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LFV 315
DEUTERONOMIO 20:1 - 21:23
Continuando nuestro recorrido por el libro de Deuteronomio, llegamos hoy al capítulo 20.
En este capítulo encontramos las leyes sobre la guerra. Este libro de Deuteronomio es un libro
muy práctico. Se refiere a la vida según la vivimos hoy en día. Aunque esta ley fue dada a
Israel, hay aquí ciertos principios básicos que contribuirían a la felicidad y al bienestar del
género humano, si fueran incorporados a nuestra vida diaria.
El problema hoy es que vivimos en una sociedad que desconoce la Biblia. En la gran mayoría de
los países, muchos legisladores no saben mucho en cuanto a la Palabra de Dios, o si la conocen,
no verían oportuno imponer principios no aceptados por una sociedad secularizada. Este libro de
Deuteronomio aborda problemas, que los dirigentes políticos se han esforzado por analizar y
resolver a su propia manera.
Israel tenía problemas similares a los actuales. Dios dio ciertos reglamentos muy básicos que
excusarían a un hombre de ir a la guerra. Francamente, estimado oyente, creemos que si
nuestros gobiernos prestaran más atención a la ley de Dios, no tendríamos que afrontar las
dificultades que afrontamos y que no parecen tener solución.
Veamos pues
LAS LEYES DE LA GUERRA.
Leamos el primer versículo de este capítulo 20 de Deuteronomio:
Deuteronomio 20:1 “. . . Dios está contigo, el cual te sacó de tierra de Egipto.”
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Aquí hay algo que era de mucha importancia para Israel, y creemos que es importante para
nosotros hoy. Usted quizás ha visto esos pequeños letreros que proclaman: “¡Amor sí! ¡Guerra
no!” Ahora, eso parece un buen lema, pero como tantos otros lemas, no tiene sentido. Debido a
que vivimos en un mundo donde predomina la maldad y el corazón del ser humano es perverso,
hay tiempos cuando no hay más remedio que implicarse en conflictos armados. Hay tiempos en
que necesitamos protegernos.
Continuemos leyendo los versículos 2 hasta el 4, de este capítulo 20:
Deuteronomio 20:2-4 “. . . por vosotros contra vuestros enemigos, para salvaros.”
Aquí vemos que en aquella situación concreta Dios les mandó que hicieran guerra contra estas
naciones y les prometió estar con ellos. Ahora, leamos el versículo 5:
Deuteronomio 20:5 “. . . que muera en la batalla, y algún otro la estrene.”
Ahora Dios dio cuatro condiciones bajo las cuales un hombre estaría exento de salir a la batalla.
Si un hombre había construido una casa nueva y todavía no había tenido la oportunidad de vivir
en ella, no tenía que participar en una batalla. ¿Por qué? Porque su corazón estaría en aquella
casa nueva. Había puesto su corazón y su afecto en ella. Quería vivir en esa casa nueva y debía
tener la oportunidad de vivir en ella. Ahora, leamos el versículo 6:
Deuteronomio 20:6 “. . . en la batalla, y algún otro la disfrute.”
Los israelitas eran labradores, y la plantación de una viña era su trabajo u ocupación. Si un
hombre acababa de sembrar un viñedo y no había tenido la oportunidad de comer todavía ni una
uva de su viña, no tiene que ir a la batalla. Su corazón estaba puesto allí, en ese viñedo; su
interés está allí. Podía entonces quedarse hasta que comiese de él, hasta que se estableciese
como labrador. De otro modo, corría el riesgo de ser muerto en la batalla, y otro segaría el fruto
de su labor. Ahora el versículo 7:
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Deuteronomio 20:7 “. . . que muera en la batalla, y algún otro la tome.”
Aquí tenemos a un hombre que estaba comprometido para casarse con una mujer, y aunque le
reclutaran, no tiene que ir a la batalla. Estaba enamorado de esa joven, y quería casarse con ella.
Podía quedarse en casa, y casarse con su novia. Allí es donde estaba su corazón, y él no tenía
que salir a la guerra. Ahora el versículo 8, nos expone la 4ª excusa:
Deuteronomio 20:8 “. . . el corazón de sus hermanos, como el corazón suyo.”
Podría haber un hombre que admitiera con toda franqueza que era un cobarde. Tenía miedo de
luchar. Quería quedarse en casa. Vemos pues aquí, cuatro buenos motivos por los cuales un
hombre quedaba exento de ir a la guerra.
Esta ley se aplicó al ejército de Gedeón.
Gedeón empezó con algunos cuantos hombres,
realmente había 32.000 que se unieron a él para librar a su país de la opresión de los madianitas.
Pero el Señor le dijo que eran demasiados soldados, y que los que tuvieran miedo que regresasen
a su casa. Al propagarse esta disposición quedaron 22.000 soldados. Entonces el Señor le dijo a
Gedeón que aún tenía demasiados soldados. Pero, ¿cómo reducir el número?
Llegaron a un
arroyo y algunos de los hombres arrodillaron para beber. Hubo otros que lamieron las aguas con
su lengua, como lame el perro, y estuvieron pronto listos para luchar. Estaban muy ansiosos de
vencer al enemigo y terminar su trabajo. Querían proteger y salvar a la nación. Por tanto, al
final quedaron sólo 300 y ellos fueron lo que salieron a la batalla. Los otros fueron enviados a
sus casas.
Y así termina nuestro estudio del capítulo 20 de Deuteronomio. Llegamos ahora al capítulo 21.
En este capítulo 21 encontramos las leyes que regularizan el asesinato, el matrimonio, y los hijos
delincuentes. Todavía estamos en la sección tocante a los reglamentos religiosos y nacionales, la
cual se extiende desde el capítulo 8 hasta el 21. Encontramos que hay leyes interesantes y
extraordinarias,
que dictaminaban sobre muchos aspectos diferentes de la vida de Israel.
Veamos pues en primer lugar,
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LAS LEYES EN CUANTO AL ASESINATO
Leamos los primeros 4 versículos de este capítulo 21 de Deuteronomio:
Deuteronomio 21:1-4 “. . . y quebrarán la cerviz de la becerra allí en el valle.”
Si un hombre hubiera sido asesinado y encontraran su cuerpo, debían medir la distancia para
hallar la ciudad más cercana al lugar del hallazgo del cadáver. Esa ciudad era considerada
responsable del asesinato. Ahora, es posible que no hubiera sido asesinado en esa ciudad, pero
aún así, la ciudad era responsable. Veamos ahora lo que tenía que hacer. Leamos los versículos
5 hasta el 9 de este capítulo 21 de Deuteronomio:
Deuteronomio 21:5-9 “. . . es recto ante los ojos de Jehová´.”
Hay una verdad fundamental que se nos enseña en este proceder. Cuando un crimen tenía lugar
en una ciudad, los habitantes de esa ciudad tenían cierta responsabilidad. Dios hacía responsable
a una comunidad. Aun si el asesinato no fuera cometido en la ciudad, la ciudad todavía era
responsable. Los ancianos de esa ciudad debían venir y pedir perdón por la ciudad, y se les
concedería el perdón. Dios así lo dispuso para que no se pudiera rehuir esa responsabilidad en
Israel.
En el Nuevo Testamento veremos que Cristo fue muerto fuera de la ciudad. Así fue. Y fue Su
muerte la que pudo salvar a Sus asesinos. Creemos que el centurión romano, el que estaba
encargado de la ejecución de su sentencia de muerte, fue uno de los hombres que se salvaron al
creer en Jesucristo.
Ahora los versículos 10 hasta el 17 dan leyes que regulaban el matrimonio con una esposa
apresada en la guerra, y leyes que dictaminan la protección legal de los derechos del
primogénito, en el caso de un hombre que tuviera dos esposas, y ama a una y aborrecía a la otra.
Hemos visto esta situación en al vida del patriarca Jacob.
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Veamos ahora las leyes concernientes a
LOS HIJOS DELICUENTES
Leamos los versículos 18 hasta el 21 de este capítulo 21 de Deuteronomio:
Deuteronomio 21:18-21 “. . . en medio de ti, y todo Israel oirá, y temerá.”
Tenemos aquí una ley tocante al hijo pródigo. Recordemos la parábola del “hijo pródigo” que
vimos en el Evangelio según San Lucas, capítulo 15. Esto es lo que debía haber acontecido
cuando el hijo pródigo regresó a casa. Podemos comprender entonces como impactó nuestro
Señor Jesucristo a la multitud que le escuchaba, cuando les relató la parábola del hijo pródigo.
La multitud creía que el muchacho sería apedreado. Podemos imaginarnos su sorpresa cuando
Jesucristo dijo “que el padre salió para recibir al muchacho”. Ellos estaban esperando que el
joven recibiera lo que justamente merecía.
A este muchacho le correspondía la deshonra.
Merecía morir. Pero, ¿qué hizo el padre? Abraza al hijo y dijo: “Mi hijo se había perdido, y ha
sido hallado.”
Estimado amigo oyente, yo me alegro de que no nos hallemos hoy bajo la ley. Cuando venimos a
Dios y confesamos nuestros pecados, “Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y
limpiarnos de toda injusticia”.
En vez de juicio, hay misericordia para nosotros.
¡Cuán
maravilloso y misericordioso es Dios, al aceptarnos y recibirnos cuando nos acercamos a El!
Leamos ahora los versículos 22 y 23, de este capítulo 21 de Deuteronomio:
Deuteronomio 21:22-23 “. . . tu tierra que Jehová tu Dios te da por heredad.”
Un criminal que fuese ejecutado, colgándole en un madero, es decir crucificado, no debía ser
dejado en la cruz toda la noche.
Eso era porque todos los colgados en un madero eran
maldecidos por Dios. Ahora, nos parece extraña que esta ley se mencionara aquí. La forma de
pena capital que era usada en Israel era la lapidación. Al parecer, los israelitas no usaban la
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crucifixión como forma de pena capital. Lo que esto significa entonces es que mataban a
pedradas a una persona, y luego la colgaban en un madero. Dice aquí el versículo 22: “. . . y lo
hiciereis morir, y lo colgareis en un madero.” Esto se aplicaba a criminales de la peor clase,
para que todos pudieran ver que había muerto por su terrible crimen y para que sirviera de
escarmiento a los demás. El cuerpo era quitado del madero al anochecer y debía ser enterrado.
Ahora, el motivo para esto era que el criminal había sido maldecido por Dios.
Creemos que ni Moisés ni los hijos de Israel se dieron cuenta del pleno significado de esta ley.
El apóstol Pablo, escribiendo su carta a los Gálatas, capítulo 3, versículo 13, habló en cuanto a
esta declaración en la leyendo y se la aplicó a Cristo. Dijo: “Cristo nos redimió de la maldición
de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en
un madero).”
En los tiempos de nuestro Señor, Él fue entregado en manos de los romanos para la ejecución.
Como ellos gobernaban en Palestina, la pena de muerte sólo podía ser ejecutada por Roma.
Nuestro Señor fue crucificado sobre una cruz romana. Roma entregó la decisión de crucificarle,
y Él fue puesto en un madero.
Ahora, Pablo resalto ese hecho y dijo que cuando Cristo colgaba allí en el madero, tomó nuestros
pecados y en aquella condición fue maldecido de Dios. Llegó a ser maldición por nosotros
porque nos redimió de la maldición de la ley. Nos redimió de la maldición del pecado. Nos
redimió de la pena del pecado, y ha comprado nuestro perdón. ¿Por qué? Porque fue hecho
maldición por nosotros.
Carecen de importancia las disputas sobre si los romanos o los judíos son los culpables de la
muerte del Señor Jesús. Realmente, estimado oyente, usted y yo, fuimos culpables de Su muerte.
Asumió la maldición de la ley por nosotros, para que fuéramos redimidos de la maldición de la
ley. Nos redimió de la maldición de la ley una vez y para siempre.
¿Ha notado usted cuántas veces se cita el libro de Deuteronomio en el Nuevo Testamento? Un
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libro como el Deuteronomio es muy importante. Sería difícil entender gran parte del Nuevo
Testamento, sin tener un entendimiento del libro de Deuteronomio.
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