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Perdonar como somos Perdonados. Amar a quién nos ama es algo común con los paganos. Todos los hombres lo hacen, más o menos. Pero el seguidor de Cristo debe vivir un amor superior. Debe amar también cuando le ofenden y le persiguen. Debe perdonar. A Pedro le inquieta esta perspectiva, y pregunta por los límites de ese perdón: "Entonces, acercándose Pedro, le preguntó: Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano, cuando peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le respondió: No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete(Mt). Es decir, siempre. Será necesario un cambio interior grande para realizar este perdón. Primero para entenderlo. Luego, para aplicarlo en circunstancias donde es natural que surja el odio y la venganza. Después, hay que pedir fuerza para vivirlo por encima de sentimientos contrarios. Y Jesús pone el ejemplo del siervo cruel como explicación de lo que ya había dicho en el Padrenuestro. "Por eso el Reino de los Cielos viene a ser semejante a un rey que quiso arreglar cuentas con sus siervos. Puesto a hacer cuentas, le presentaron uno que le debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el señor mandó que fuese vendido él con su mujer y sus hijos y todo lo que tenía, y así pagase. Entonces el servidor, echándose a sus pies, le suplicaba: Ten paciencia conmigo y te pagaré todo. El señor, compadecido de aquel siervo, lo mandó soltar y le perdonó la deuda. Al salir aquel siervo, encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándole, lo ahogaba y le decía: Págame lo que me debes. Su compañero, echándose a sus pies, le suplicaba: Ten paciencia conmigo y te pagaré. Pero no quiso, sino que fue y lo hizo meter en la cárcel, hasta que pagase la deuda. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se disgustaron mucho y fueron a contar a su señor lo que había pasado. Entonces su señor lo mandó llamar y le dijo: Siervo malvado, yo te he perdonado toda la deuda porque me lo has suplicado. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo la he tenido de ti? Y su señor, irritado, lo entregó a los verdugos, hasta que pagase toda la deuda. Del mismo modo hará con vosotros mi Padre Celestial, si cada uno no perdona de corazón a su hermano"(Mt ). Perdonar de corazón es uno de los grandes retos de los hombres. Perdonar como somos perdonados. Sólo el que se da cuenta de lo que es el pecado como ofensa a Dios, un auténtico misterio de iniquidad, puede percibir la grandeza de un Dios que perdona y aprender ese difícil y divino modo de amar. “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, rezamos cada día, quizá muchas veces. El Señor espera esta generosidad que nos asemeja al mismo Dios. Porque si vosotros perdonáis a otro sus faltas, también os perdonará vuestro Padre celestial. Esta disposición forma parte de una norma frecuentemente afirmada por el Señor a lo largo del Evangelio: Absolved y seréis absueltos. Dad y se os dará... La medida que uséis con otros, ésa se usará con vosotros. Dios nos ha perdonado mucho, y no debemos guardar rencor a nadie. Hemos de aprender a disculpar con más generosidad, a perdonar con más prontitud. Perdón sincero, profundo, de corazón. A veces nos sentimos heridos sin una razón objetiva; sólo por susceptibilidad o por amor propio lastimado por pequeñeces que carecen de verdadera entidad. Y si alguna vez se tratara de una ofensa real y de importancia, ¿no hemos ofendido nosotros mucho más a Dios? Él «no acepta el sacrificio de quienes fomentan la división: los despide del altar para que vayan primero a reconciliarse con sus hermanos: Dios quiere ser aplacado con oraciones de paz. La mayor obligación para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad de todo el pueblo fiel en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo». Con frecuencia debemos hacer examen para ver cómo son nuestras reacciones ante las molestias que en alguna ocasión la convivencia puede llevar consigo. Seguir a Cristo en la vida corriente es encontrar, también en este punto, el camino de la paz y de la serenidad. Debemos estar vigilantes para evitar la más pequeña falta de caridad externa o interna. Las pequeñeces diarias ?normales en toda convivencia? no pueden ser motivo para que disminuya la alegría en el trato con quienes nos rodean. Si alguna vez tenemos que perdonar alguna ofensa real, entendamos que ésa es una ocasión muy particular de imitar a Jesús, que pide perdón para los que le crucifican; nos hará saborear el amor de Dios, que no busca su propia ventaja; se enriquece el propio corazón, que se hace más grande, con mayor capacidad de amar. No debemos olvidar entonces que «nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos al perdón». La generosidad con los demás conseguirá que la misericordia divina perdone tantas flaquezas nuestras.