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2do CICLO de INICIACION en la ESPIRITUALIDAD IGNACIANA
Por los Mares del Discernimiento
Por : Rev. Manuel Maza, SJ
Erase un navegante que quería llegar al lejano puerto de la Felicidad, a donde el
Señor lo había invitado. – Si te he invitado es porque puedes encontrar la ruta— le había
asegurado el Señor en una vieja y olvidada carta, en respuesta a sus muchos
cuestionamientos.
La verdad era que el navegante ignoraba dónde quedaba el puerto de la Felicidad.
Había oído decir que la Felicidad quedaba hacia el norte, pero otros sostenían con igual
seguridad del sur, y no faltaba quien asegurase con voz fuerte : -- la verdadera felicidad
consiste en no buscarla, en quedarse quieto, cerca de la costa, pescando, comiendo y
bebiendo.
El barquito de nuestro navegante, si se puede llamar barquito a aquél conjunto de
tablas mal pegadas. Era un bote frágil, de una sola vela, con una cabina llena de goteras, y
un motor asmático y quejoso. Si hubiera sido caminante, ¡este bote fuera cojo ! Por algún
motivo, Iñigo, que así se llamaba el navegante, sólo podía navegar de noche, donde lo único
que parecía servir en aquel bote eran los instrumentos lumínicos que iban indicando el norte,
la fuerza del viento y la velocidad del barquito.
Iñigo era un piloto poco experimentado. Se sentía perdido, los instrumentos le
mostraban que su bote apenas avanzaba. No sabía orientarse. Le tenía miedo a la
oscuridad. Prefería pasar las horas, absorto y perplejo, encorvado sobre
los
resplandecientes instrumentos, como si estuviese rezándoles. Luego le dejaban tan oscuras
como la noche que envolvía su barco y su vida. A veces sentía ganas de confiarle su barco a
un piloto más experimentado, uno de esos marinos intrépidos de los grandes cruceros que
iluminaban la noche. Parecían ciudades flotantes: llenos de luces, majestuosos, con sus
chimeneas echando humo, surcando los mares, como dueños y señores. Sentía ganas de
cambiar su ruta hacia la Felicidad por otra más fácil: contentarse con navegar en las aguas
lisas que dejaban tras de sí los soberbios y pesados cruceros.
En la noche oscura, todas las estrellas lucían iguales. Pero una noche que estaba en
cubierta, afrontando la oscuridad, se atrevió a cerrar los ojos, y empezó a sentir una nueva
alegría en su corazón. Pronto cayó en la cuenta de que mientras navegaba guiándose por
una alta y brillante estrella, su corazón se alegraba; y cuando tomaba el rumbo opuesto, su
corazón se entristecía y se le encogía. Llamó a la estrella, la estrella polar, la guía hacia la
Felicidad. Y se encariño tanto con ella que al cabo del tiempo, empezó a creer que no era él
quien había descubierto la estrella, sino ¡la estrella, a él!
Fue así como se percató de que los instrumentos lumínicos estaban completamente
equivocados : ¡en realidad su norte era el sur, de acuerdo a la estrella !. También pudo
determinar cómo muchos de los cruceros majestuosos, repletos de pasajeros, con mucho
ruido, luces, música y bebedera, no iban a ninguna parte y navegaban en círculos
placenteros, sin que los pasajeros se diesen cuenta, y a pesar de que sus capitanes
gritaban a cada hora por sus altavoces: --¡Ya llegamos! ¡Ya llegamos!
A Iñigo, ya no le entraban ganas de navegar en las tranquilas estelas de los grandes
barcos, sino que se atrevía a caminar según su estrella. Eso de “su estrella” lo había
discutido mucho, pues no sabía qué le gustaba más, si gritar en la noche que aquella era la
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estrella de Iñigo, o simplemente vivir la felicidad inmensa que le daba el reconocerse a sí
mismo “el Iñigo de la estrella”.
Si todo se nublaba y no podía ver la estrella, si le atacaba una tormenta con vientos
contrarios, no cambiaba el rumbo, sino que permanecía en la ruta emprendida. Decía en voz
baja:-- la estrella está ahí, aunque yo no la vea. La estrella tiene su tiempo, ¡ya aparecerá!--.
Si venía de popa un viento fuerte, recogía la vela, apagaba el motor y se sentaba
tranquilo, mientras decía: -- También el mucho viento me puede desajustar las viejas tablas
de este botecito-Su noche siguió siendo tan oscura como antes de identificar a la estrella polar, pero
sus ojos estaban más claros para interpretar las estrellas, y hasta se alegraba de la negrura
de la noche : --Mientras más negra la noche, más brillan las estrellas--.
La ruta seguía siendo difícil, erizada de arrecifes y tormentas. Cuando había calma,
le cruzaban cerca los orgullosos cruceros navegando en rumbo contrario. No les hacía caso.
La ruta a seguir la iban trazando juntos, la estrella y él.
Los instrumentos, tan luminosos como equivocados, los tiró en un rincón de la cabina,
pues servían – lo afirmaba con pícara sonrisa, -- para trazar la ruta contraria--. Ahora los
llamaba “los mentirosos lumínicos”.
A veces se sorprendía de cómo una estrella, tan alta en el horizonte, se había
convertido en su amiga inseparable. Seguía navegando en pos de la Felicidad, pero se
sentía tan dichoso que a veces exclamaba en su soledad : --Todavía estoy lejos, pero yo
siento que hay algo de mi bote que ya llegó. Algo de la Felicidad anda en mi bote.--. La
brillante estrella no le cambió ni el mar encrespado, ni la noche. Nunca tocó el timón, pero le
tocó los ojos y el corazón.
PREGUNTAS PARA COMPARTIR ESTA HISTORIA.
1. ¿Qué sentiste al leer la historia? Puedes decir lo que fuiste sintiendo en alguna de sus
partes.
2. Intenta reconstruir la historia. Insiste en los momento claves.
3. Describe la situación de Iñigo antes de identificar la estrella.
4. ¿Que cambió en su vida al conocer la estrella?
5. ¿Cuáles son las enseñanzas mayores de este cuento?
6. Puedes escoger algunas frases claves de la historia para discutir su significado. Puedes
tomar algunos de los elementos del cuento e intentar buscarle su contrapartida en la vida
real. Los aciertos, los desaciertos.
7. Se recomienda leer aquellos pasajes de la Autobiografía de Ignacio de Loyola en los
cuales relata cómo poco a poco aprendió a discernir entre los diversos espíritus que
experimentó en su interior.
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