Download Descargar pdf
Document related concepts
Transcript
Apenas en febrero de este año, para satisfacción de quienes seguimos su trabajo, Héctor Mendoza estrenó en el Teatro Santa Catarina su última obra, Resonancias, y justo a fines de mayo, la UNAM celebró la gran trayectoria del dramaturgo con la publicación de sus Obras completas,1 una verdadera ocasión de regocijo para quienes nos dedicamos al oficio teatral. Poco más de dos años tomó darle forma y sacar a flote el proyecto que tuve el privilegio de encabezar con la ayuda de Editorial La Rana, Enrique Singer —de Teatro UNAM—, El Milagro, la Universidad de Guanajuato, el CITRU y otros confabuladores como Luz Emilia Aguilar Zinser y Luis de Tavira, quienes a ojos cerrados brindaron su tiempo, comentarios, textos e impulso institucional a esta edición. Echo atrás la memoria y resuena la voz emocionada de Mendoza al teléfono, cuando se le propuso editar desde Guanajuato, el estado donde nació, sus obras completas. Siguieron las llamadas, los correos electrónicos, los silencios y, por qué no decirlo, la falta de interés de algunas instituciones por apoyar económicamente la edición, pues la vasta producción de Mendoza requería un mínimo de tres, sino es que de cuatro, volúmenes. Finalmente, las Obras completas de Mendoza —cuya producción teatral escrita durante más de cincuenta años de carrera suma cuarenta y seis textos ____________ 1 Las Obras completas de Héctor Mendoza se presentarán este mes de junio en el teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario, con la presencia del autor y los editores. J UAN MAN U E L G AR C Í A (Resonancias incluida) y abarca todos los géneros dramáticos— vieron la luz. Dos de los volúmenes incluyen el conjunto de sus obras, agrupadas en orden cronológico, y uno más reúne los textos sobre teoría de la actuación. La encargada de introducir al lector al universo mendocino es Luz Emilia Aguilar Zinser, una de las principales estudiosas de la obra del autor. La edición incluye fotos de algunos de los montajes de Mendoza, así como obras sin estrenar y una detallada cronología. La gente de teatro de México, los estudiosos y el público lector podrán contar así con una colección invaluable que da cuenta de las preocupaciones formales, temáticas, estéticas y teatrales de una época que va de la segunda mitad del siglo XX hasta los primeros años del siglo XXI. Mucho es lo que el teatro mexicano le debe a Mendoza. Tener reunidos por primera vez todos sus textos es apenas una mínima forma de reconocer la labor de un hombre que ha vivido por y para el escenario. Búsqueda de la verdad escénica Como hombre de teatro total, Héctor Mendoza es la piedra de toque de la escena nacional. Enumerar sus ricas aportaciones al teatro mexicano es, sin duda, una tarea vasta. La pedagogía actoral, la teoría, la dirección y una portentosa dramaturgia son la marca de un artista que, si se me permite el término, ha llevado el espíritu renacentista al campo del hecho escénico. Desde su primera obra, Ahogados, escrita en 1951, Mendoza da cuenta de un talento excepcional, tanto para la escritura dramática como para la dirección. No es de extrañar que en este último campo se considere a Mendoza como el maestro de los actores en México. Por sus “aulas” han pasado los mejores actores y directores de nuestro teatro. A mediados de los años cincuenta, Héctor Mendoza —discípulo en su tiempo de Enrique Ruelas, Fernando Wagner, Rodolfo Usigli y Emilio Carballido— se involucra en el movimiento de Poesía en Voz Alta, bajo la tutela de Octavio Paz y Juan José Arreola. Es ahí donde Mendoza se empieza a abrir paso por el teatro, dirigiendo los cuatro primeros programas del grupo con las escenografías de Juan Soriano y Leonora Carrington. Durante 1957 y 1958, realiza una estancia en los Estados Unidos becado por la Fundación Rockefeller. Estudia en el Actor’s Studio de Nueva York y se hace alumno del mimo Étienne Decroux. En los años siguientes, Mendoza va a constituir todo un corpus escénico, sobre todo como formador de actores y director, en busca de renovar los escenarios teatrales. Introduce una metodología en la actuación, contrastando sus teorías y reformulando las enseñanzas tanto de Diderot como de Stanislavski. Con bastiones como la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la Casa 7 EstePaís cultura Al maestro Mendoza, con toda mi gratitud Héctor Mendoza y la necesidad de la dramaturgia EstePaís cultura 8 del Lago y la Escuela de Bellas Artes, combate el rezago y el anquilosamiento actorales. Pugna por una reflexión sobre la acción misma del actor, sus motivaciones y aportes a la puesta en escena, pues es en el actor donde estriban todas las posibilidades del hecho teatral con sus consecuencias. Mendoza, a decir de sus alumnos y estudiosos, forma a actores “científicos”, que investigan y hurgan en cada uno de los textos como posibilidad emotiva y no como un mero discurso. Los hace ir tras las múltiples alternativas de significación de una pieza. Renovador de los autores clásicos, a los que aborda con total desparpajo, Mendoza marca un hito con Don Gil de las calzas verdes, de Tirso de Molina, obra que dirige en 1966 y que pese a las críticas de los puristas y el escándalo provocado entre algunos por “faltarle el respeto a los clásicos”, gana el premio de la crítica a la mejor puesta del año. En su introducción al libro La puerta abierta, de Peter Brook, editado en México por El Milagro, el director escribe: “Recuerdo cómo en los años cincuenta se escandalizaba una mayoría aplastante de nuestro público en México cuando un grupo de creadores jóvenes nos lanzamos a ‘faltarle el respeto a los clásicos’ en aquella aventura teatral que fue Poesía en Voz Alta”. Con los montajes en 1972 y 1975 de Reso e In memoriam, de su autoría, el director da a conocer el teatro mexicano en los festivales de Belgrado, Polonia y Bruselas. Eran tiempos en que la presencia y el reconocimiento de un autor y director mexicano en Europa constituían todo un acontecimiento. Afincado ya como un creador sin precedentes y como un maestro formador y director escénico apabullante, Mendoza continúa la escritura y dirección de sus dramas. Hurga en la praxis y teoría de la actuación y decanta sus premisas en cinco obras que él mismo reconoce como los textos donde se encuentran plasmadas sus ideas pedagógicas: Actuar o no, La guerra pedagógica, Creator principium, El burlador de Tirso y El mejor cazador. Actuar o no la escribe en 1982. En ella desarrolla su teoría de que “actuar es reaccionar a estímulos ficticios”. Un año después, con Hamlet, por ejemplo, los actores disertan sobre las diversas formas de abordar un personaje. La exhibición ante los espectadores de los procesos de reflexión sobre el teatro y sus entresijos es preocupación esencial del maestro. En la citada introducción de La puerta abierta, revela: Los que creamos una puesta en escena nos esforzamos […] en hacer del teatro un espectáculo vivo, actual y eternamente cambiante porque no queremos que las salas del teatro se nos queden vacías. Porque necesitamos la comunicación inmediata, efectiva y hasta efectista en algunas ocasiones con ese público que está ahí, presente, observándonos y participando de nuestras sugerencias […]. Drama significa acción. El teatro, como creación artística, es una creación renovada minuto a minuto hasta la última de sus representaciones. En las pocas entrevistas que Héctor Mendoza ha concedido a la prensa, se advierte siempre a un hombre generoso, con una inteligencia desbordada y decididamente interesado, preocupado y ocupado por el teatro de su tiempo y los procesos de la actuación. Empeñado, como maestro, director y dramaturgo, en que los actores y, por ende, el público entiendan de lo que está hablando. “Estoy esperando que el público piense, salga inquieto. No quiero decirle: mira hay que hacer esto o lo otro porque esto es bueno o malo. No; simplemente que piensen y que ellos decidan. En eso me parezco quizás a Brecht. Salvo que Brecht quería que pensaran lo que él pensaba, y falló”, le dijo en 2007 a Braulio Peralta, en una entrevista publicada en la revista Paso de Gato. Luego de más de cincuenta años en la escena nacional, Héctor Mendoza sorprende aún con su concepción escénica. Reinventa, transforma como el fuego los principios textuales y de interpretación. Si bien en su tierra natal, Apaseo, Guanajuato, se le conoce poco, su titánica labor forjada con base en la honestidad intelectual y la disciplina, lo vuelve un referente teatral en cualquiera de las regiones del país. México le debe mucho a Héctor Mendoza porque gracias a este theatermensch, como lo nombró Mario Espinosa, nuestro teatro dejó el acartonamiento y la falsedad escénica para subirse a los carriles de una modernidad perenne. ~