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Estrella del Sur: Venus errante
Mr. Media
12 diciembre 2000
Las estrellas son una de las manifestaciones más notables del firmamento
mediático. Son las mujeres ídolos: modelos, cantantes, actrices, divas, deportistas.
Cuerpos que brillan, si no en la bóveda celeste, al menos en la pantalla. En efecto, no es
posible alcanzar el título de estrella sin antes haber recibido una alta exposición a través
de los medios de comunicación, particularmente la televisión.
El diccionario entrega dos tipos de definiciones de esta figura que se aproximan a
la médula del asunto. Por un lado, “persona que sobresale en su profesión por sus dotes
excepcionales”. Por el otro, figuradamente, dícese de la “suerte, hado o destino”. Las
estrellas de que hablamos aquí son un subgrupo de esas personas destacadas: mujeres a
quienes la suerte ha puesto bajo una luz especial. Destinadas a la fama.
La luminosidad de estos cuerpos celestes proviene, justamente, de los media.
Una mujer pude sobresalir en cualquier dominio y ser reconocida por sus pares—como
una astrónoma, Premio Nacional de Ciencias, por ejemplo—o descollar incluso más allá
del círculo de los entendidos, como ocurre con tantas mujeres en Chile. Pero eso no las
convierte automáticamente en estrellas. Para eso necesitan, adicionalmente, adquirir una
personalidad en los medios. Sólo a partir de ese momento pueden fascinar, atraer a las
masas, brillar con la luz propia de las pantallas, elevarse hasta el pedestal de la
notoriedad.
Mas incluso entonces, aún reunidos todos esos elementos, no toda mujer famosa
se convierte en un ídolo, una estrella.
Puede ser que muchas cantantes de ópera o deportistas mujeres o figuras de la
políticas o de la vida social tengan una carrera fulgurante y sean atractores de primera
categoría para los media. Mas sólo unas pocas alcanzan la gloria. Es este salto—ese algo
misterioso, delgado como un aura pero visible como un rayo que divide el cielo en dos—lo
que separa, si se quiere, a María Callas, la divina, de Kiri Te Kanawa, cuya voz también
complace a los dioses. O a Madonna, la insigne star, de Laurie Anderson, quizá una de
las artistas más completas de la escena del canto y las presentaciones high tech. O a
Lady Di, la consorte trágica, de la Princesa de Mónaco, con su vida no menos aciaga. O a
Hillary, la popular nueva senadora por Nueva York, de la señora Dole, al decir de todos
una valiosa figura política de los Estados Unidos. O bien, en el ámbito local, a Cecilia
Bolocco de Margot Kahl.
En efecto: ¿qué tiene Cecilia que no posee Margot? ¿O Madonna que no tenga Laurie
Anderson?
Por mi parte, tengo para mí—en el secreto donde se llevan estas cosas—y, amen, con
todo el respeto que merece nuestra devota novia y, para el caso, también la Material Girl,
que tanto Margot como Laurie son, en realidad, las verdaderas estrellas.
Mas mis
personales preferencias en nada perturban mi juicio, el cual me indica que, a la hora de
las masas y del show business, de la fama y los aplausos, de las leyendas y los sueños,
son Cecilia y Madonna, a nivel local e internacional, las que ganan la partida e iluminan el
firmamento.
¿A qué se debe esto? ¿De qué gozan las estrellas y carecen las demás, que no
llegan al estrellato? Mencionaré algunos elementos, de manera puramente conjetural.
En primer lugar, las estrellas—para llegar al firmamento medial—necesitan una
vida que se salga de lo ordinario. Sólo así pueden cruzar el umbral que lleva hacia la
pantalla y, lo que es más importante, permanecer ahí. Lo extra-ordinario puede significar,
en este contexto, diversas cosas: uno o más divorcios, un hit espectacular, un golpe de
suerte en los negocios, diversos escándalos. En general, la fama de las estrellas viene de
la mano de alguna forma de falta de moderación, de una actitud rupturista respecto de las
convenciones sociales, de un situarse más allá o por encima de las ordenadas rutinas de
la vida diaria que gobiernan la trayectoria de nosotros, los mortales.
En segundo lugar, se llega al estrellato, habitualmente, por un camino que
contiene elementos no despreciables de sufrimiento, que son, justamente, los que
permiten a la gente identificarse con el “lado débil” de los famosos. El mero éxito, la fama
alcanzada sin traspié ni dolor, es algo que más bien aleja o produce un sentimiento
endeble de admiración. En cambio, una larga disputa matrimonial llevada frente a las
cámaras o las páginas de la prensa del corazón, una enfermedad terrible y públicamente
disruptiva, la presencia de un marido artero (¡ojalá también el famoso!) al lado de la
mujer, una vida con momentos abiertos de infelicidad, todo eso, en definitiva crea un
secreto lazo de complicidad. La tibia admiración puede convertirse, ahora, en un
sentimiento compartido; un vínculo mucho más tenaz, pues se funda en una mezcla de
curiosidad, proyección de uno en el otro y una solidaridad en las experiencias negativas.
Nada identifica más que la desgracia.
Por último, la virtud del estrellato—y su contracara, la idolatría—tienen un
componente mass mediático indesmentible; son, en buena medida, productos de la
industria de la comunicación. Cecilia, igual que Madonna o Hillary (y a diferencia de
Margot, Laurie Anderson o la señora Dole), han sido elevadas a la condición de estrellas
tanto por sus propios méritos y cualidades como por las corrientes ascendentes del
consumo masivo, de la fabricación de figuras famosas y la venta de múltiples bienes y
servicios que giran alrededor de dichas figuras. Nada en este mundo medial es gratuito.
Nada se origina inocentemente. Nada escapa a la ley de bronce del comercio de
símbolos, una de los sectores más dinámicos de la economía global contemporánea.
Cecilia y su noviazgo con Menem, Cecilia en su hogar de Miami, Cecilia y
Zulemita, Cecilia vista por su ex marido o por el inefable Kike, Cecilia y su padre, Cecilia y
Susana, Cecilia y las bromas de Marcelo Tinelli, las lágrimas de Cecilia, el vestido de
Cecilia, sus largas piernas, su vestido escotado, Cecilia bailando un tango en Viva el
Lunes, Cecilia como emblema del canal católico, Cecilia en familia, Cecilia a punto de
casarse, las joyas de Cecilia, Cecilia comprando regalos de Navidad…¿qué más se
puede pedir de una estrella local, bajo el cielo estival de esta modorrosa provincia?
A su turno, los media no descansan. Anoche: fulgurante Cecilia en la pantalla de
televisión.
Esta mañana: agraciada, triste, conmovida Cecilia en varios comentarios radiales. Hoy a
la tarde, dos páginas completas dedicadas a Cecilia en el diario La Segunda.
Y así va dando vuelta la rueda del mundo: el público consume e idolatra; los
medios alimentan el mito y venden. ¿Qué más se puede pedir?