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Los hijos de la Malinche
Los mexicanos, tanto para los extranjeros como para los mismos mexicanos, somos
un misterio. La imagen que proyectamos es ambigua, incluso contradictoria. Somos
atractivos y repulsivos a la vez. Somos impredecibles. El nuestro es un país al margen, tan
misterioso y tan incomprensible como llegan a ser los campesinos, o las mujeres. No así los
obreros, pues, fruto de un mundo que los convierte en mercancía, útiles, herramientas,
carecen de individualidad, y por lo tanto de todo misterio. El obrero es una abstracción, una
generalización. Los regímenes totalitarios, según Octavio Paz, extienden esta abstracción al
resto de la sociedad.
Todo lo que somos, con nuestros defectos y cualidades, se opone a ese mundo de
inútil producción en masa. La única manera de acabar con el misterio que supone el
mexicano es convertirlo en esa abstracción. Mientras eso ocurre, sin embargo, el mexicano
continuará siendo un problema, para los demás y para él mismo. El problema se basa en
que el mexicano tiene miedo, miedo de los demás, y de que los demás vean su interior.
Únicamente en la soledad el mexicano se atreve a ser como es.
El origen de esta actitud puede localizarse en la historia de México. La raíz sería la
situación del pueblo durante la Colonia. Sin embargo, esta actitud no es definida
rigurosamente por los hechos históricos, puesto que la historia y nuestro carácter se
explican mutuamente. El uno define al otro, y viceversa; por lo tanto, no es suficiente la
historia para explicar el porque de las actitudes de los mexicanos. Esto se debe, también, a
que no son solo las clases o razas oprimidas las que se cierran al exterior, sino toda la
sociedad, ricos y pobres por igual.
En el lenguaje del mexicano existen vocablos usados por todos, prohibidos, que son
un reflejo de ese miedo a ser; puesto que son dichos solo cuando el individuo no tiene el
control de sí mismo. En ese momento se deja entrever nuestra intimidad, y se afirma
nuestra mexicanidad. Es un ejemplo de esto el tradicional grito: ¡Viva México, hijos de la
Chingada! Es un reto, una agresión hacia los otros, los que no son como nosotros, hacia
aquellos a los que debemos ocultar nuestro interior. La propia palabra “Chingada” es una
expresión neta y puramente mexicana. Significa la madre vaga, abstracta, figura mítica que
representa a la mujer violada. El vocablo chingar tiene muchos significados dependiendo de
su contexto, pero todos se centran en una idea: chingar es herir, lastimar, humillar, hacer
algo malo (una chingadera). Es un verbo masculino. El que chinga es el hombre cerrado, la
chingada es la mujer abierta. La Chingada también es el lugar vago al que se manda todo lo
que nos desplace. Es la nada. La palabra chingar, por sí misma, podría definir la actitud del
mexicano. Para él, la vida es una posibilidad de chingar o ser chingado. Para ser chingón
hay que ser hermético, cerrado, macho. El chingón es el padre, como en Dios padre, pero
en este caso un Dios vengativo, que tiene y ejerce el poder sin responsabilidad. Es el que,
en efecto, hace chingaderas.
Pero, analizando bien la situación, nos damos cuenta de que todos los mexicanos
somos unos hijos de la chingada. No solo en el ámbito más práctico, porque toda mujer,
aunque se otorgue voluntariamente, es chingada; también existe una madre histórica que
representa a la chingada: la Malinche. La Malinche, sin embargo, es solo una de las madres
históricas de los mexicanos, junto a la diosa mexica Tonantzin y a la Virgen de Guadalupe.
Las madres históricas surgen cuando los padres históricos, como Cuauhtemoc, caen. La
Malinche es la figura materna que, a diferencia de la Virgen de Guadalupe, es repudiada;
así como sus hijos los malinchistas, los que buscan la apertura de México al exterior, contra
la preferencia popular por un México cerrado, hermético como su gente.
El grito de ¡Viva México, hijos de la Chingada! Resulta ser “una expresión de la
voluntad mexicana de vivir cerrados al exterior, sí, pero sobre todo, cerrados frente al
pasado.” Al repudiar a la Malinche, el mexicano reniega su origen y de su pasado. Porque
el mexicano no quiere ser ni español ni indio, ni mestizo tampoco; quiere solamente ser. El
rompimiento con la madre, con el origen, se dio en la Reforma, cuando los mexicanos
dejaron de ser españoles, indios, o castas, para ser solamente eso, mexicanos. Ese
rompimiento con el origen (la madre) es lo que origina el sentimiento de soledad (orfandad)
del mexicano, que hacen que no quiera ser lo que es; porque se encuentra solo. La
mexicanidad es la ruptura y la negación; y la voluntad de trascender el estado de exilio auto
impuesto en que se encuentra.