde sus raíces en la democracia griega y en los valores cristianos, y se desarrolla con el
humanismo renacentista y la Ilustración, hasta alcanzar su realización práctica en la
Revolución Francesa, cuando se escribió el certificado de nacimiento de la Europa actual.
Existen, por supuesto, opciones políticas muy diferentes, que responden a intereses
contrapuestos, pero en su fondo yace sin duda un cierto sustrato ideológico común, una
concepción humanista del pacto social, genuinamente europea, que es necesario preservar y
alentar.
El sistema de valores que conforman el alma de Europa se basa en la democracia, el respeto a
las libertades individuales y a los derechos humanos, en especial el derecho a la vida, la
igualdad, la solidaridad, la tolerancia, el respeto a otras culturas y el ideal de la paz. Todos son
valores universales, que compartimos con otras naciones del mundo, pero nacieron como
ideas en nuestro continente. El avance más distintivo del sistema europeo es el Estado de
bienestar, o la economía social de mercado, que combina el capitalismo con ciertos derechos
sociales de carácter universal garantizados por el Estado. Este sistema, que nació en
Alemania a finales del siglo XIX y se desarrolló plenamente después de la II Guerra Mundial,
forma parte ya de nuestro irrenunciable patrimonio político y de nuestra cultura, hasta el punto
de que cuando se le ataca, nuestras sociedades se tambalean.
Es necesario repensar y dar
forma a un nuevo proyecto
común
Hemos construido un paradigma político que es probablemente el
más avanzado del mundo. Es necesario perseverar, aunque las
condiciones objetivas presionen en su contra. Europa no puede
sucumbir a la globalización, rindiendo su modelo social —que tanto
ha costado construir— en una pugna de competitividad con países en
los que los trabajadores son todavía meros proletarios, carentes de derechos. Eso sería ir en
sentido contrario a la historia y renunciar a un avance que ha hecho nuestro mundo más justo
y humano. Por el contrario, tiene que persistir y profundizar en este modelo hasta que se vaya
contagiando al resto del planeta, de manera que cuando se extienda podamos volver a ser
competitivos, pero no rebajando nuestros derechos, sino aumentando los de los demás. Si
Europa no se rinde, el modelo se extenderá por la simple razón de que es la evolución natural
a un sistema más racional, más pacífico y más eficaz para el futuro de nuestra especie. Del
mismo modo, el proceso de integración regional puede servir de modelo para otras áreas
geográficas y culturales, de modo que en un futuro más o menos lejano el mundo conste sólo
de 10 o 12 entidades políticas y finalmente se llegue un día a la unidad global.
La Europa de los intereses ha demostrado su fragilidad y su ineficacia. Es necesario volver a la
Europa de los valores, si queremos avanzar en la integración, superar la grave crisis
económica y política que estamos viviendo y seguir siendo una referencia para el resto del
mundo. Es necesario repensar y dar forma a un nuevo proyecto común, compartido,
suficientemente atractivo para crear ilusión, motivar y reforzar la cohesión entre los ciudadanos
europeos. Un proyecto que no puede estar basado en el economicismo, ni en el egoísmo
http://elpais.com/elpais/2014/05/23/opinion/1400848179_779046.html
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nacional o de clase, ni en una competitividad individualista cercana al darwinismo social que no
forma parte de la tradición humanista continental, sino en la cooperación y la solidaridad social,
en la construcción de una sociedad en la que el bienestar y el desarrollo del ser humano y la
conservación del entorno sean las prioridades de la actividad económica. Una sociedad en la
que los ciudadanos tengan no sólo derechos políticos y civiles, sino también económicos,
sociales y culturales y controlen efectivamente cualquier forma de poder, dando así un nuevo
paso cualitativo en el desarrollo evolutivo de la humanidad.
José Enrique de Ayala es miembro del Consejo de Asuntos Europeos de la Fundación Alternativas.
© EDICIONES EL PAÍS S.L.
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