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“Un siglo de comercio y evangelización por España – Portugal en el Extremo Oriente, a través
de las dos rutas marítimas del Patronato Español (Sevilla, Acapulco, Manila, Japón) y del
Padroado Portugués (Lisboa, Cabo Buena Esperanza, Goa, Macao, Nagasaki) (1543–1636)”
Federico Lanzaco Salafranca
Universidad de Valladolid, Campus de Soria, 2011-01-13
INTRODUCCIÓN: Marco Histórico
- Relaciones Europa – Asia desde la antigüedad
- Descubrimientos Geográficos s. XV–XVI
- Dos sistemas jurisdiccionales (civil y religioso): Padroado Portugués y Patronato
Español
I PARTE: Comercio y evangelización bajo el Padroado Portugués
- Comercio de Portugal en S.E. Asia
- Evangelización de los jesuitas en Japón, China e India
- La 1ª Embajada Japonesa (Tensho) a Europa (1582–1590)
- Discordia entre los misioneros
- Condena Papal de los Ritos Chinos y Malabares (1742)
- Supresión de la Compañía de Jesús por las cortes borbónicas europeas (1759, 1764,
1767) y abolición universal por el Papa Clemente XIII (1773)
II PARTE: Comercio y evangelización bajo el Patronato Español
- Presencia española en el “Lago Español” (Océano Pacífico) en los siglos XVI–XVII
- Comercio de Japón con Filipinas antes de la fundación española de Manila (1571)
- Ambiciones del Caudillo japonés Hideyoshi (Junio 1592) y del P. Pedro Bautista
Blázquez (Mayo 1593) como embajadores del Gobernador de Filipinas Don Pedro
Gómez Pérez Dasmariñas
- Estancia de frailes españoles en Japón con “status” ambiguo por autorización de
Hideyoshi como “embajadores diplomáticos de Manila”, pero no como “misioneros
cristianos”
- Grave incidente del galeón español “San Felipe” naufragado en costas de Tosa
(Octubre 1596)
- Ejecución primeros mártires japoneses en Nagasaki (6 Feb. 1597)
- Naufragio de la nao “San Francisco” (30 Sep. 1609) con Don Rodrigo de Vivero y
Velasco a bordo (Gobernador de Manila y Capital General de Filipinas y sobrino del
virrey de Nueva España D. Luis de Velasco)
- Estancia de Vivero en Japón y sus intentos de acuerdo con Ieyasu. Búsqueda de las
Islas Ricas de Oro y Plata (1612)
- Tribulaciones de Santiago Vizcaíno y los planes “visionarios” del franciscano Fray Luis
Sotelo
- La embajada japonesa (Keicho) a España de Date Masamune y Hasekura Rokuyemon
(1613–1620). Audiencias en Madrid con Felipe III y Roma con Paulo V. Fracaso de la
misión
- Japoneses que se quedaron en Coria del Río con apellido “Japón”
CONCLUSIÓN
- Persecuciones del Cristianismo en Japón
- Decretos de Hideyoshi de 1587, de Ieyasu–Hidetada en 1612, 1614, 1623–1629
(“Fumie”/”Ebumi”), Inquisición japonesa con sistema de empadronamiento en templos
budistas (Shumonaratame) en 1640. “Holocausto” de los mártires
- Descubrimiento de los “cristianos escondidos” en Nagasaki por el misionero francés P.
Petitjean (17 Marzo 1865)
- Memoria histórica del Siglo Ibérico en Japón
BIBLIOGRAFÍA SELECCIONADA
ANEXOS
INTRODUCCIÓN
A pesar de los doce mil kilómetros de distancia que separan Europa del Extremo
Oriente, han existido relaciones importantes entre los dos continentes desde tiempos muy
remotos.
Ya Alejandro Magno en el siglo IV a.C. llegó hasta la India por la ruta terrestre de Asia
Menor, el Imperio Seléucida y Bactriana.
La antigua Roma mantenía contactos comerciales con China desde el siglo I a.C. por la
famosa “Ruta de la Seda”, también a través de la vía terrestre del Medio Oriente, Irak y
Afganistán (las modernas naciones de Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán), así
como por la vía marítima de Alejandría, Mar Rojo, Océano Índico y S.E. de China. Los tejidos
de seda vaporosos, las olorosas especias sabrosas y otros productos exóticos orientales eran
muy codiciados en Occidente.
La tradición cristiana afirma que el apóstol Santo Tomás evangelizó los medas, persas
y partos y que llegó hasta Malabar, en el sur de la India, donde se venera su tumba (aunque sin
evidencia contrastada).
En el siglo V, al ser condenados los Nestorianos cristianos por los Concilios de Éfeso y
Calcedonia (dogma trinitario y cristológico), muchos huyeron a Persia, a Tíbet y llegaron hasta
Mongolia (evidenciado por la estela fechada en 781 hallada en la antigua capital Xian).
China poseía una potente flota naval. Ya en el siglo V d.C. llegó hasta Java. En el siglo
X mantenía contactos con África Oriental, como demuestran los hallazgos de porcelana china
en aquellas tierras.
Hacia el año 1300 el imperio mongol, después de su conquista de China a las órdenes
de Kublai Kan y de su nieto sucesor Timur, expandió su imperio desde Corea hasta el Danubio
y de Siberia hasta Irán y el Norte de la India.
A principios del siglo XV (1405–1433) la poderosa flota china, con siete expediciones,
mandada por el genial eunuco mongol Cheng Ho (Zheng He) llegó hasta el Canal de
Mozambique, la costa de África Oriental y parece que bordeó el Cabo de Buena Esperanza.
Eran barcos poderosos de hasta 150 metros de eslora, con una capacidad de carga cinco
veces superior al navío Vasco de Gama que descubrió la ruta del Océano Índico a finales del
siglo XV. Podían transportar más de 20.000 hombres.
La flota Ming contaba con unas 3.800 unidades navales, pero gradualmente en la
segunda mitad del siglo XV perdió interés por ultramar y se concentró en el transporte fluvial
nacional, aumentando su aislamiento exterior.
No hay duda, el almirante Cheng Ho (Zheng He) estaba a la altura de Vasco de Gama
y Magallanes.
En Europa hay que destacar las dos legaciones oficiales de los frailes franciscanos:
Pian del Carpine (1245–1247), enviado papal al Gran Kan mongol (y que llegó hasta
Karakorum), escribió su “Historia Mongolorum”, la obra más antigua occidental sobre Asia
Central; y Guillermo de Rubruck (1253–1255), embajador del rey San Luis ante el Gran Kan de
Mongolia, también escribió las memorias de su extraordinario viaje.
El mercader veneciano Marco Polo asombró al mundo con su fantástico libro “Las
Maravillas del Mundo”, escrito por su compañero de celda en 1298, donde se narran sus viajes
a China y sur de Asia (1271–1295).
El caballero español Ruy González de Clavijo fue enviado por el rey de Castilla Enrique
III como su embajador a Tamerlan en el año 1403. Regresó en 1406. Sus memorias del viaje
se publicaron en 1582. La Real Academia Española lo incluye entre las autoridades del idioma
castellano.
Estos contactos europeos con Asia Central que, salvo los de la Ruta de la Seda,
podemos calificar de puntuales, fueron esencialmente superados con los Grandes
Descubrimientos Geográficos realizados por Portugal y España a finales del siglo XV.
Primero hay que destacar la pionera Escuela Naval portuguesa de Sagres (Algarve),
fundada por Enrique el Navegante (1394–1460), que abrió la nueva ruta marítima del África
Occidental hacia la India.
Bartolomeu Dias dobló el Cabo de Buena Esperanza (Cabo de las Tormentas) en 1488.
Vasco de Gama (1469–1524), bordeando la costa de África Oriental después de doblar
el Cabo de Buena Esperanza, descubrió la ruta del Océano Índico en su memorable viaje en el
año 1497–1498 llegando hasta el sur de la India.
Y por parte española, nuestro Cristóbal Colón descubre el Nuevo Mundo americano en
1492, creyendo que llegaba a las costas orientales míticas de Zipango (Japón) y Catay (China).
Como consecuencia de estos memorables descubrimientos geográficos y, bajo la
dirección del Vaticano, los dos monarcas luso–españoles firman los famosos tratados de
Alcaçoves–Toledo (1479–1480), Tordesillas (1494) y Zaragoza (1529), por los que el mundo
quedaba dividido en dos mitades verticales, delimitadas exactamente por el meridiano
occidental de las Islas de Cabo Verde y, por el otro lado, de manera dudosa (debido a la falta
de información geográfica exacta de la zona), por el meridiano oriental aproximadamente a la
altura de Malaca e Islas Molucas.
Así, España era reconocida como la máxima autoridad desde unas 370 leguas al Oeste
de las Islas de Cabo Verde hasta aproximadamente Malaca, y Portugal dominaba África, la
India y S.E. Asia.
Como resultado de dichos acuerdos, España y Portugal se comprometían a respetar
los límites establecidos y asignados a cada uno de dichos imperios, sin tener autoridad alguna,
ni poder navegar, comerciar ni evangelizar por la zona propia de la otra parte.
El tratado de Zaragoza acordó que Joao III de Portugal indemnizaría al Rey de España
con 350.000 ducados por la clarificación de los límites orientales, quedando las Molucas
definitivamente bajo el Padroado Portugués.
En 1502 los portugueses se establecieron en Cochin, en la costa sur de la India. Pocos
años después, en 1510, las tropas de Alfonso de Alburquerque conquistan la ciudad de Goa,
que se convirtió en la base militar portuguesa y centro comercial con Oriente.
En 1511 Portugal llega a Malaca y en 1512 a las Islas Molucas, las famosas Islas de
las Especias y, desde 1514, los portugueses comienzan sus primeros viajes al sur de la China.
En 1557 la ciudad de Macao (muy cercana a Cantón) se convierte en el
establecimiento permanente de comercio con China.
El 20 de septiembre de 1519 Fernando de Magallanes (Fernao de Magalhaes), ya
nacionalizado súbdito de Carlos V, zarpa de San Lucas de Barrameda en dirección al Mar del
Sur. Atraviesa el estrecho de Tierra de Fuego, extremo meridional del nuevo continente
americano y, después de cruzar el Pacífico muere asesinado por los nativos en la isla de
Mactan (Filipinas).
Juan Sebastián Elcano consigue finalizar el primer viaje histórico de circunnavegación
de la Tierra, atravesando las Molucas y doblando el Cabo de Buena Esperanza. La nave
insignia “Victoria” arribó finalmente a Sevilla el 8 de septiembre de 1522.
Y en 1543 los primeros portugueses llegan a las costas del sur de Japón
(Tanegashima), arrastrado su junco por un tifón.
Los conquistadores españoles, por su parte, al mando de Hernán Cortés derrotan al
Imperio azteca con la toma de su capital Tenochtitlan (8 de noviembre de 1520). El Virreinato
de Nueva España se constituyó en 1535.
Francisco Pizarro zarpó de Panamá a fines de 1530 y entra triunfante en Cuzco
conquistando el Imperio inca. Funda la ciudad de Lima en 1535. En aquel mismo año Diego de
Almagro sale de Cuzco hacia Chile llegando hasta el valle del Aconcagua.
Pedro de Valdivia fue el conquistador del actual Chile, partió de Cuzco en 1544 y fundó
la ciudad de Santiago.
En 1544 se estableció el Virreinato de Perú.
Y para terminar esta breve visión de los descubrimientos geográficos de España y
Portugal durante los siglos XIV–XVI, hay que mencionar la gesta del eximio navegante vasco
Andrés de Urdaneta (1508–1568). Partió de La Coruña con Elcano y Loaysa para las Islas
Molucas en julio de 1525. En 1553 ingresó en la Orden de los Agustinos en México y se ordenó
sacerdote. Unos años más tarde, Felipe II le pidió marchar de Acapulco a las Islas Filipinas
para encontrar la ruta más conveniente de cruzar el Océano Pacífico. Arribó a la isla de Cebú
en abril de 1565 y fue el primer navegante que diseñó y experimentó la mejor ruta Acapulco –
Manila, que después muchos españoles siguieron como “la Ruta del Galeón Manila”.
Miguel López de Legazpi (1510–1572), junto con su sobrino Urdaneta, y con la
autorización de Felipe II, añadió las Islas Filipinas al trono español. Fundó la ciudad de Manila
el 19 de mayo de 1571.
Finalmente, no podemos olvidar los pioneros viajes de Mendaña, Quirós y Torres por
las rutas de Melanesia (Nuevas Hébridas, Islas Salomón y Nueva Guinea) durante los años
1568–1606.
Así, no sin razón, el Océano Pacífico por aquellos memorables años era conocido en el
siglo XVI como “el Lago Español”.
Y fue, precisamente, otro insigne español, Vasco Núñez de Balboa, quien en el año
1513 cruzó con un puñado de hombres la región de Darien (Panamá), desde la ciudad de Acla
(Atlántico) hasta la Bahía de San Miguel (Nuevo Océano) y, en nombre del rey de España,
plantó su bandera en aquella playa, tomando posesión del ignoto Mar del Sur y de todas sus
tierras.
El Nuevo Mar fue denominado “Pacífico” por Balboa en base a los informes recibidos
de que “el Gran Océano siempre está tranquilo”.
No podemos silenciar a otro navegante español insigne, Vicente Yáñez Pinzón, que
mandó la carabela “la Niña” en la histórica ruta de Colón. En los años 1499–1500 emprendió
una nueva expedición. Después de anclar en las Islas de Cabo Verde fue el primer europeo
que arribó, empujado por una fuerte tormenta, al Cabo de San Agustín (extremo N.E. de Brasil,
cerca de Recife). Fue también el primero que cruzó el ecuador por aquellas latitudes y fondeó
en las costas brasileñas. Las mismas a donde, tres meses más tarde, llegó el navegante
portugués Pedro Álvares Cabral. Después de bordear el Cabo de San Roque, Pinzón descubrió
las bocas del Amazonas y Orinoco llegando a La Española desde donde regresó a España.
En fin, el sistema dual del Patronato–Padroado terminó en 1777 por el tratado de San
Ildefonso.
Y veamos ya una breve panorámica de las dos rutas marítimas que unieron la
Península Ibérica (aunque podríamos decir brevemente España por la unión de las dos
coronas bajo los monarcas españoles durante los años 1580–1640) con el Extremo Oriente
según las zonas de dominio del Patronato Español y el Padroado Portugués durante un siglo
(1543–1636).
I PARTE: Comercio y evangelización en el Extremo Oriente bajo el Padroado Portugués
Como hemos indicado, en virtud del tratado de Tordesillas (junio 1494) se modificaron
los límites otorgados por el Papa Alejandro VI en sus Bulas “Inter caetera” y “Eximiae
devotionis” de 3 y 4 de mayo de 1493 respectivamente. Se entregaba a la corona de Portugal
la plena jurisdicción (civil, comercial y religiosa) sobre los territorios desde el meridiano situado
a 370 leguas al este de las Islas de Cabo Verde (que incluía N.E. de Brasil, África, India y
China). Y a la corona española las tierras al oeste de dicho meridiano, esto es, el resto del
continente americano hasta las posibles islas del Pacífico (Molucas y Filipinas). Una franja
dudosa en el área del estrecho de Malaca se dejaba abierta para ulterior determinación en
base a datos geográficos más exactos.
De esta manera, los portugueses después de la ruta descubierta por Vasco de Gama
hacia el Océano Índico (1497–1498), bordeando el Cabo de Buena Esperanza, llegaron hasta
el sur de la India y se establecieron en Cochin (1502), en el sudeste de la India (actual
provincia de Kerala). Alfonso de Alburquerque construyó allí un fuerte en 1503. En 1510 las
tropas de este insigne militar conquistaron la ciudad de Goa (al sur de Bombay), ciudad que se
convirtió en la avanzada portuguesa militar y centro comercial como la capital de todo el
imperio portugués en Asia. Llegó a disfrutar de los mismos privilegios que Lisboa.
En 1511 Portugal llega a Malaca (muy cerca del actual Singapore) y en 1512
Alburquerque envía una expedición al mando de Abreu, Serrao y Bisagudo que desembarcaron
en Banda.
Las tropas de Serrao se establecieron en Ternate (al norte de las Islas Molucas). Este
codiciado archipiélago de las Molucas, situado al este de las Islas Celebes, pasó a conocerse
como las Islas de las Especias y fue la zona asiática más codiciada por España, Portugal,
Holanda e Inglaterra, además de China.
Desde 1514 comienzan los primeros viajes comerciales de Portugal a China,
ofreciendo las ricas especias de las Molucas. En efecto, los portugueses de Malaca pronto
advirtieron que era tan provechoso comerciar con China como con Portugal, y así decidieron
establecer relaciones oficiales con el Imperio Celeste Centro del Mundo.
En 1517 se envió una flota a Cantón con Tome Pires como embajador que pudo llegar
hasta Pekín, pero su embajada fracasó al llegar noticias de Cantón sobre la construcción
portuguesa de un fuerte militar en aquella zona que evidenciaba un claro deseo de conquista
militar y no de simples relaciones comerciales. Pires fue encarcelado y murió en cautividad.
Todo comercio con Portugal fue declarado ilícito. Sin embargo, la pimienta y el sándalo
que traían los portugueses seguían siendo muy codiciados en Cantón.
Dos flotas llegaron de Malaca en 1521, pero a partir del año siguiente 1522 Cantón se
cerró completamente al comercio extranjero.
A pesar de todo, los portugueses siguieron con operaciones ilegales de comercio en el
área de Amoy (norte de Cantón) y Ningbo (sur de Shanghai).
En resumen, la gran potencia naval de la dinastía Ming desarrollada a principios del
siglo XV con sus famosas salidas al exterior por el sudeste asiático, Madagascar y África
Oriental, fue desacelerándose hasta su total retirada del exterior desde la mitad del siglo XVI
para concentrarse en sus operaciones interiores a través de sus grandes ríos y en una lucha
encarnizada contra los piratas que infestaban sus mares, disfrazados de comerciantes (muchos
de ellos venían de Japón, eran los temibles “waco” que no obedecían ninguna ley ni autoridad).
Al fin, en 1557 la ciudad de Macao, pequeña península frente a Cantón, se convierte en
el puesto más avanzado de comercio entre Europa y Asia. Portugal consigue la autorización
china para su establecimiento permanente allí, mediante el pago aduanero correspondiente al
tráfico principalmente de sedas, té, porcelanas, lacas y otros productos de artesanía muy
codiciados en Europa.
Pero no fue hasta 1887 cuando China reconoció la plena soberanía portuguesa sobre
la península de Macao y las islas adyacentes de Taipa y Colcane. Soberanía que fue devuelta
a la República Popular de China en 1999.
Veamos ahora un primer esbozo de la actividad misionera bajo el Padroado Portugués.
En 1543 un junco chino pilotado por tres portugueses (Antonio de Mota, Antonio
Peixoto y Francisco Zeimoto) arriba a las costas de Tanegashima (pequeña isla al sur de
Kyushu), desviado por un fuerte tifón. Estos tripulantes llevaban sendos arcabuces /
mosquetes. Fueron recibidos con agrado por las autoridades, muy sorprendidas e
impresionadas por las armas de fuego (desconocidas hasta la fecha en Japón).
A partir de este año comenzaron a llegar barcos portugueses interesados por un
posible comercio.
Pocos años más tarde, el 15 de agosto de 1549 y procedente de Malaca, llegaba a
Kagoshima (sur de la isla Kyushu) Francisco Xavier y sus compañeros jesuitas el sacerdote
Cosme de Torres y el hermano coadjutor Juan Fernández, acompañados de tres japoneses
(uno de ellos Anjiro que serviría de guía–intérprete), un criado chino y otro indio.
Estos primeros jesuitas desarrollaron gran actividad evangelizadora en Kagoshima,
Hirado, Yamaguchi, Buno y Sakai con notable éxito. Consiguieron bautizar varios centenares
de japoneses, algunos samuráis, aunque con recia oposición de los bonzos budistas de las
ciudades visitadas.
Xavier marcha después a Kioto, vestido pobremente y aterido de frío. No consigue
audiencia con el Mikado, sino que es apedreado por la chiquillería. Tampoco consigue ver al
Shogun (caudillo militar del país).
Aleccionado por esta negativa experiencia regresa a Yamaguchi y se presenta ante el
daimyo local vestido ahora con todo lujo y boato, en su calidad de legado oficial del virrey de
Goa. Así lo hace al darse cuenta de que es la única manera de ser respetado y atendido por
las autoridades de la sociedad japonesa “vertical”.
Asimismo, visita de nuevo la ciudad de Hirado con su lujosa vestimenta, siendo
portador de valiosos regalos traídos de Europa para el daimyo del lugar (un reloj mecánico, un
clavicordio y un arcabuz de tres cañones).
El asombrado daimyo concede permiso a Xavier para evangelizar la región y, además,
le ofrece generoso una sustancial ayuda económica que es rechazada amablemente por el
misionero pobre de espíritu.
Después de diversos debates teológicos y encuentros con los japoneses, Xavier se
convence de que el camino más corto para convertir a Japón era evangelizar antes a China. En
efecto, con el prestigio y apoyo del gran maestro de China, la nación japonesa con sus líderes
políticos, religiosos e intelectuales aceptarían ser bautizados sin resistencia.
El 20 de noviembre de 1551 Xavier zarpó para Goa donde iba a ser nombrado legado
del virrey de la India ante el emperador chino.
Así, el 25 de abril de 1552 salió de Goa hacia Malaca para de allí continuar hasta
China.
Llegado a la isla de Sanchian (junto a Cantón) muere Xavier el 3 de diciembre de 1552.
Así finalizó la fecunda vida misionera de aquel entusiasta “divino impaciente” entregado a
comunicar el mensaje de la Buena Nueva en el continente asiático.
Es memorable la descripción que nos dejó Xavier de los japoneses en una carta
histórica enviada a sus hermanos de roma tres meses después de su llegada a Kagoshima:
“Toda la gente que hemos encontrado hasta ahora son en mucho la mejor de todos los
países descubiertos. Y me parece que nunca encontraremos un pueblo entre los no cristianos
igual al de Japón. Tienen excelentes modales, no son maliciosos… son hombres de honor que
lo anteponen a todas las cosas”.
El 25 de julio de 1579 llega a Japón el jesuita napolitano Alejandro Valignano (1539–
1606). Hombre inteligente, dinámico y de gran visión y capacidad organizativa. Después de
promover la evangelización en Oriente, desde 1574 fue nombrado Visitador General de la
misión de Japón en los años 1579–1582, 1590–1592 y 1598–1603. Autor de importantes obras:
“Sumario de las cosas de Japón” (1583), “Apología de la Compañía de Jesús en China y
Japón” (1598), “Principio y progreso de la religión cristiana en Japón” (1601–1603). Escribió
más de 500 cartas cobre la misión casi todas en lengua española.
Su estrategia de evangelización fue reconocer la absoluta necesidad primero de
conocer a fondo la cultura japonesa y, después, buscar una presentación del cristianismo sin
europeizarlo, sino adaptándolo a la avanzada cultura japonesa. Suspendió la exigencia de
numerosas disposiciones puramente eclesiásticas, convencido de que Japón era como “la
iglesia primitiva”. Especificó, en concreto, instrucciones de adaptación. En realidad, su visión
coincidió plenamente con la de sus predecesores en Japón Francisco Xavier y Cosme de
Torres, así como con la del genial jesuita Mateo Ricci en China.
Valignano fue el responsable que decidió promover el comercio Macao–Nagasaki para
conseguir la ayuda financiera que necesitaba la misión de Japón ante la insuficiente
contribución de la corona real y del Vaticano. La misión necesitaba unos diez–doce mil
ducados anuales y los ingresos procedentes de España, Roma y unas rentas de tierras de la
India sólo ascendían a menos de 7.500 ducados.
Ante esta situación, Valignano no dudó en ofrecer la mediación de los jesuitas como
“agentes comerciales” entre los mercaderes portugueses (Macao) y japoneses (Nagasaki). Los
misioneros actuarían de guías–intérpretes–asesores. Cada galeón procedente de Macao traía
cincuenta picos de seda que al venderse en Japón suponían un beneficio neto de unos cinco
mil ducados para los misioneros. Era una ganancia justa de un comercio lícito chino–japonés–
portugués.
Es importante recordar que el 9 de junio de 1588 el daimyo cristiano Bartolomé Omura
hizo donación de la ciudad y puerto de Nagasaki a la compañía de Jesús para facilitar la
actividad comercial de los jesuitas. Donación que al fin fue aceptada por el General de la
Compañía de Jesús, Claudio Acquaviva.
Evidentemente tal actividad mercantil de los misioneros fue muy criticada en Europa,
pero en palabras el mismo Acquaviva “este comercio se aceptó de modo provisional sólo para
proteger a los cristianos perseguidos en otras ciudades de Japón”. Los principales productos
chinos importados eran la seda, especias de los mares del sur y porcelanas y se exportaban
espadas, lacas, cobre y plata (muy codiciada en China), además de productos europeos de
relojes de arena y mecánicos, cuadrantes de navegación y algunos tejidos de cuero fino.
El galeón protagonista de este tráfico mercantil llegó a conocerse en Japón como
“kurobune” (barco negro, por el color negruzco del casco de teca de la India) y se convirtió en
“la nao do trato” que hacía su travesía una o dos veces al año. Eran carracas de unas 600–
1.600 toneladas.
De esta manera, Portugal se convirtió en controlador absoluto del comercio China–
Japón desde 1544 hasta 1571.
Fue memorable por aquellos días la memorable visita de Valignano al palacio del
caudillo Oda Nobugana (1534–1582) (primer unificador del país, fragmentado durante más de
dos siglos en feudos independientes y en guerra permanente entre sí).
El 28 de marzo de 1581 tuvo lugar esta visita histórica. Valignano obsequió a
Nobunaga con un reloj, una silla de estado, velludo carmesí y un vaso de cristal decorado en
hueco. El poderoso caudillo contestó con el obsequio de unas aves recién cazadas con halcón,
un biombo de incalculable valor y una invitación especial para asistir a una próxima fiesta que
iba a celebrarse en Kyoto.
El profesor Antonio Cabezas en su magistral obra “El Siglo Ibérico de Japón” nos
ofrece un excelente resumen sobre la armazón de la nao do trato:
“Los capitanes portugueses fueron un modelo de tacto, valentía y pericia en su lucha contra
el mar, acumen para los negocios y casi siempre fidelidad cristiana. Veamos como
organizaron el comercio de Macao con Japón. Y no tenemos mejor explicación que la de
un memorial escrito por el jesuita portugués Manuel Días “El Viejo”, rector del colegio de
Macao, con fecha 18 de abril de 1610. Iba dirigido al General Acquaviva con ocasión de
que Felipe III volviera a urgir a los misioneros que se abstuvieran de inmiscuirse en los
negocios. Este memorial se titulaba “Información de la armación o contrato de la compañía
en que los moradores de Macao mandan su seda a Japón” (Publicado por Álvarez–
Talamadrid):
“Cuando los portugueses comenzaron a ir a Japón con haciendas de la China en 1545,
el rey de Portugal reservó para sí a partir de 1550 que ninguno lo hiciese sino aquel a
quien él diese para ello provisión, la cual daba a diversos hidalgos en satisfacción de
sus servicios”.
“Antiguamente hacían el viaje de esta manera: el capitán que aquí (esto es, Macao
fundada en 1557) venía de la India con su nao para hacerlo concertábase con los
mercaderes que le había de dar fletes a un tanto por ciento. Embarcaba cada uno de
ellos las haciendas que quería mandar, entre las cuales la de mayor ganancia fue
siempre la seda. Corrió este modo para hacer el viaje algunos años, pero tenía el
inconveniente de que el capitán hacía aquel concierto de los fletes con los mercaderes
más ricos, los cuales metían todo su caudal en seda porque en ella se ganaba más; y,
así, doce o quince hombres cargaban toda la seda que en Japón se podía vender, y los
otros más pobres como no tenían entrada en el concierto de los fletes no tenían lugar
para meter seda, y sólo mandaban haciendas de menos ganancias que ellos llamaban
menudencias, como piezas de tafetán, satén, damasco, etc.”
“Creciendo después los moradores de esta tierra, trataron por industria del Patriarca
Don Melchor Carneiro (obispo desde 1570) que la seda que se mandase a Japón fuese
por contrato de la compañía en que todos, pobres y ricos, metiesen su poco. Y a este
contrato llaman aquí “armación”, y la porción de seda que dan a cada uno llaman
“baque”… Comúnmente procuran dar a cada uno tal “baque” que las ganancias le
basten para sustentar su familia en un año conforme a su estado”.
“Antiguamente, mandaba la Compañía de Jesús en este viaje la seda que podía, como
hacían los seculares, pero después que se hizo esta armación, hizo un concierto con la
ciudad determinando que no mandaría noventa picos de seda (como tenía provisión del
rey) sino solamente cincuenta. Y se acordó que al llegar a Japón si no se podía vender
toda la seda le darían al Procurador de la Compañía de Jesús cuarenta picos por el
precio que costara a sus dueños en Macao, pues de lo contrario los mercaderes habían
de traer a Macao estos picos sin venderlos. Lo ordinario era que se vendiese toda la
seda en Japón, y así los Padres quedaban solo teniendo cincuenta picos”.
“Los dueños de las haciendas pagan un tanto por ciento a los gobernadores de la
ciudad. Según los años estos derechos variaban entre un dos y un cuatro por ciento.
La Compañía de Jesús aceptó pagar un tres por ciento todos los años además de los
fletes pagados al capitán que comúnmente son el diez por ciento de la seda”.
“Los procuradores ponen grandísimas vigías para que no vaya a Japón otra
embarcación con haciendas de la China sino aquella nao…”
“Como los japoneses son muy diferentes a los portugueses en el modo de tratar y
contratar, los procuradores ordenaban que en el negocio de la venta y en lo demás se
valieses de los Padres de la Compañía de Jesús. Y estos hacían allá muy buen oficio a
esta ciudad, impidiendo allá algunas alteraciones que a veces ocurrían en el precio y
peso de la seda entre los mercaderes…”
Asimismo, es interesante el contenido de una carta del factor holandés Jacques Specx,
residente en Hirado, que escribió en noviembre de 1618 sobre el impacto de la nao portuguesa
en la ciudad de Nagasaki:
“El navío que viene de Macao cada año trae a doscientos o más mercaderes de los
cuales desembarcan en Nagasaki, y cada uno de ellos alquila una casa donde residen
con sus criados y esclavos. No les importa gastar mucho y nada les parece caro. En
los siete u ocho meses que residen en la ciudad desembolsas más de doscientos
cincuenta mil o trescientos mil taeles (moneda china de plata). Así que el pueblo recibe
grandes beneficios, y esta es una de las razones por las que Nagasaki les muestra
tanta amistad”.
El Profesor Cabezas así termina esta histórica cita: “El absoluto monopolio que los
portugueses mantuvieron en Japón sobre la seda china hasta 1571, año de la
conquista de Manila por los españoles, fue desapareciendo poco a poco debido al
acceso de los japoneses a otros mercados orientales, como Anan (Vietnam),
Cambodia, Patani (Malaya), y, sobre todo, Manila. Debido también a la llegada de
españoles y chinos al mercado japonés, y a la llegada a Japón de holandeses e
ingleses. En 1612 Macao ya solo introducía en Japón un quinto de la seda total
importada”.
Y sigamos con la actitud amistosa del caudillo Oda Nobunaga hacia los misioneros
jesuitas.
El 3 de noviembre del año 1581 Nobunaga hizo una visita sorpresa al seminario jesuita
de Azuchi, quedando muy bien impresionado, sobre todo por la música de clavicordio, viola y
órgano con la que fue obsequiado.
No hay duda de que Nobunaga favoreció la presencia cultural–comercial–religiosa de
los jesuitas, debido en especial al odio instintivo y la profunda aversión que sentía contra los
bonzos intrigantes del país.
Misiones de los jesuitas Antoni de Montserrat al Gran Kan Mogol Akbar, Mateo Ricci y sus
sucesores ante El Emperador de China y Roberto de Nobili en el sur de la India.
Me parece obligado interrumpir aquí la secuencia de los jesuitas en Japón para
mencionar otras gestas extraordinarias de jesuitas en Asia.
Antoni de Montserrat nació en Vic (Barcelona) y en el año 1574 zarpó de Lisboa como
miembro de la embajada de Goa ante el Gran Kan Mogol Akbar (el emperador más importante
de la India 1542–1605). Su imperio se extendía desde Kabul (Afganistán–Irán) hasta el Golfo
de Bengala, y por el sur hasta el río Godavari.
Montserrat participó en los diálogos religiosos con budistas, musulmanes, jainistas.
Acompañó a Akbar hasta Kabul. Murió en la India en 1600. Es autor de los primeros mapas del
Tíbet e Himalaya, muy apreciados por los pioneros expedicionarios europeos por sus
magníficas obras cartográficas del Techo del Mundo.
Así también, debemos mencionar al genial jesuita Mateo Ricci (1532–1610) y sus
sucesores, auténticos gigantes de la evangelización cristiana en China.
En 1578 Ricci salió de Lisboa con destino Goa. Allí cursó Teología y fue ordenado
sacerdote en Cochin en julio de 1580. Al año siguiente es destinado a China, llega a Macao el
8 de agosto de aquel año acompañado de su compañero Ruggieri. Después de dedicarse al
estudio profundo de la lengua y los clásicos chinos, traduce al latín cuatro obras chinas y
publica un librito en chino sobre Los 10 Mandamientos. Gradualmente advierte el gran interés
que muestran los intelectuales confucionistas chinos por su asombrosa erudición científica
europea a la vista de relojes, mapas, pinturas y libros. Poseía una prodigiosa memoria.
En 1595 los dos misioneros adoptan por completo las costumbres chinas, usando el
vestido de los letrados confucionistas (con la aprobación de Valignano, superior de los jesuitas
en Asia).
El 25 de enero de 1601 el emperador Ming Wan–Li autoriza su entrada en Pekín. Poco
después es recibido por el mismo emperador asombrado por los regalos ofrecidos por aquellos
extraordinarios misioneros europeos (especialmente, los relojes). Ricci consigue permiso de
residencia permanente en Pekín, con una significativa ayuda económica. Debido a su
excelente formación matemática y astronómica hizo importantes contribuciones en la reforma
del calendario, predicción de eclipses, mapamundi…
Ricci murió el 11 de mayo de 1610 y el emperador le concedió una sepultura especial.
La contribución más creativa de Ricci fue su presentación del Cristianismo adaptado a
los valores del Confucionismo (su intento de aculturización fue incluso más avanzado que el de
Valignano en Japón).
Sus sucesores jesuitas en la misión de china ofrecieron importantes aportaciones a la
ciencia y tecnología chinas: Johann Adam Schall (1593–1666), Terentius Scrack (discípulo de
Galileo y amigo del astrónomo Kepler), Nicolas Longobardi (1566–1655) y Ferdinand Verbiest
(1623–1688) que ocuparon destacados puestos oficiales en la corte imperial de Pekín.
Sin embargo, debo añadir que durante todos estos años, la actividad misionera de los
jesuitas despertó profundas críticas en otras órdenes religiosas y en toda Europa ante la
primera “aculturización” cristiana distinta de la greco–romana. Estos debates se llegaron a
conocer como la famosa “controversia de los Ritos Chinos” que acabó con la fulminante Bula
condenatoria de Benedicto XIV “Ex anno singulari” de 5 de julio de 1742 que prohibía todo
intento de adaptación cristiana a las culturas de la China, Japón e India. Los misioneros
católicos venían obligados a prestar juramento de nunca más volver a discutir sobre esta
materia, hasta que el Papa Pío XII lo revocó en el siglo XX.
De manera semejante, debemos recordar a otro insigne misionero jesuita Roberto de
Nobili (1577 – 1656) y su obra evangelizadora en la India.
Nacido en la Toscana italiana, ingresó en la Compañía de Jesús de Nápoles en 1597.
Tras unos brillantes estudios embarcó para la misión de la India en octubre de 1604. Llegó a
Goa el 20 de mayo de 1605. Tras una corta estancia en Cochin y en la Costa de Pescadores
(S.E. de India) fue enviado a Madura para estudiar la lengua Tamil. En un año adquirió un
profundo conocimiento de las lenguas tamil, telugu y sánscrito.
De Nobili pronto adaptó las costumbres de los brahamanes en su comida y vestido,
viviendo en público apartado de los parias. En su año llegó a bautizar a 10 brahamanes.
Trabajó en Madura, Mysere y el Camatico hasta su edad avanzada, casi completamente ciego
tuvo que retirarse a Mylapore hasta su muerte.
Fue autor de numerosas obras. En especial destaca “Compendio de Vida Cristiana” y
“Vida de Ntra. Sra.” Escritos en verso sánscrito, pero su obra principal fue “Catecismo Mayor”
publicada en Tamil. Todo un curso de teología adaptado a la cultura y necesidades de la India.
De Nobili fue probablemente el primer europeo que aprendió sánscrito y tamil.
Su adaptación a los Ritos Malabares fue también condenada por Benedicto XIV en
1744 en su Bula “Omnium Sollicitudinem”. Finalmente, en 1940 Roma revocó las prohibiciones
y juramentos relativos a los Ritos Malabares.
Todas estas condenas papales expresaron un sentimiento generalizado en Europa en
contra de la Compañía de Jesús. Las cortes borbónicas sentían peligrar su poder ante la gran
influencia de los jesuitas como defensores reales, instructores de la mejor educación de las
clases altas y gestores de grandes recursos económicos en Iberoamérica y Asia.
Así, sucesivamente la Compañía de Jesús fue suprimida en Portugal (1759), Francia
(1764) y España (1767) hasta que el Papa Clemente XIII disolvió universalmente la orden
religiosa de Ignacio de Loyola en todo el mundo (con la única excepción de Rusia, en donde la
poderosa Catalina II conservó a los jesuitas por su gran aversión contra el Vaticano).
Es clamorosa la injusticia de la supresión de las famosas “Reducciones del Paraguay”
que testimoniaron un caso especialísimo de adaptación misionera a las culturas nativas de los
indios.
Al fin, Pío VII restableció la Compañía de Jesús en 1814, pero aquellos nuevos jesuitas
habían perdido la magnanimidad y el gran espíritu de sus antecesores y tuvimos que esperar a
la segunda mitad del siglo XX, cuando revivió aquel espíritu primitivo de auténticos gigantes
con el testimonio de Teilhard de Chardin, Karl Ranner, Lubac, Danielou, John Courtney Murray,
y nuestro Pedro Arrupe…
La primera embajada japonesa (Tensho) a Europa (1582–1590)
El Visitador Valignano, aprovechando la buena relación existente con el poderoso
Nobunaga Caudillo de Japón, organizó la primera delegación de japoneses a Europa (conocida
como la Misión Tensho).
La integraban cuatro jóvenes legados de los tres daimyos cristianos japoneses de
Bungo, Arima y Oshima. Los acompañaba el mismo Valignano. Zarparon del puerto de
Nagasaki el 20 de febrero de 1582. A través del Cabo de Buena Esperanza llegaron a Lisboa el
11 de agosto de 1584. El viaje duró dos años y medio, accidentado por tormentas, calmas
chichas, enfermedades, incendios… Durante la travesía murieron 32 tripulantes.
Fueron recibidos en Lisboa por el sobrino de Felipe II, el Cardenal y gobernador. En la
vecina ciudad de Evora los jóvenes legados dieron todo un recital de órgano en la catedral.
El 18 de septiembre entraron en España donde fueron aclamados con todo
entusiasmo. Dos de los adolescentes cayeron enfermos de la viruela y fueron atendidos con el
mayor cuidado por el mismo médico real enviado por Felipe II.
En la iglesia de San Jerónimo de Madrid los legados japoneses asistieron al acto de
juramento de fidelidad del príncipe heredero (futuro Felipe III). A continuación se celebró la
audiencia con el rey de España. Se leyeron las cartas que presentaron los jóvenes legados en
nombre de los daimyos de Japón. A continuación, la comitiva fue a visitar el Monasterio de El
Escorial, recién construido.
Me interesa resaltar que hace pocos años tuve el privilegio de tener en mis manos
algunos libros depositados en la Biblioteca del Monasterio que fueron impresos por la imprenta
de los jesuitas de Amakusa a comienzos de los años 1590 y que llegaron al Monasterio poco
después de la visita.
Los legados prosiguieron su viaje a Barcelona, Pisa y al fin llegaron a Roma el 22 de
marzo de 1585. Se alojaron en la Curia Generalicia de los jesuitas y, en impresionante
procesión, se dirigieron al Vaticano. Allí fueron recibidos por el anciano Gregorio XIII, que
falleció pocas semanas después.
Los jóvenes legados pudieron asistir a la coronación de su sucesor Sixto V.
También visitaron la ciudad de Venecia donde les recibió el Gran Duque.
Y después de regresar a Barcelona y Madrid, donde se despidieron de Felipe II, la
comitiva zarpó de Lisboa, llegando a Japón el verano de 1590. Ocho años de ausencia.
Los cuatro adolescentes fueron recibidos por el nuevo Caudillo Hideyoshi en 1591 y
todos ellos ingresaron en la Compañía de Jesús aquel mismo año, pero las circunstancias
políticas de Japón, en especial las relaciones oficiales con los misioneros, cambiaron mucho.
Los vientos de persecución cristiana comenzaban ya a soplar. Uno de los cuatro jóvenes
refrendó su fe con el martirio en 1633.
Discordias entre los misioneros
Regresemos de nuevo con la evolución histórica de la misión e Japón destacando la
rivalidad competitiva que surgió entre diversas órdenes religiosas de los misioneros, causadas
básicamente por la división territorial de los nuevos mundos descubiertos que marcaban las
dos Rutas del Padroado Portugués y Patronato Español.
El 28 de enero de 1585 el Papa Gregorio XIII, a instancias del jesuita Valignano,
promulga la Bula “Ex pastorali officio” por la que la compañía de Jesús se confirmaba como la
“única” orden religiosa misionera autorizada en el hemisferio japonés, naturalmente encuadra
bajo el hemisferio correspondiente al Padroado Portugués.
La raíz de la discordia surge en base a que a pesar de la unión política de España–
Portugal bajo Felipe II y Felipe III (1580–1640), se estipuló expresamente que dicha unión
respetaba las distintas “administraciones” por separado de los dos imperios ibéricos y, en
consecuencia, se debían respetar escrupulosamente los límites establecidos.
Sin embargo, diferentes órdenes religiosas españolas deseosas de participar en la
fructífera evangelización de Japón, alentadas además por mercaderes hispanos que
codiciaban el comercio provechoso cuadrangular de Macao–Nagasaki–Manila–Nueva España
(México), se esforzaron en estar también presentes en el archipiélago de País del Sol Naciente.
Pues bien, Valignano perspicaz estratega argumentaba su exigencia de disfrutar de un
estricto “monopolio” evangelizador de los jesuitas fundamentado en la convicción de que era
esencial una gran “uniformidad” en la presentación de la fe cristiana y una adaptación del
Cristianismo a los valores de la milenaria cultura japonesa.
Tal adaptación no era aceptada por otras órdenes religiosas (franciscanos, dominicos y
agustinos) al no aplicarla en las colonias “conquistadas” del Nuevo Mundo.
Ahora bien, resulta para mayor confusión que la Bula de Gregorio XIII no se publicó en
Manila hasta julio del año siguiente a su firma en roma.
Además, el nuevo Papa Sixto V, que acababa de suceder a Gregorio XIII, publica el 15
de noviembre de 1585 la nueva Bula “Dum ad uberes” por la que se revoca indirectamente el
“monopolio” misionero de la Compañía de Jesús al autorizar también a otros religiosos
evangelizar a Japón.
Ante la insistencia crítica de Valignano, el Vaticano no cede y, antes al contrario,
publica nuevas Bulas en 1600 y 1608 confirmando la primera autorización de Sixto V.
El hecho es que, ante una posible confusa situación jurídica, durante los años
siguientes frailes agustinos, franciscanos y dominicos desarrollaron “en paralelo” con los
jesuitas una profunda labor evangelizadora en Japón entre los “pobres” de las ciudades.
Abrieron hospitales para los indigentes, promovieron el uso del agua bendita, medallas… Y ya
en el año 1614, después de que se habían expulsado ya misioneros extranjeros, residían en
Japón 14 franciscanos, 9 dominicos y 4 agustinos. Su labor fue fecunda bautizando millares de
fieles.
Es evidente el contraste entre los dos métodos de evangelización empleados: i) los
jesuitas ante una “sociedad vertical” y de elevada cultura, se acercaban a las clases altas y
presentaban un Cristianismo de “injerto” vivificador de los valores positivos culturales existentes
en el país; ii) los frailes, por el contrario, predicaban a un Cristo pobre a los pobres y
consideraban la tierra nativa “vacía” (“tamquam tabula rasa”) donde se plantaba la semilla
cristiana, tal como se hacía en las colonias iberoamericanas del Nuevo Mundo.
El gran humorista escritos británico católico G. B. Chesterton describió con una
luminosa imagen impactante la metodología evangelizadora del “tamquam tabula rasa”: “Es
como si la gracia sobrenatural del Cristianismo se encasquetase en forma de un sobrero de
copa sobre el cuerpo desnudo del hombre”.
El caso es que por toda una serie de incidentes, que se expondrán brevemente en la II
Parte de esta conferencia, a partir de los años 1580’s fueron aumentando el número de
contactos religioso – comerciales – políticos entre Japón y Manila, con el cambiante talante del
ambicioso y extravagante nuevo Caudillo japonés Hideyoshi Toyotomi (1536 – 1598) que fue
debilitando su apoyo oficial a los jesuitas aumentando su aparente simpatía por los frailes de
Manila, visionando proyectos fantásticos sobre la posible conquista japonesa de Corea, China y
las Filipinas.
Debemos recordar el fruto de los misioneros jesuitas que en 1614 contaban con 143
sacerdotes, 2 colegios, 24 residencias y contaban con la ayuda imprescindible de hasta 250
catequistas laicos japoneses.
Y, en total, parece ser que la comunidad cristiana japonesa llegó a sobrepasar los
300.000 fieles. El historiador católico inglés M. Steichen establece que hay evidencia
documental sobre la existencia de más de 50 daimyos cristianos, dos hijos de Nobunaga, un
sobrino de Hideyoshi, el médico de cabecera de Hideyoshi, esposas de poderosos señores
(como García Hasokawa), camareras del palacio de Yeyasu, nobles, ricos comerciantes,
pintores famosos… Antonio Cabezas llega a concluir que un tercio de las principales familias
japonesas contaban con algún miembro cristiano.
Y ya al final de la I Parte de esta conferencia me parece oportuno recordar la memoria
de cuatro personajes extraordinarios verdaderos protagonistas de las relaciones Padroado
portugués–Japón como misioneros jesuitas.
Fco. Xavier, Alejandro Valignano, Joao Rodrigues y Luis Frois
Francisco Xavier fue pionero en la misión de Japón. Con grandísimas dificultades y
tribulaciones iniciales aprendió a cambiar la estrategia evangelizadora y sembró la primera
semilla cristiana en Japón.
La contribución del italiano Alejandro Valignano fue definitiva. Verdadero genio
organizador, con gran visión y libertad de espíritu, diseñó la conveniente adaptación de la fe
cristiana a la cultura japonesa. Ya hemos mencionado sus importantes escritos.
El tercer personaje, no siempre recordado como se merece, fue un genio lingüístico. Es
el portugués Joao Rodrigues (1561–1633). Fue nada menos que el intérprete oficial y agente
general de los jesuitas misioneros ante los sucesivos caudillos Nobunaga, Hideyoshi y
Tokugawa. De aquí que llegó a conocerse como el “tçuzzu” (intérprete).
Fue autor de las tres obras más destacadas de la época, auténtico hito en la historia de
la lengua japonesa, hoy reconocidas por su extraordinario valor lingüístico: “Vocabulario da
lingoa de Japam” (1603); “Arte breve da lingoa Japoa” (1620); y “Arte da lingoa de Japam”
(1604–1608). Presentan un riguroso análisis lingüístico de la lengua japonesa, con un
vocabulario de más de 30.000 palabras. Son también famosas sus descripciones detalladas de
la ceremonia del té (“chanoyu”) y del “ikebana”.
Es natural que su compleja misión como intermediario oficial ante el caudillo japonés ha
merecido críticas y acusaciones. Llegó, en realidad a poseer una invalorable información
secreta sobre gran variedad de temas civiles y religiosos. Ante las crecientes persecuciones
abandonó Japón para Macao el año 1610. Murió en China.
Su papel histórico fue hábilmente interpretado, con las modificaciones inevitables del
guión, en la célebre novela “best seller” “Shogun” de James Clavell y en el serial televisivo
exitoso protagonizado por el piloto inglés–holandés William Adams.
Y me atrevo a añadir a un cuarto jesuita, no siempre tan conocido, pero hizo una
contribución importante para el conocimiento de la cultura japonesa en Occidente. Me refiero a
Luis Frois (1532–1597). Llegó a Japón en 1569 y alcanzó un alto nivel de la lengua japonesa.
Publicó varias obras. Destaca su voluminosa “Historia de Japón”, editada entre 1576–1684 en
cinco volúmenes por Jose Wicki, Lisboa, Biblioteca Nacional.
También es autor de un precioso manuscrito, descubierto por el erudito Jose Franz
Schutte en la Biblioteca de la Real Academia de Historia de Madrid, titulado “Tratado en que se
contiene muy sucinta y abreviadamente contradicciones y diferencias de costumbres entre las
gentes de España y esta provincia de Japón”. Fue redactado hacia el año 1585 y llegó a
utilizarse ampliamente en la formación de los jesuitas misioneros. Su contenido sorprende en
especial por su aguda observación al destacar el delicado sentido de la belleza que los
japoneses encuentran en objetos imperfectos, rústicos, simples y con la pátina del paso del
tiempo…
Y veamos ya el sumario de las actividades hispanas en el Extremo Oriente bajo el
Patronato Español.
II PARTE: Comercio y evangelización en Filipinas y Japón bajo el Patronato Español
Ya hemos mencionado en la Introducción la presencia descubridora española en “El
Lago Español” (Océano Pacífico) en los siglos XVI–XVII.
La ciudad de Manila era ya española desde mayo de 1571 y fue Urdaneta quien
encontró la mejor ruta marítima Manila–Acapulco para los galeones españoles.
Japón, sin embargo, se encontraba dentro de la jurisdicción portuguesa del Padroado
acordado. Así, todo el archipiélago japonés era territorio vedado a los navegantes y misioneros
españoles.
En realidad, existía un comercio japonés privado con Filipinas antes de la llegada
española a Manila. Y así lo escribía Legazpi a Felipe II en su carta de 23 de junio de 1567
desde Cebú:
“Más al norte de donde estamos (Cebú), o casi al noroeste no lejos de aquí están unas
islas grandes que se dicen Luzon y Mindonoro donde vienen los chinos y japoneses cada
año a contratar. Y lo que traen es sedas, telillas, campanas, porcelanas, olores, hierro,
estaño, mantas de algodón pintadas y otras menudencias. Y al retorno se llevan el oro y la
cera. La gente de estas dos islas son moros, compran lo que traen los chinos y japoneses y
lo contratan ellos por todo el archipiélago”.
Este comercio existía realmente y como bien explica Antonio Cabezas:
“Legazpi después de fundar Manila dio la bienvenida a los inmigrantes chinos. Tres años
después ya eran seis los juncos chinos que acudían regularmente a Manila repletos de
sedas. Parte se quedaba allí para confeccionar los famosos mantones y otras prendas
femeninas, parte se remitía a México y España, y parte lo compraban los japoneses que
deseaban romper el monopolio portugués. El propio Gobernador de Manila, Don Gonzalo
Ronquillo de Peñasola, fue quien abrió el barrio chino en 1580 y el barrio japonés dos años
más tarde. Llegaron a vivir en él un máximo de mil quinientos residentes japoneses que se
ocupaban del comercio o de ser guardaespaldas y mercenarios cuando se precisaba. La
cristianización del barrio japonés se encomendó a los franciscanos, y la del barrio chino a
los dominicos”.
Así las cosas, el 5 de agosto de 1584 un galeón español con cuatro frailes españoles a
bordo (2 dominicos y 2 franciscanos) desviados por un recio temporal llegaron accidentalmente
a las costas de Hirado (isla sur de Kyushu), en su travesía regular Macao–Manila. Las
autoridades de Hirado recibieron con entusiasmo a los inesperados visitantes, deseosos de
comenzar relaciones comerciales con Manila, rompiendo el monopolio portugués de Nagasaki.
En realidad, a los pocos meses después del incidente, el arrogante nuevo caudillo
japonés Hideyoshi escribía una amenazante carta dirigida al Gobernador de España en
Filipinas, Don Pedro Gómez Pérez Dasmariñas. En ella afirmaba que con su campaña a Corea
y China quería extender su poder hasta las Filipinas y, en caso de que no le enviase una
embajada con tributos, llegaría a Manila con sus tropas.
La misiva llegó a Manila el 31 de mayo de 1592, y aquel mismo día Dasmariñas
informaba a Felipe II y le pedía refuerzos de gente recia castellana y abundantes armas con
cañones.
Me parece oportuno interrumpir la relación histórica para recordar dos incidencias de
religiosos españoles que bien demuestran la inseparable unión de la Cruz y la Espada por
aquellos años, y su decisiva importancia en la evangelización del Extremo Oriente.
El jesuita español Alonso Sánchez insistió repetidas veces, con el visto bueno de la
Audiencia de Manila, de su propuesta formulada en Madrid en 1586 de que Felipe II entrase en
guerra contra China para que los emperadores y mandarines del Celeste Imperio permitieran
libremente predicar el Evangelio.
Poco después, el 1º de mayo de 1588 el fraile agustino Francisco Martín escribía a
Felipe II un documento relatando su estancia en Japón. Después, tras una descripción muy
alentadora de las riquezas y abundancia de aquel país termina con la siguiente sugerencia:
“Si Vuestra Magestad tuviere de entrar por vía de guerra en la China y tomarla, ha de ser
por allí (Japón) procurando que los reyes (daimyos) estuvieren de parte de Vuestra
Magestad, los cuales aunque no fueran sino los cuatro cristianos podrán ir más de cien mil
hombres de guerra; y capitaneando de los nuestros era fácil de tomar la China, porque son
muy valientes estos japoneses y atrevidos y crueles temidos por los chinos”.
Afortunadamente, Felipe II no se interesó por las atrevidas e iluminadas sugerencias,
sino que las desechó por completo al no querer conflictos ni con China ni con Japón. Nuestro
buen monarca tenía bastante con soportar el desastre de la Armada Invencible en 1588.
Y volvamos con la reacción del gobernador Dasmariñas.
Como respuesta oficial de Dasmariñas a la arrogante misiva de Hideyoshi se decidió
enviar al dominico Padre Juan Cobo, acompañado por el capitán Lope de Llanos, con una carta
fechada el 11 de junio de 1592 que no fue entregada al caudillo japonés hasta el 15 de agosto.
Se celebró la entrevista y fue cordial y tuvo lugar en el cuartel general de Hideyoshi con
las tropas necesarias para la invasión inmediata de Corea.
Los españoles reafirmaron su intención de amistad, pero no de vasallaje.
Fray Cobo murió a su regreso en el navío que le transportaba a Manila.
El 28 de mayo de 1593 Dasmariñas envió una nueva embajada oficial a Hideyoshi con
cuatro frailes franciscanos dirigidos por su superior el Padre Pedro Bautista Blázquez. Los
españoles obsequiaron al caudillo japonés con un brioso caballo mexicano enjaezado, un
vestido castellano, un espejo grande y un escritorio dorado.
Hideyoshi amable invitó a los embajadores a conocer a su corte y a visitar sus palacios
de Kyoto, Fushimi y Osaka.
Los frailes se quedaron en Kyoto y edificaron una pequeña iglesia en el terreno cedido
por Hideyoshi, un convento de leprosería y un hospicio.
Estas actividades de los franciscanos violaban los decretos japoneses, ya de comienzo
de persecución, y la Bula de Gregorio XIII sobre el monopolio evangelizador de los jesuitas,
pero se justificaba aparentemente porque los frailes no habían llegado a Japón en calidad de
misioneros evangelizadores sino como embajadores de Gobernador de Manila.
A partir de esta fecha se produjo un constante goteo de frailes en Japón procedentes
de las Filipinas.
El caprichoso Hideyoshi, sin ningún interés por la religión y consumado mujeriego (se
afirma que en 1584 albergaba todo un harén de 120 concubinas en su castillo de Osaka que
pronto llegó a duplicarse…). Consumado político, su intención al permitir la estancia de los
franciscanos era simplemente un puro cebo para atraer los comerciantes de Manila.
En realidad, los frailes menos decididos a adaptarse a las costumbres japonesas (como
había insistido y advertido Valignano), cada vez se comportaron más desobedientes a las
prohibiciones de Hideyoshi contra el Cristianismo, acercándose más a los pobres y oprimidos,
con un claro abuso de su status diplomático, desoyendo las advertencias de los jesuitas.
Y fue precisamente por aquellos inciertos días, en octubre de 1596 cuando ocurrió un
desafortunado incidente que tuvo graves consecuencias adversas a todos los misioneros,
incrementando un ambiente hostil y desconfiado de los japoneses hacia todos los misioneros.
El hecho es que el galeón español San Felipe, en su ruta habitual de Manila hacia
Acapulco, naufragó casualmente en las costas del sur de Tosa. Llevaba un pasaje de 233
personas (entre ellas cuatro frailes agustinos, dos franciscanos y un dominico). Después de
prestar toda la ayuda necesaria a los náufragos españoles, las autoridades del lugar decidieron
incautarse de su rico cargamento.
Después de efectuar las protestas correspondientes y aquí se centra la importancia
histórica del evento, se afirma que el piloto (o capitán) español mostró un mapamundi
“destacando la grandeza del vasto imperio español y añadió que el brazo largo del soberano
español pronto alcanzaría Japón”… Las versiones del incidente son diversas. Otra afirma que
en el imperio español “primero avanza la Cruz y después llega la Espada”.
El caso es, que Hideyoshi reaccionó de forma violenta y no se hizo esperar. El 8 de
diciembre comenzaron las redadas persecutorias en Kyoto y el 6 de febrero de 1597 los 26
primero mártires japoneses fueron ejecutados (entre ellos, 6 franciscanos, 3 jesuitas y 17
seglares).
La persecución remitió después en cierto grado y frailes españoles continuaron
llegando de Manila, al propio tiempo que seguía un comercio bilateral Japón–Filipinas.
En septiembre de 1598 murió el monarca español Felipe II y el caudillo japonés
Hideyoshi.
Como resultado de la decisiva batalla final de Sekigahara en el año 1600, Tokugawa
Ieyasu confirmó su poder absoluto sobre todo Japón y, en 1603, el emperador Yozei II le
nombra oficialmente Shogun de todo el país.
Unos meses antes naufragaba, en abril de 1600, en la isla de Kyushu el experto piloto
inglés William Adams que pronto se convirtió en valido asesor de Tokugawa en asuntos
técnicos navales, comerciales y de relaciones con el exterior. A bordo de un barco holandés
llegó a Japón, después de cruzar el Estrecho de Magallanes.
Su presencia ante el Shogun avivó la animadversión contra los misioneros católicos
españoles y fue propiciando más relaciones con ingleses y holandeses.
Con todo, con el permiso del nuevo Shogun Tokugawa se reabrieron las relaciones
diplomáticas con Manila y, en realidad, a partir de 1602, se estableció una relación fija de un
barco que iba y venía de las Filipinas todos los años, cargado de mercancías, cuyo flete se
estimaba en unos 15.000 pesos anuales. Los nombres de los barcos llegaron a ser conocidos
en todo Japón: “Santiaguillo”, “Santa María de la O” y “San Ildefonso”.
Otro naufragio español en las costas japonesas propició unas mejores relaciones
España–México–Manila–Japón.
Ocurrió lo siguiente.
El 30 de septiembre de 1609 la nao española “San Francisco” chocó contra unos
arrecifes de la costa japonesa y se hundió. A bordo navegaba el ilustre D. Rodrigo Vivero y
Velasco (sobrino de Luis de Velasco, virrey de Navarra y de Nueva España) que era el actual
Gobernador y Capitán General de las Filipinas.
Vivero pasó diez meses en Japón con trato directo con Ieyasu llegando a esbozar un
principio de acuerdo bilateral de comercio entre Japón y México (1609–1610), con respeto a los
misioneros para que predicasen libremente el Evangelio y además pidiendo la expulsión de
unos “piratas” holandeses presentes en Japón.
Me parece interesante citar unos párrafos significativos escritos por Rodrigo Vivero en
su relación del viaje a Japón del año 1609. Así describe la ciudad de Yedo:
“Tiene esta ciudad ciento cincuenta mil vecinos. Y aunque vate la mar en las casas de ella,
entra un río caudaloso por medio del lugar y en él barcas de razonable porte, que las naos
no pueden por no ser tanta la hondura. Por este río, que se dibierte y desangra por muchas
calles viene la mayor parte del bastimiento con tanta comodidad y a precios tan varatos
que come un hombre razonablemente con medio real cada día. Y aunque los japoneses no
gastan pan sino por género extraordinario, como fruta, no es encarecimiento decir que el
que se hace en aquel pueblo es el mejor del mundo; y porque le compran pocos, vale casi
de valde. Las calles y sitio de esta ciudad tienen tanto que ver cuanto hay que considerar
en su govierno, porque se puede competir con el de los romanos. Pocas calles hay una
mejor que otra sino todas en igualdad y proporción anchas, largas y derechas mucho más
que las nuestras en España. Las casas son de madera y de dos altos algunas, aunque no
todas. Y dado que parecen mejor las nuestras por de fuera, el primor de aquellas por de
dentro les hace grandísima ventaja; y la limpieza de las calles es de portales y están
distintimaente separadas conforme a los oficios y personas: en una calles carpinteros, sin
que se mezcle otro oficio ni persona; en otra zapateros, herreros, sastres, mercaderes y, en
suma, por calles y barrios todos los oficios de géneros diferentes que se pueden
comprehender y muchos que en Europa no se usan porque los de plata tienen barrio solo,
los de oro también, los de seda y otros géneros con la misma orden, sin que se vea un
oficio encontrado en la calle de otro. Hay sitio particular y calles para la caza, así de
perdizes como de ansares, Cabarcos, grullas, gallinas y todo genero de bolateria en
abundancia. En otra calle se pone la caza de conejos, liebres, jabalíes y venados de que
también hay incomprehensible número. Otro barrio hay que llaman la pescadería, que por
su curiosidad me llevaron a que la viese, porque se venden en él todos los géneros de
pescado de la mar y de los ríos que pueden desearse, secos, salados y frescos y en unas
tinas muy grandes llenas de agua mucho pescado vivo, de manera que a la medida del
gusto le halla quien le quiere comprar; y como son tantos los vendedores, salen al camino y
hacen barata conforme al tiempo y a la necesidad en que se ven. El barrio de la verdura y
de la fruta está también de por sí y no es menos de ver que todo lo que he dicho, porque
además de la abundancia y diversidad, la limpieza con que está puesto causa apetito a los
compradores. Hay también calle y calles de solos mesones, sin que se atraviese otra en
medio. Hay calles donde se alquilan y venden cavallos, y es tal la copia de ellos que
cuando llega el caminante, que es la costumbre mudar cavallo cada dos leguas, son tantos
los que le salen a combidar y a mostrar el buen paso de su cavallo que apenas sabe como
escoger. El barrio y calle de las malas mujeres siempre le tienen en los arrabales del lugar.
Los cavallos y señores están en calles y barrios que hacen división de lo demás del pueblo,
y con estos no se mezcla hombre común ni persona que no sea de su calidad. Y conócese
bien estor en que solo ellos tienen las armas pintadas y doradas en lo alto de las puertas
de sus casas; y en esto gastan tanto que hay portada que cuesta más de veinte mil
ducados…”
Y un poco más adelante, en una segunda Relación del gobernador de Manila, Don
Rodrigo Vivero así describe los productos del Japón y otras características de la sociedad
Tokugawa:
“Es prosperísima la tierra de oro y plata, y si tuvieran mineros y azogue sacarían más
cantidad. El arroz es el sustento ordinario, aunque se da trigo, mejor y más fértil que en
España, porque de una anega es lo ordinario coger cincuenta. Comen el pan como fruta y
en poca cantidad. No comen carne sino la que matan cazando; y de caza y de pesca tienen
más abundancia que nosotros: venados, conejos, perdizes, cavacos, y toda caza de
bolateria que cubre los ríos y lagunas. En el Reino de Boju tienen rico de oro, a la punta de
él cogen algodón de que hacen mantas y cáñamo. Los cavalleros se visten de seda, y no
es buena la de Japón; tráenla cada año de China, con muchas pinturas y labores. Y traen
los señores grandes acompañamientos, y respétanlos de tal manera los oficiales y gente
ordinaria que, en pasando por la calle, se postran en tierra. El barniz de los escriptorios y
bufetes, que es como resina de un árbol, no se sabe otro que le iguale, y así tienen
lindezas peregrinas de este género. Y el de sus espadas y catanas también es cosa rara,
porque hay una catana que se aprecia en cien mil ducados; y eso cosa muy cierta que
cortan un hombre, cruzadas las piernas, de arriba abajo. Y ríense de que estimemos un
diamante o un rubí, diciendo que la estimación verdadera se ha de hacer de las espadas.
Los señores del Japón son como señores de titulo y gozan con “mero mixto imsperio” todo
lo que hay en sus estados, y dan la renta de ellos y la quitan como es su voluntad a sus
criados y deudos; y acabados o mudados se mudan todos los suyos, y los criados tienen la
obligación de acudir a todos los servicios así en la guerra como en la paz, y a los
acompañamientos diarios de su señor, con que son muy servidos y venerados en sus
idolatrías…”
Y sigamos con la estancia de Don Rodrigo Vivero y Velasco en Japón.
Estaba familiarizado con la metalurgia de las minas de plata que España explotaba en
México. Se dio cuenta que podía ser el interlocutor ideal con Ieyasu y su hijo Hidetada,
consiguiendo llegar a un acuerdo entre Japón y España. Soñaba con la ilusión de ser artífice
en el establecimiento de unas relaciones directas comerciales y diplomáticas entre el virreinato
de Nueva España y Japón.
Ieyasu, al fin, ofreció a Don Rodrigo volver a México con un navío construido por los
japoneses bajo la supervisión del piloto inglés William Adams.
Vivero declinó la oferta y prefirió esperar a que el galeón español “Santa Ana”, anclado
en Bungo, terminase de ser reparado.
Entretanto, Vivero se entrevistó con el franciscano Luis Sotelo, todo un discutido
personaje como ya veremos después, experto misionero sevillano en Japón. Le pidió que
actuase de intérprete ante Ieyasu y le entregó un borrador de acuerdo definitivo para que lo
negociase con el Shogun. En resumen, su contenido pedía la garantía de un buen trato a los
españoles que llegasen a Japón, libre predicación de los frailes y que las mercancías traídas a
Japón serían vendidas a un precio justo.
Ieyasu dejó para más adelante todo lo concerniente a la navegación, construcción de
barcos y petición de mineros de México. De momento solo insistía en establecer una vía directa
comercial con Nueva España.
Luis Sotelo era en realidad un “visionario”, que se creía ser el artífice responsable de
cumplir una elevada misión, actuando de inspirado intermediario ante las autoridades
españolas y japonesas. Rezumaba optimismo exagerado, no compartido por otras fuentes
españolas.
Al fin, Sotelo se ofrece al Shogun como embajador ante la corte española y conseguir
la tan deseada colaboración.
Enterado Don Rodrigo de los “altos” planes del fraile franciscano decide reconducir la
situación y apartarle de su pretendida “misión”.
Vivero se embarca en el “San Buenaventura” junto con unos 30 comerciantes
japoneses, bajo el mando de Tanaka Shosuke (próspero comerciante de Kyoto y experto en la
obtención de metales, muy interesado en conocer la tecnología española en la extracción
beneficiosa de la plata de Nueva España). Acompaña la embajada Fray Alonso Muñoz como
enviados del Shogun al Rey de España. El buque arribó el 13 de noviembre de 1610.
La llegada de la expedición de Vivaro en Acapulco despertó gran interés y aceleró el
regreso de algunos japoneses a Japón y el viaje del fraile Alonso Muñoz a la corte de Felipe III,
para preparar adecuadamente el programa de relaciones bilaterales.
En estas complejas circunstancias apareció un nuevo tema de descubrimiento que
alteró los planes de Vivero.
Una antigua tradición marinera relataba que a la altura de Japón existían dos islas que
la imaginación popular bautizó con los nombres de Rica de Oro y Rica de Plata. En efecto, a
finales del siglo XVI unos navegantes que habían visto con sus propios ojos dichas islas que
ofrecían riqueza inmensa de metales preciosos.
Y a principios del siglo XVII surge la figura de un sacerdote andariego y buen
cosmógrafo que mostraba la situación exacta de las Islas. Este hombre de prestigio fue
enviado por la ciudad de Manila como procurador a la corte española de Madrid en 1605 y
durante su viaje a Acapulco tuvo indicios evidentes de la proximidad de las Islas. Sus
explicaciones conmovieron a todos en Madrid. Y el hallazgo de las islas, según sus
elucubraciones y fantasías marineras, llenaría de barras de oro y plata las enjutas arcas reales
y, al propio tiempo, servirían de base logística a los galeones de Manila muy necesitados de
escala en su larguísima travesía a Acapulco.
Así, empezó a considerarse muy en serio la propuesta de la búsqueda de tales islas
Platarias, sancionada por el rey el 27 de septiembre de 1608, jornada en la que la propuesta
encontró fuerte oposición por un buen número de personajes de la corte, entre ellos el propio
Don Rodrigo Vivero que juiciosamente la estimó “imaginaria y nunca vista por nadie”.
Se produjeron acaloradas discusiones en la corte. Los habitantes de Filipinas, entre
ellos Ríos Coronel, pretendían llevar a cabo el descubrimiento desde Manila, mientras que los
vecinos de México no estaban dispuestos a dejarse escapar tales codiciados recursos en la
navegación por el Pacífico.
Al final, por orden del rey Felipe III se prepara una expedición para el descubrimiento
de las islas ricas de Oro y Plata que parecían estar al este de Japón.
El virrey de México, Don Luis de Velasco puso al frente de la expedición al general
Sebastián Vizcaíno, experimentado marino y explorador de las costas de California.
Según el plan aprobado, Vizcaíno debía presentarse ante el Shogun japonés como
embajador, presentando sus credenciales a Ieyasu y Hidetada. Ofrecería los obsequios
pertinentes y pediría autorización para cartografiar las costas japonesas, en primavera saldría
en búsqueda de las misteriosas islas.
Vizcaíno partió de Acapulco el 22 de marzo de 1611 y arribó a las costas de Japón el
10 de junio. Con la debida licencia el 22 de junio de 1614 marchó a la corte de Edo, como
embajador del virrey de Nueva España, acompañado de una escolta de treinta arcabuceros,
bandera, caja militar y demás aparato. Junto al flamante embajador Vizcaíno le acompañaba
Fray Luis Sotelo en calidad de intérprete.
En septiembre de 1612 partieron de Japón en busca de las islas ricas de Oro y Plata.
Después de dos meses de búsqueda infructuosa Vizcaíno regresó a Japón con su navío
seriamente dañado y fue testigo del empeoramiento de las relaciones de Shogunado con los
cristianos.
Sotelo seguía obsesionado con dirigir una nueva embajada a España y Roma para la
libertad de evangelización en Japón y la promoción de comercios bilaterales.
La embajada Keicho a España de Date Masamune y Hasekura Rokuyemon (1613–1620).
Los consejeros del Shogun, al fin, vieron una oportunidad en el feudo de Oshu, bajo su
poderoso daimyo el gran Date Masamune, al presentar sus puertos mejores condiciones para
asegurar el éxito de la embajada y se construyó un nuevo barco con la ayuda técnica de
carpinteros navales del Shogunado.
En mayo de 1613 Vizcaíno había caído enfermo y accedió a llegar a un acuerdo con
Masamune, señor de Sendai. Ieyasu y Hidetada se reunieron con Masamune y el mismo
Vizcaíno.
El 19 de octubre se redactaron las cartas para el Virrey de Nueva España, Felipe III y el
Papa.
Masamune no era cristiano, vivía con esposa y trescientas concubinas con jugosos
jovencitos a su disposición.
Entonces, conseguidos todos los permisos y medios del Shogunado, Masamune
nombró a un samurai suyo Hasekura Rokuyemon como embajador de la legación que
acompañaría a Sotelo y Vizcaíno.
Terminado el nuevo barco, bautizado San Juan Bautista, de 500 toneladas, zarpó de la
bahía de Tsukinoura, cerca de Sendai, rumbo a Nueva España el 27 de octubre de 1613.
La legación estaba compuesta por Vizcaíno, fray Luis Sotelo con dos frailes
franciscanos y Hasekura con una comitiva de unos 140–150 comerciantes y unos diez
japoneses vasallos de Mukai Shogen.
Ya en alta mar, los japoneses y fray Sotelo tomaron el mando, quedando Vizcaíno
reducido a simple pasajero. La nave llegó a Acapulco el 25 de enero de 1614.
Es oportuno recordar que Acapulco era el único puerto autorizado para comerciar con
las Filipinas y los cargamentos que llegaban, al principio limitados a especias, fueron
aumentando en cantidad y variedad a medida que Manila crecía con afluencia de comerciantes
procedentes de las ciudades de México, Guadalajara, Zacatecas, Cuernavaca, etc… y junto
con los hacendados, marinos, mujeres de mala vida, curanderos, comerciantes, mendigos y
arrieros formaban una de las ferias más renombradas en aquellos tiempos.
La comitiva tras permanecer algún tiempo en la ciudad de México partió hacia Veracruz
con el objetivo de zarpar rumbo a España con la fecha prevista del 10 de junio de 1614. No
pudiendo desplazarse toda la comitiva, Hasekura seleccionó un grupo pequeño de unos 30
japoneses, ordenando que el resto volviera a Acapulco en espera de su regreso.
Embarcaron en el galeón San Jusephe con fray Luis Sotelo. Arribaron a San Lucas de
Barrameda el 5 de octubre de 1614. El duque de Medina Sidonia envió carrozas para recibirlos
y acomodarlos. Hizo armar dos galeras para llevar la comitiva a la ciudad de Coria. Multitud de
gabarras y falúas transportaban la carga hasta Sevilla debido al calado del río que presentaba
un pronunciado meandro en Coria.
Desgraciadamente, las Actas Capitulares del Archivo Municipal de Coria llegan
solamente hasta 1612 para reanudarse en 1678.
La entrada de la comitiva en Sevilla fue apoteósica. A veintiuno de octubre de 1614 la
ciudad envió carrozas, cabalgaduras y gran número de caballeros y nobles.
Cerca de Triana, y antes de cruzar el puente, se multiplicó de tal manera el número de
carrozas, caballo y gente de todo género que no bastaba la diligencia de alguaciles y otros
oficiales de justicia para poder atravesarlo. Finalmente, apareció el conde de Salvatierra,
Asistente (Alcalde) de la ciudad. La comitiva se dirigió al Alcazar Real, adornado con tapices y
ornamentos de gran valor y allí se designaron los aposentos reales para el Embajador
Hasekura y otros aposentos para toda su comitiva. El Asistente en persona favoreció
especialmente al Embajador con varios entretenimientos de comedias, danzas y festines como
hicieron muchos caballeros, prelados, religiosos y en especial Jueces Oficiales Reales
ofreciendo cada uno un regalo en nombre de la casa.
El cabildo hispalense se reunió el 8 de octubre para dar lectura a las cartas dirigidas a
la ciudad por Hasekura y Sotelo. El día 27 el Embajador fue recibido por el Cabildo en pleno.
Allí se leyó la carta de Date Masamune, traducida al español, con fecha en Sendai de 26 de
octubre de 1613.
Entretanto, el Consejo de Indias y el del Estado en Madrid examinaron cuidadosamente
los términos de la embajada, considerando las cartas que había enviado Vizcaíno desde
México, el virrey Guadalcazar y, desde Sevilla, el poderoso Presidente de la Casa de la
Contratación, Don Francisco de Uarte. Además del memorial enviado desde San Lucar de
Barrameda por el duque de Medina Sidonia.
Al fin, el 25 de noviembre de 1614 la comitiva partió para Madrid a quien se trató con
grandes honores por todo el camino, en especial en Córdoba. En Toledo visitaron al Arzobispo
y entraron en Madrid el 20 de diciembre con grandes fríos y nevadas.
El día 30 de enero de 1615 fueron recibidos por el rey Felipe III. Hasekura transmitió el
mensaje de Masamune pidiendo que se enviasen predicadores franciscanos y la protección de
la Corona al comercio en el feudo de Oshu con Nueva España. Fray Sotelo explicitó los deseos
de Ieyasu y Hidetada de establecer una alianza con España y entregó las cartas que ambos
caudillos enviaban al monarca español.
El rey contestó que se examinarían las peticiones en el Consejo de Estado donde todo
este asunto de la embajada quedaba encomendado dentro de la adecuada perspectiva
diplomática de España en Asia.
En el Monasterio de las Descalzas Reales el embajador Hasekura fue bautizado
actuando de padrinos el duque de Lerma y otros nobles.
Entretanto fray Sotelo se dedicaba a gestionar la autorización de su “misión” en la
Corte de Madrid, incluyendo una visita a Roma para pedirle un nuevo obispo para aquella
floreciente comunidad cristiana. Sin olvidar su insistencia en pedir envío de nuevos misioneros
franciscanos desde México, a bordo de un navío anual que asentara el comercio directo en el
territorio de Date Masamune.
Pero, al fin los planes de Sotelo no encontraron el apoyo deseado en Madrid por varios
motivos: i) la plata que podría llegar a Nueva España desde Japón resultaría una infracción de
los acuerdos luso–españoles; ii) la dimensión política de Date Masamune era la de un simple
señor feudal que no ostentaba el poder nacional de Japón; iii) recrudecimientos de las
persecuciones contra los cristianos en todo Japón desde 1614.
Después de una permanencia ce 8 meses en la corte de Madrid la comitiva fue
autorizada para proceder a Roma y se les concedió un subsidio de 4.000 ducados para el viaje.
Después de pasar por Génova, llegaron a Roma el 25 de octubre de 1615 y, en aquel mismo
día, Hasekura, fray Luis Sotelo y algunos otros miembros de la comitiva se dirigieron al palacio
del Quirinal para ser introducidos al papa por el Cardenal Borghese. Mantuvieron un breve
coloquio.
La acogida resultaba algo ambigua al existir en algunos círculos cierta desconfianza
motivada por una carta del jesuita obispo de Japón, Luis Cerqueira, al General de los jesuitas
en donde se informaba de los planes de Sotelo.
En cualquier caso, la entrada oficial de la embajada en roma tuvo lugar el 29 de
octubre y el 3 de noviembre se celebró en el palacio apostólico la Audiencia Pública en la que
los japoneses fueron recibidos solemnemente por el Papa en presencia de los Cardenales de
la curia, embajadores y noble.
Fray Sotelo conseguía su sueño al entregar personalmente a Paulo V en la tarde del 15
de noviembre de 1615 el documento que contenía sus inspiradas peticiones. Este documento
estaba firmado por Sotelo y cuarenta cristianos japoneses de las ciudades de Miyako, Fushimi,
Osaka y Sakai. Se solicitaba el nombramiento de un arzobispo (naturalmente del buen
franciscano), la construcción de un seminario y la canonización de los mártires franciscanos.
El resultado en definitiva fue que aunque la recepción de la embajada japonesa fue
muy cordial, la Santa Sede no se comprometía a ninguna petición acomodándose con los
deseos del monarca español.
Así, el 7 de enero de 1616 la embajada inicia su viaje de regreso desilusionada y
desmoralizada. Al llegar a Génova Hasekura cayó enfermo.
Con la muerte de Ieyasu Tokugawa el 16 de junio de 1616 Japón estaba a punto de
cambiar su política de auge de comercio y relaciones exteriores.
A mediados de abril de aquel año los consejeros de Indias, con el visto bueno del rey
Felipe III, tomaron las decisiones finales adversas a las peticiones de la delegación japonesa.
Así, se ordenó a los funcionarios de la Casa de Contratación de Sevilla que “sin réplica
ni excusa” embarcasen a Sotelo y Hasekura a Nueva España.
El 4 de julio al fin zarpó Sotelo, Hasekura y cinco criados suyos a México. En Acapulco
les esperaba el barco de Masamune, que a pesar de las prohibiciones españolas, había de
nuevo cruzado el Pacífico cargado de mercancías comandado por Yokozawa Shogen deudo de
Mukai Shogen que había organizado toda la expedición comercial con Date Masamune.
La nao llegó a Manila en julio de 1618.
En 1620 Hasekura obtuvo permiso para retornar a Japón. Llegó a Sendai justo cuando
allí también comenzaba la persecución contra los cristianos. Masamune en más de diez días
no se dio ni por enterado del regreso de su Hasekura.
El hecho es el final de la vida no aparece muy claro, algunas fuentes aseguran que
abjuró del cristianismo y murió dos años después.
Fray Luis de Sotelo volvió a Japón disfrazado de comerciante en 1622. Fue apresado y
quemado vivo cerca de Nagasaki el 25 de agosto de 1624.
El Papa Pío IX lo beatificó en 1867.
Al parecer toda esta desgraciada embajada costó al tesoro español tres millones e
maravedíes.
Ahora bien, esta larga y compleja historia tuvo una consecuencia curiosa.
La embajada japonesa no embarcó en Sevilla a todos los japoneses de la comitiva y,
aunque no hay evidencia documental, es un hecho que unos 15 japoneses no regresaron
nunca a Japón con Hasekura, sino que se quedaron en la ciudad e Coria del Río, cercana a
Sevilla, dando origen al apellido español de “Japón”. Según el censo de Coria del Río de 1989
constan allí registrados:
321 corianos con “Japón” de primer apellido
9 corianos con “Japón” de primer y segundo apellido
500 corianos con “Japón” de segundo apellido
En los últimos años destacan en la sociedad española dos famosos corianos: el árbitro
de fútbol José Japón Sevilla y la bellísima María José Suárez, Miss España, cuyo apellido
“Japón” se perdió en la generación de su abuelo.
Y no fue hasta 1859 cuando Velázquez Sánchez, jefe del archivero municipal de
Sevilla, encuentra la carta original del daimyo Date Masamune en pésimo estado de
conservación y tres años más tarde da a conocer su hallazgo en el libro “La embajada
japonesa”.
En marzo de 1882 el embajador japonés Yda, ministro plenipotenciario del emperador
Meiji en París, realiza una visita cultural a Sevilla y allí puede tener en sus manos la histórica
carta. Después de una minuciosa inspección, el embajador redacta un documento
reconociendo su autenticidad y manifiesta que la familia Masamune conservaba recuerdos de
aquel histórico viaje de 1614.
El 8 de marzo de 1910 el príncipe Iroyasu Fushimi, primo del emperador Meiji con su
esposa, la princesa Tsunko, hija del último Shogun Tokugawa en Japón, visitaron Sevilla y en
el folleto publicado por el cronista oficial Manuel Chavez en aquel año de 1910 sobre “La visita
que a los reyes de España hicieron en Sevilla los príncipes Fushimi de Japón”, se cuenta
detalladamente la embajada Hasekura de 1614.
El 11 de noviembre de 1930 los príncipes Takamatsu (Príncipe Nobuhito – hijo tercero
del emperador Taisho y hermano del emperador Hiroito – con su esposa la princesa Tokugasa
Kikuko) visitaron de incógnito la ciudad de Sevilla. A su paso por la Biblioteca Colombina de
esta ciudad se interesaron por unas cartas de fray Sotelo sobre la embajada Hasekura y su
bautizo en Madrid.
Asimismo, el 18 de octubre de 1973 el príncipe heredero Akihito y su esposa la
princesa Michiko Shoda, visitaron Sevilla. Al terminar su visita al Archivo de Indias de la ciudad
recibieron reproducciones de documentos japoneses del siglo XVII.
El 1985, el hijo mayor del príncipe heredero Akihito, visitó Sevilla el día 21 de agosto,
tras finalizar sus estudios en la Universidad de Oxford. También visitó el Archivo de Indias y
recibió unas reproducciones de la documentación de la embajada Masamune de 1614.
El 20 de julio de 1992 el príncipe heredero Naruhito visita la Exposición universal de
Sevilla.
Unos años antes, en noviembre de 1989, el alcalde de Sevilla visitó la ciudad japonesa
de Sendai con el motivo de la conmemoración de su fundación. El 22 de mayo de 1992 el
alcalde de Sendai Toru Ishii, acompañado de una amplia delegación municipal, visitó Sevilla.
Desde aquel año, Hasekura Tsunegawa tiene su estatua en Coria del Río, regalo de la
Prefectura Miyagi, de donde procedían la mayoría de aquellos primeros embajadores
japoneses.
Y aquí termina esta breve relación sobre la “Embajada Keicho” (1614–1620).
Es interesante añadir la novela del conocido literato católico japonés Endo Shusaku
“Samurai”, en donde se narra la aventura del samurai Hasekura Tsunegawa, embajador del
señor feudal Date Masamune, que con un grupo de japoneses partió de Sendai y después de
cruzar el Pacífico, atravesaron México desde Acapulco hasta Veracruz para después de
navegar por el Atlántico y llegar al río Guadalquivir (Sevilla). Prosiguieron su viaje hasta Madrid,
visitando la corte de Felipe II y después se dirigieron a Roma para una entrevista papal en el
Vaticano.
El gran lingüista Fray Diego Collado O.P.
No se puede silenciar, en esta visión del Patronato Español en el Extremo Oriente, la
emérita obra lingüística japonesa del misionero dominico español Fray Diego Collado.
Extremeño, se graduó en la Universidad de Salamanca, ofreciéndose voluntario al
Padre Fray Alonso Navarrete O.P. (protomártir de los dominicos en Japón en 1617), que
reclutaba jóvenes para las misiones del Extremo Oriente.
Junto con otros 29 voluntarios Fray Diego zarpó de Sevilla rumbo a Filipinas en 1610 a
donde llegaron el año siguiente vía México.
Fray Diego Collado permaneció en Filipinas hasta 1619, año en que sus superiores le
destinaron a la misión dominicana de Japón.
Llegó a Nagasaki aquel mismo año a bordo de un barco que se había comprometido a
llevar varios misioneros de incógnito desde Manila a Japón.
El estado de la misión japonesa era desolador. De los siete frailes dominicos que
quedaban cuatro estaban encarcelados y los otros tres vivían acosados de continuo por las
autoridades.
Desde su llegada Fray Diego se dedicó arduamente al estudio de la lengua japonesa
donde hizo admirables progresos. A principios de 1621 desarrolló una intensa actividad
misionera por diferentes provincias de Japón. En 1622 es nombrado Vicario Provincial de los
dominicos en Japón.
Pronto recibe la orden de regresar a Manila para embarcarse rumbo a Roma y Madrid
a fin de desempeñar el cargo de Procurador General de la provincia de Filipinas.
En septiembre de 1622 antes de zarpar de Nagasaki, es testigo del cruento martirio de
57 cristianos japoneses. En el mes de noviembre Fray Diego abandona Japón rumbo a Manila
y en diciembre embarca allí para Europa. Llegó a Roma en 1625.
A partir de aquel momento se dedica arduamente a defender los intereses del Extremo
Oriente y, en especial, los de Japón y los de las órdenes religiosas que le habían nombrado su
Procurador. Redacta toda una serie de Memorandums y Certificados que presenta ante la
Congregación de Propaganda Fide y ante el rey de España.
En febrero de 1633 el Papa Urbano VIII promulga “Ex debito pastorali officio” por el que
se dictan normas a fin de evitar discordias entre jesuitas y otras órdenes religiosas.
De 1635 a 1637 Fray Diego permanece en las Filipinas. Hacia 1641 (no se conoce la
fecha exacta) perece ahogado en su travesía de vuelta a España.
Y ahora es momento de destacar el gran mérito de las obras lingüísticas de Fray Diego
Collado.
La primera es su gramática japonesa. Fue escrita en latín y tiene un prólogo fechado
en Madrid, 30 de agosto de 1631. Realiza un estricto análisis de la lengua japonesa siguiendo
el orden de la gramática latina de Antonio Nebrija.
Es también autor de un diccionario de la lengua japonesa con un total de 11.462
palabras. Es trilingüe puesto que sus entradas aparecen en latín, español y portugués. Viene
fechado en Roma, agosto de 1632. Utiliza los silabarios “kana” y también los ideogramas
“kanji”. Abunda la terminología de la iglesia católica, que todo misionero debe utilizar, pero
también el vocabulario de vida cotidiana sobre la casa, vestimenta, instrumentos, comidas,
oficios, relaciones de parentesco, entretenimiento, la naturaleza, el cuerpo humano… Distingue
debidamente el lenguaje de género y las diferencias de lenguaje humilde y honorífico. Incluye
también los típicos onomatopéyicos japoneses.
Merece mención especial su obra “Historia eclesiástica de los sucesos de la
Cristiandad de Japón de 1602 a 1620”. Consta de 118 páginas y fue publicada en Madrid en
1633.
En conclusión, se puede afirmar que la obra misionera, histórica y lingüística de Fray
Diego Collado O.P. le colocan entre los destacados españoles auténticos protagonistas del
diálogo cultural España–Japón de la primera mitad del siglo XVII.
CONCLUSIÓN
El impactante “siglo Ibérico de Japón” (1543–1639), con sus pioneras actividades de
comercio cuadrangular (China–Japón–Filipinas–Nueva España), y la evangelización de jesuitas
y frailes bajo las dos jurisdicciones y rutas marítimas del Padroado Portugués y Patronato
Español fueron declinando hasta su total extinción. El sol ya se ponía en el ocaso del imperio
español.
También ahora un breve resumen.
Recordemos que el primer edicto oficial contra el Cristianismo fue promulgado por
Hideyoshi en el año 1587 por el que se prohibía la nueva religión y se expulsaba a los jesuitas.
La verdad es que la aplicación de este decreto fue muy suave. Además, conviene
advertir que el decreto prohibía las conversiones “en masa”, ya que su texto respetaba las
libertades de conciencia individual con la famosa expresión japonesa “kokoro shidai” (cada uno
según su conciencia). La mayoría de jesuitas permanecieron en Japón, con una actitud más
prudente en sus actividades misioneras.
Con todo, el 6 de febrero de 1597 fueron ejecutados los primeros 26 mártires
cristianos (6 franciscanos, 3 jesuitas y 17 seglares).
Tokugawa Ieyasu el 22 de abril de 1612 promulga el segundo edicto de persecución,
prohibiendo a los nobles, samuráis, daimyos que se convirtieran al Cristianismo y mandó
destruir las iglesias, con excepción de unas pocas en Kyoto, Osaka y Nagasaki.
Un nuevo decreto del 17 de enero de 1614, impulsado por el monje Zen budista Suden
(enemigo acérrimo de los jesuitas), puso en marcha una eficaz máquina represiva que iría
extinguiendo la comunidad cristiana japonesa entre insultos, torturas e infamias.
Desde 1623–1629 se introduce la infame costumbre de obligar a pisar a los presuntos
cristianos un retablo de Jesucristo, o un crucifijo o la imagen de la Virgen. Era del desecrable
“fumie” / “ebumi”.
Y en 1640 se establece definitivamente la “Inquisición japonesa” (“Shūmon– aratame”).
Se obliga a todos los japoneses a empadronarse en una secta budista. En 1665 se completó
con el “terauke”, s decir, cada familia debía expresar a qué templo budista pertenecía. De esta
manera se controlaba la exacta afiliación religiosa de todo japonés. El templo budista venía
obligado a garantizar la veracidad de tal empadronamiento que, a su vez, venía controlado y
vigilado con la ayuda de los “gonin–gumi”, grupos de cinco personas de cada localidad que
eran responsables de tal cumplimiento.
Por aquellos años 1620 se estima que residían en Japón un total de 115 jesuitas (un
obispo, un viceprovincial, 62 sacerdotes – casi todos extranjeros – y 52 hermanos coadjutores).
Solo unos 27 consiguieron evadir la expulsión de Japón.
Los franciscanos tenían 14 misioneros, la mitad pudo esconderse sin abandonar
Japón.
Los dominicos contaban con 9 misioneros de los que quedaron siete en el archipiélago.
Y de los 4 agustinos solo uno permaneció en la misión.
No sorprende tampoco que en 1663 se incorporara una cláusula en el famoso Código
de las Casas Militares (“Buke–shohatto”), compuesto por el monje Zen Zuzen y con la ayuda de
sabios confucionistas como Hayashi Razan, por la que se prohibía el Cristianismo en todas las
provincias y localidades.
No disponemos de estadísticas sobre el número de cristianos bautizados en Japón.
Unos autores mencionan más de 150.000, otros unos 300.000, y hay quienes llegan a afirmar
que su número alcanzó la cifra de 700.000 (Ver importante cita de la excelente obra de Jesús
Gonzáles Valles O.P. “Historia de la Filosofía japonesa”, Tecnos, Madrid, 2000).
El mismo problema tenemos con el número de mártires de Japón. No me atrevo a
sugerir cifras concretas. Solo puede afirmarse que varios miles de ciudadanos del País del Sol
Naciente testimoniaron su fe cristiana muriendo mártires en el archipiélago.
Los hubo de todas las edades, viejos, adultos, jóvenes, hasta hay evidencia de un bebé
martirizado. Hombres y mujeres. Pertenecían a todas las clases sociales: un daimyo, samuráis,
exbonzos, comerciantes, maestros, médicos, artesanos, labradores, pescadores, mendigos
hasta leprosos…
Para un detalle truculento del “holocausto” cristiano en Japón consultar la singular obra
de Antonio Cabezas “El Siglo Ibérico de Japón”.
Y, naturalmente, el comercio ibérico fue desapareciendo. En 1624 se rompen las
relaciones comerciales con Manila.
Macao prohibió el envío de misioneros al Japón en 1628 y así hizo el rey Felipe III
aquel mismo año.
Junto con los decretos oficiales del Shogunado contra el Cristianismo se fueron
promulgando una serie de decretos que fueron cerrando las puertas al exterior, causando el
famoso “sakoku” = aislamiento.
El primer edicto de 1633 prohibía la salida de cualquier barco y de cualquier ciudadano
japonés al exterior sin permiso oficial del Shogunado, se condenaba a muerte a cualquier
japonés que después de residir en el extranjero intentaba regresar a Japón (con unas muy
pocas excepciones) y se extremaba la vigilancia sobre la posible entrada de barcos con
misioneros a bordo.
Un segundo decreto en 1634 y un tercero en 1635 prohibían la salida de cualquier
barco al exterior.
El cuarto edicto de 1636 obligaba a todos los descendientes de españoles y
portugueses a abandonar Japón bajo pena de muerte. Se acrecentaba la recompensa por toda
denuncia de “bateren” (misioneros extranjeros) ocultos en Japón.
En 1639, después de la revuelta de Shimabara, se prohibía la entrada de cualquier
barco portugués bajo la amenaza de su destrucción y ejecución de tripulantes – pasajeros.
En 1636 se confinaron unos pocos portugueses en la isla de Deshima que pronto que
pronto abandonaron Japón y en 1641 se obligó a los holandeses a confinarse en dicha isla
(única residencia autorizada para extranjeros en el largo periodo Tokugawa 1600–1867). En
1640 el Shogunado arrestó a 74 tripulantes que llegaron a Nagasaki procedentes de Macao
con la intención de reanudar el comercio entre las dos ciudades. 71 fueron inmediatamente
ejecutados y los restantes chinos pudieron regresar a Macao.
A partir de estos años de aislamiento exterior el Shogunado Tokugawa solo mantuvo
comercio con Corea, las islas Ryukyu y unas muy limitadas operaciones con los holandeses y
chinos en Nagasaki. Estos muy reducidos contactos con los holandeses desarrolló en Japón lo
que se conoce como “rangaku” (el saber de Holanda) que permitió cierta asimilación de los
avances científicos europeos en especial en medicina, ciencias físicas, estrategia militar,
lengua holandesa…
Me parece interesante la cita de dos ilustres historiadores británicos que bien pueden
resumir la breve “historia” del Siglo Ibérico en Japón.
El conocido japonólogo G.B. Sansom escribe:
“El Shogunado Tokugawa con su decidido empeño de crear un estado totalitario y
centralizado, con absoluto control sobre toda la vida (política, económica, religiosa y moral)
de los ciudadanos no podía permitir el riesgo de que algunos daimyos del oeste de Japón y
de la isla de Kyushu llegasen a prosperar tanto con el comercio y trato con los extranjeros
que pudieran presentar una seria amenaza de independencia y autonomía con la ayuda de
España y Portugal”.
Y el reconocido historiador Arnold Toynbee en su obra “A Study of History” concluye:
“En el siglo ibérico de Japón el regalo principal que Occidente ofreció a Japón fue el
Cristianismo, mientras que en 1868 (Restauración Meiji del Moderno Japón) fue la técnica”.
No podría terminar este triste final de la desaparición del Cristianismo en Japón sin
citar una experiencia insólita en la historia.
Después de unos 250 años de atroz persecución y prohibición más absoluta del
Cristianismo en Japón, resulta que durante todo ese largo periodo perseveró un pequeño grupo
de cristianos de catacumba escondidos (“kakure–kirishtan”). Sin la ayuda de ningún sacerdote
ni apoyo de misioneros algunos del exterior conservaron su fe cristiana en secreto. Su número
pudo ser de unos diez mil fieles, pobres pescadores y campesinos de Kyushu.
En efecto, el 17 de marzo de 1865 el francés misionero Padre Petitjean recibió una
inesperada visita en su pequeña capilla recién abierta en Nagasaki. Los visitantes de pobre
apariencia le formularon las siguientes tres preguntas como saludo: i) ¿cuál es tu fe? (R/
Jesucristo resucitado); ii) ¿quién es esa señora de la imagen? (R/ La Virgen María Madre de
Jesús); iii) ¿dónde está tu mujer? (R/ No la tengo porque los sacerdotes católicos no nos
casamos). Entonces, el más anciano del grupo esbozó una gran sonrisa y confesó: “Tu corazón
es el mismo que el nuestro. Nosotros también somos cristianos”.
Alguna otra fuente, añade cuarta pregunta: iv) ¿quién es tu máximo superior en la
Tierra? (R/ El Papa de Roma).
Impresionante testimonio en la historia de la Iglesia.
Y como punto final, ruego me perdonen mi pobre y muy imperfecta presentación de
este maravilloso Siglo Ibérico de Japón (1543–1636) que, creo, deberíamos recordarlo como
“memoria histórica” inapreciable para estimularnos a un esfuerzo inquebrantable por el
descubrimiento / innovación de nuevos modelos culturales creativos en nuestra sociedad
actual, no motivados ni por la codicia de fatuos El Dorado de Oro y Plata, ni por la imposición
forzada de nuestra fe cristiana, si no por un espíritu abierto al mundo, esforzándonos por una
calidad de vida personal, libre de un consumismo materialista y por una efectiva solidaridad con
los que sufren y no tienen, y por un respeto medioambiental que nos asegure la continuidad de
vida sostenible en nuestro Planeta Azul.
BIBLIOGRAFÍA SELECCIONADA
1. Barlés, Elena “Luces y sombras en la historiografía del arte japonés en España”,
publicado en el número monográfico de “Artigrama”, 2003, Universidad de Zaragoza
(NB– Ofrece una extensa y valiosísima bibliografía del Siglo Ibérico de Japón y, en este
contexto, es necesario señalarla fecunda obra de investigación cobre este tema por el
llorado J.L. Álvarez Taladriz)
2. Cabezas, Antonio “El Siglo Ibérico de Japón” (La presencia hispano – portuguesa en
Japón 1543–1643), Universidad de Valladolid, 1994.
3. Hamamatsu, Noriko “La obra lingüística de Fray Diego Collado: Legado de su labor
misionera en Japón” publicado en “¿Qué es Japón? Introducción a la cultura japonesa”,
edit. Fernando Cid Lucas, Universidad de Extremadura, Cáceres, 2009
4. Gil, Juan “Hidalgos y Samuráis”, Alianza Universidad, 1991
5. Kamen Henry “Imperio”, Santillana, 2004
6. Lanzaco Salafranca, Federico “Introducción a la cultura japonesa. Pensamiento y
religión”, Universidad de Valladolid, 2000, reimpresión 2004
7. idem “Encuentros del Cristianismo con las culturas de la China, Japón e India durante
los siglos XVI–XVIII”, conferencia pronunciada en el Seminario “Monoteísmo y Diálogo”
en la Universidad de Castilla – La Mancha, Campus de Cuenca, 14 de noviembre de
2008
8. Ollé, Manuel “La empresa de China” (De la Armada Invencible al Galeón de Manila),
Acantilado, Barcelona, 2002
9. Spate, O.H.K. “El Lago Español” (El Pacífico desde Magallanes Vol. I), Australian
National University, Canberra, 2006 (Traducción al español del original inglés)
10. Suárez Japón, Juan Manuel coord. “Japón y japoneses en la orilla del Gudalquivir”,
Fundación El Monte, Sevilla, 2007:
- Fernández Gómez, Marcos (Director del Archivo Municipal de Sevilla) “Una
embajada japonesa en Sevilla del siglo XVII. La misión Keicho (1613–1620)”
- del Valle Arévalo, Manuel (ex alcalde de Sevilla) “De cómo empezó toda esta
historia”
- Dominguez Adame, Mauricio (Jefe de Protocolo del Ayuntamiento de Sevilla)
“Embajadas japonesas en Sevilla”
- Valencia Japón, Víctor “De Japón a Roma pasando por Coria”