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María Luisa MARQUINA SAN MIGUEL
La inutilidad de la Filosofía
El cansancio de su defensa
María Luisa MARQUINA SAN MIGUEL
Enfoque. Filosofía Práctica: Particulares, Instituciones y Empresas
Mediación: Laboral, Civil y Mercantil
Motivación
Esta comunicación pretende ser una invitación concisa a la reflexión sobre lo que la
filosofía puede aportar al conocimiento y a la sociedad. Por tanto, no persigue presentar un
estudio exhaustivo, ni tampoco uno pormenorizado, sobre un tema específico vinculado con el
pensamiento. Persigue, explícitamente, motivar al lector para preguntarse si, más allá de la
esfera académica, la filosofía es una materia inútil.
La filosofía analiza el proceder del pensamiento y alguna de las variables que inciden en él.
Desde un punto de vista teórico, escruta y trata de aportar luz sobre cómo se genera y valida el
conocimiento, qué diferentes tipos hay, y qué lo diferencia de la creencia y de la opinión.
Desde uno práctico, se ocupa de la capacidad productiva de ideas y valores para intentar
comprender algunos de los factores que inciden en la acción humana. Estos objetivos de
análisis los persigue la filosofía en interdisciplinar y continuado diálogo con las diferentes
ramas del saber. En ellas ha de buscar la filosofía su savia, tanto para desarrollar una reflexión
rigurosa sobre el estado del arte del conocimiento, como para poder construir con fundamento
una perspectiva realista de las conexiones existentes entre los diferentes nodos de lo que se
conoce. Cuando hay nodos vacíos en la red del conocimiento, o conexiones que no existen, o
no se conocen, la filosofía ha de ser infructuosa para construir castillos en el aire a base de
retórica hueca. Si los construye, su significado, probablemente, se diluirá.
Actas I Congreso internacional de la Red española de Filosofía
ISBN 978-84-370-9680-3, Vol. VII (2015): 37-43.
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La inutilidad de la Filosofía
El lenguaje estéril y el referente que se desvanece
Aportar análisis y trabajo de clarificación, con lenguaje preciso y argumentación fundada,
es tarea de amplio alcance. Es muy posible que ésta sea una de las principales aportaciones
que puede realizar la filosofía, como materia académica, pero también, y especialmente, como
forma de conocimiento que busca vincular la reflexión analítica con problemas teóricos y
prácticos. Quizá porque existe en no pocos entornos una tendencia bastante generalizada a
ligar el dominio de la filosofía con asuntos teóricos insondables, expresados en un lenguaje
preñado de abstracción no siempre sustentada en significados, quizá por ello, la filosofía se ha
podido revestir de un halo de dama de salón para eruditos. Puede ser interesante considerar
hasta qué punto esa visión puede depender del punto de mira, esto es, la academia y/o la vida.
Si pudiera llegar a establecerse un acuerdo de mínimos sobre los objetivos que persigue la
filosofía, teniendo en cuenta, dada su plasticidad, que pueden ser de la magnitud de los
esbozados en el apartado inicial de esta comunicación, entonces será sensato reconocer que no
es tarea menor la que la inspira, ni banal el fundamento del trabajo que la orienta. Sin
embargo, se trata de una materia que con frecuencia necesita precisar que sirve para algo.
Que una disciplina, procedimiento o herramienta particular sea útil o no depende del
criterio con el que se defina el concepto de utilidad, así como de los objetivos que se desee
alcanzar al aplicarlo a diferentes realidades. El concepto de útil suele vincularse con la
posibilidad de ofrecer algún fruto, mover algún interés o producir algún provecho.
La presente comunicación indaga cómo la fijación, a menudo externa al sistema educativo,
de lo que ha de ser útil para la formación de las personas, y de cómo ha de serlo, puede
alimentar la concepción de la filosofía como materia inútil. En las sociedades
tecnológicamente desarrolladas parece difícil poner en discusión, por ejemplo, que tareas
como programar, diseñar un circuito o mapear una red comunicaciones, sean tareas inútiles.
Algo similar puede decirse, no sólo de los niveles de desarrollo, sino de los de investigación,
en campos como la física o la química —sobre todo aplicadas—, o la medicina y la
farmacología en el terreno biomédico.
Es probable que un consenso de utilidad particularmente potente pueda extenderse al
espectro de las ciencias experimentales, ya que al permitir obtener resultados que pueden
reproducirse en la práctica, se genera una confianza racional en la posibilidad de hacer algo
con ellas, pues se cuenta con la capacidad efectiva de manejarlas. De este modo, con
frecuencia sin mediar acto consciente de reflexión adicional, las sociedades, los individuos
que las conforman, van modelando el valor que han de tener las cosas, sean éstas saberes o
disciplinas, artefactos o herramientas, o los propios referentes que el ser humano encuentra
en la naturaleza, incluido él mismo, con su potencialidad y limitación de pensamiento y
acción, pero también, entre otros, con sus necesidades, sentimientos, pasiones y motivaciones.
Cuando una idea sin fundamentar se extiende, debido, entre otros factores posibles, a
supuestos erróneos, prejuicios o intereses, la labor de clarificación se hace necesaria si se
percibe el posible equívoco y se desea desmontarlo. Otra cosa es que ese deseo no exista, o
más básico aún, que no se perciba la necesidad de clarificación mencionada, pues no es
extraño no sentir el impulso de preguntar e investigar si no existe la motivación de dudar.
Al acercar el hilo argumentativo del párrafo precedente al ámbito de la filosofía, esta
comunicación plantea que, por ejemplo, en sociedades como la española es posible detectar,
en particular fuera del ámbito académico, la existencia de una percepción bastante extendida
de que la filosofía es sobre todo una materia erudita, que se expresa en términos que pocos
comprenden, y versa sobre asuntos abstractos, alejados de la vida y de los problemas efectivos
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de las personas.
Cuando la satisfacción de necesidades básicas ligadas al sustento, y de otras, a lo mejor no
tan básicas generadas sobre las anteriores, imprime el ritmo de la vida cotidiana y determina
la naturaleza de los problemas concretos a los que hay que dedicar esfuerzo, ¿cómo es posible
que a una materia que trata de desarrollar perspectiva sobre el conocimiento y sus posibles
límites se le pueda asignar un valor de utilidad, de obtención de algún provecho? ¿Acaso
provocar al pensamiento y tomar conciencia sobre la razón y las variables no racionales que
interactúan con ella, como lo sentimientos y las pasiones, puede reportar algún beneficio a la
sociedad? Puesto que se trata de preguntas que refieren a problemas de espectro amplio, de
carácter no algorítmico, y difíciles de acotar, sugerimos al lector la posibilidad de que
considere si su vida cambiaría en algún grado significativo si no existiera en ella, ni de oídas,
la variable filosofía. Si la respuesta es sí, es probable que algo se esté haciendo bien, aunque
sea susceptible de ser mejorado, pero si la respuesta es negativa, ¿se tiene alguna idea de qué
es lo que pueda estar fallando?
El ejercicio de preguntarse por qué puede haberse extendido la percepción mencionada de
la filosofía, en particular en la vida que fluye fuera de las aulas, no parece un trabajo de
campo baladí. Una respuesta, fácil en principio, podría ser la de señalar el desconocimiento de
lo que la filosofía puede transmitir a las personas. De ahí puede venir la imagen, bastante
generalizada, de que se trata de una materia evanescente, inaccesible y de desconocido fruto,
para el ser humano común. En el supuesto de que esto pueda ser así, parece necesario
interrogarse por cómo se vive, desde la perspectiva interna de la formación en filosofía en el
universo educativo y académico, la visión de distancia, e incluso de posible incomprensión de
la materia, que puede tener la persona de a pie. A lo mejor este punto puede ser más crucial de
lo que parece para contribuir a reconducir un diálogo entre realidades que pueden llevar
tiempo sin escucharse en exceso, y que, quizá, podrían realimentarse de forma fructífera.
Sí parece, de acuerdo con el conocimiento histórico que hasta el momento se ha sido
capaz de reconstruir, que la filosofía, acompañada por otras disciplinas, ha aportado ideas
productivas para la evolución del saber, para la proyección de algunas hipótesis que el ser
humano ha ido construyendo sobre sí mismo y sobre los demás seres, así como para la
interpretación y búsqueda de explicación, en diferentes niveles de complejidad, del
funcionamiento de la naturaleza, de la que las personas también forman parte. Sin embargo, la
propia filosofía que promueve la duda como procedimiento para estimular a la mente a
escrutar, interrogarse y no conformarse con lo inmediato, superando en lo posible la
impotencia frente a la incertidumbre y frente a lo desconocido, tiene ocasión de plantearse
ahora la duda de si en el presente se está preocupando de transmitir algún rudimento fructífero
y útil, no ya para quienes deciden estudiarla, sino para tratar de llegar de algún modo a los que
puede ser que no abran alguna vez en su vida un libro de esta materia.
Quizá, como imagen, pueda valer pensar que una mayoría de las personas no estudian
matemáticas, no se dedican al álgebra, la teoría de conjuntos, ni puede ser que lleguen a
plantearse alguna vez quién fue Kurt Gödel y por qué su trabajo supuso un zarpazo limitativo
a las posibilidades deductivas de las matemáticas como ciencia, sin embargo, esa mayoría de
individuos convive con, y utiliza prácticamente a diario, rudimentos de esta disciplina para
realizar operaciones de las que depende el orden de la aritmética de su vidas. Las operaciones
elementales se aprenden en la escuela, y se convierten en una herramienta que se utiliza de
forma algorítmica, sin mediar, probablemente, proceso consciente más que el que se deriva de
la necesidad de procurar tener al día las cuentas.
Otra imagen puede provenir de la física, pues, aunque para el común de los mortales es
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probable que sea casi por completo desconocido qué partículas elementales distingue esta
ciencia y a qué principios obedece su funcionamiento, así como qué modelos del universo se
han desarrollado, y cuál puede ser, y por qué motivos, el que más aceptación tiene en cada
momento, sin embargo, pese a que muchas personas no tienen incorporado estos
conocimientos apuntados, toman decisiones y llevan a diario acciones no ajenas a procesos
físicos que afectan a la escala en la que el ser humano se mueve: desde la elección, cuando es
posible, del tipo de energía para la vivienda o el centro de trabajo, hasta la utilización de un
electrodoméstico o la conducción de un vehículo. En este punto se percibe de nuevo que las
personas conviven en la vida cotidiana con elementos y procesos dependientes de la asunción
de principios físicos, pero no precisan ser expertos en la materia para poderse valer de ellos.
Se ha de preguntar entonces qué puede ocurrir con la filosofía. ¿Es posible que pueda
convertirse en un referente que aporte ideas a los individuos, en especial en los casos de las
personas que no la estudian académicamente? ¿Pueden y desean los filósofos acercar la forma
de pensar de la filosofía a la sociedad?
Funciones analíticas, transformativas y críticas
Es posible que la filosofía no esté cumpliendo alguna de las funciones que pueden ser
adscribibles a ella. Puesto que, entre otras posibilidades, no se trata de una ciencia, de una
técnica, de una religión, o de un relato histórico, literario o periodístico, la filosofía, para ser
útil a la sociedad sobre la que proyecta su trabajo e investigación, puede ser que precise
regenerar desde la base su encaje en la red de las creaciones de la mente.
Divisiones y disensos polémicos ha habido no pocos en la historia evolutiva de la filosofía.
Incluso a veces ha podido dar la sensación de que, al hilo del progreso de determinadas áreas
del conocimiento, la filosofía entraba en algún tiempo de competición, quizá con el probable
afán de no quedarse atrás. De su relación con la ciencia, de bidireccional interacción y sin
frontera clara durante largo tiempo, comenzó a derivarse, en especial desde los inicios del
positivismo en la segunda mitad del siglo XIX, y de la eclosión científica de las primeras
décadas de la centuria siguiente, una necesidad potencial de no ser menos.
La discusión entre el carácter analítico de la filosofía (Rorty, 2008, pp. 55-77), ligado a
una búsqueda organizada y objetiva de conocimiento, y el transformativo, vinculado en
particular con la elaboración de relatos capaces de proporcionar explicaciones sobre cómo
están conectadas las transformaciones que se han dado en el pasado, si se piensa con calma,
puede que no sea fruto de una filosofía que haya logrado superar la minoría de edad. Si se
está dispuesto a asumir que la filosofía desarrolla en la mente un espacio de ideas y
relaciones, que en ocasiones puede estimular el salto a la cancha de la vida que no está en los
libros, y lo hace con el objetivo de facilitar la generación de condiciones nuevas que permitan
transformar realidades, entonces no parece sensato entrar en disquisiciones de competición
entre formas de escrutar la realidad que en el fondo tienen —y probablemente han tenido
desde sus inicios— características comunes, pero también otras que les son propias.
El conocimiento experto ha ido desplazando el valor potencial de las interpretaciones de
carácter más amplio de lo que se sabe en cada momento, al tiempo que parece que ha ido
proyectando el punto de vista de que es posible incrementar las arterias de lo que se conoce
sin ir mostrando la red de irrigación potencialmente resultante a cada paso. En efecto, por
utilizar un pequeño símil, la plantación puntual de árboles en un potencial bosque frondoso
puede ocurrir con independencia de la visión que se vaya teniendo del conjunto del mismo,
aunque ello pueda tener alguna consecuencia a largo plazo, por ejemplo desde el punto de
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vista organizativo en relación con la utilización equilibrada del espacio o con la extensión de
un posible sistema de irrigación para casos puntuales de sequía extrema. Quizá si algunos de
los árboles tienen optimizada la orientación a la luz y, desde el principio, cuentan con raíces
que se engarzan mejor en las condiciones particulares del terreno, lo más probable es que su
supervivencia esté mejor garantizada que la de otros. Sin embargo, si al inicio de la
plantación, o en medio del proceso, se toma conciencia de la situación y se analizan y
ponderan las posibles variables de entorno que más y mejor pueden favorecer el crecimiento
equilibrado de la población del bosque, se fortalecerá la probabilidad de un crecimiento
ordenado e integrador de la población —de árboles en el ejemplo—, de manera que formen
una estructura en la que el todo y las partes evolucionen percibiéndose entre sí.
El símil previo, junto con alguna de las ideas sugeridas con anterioridad, a lo mejor puede,
aunque sea modestamente, aportar algún matiz para la reflexión sobre el ejercicio de la
profesión de filósofo en el tiempo presente. La detección de algunos de los problemas
apuntados vinculados con el ejercicio de la filosofía, en particular en España, es posible que
sólo sean parcial o muy parcialmente compartidos. Ello es connatural a la práctica de la
filosofía, y no debe constituir un obstáculo para tratar de ser lo más objetivos, exigentes y
críticos posible al estimular la reflexión sobre una materia a la que se valora y estima por su
capacidad, entre otras posibilidades, de interrogar, de dudar, de analizar, de buscar razones, de
rebelarse, de esclarecer o de argumentar.
Quizá por falta de un mínimo de cohesión entre los propios filósofos (Cruz, 2013, pp. 2125) es probable que existan demasiados lugares comunes y tópicos que afectan a la imagen
social de la filosofía, y es posible que sea pertinente analizar su cuestionable legitimidad
desde la propia transmisión de la materia, y de manera no menos importante, desde el intento
de la transmisión en diversos foros, no tanto de contenidos filosóficos, que no tienen por qué
ser de interés general, sino de alguna de las formas de pensar que la filosofía propicia. Que
existen no pocos problemas que no son decidibles ni de carácter algorítmico, que el ser
humano ha de aprender a vivir siendo consciente de que sus conocimientos puntuales no
minimizan con gran probabilidad su ignorancia en muchas áreas, que la prudencia puede ser
un arte forjador del carácter, o que la incertidumbre es una variable que parece ir casi
inexorablemente unida a la existencia humana, son, entre otras, enseñanzas ligadas a la
filosofía, las cuales pueden desarrollarse de forma multipolar en diferentes entornos,
actividades y profesiones. En el caso de que no se elijan criterios que minimicen, neutralicen
o excluyan estas enseñanzas, incluso pueden ser capaces de aportar nutrientes fortalecedores
del mundo interior de las personas, así como también vectores estimuladores para el
conocimiento y para la acción. Naturalmente no hay obligación de optar por este camino, pero
puede ser importante dedicar un poco de tiempo a considerar que un tipo de reflexión de red,
holística, como la que la filosofía puede propiciar, sobre la evolución de los individuos y de la
sociedad, puede proporcionar, retomando el símil del bosque, una perspectiva que puede ser
informativa para quien trabaja en la plantación, además de que éste pueda realimentar esa
perspectiva con detalles de la labor que realiza para mejorar el mapeo de las propiedades del
terreno. El conocimiento experto no tiene por qué estar reñido con uno de horizonte más
amplio, pues cada cual requiere su especialización. No tienen tampoco por qué entrar en
competición si, sobre todo, tales formas de conocimiento persiguen como objetivo ampliar el
correspondiente a su campo, así como sus posibilidades de aplicación.
Una filosofía que ha superado la pubertad puede y debe desplegar la habilidad de convivir
en el espacio de la creación humana, con la ciencia, con desarrollos técnicos, con capacidades
artísticas y con cualquiera otra potencialidad que favorezca el desarrollo lo más autónomo
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posible de la mente humana, pues éste puede considerarse uno de sus principales vectores. De
ahí que la función fomentadora del pensamiento crítico de la filosofía deba ser considerada,
según el punto de vista aquí defendido, una de las, probablemente, más importantes
atribuibles a la materia. No parece, sin embargo, nada claro que esto se perciba como tal, ni en
el asfalto de la calle, ni tampoco en las aulas ni en las bibliotecas: cabe la posibilidad de que
la profesión filosófica no vea la necesidad de potenciar en el presente tal habilidad.
Hacia un futuro consciente
Cuando el diseño del sistema educativo toma como referencia de trabajo capacidades,
habilidades y valores que pueden, en muchos casos, estar alejados de las razones de —
todavía— ser de la filosofía, y cuando la formación académica superior dialoga
probablemente poco con la realidad fuera de las aulas, el radio de acción de la docencia y de
la investigación, en este caso de la filosofía, queda drásticamente minimizado desde la foto de
satélite del fluir de la interacción social. Puede aceptarse la situación, o bien rebelarse con
argumentos que puedan llegar a las personas, tanto formadas como no en los campos de la
filosofía. La primera reacción convive con cierta complacencia que no es asumible para la
segunda. Existe un horizonte abierto entre ambas posturas, con diferentes tonalidades y
matices, tanto conceptuales como prácticos. Parece una cuestión no menor analizar con el
mayor realismo posible el papel y el significado de la filosofía en la educación y en la
formación de las personas, dado que fuera de las aulas bulle una realidad con vida propia a la
que desafortunadamente la teoría a menudo no llega a orientar.
Más allá de algunos lugares comunes que operan en la epidermis de la sociedad, y que
pueden ser transmisores de no poco ruido, pueden existir motivos de fondo, menos evidentes
por tanto, que contribuyan a fomentar una visión vacía de la filosofía, a veces incluso pueril,
estéril, y, en ocasiones, mítico-mística. Aunque el punto de vista privilegiado no tiene por qué
ser patrimonio particular de ningún observador concreto, no parece una hipótesis
extraterrestre la que enuncia que la filosofía, dado que por su propia naturaleza tiene intereses
de muy amplio espectro, ha podido ser colonizada desde hace tiempo, incluso ideologizada,
por universos conceptuales que es probable que poco tengan que ver con ella.
Las capacidades y destrezas con las que la filosofía entrena a la mente precisarían ser
reivindicadas más allá de las palabras, con conciencia de su valor, no sólo para la formación
teórica, sino, en particular, para la forja del carácter de las personas.
La filosofía ejercita los sensores del pensamiento y de la conciencia para favorecer que
funcionen, en lo posible, con autonomía y perspectiva de horizonte amplio, lo que constituye
un reto para cada ser humano. Lamentablemente, desde el punto de vista que esta
contribución defiende, esa función queda muy lejos de ser asignada con claridad a la filosofía
en el contexto formativo español. No es inusual que los libros de texto de esta materia
incluyan ideas que se expresan de forma escasamente accesible para los estudiantes, no ya
sólo por la terminología y la atmósfera alambicada de transmisión de las ideas, sino porque
los contenidos suelen presentarse como entes abstractos encapsulados que poco o nada tienen
que ver con el pensamiento y la acción que acontecen en el mundo real.
La situación es grave, y establece distancia con respecto a algunos países, por ejemplo del
centro y del norte de Europa, pero no es irreversible. Es posible que, por diferentes motivos,
tal situación no sea percibida con nitidez suficiente, ni desde fuera ni tampoco desde dentro
del universo educativo y académico, no obstante, cuando se experimenta y analiza la realidad
desde los planos plano institucional y laboral, vinculando éste a la acción en organizaciones y
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empresas, el no pequeño potencial que puede transmitir la filosofía para transformar el
pensamiento, y con él la acción y la interacción humana, podría dibujar un horizonte bastante
diferente (Kessels, 2001, pp. 11-18). Sería deseable que ese horizonte se presentase de forma
transparente a la sociedad, para aprender a ver dimensiones nuevas del pensamiento, e incluso
aprender a hacerlo juntos, a pensar juntos (Svare, Herrestad, 2006, pp. 155-172). No hacerlo,
y sobrevivir de las rentas del pasado —más las limosnas del presente—, puede conducir, no
sólo a tener una representación distorsionada de lo que la filosofía puede aportar a la
construcción de la mente de las personas, sino, además, dejar vía libre a que muchas de las
conquistas de la investigación y del desarrollo humanos no sean suficientemente
aprovechadas en beneficio de las personas, de una proyección digna de sus expectativas para
la vida.
A veces defender no basta: es preciso elegir qué camino tomar.
Referencias Bibliográficas:
Cruz, Manuel (2013), Filósofo de Guardia. Reflexiones acerca de lo que nos va pasando,
Política y Sociedad, RBA Actualidad, Barcelona.
Kessels, Jos (2001), Die Macht der Argumente. Die sokratische Methode der
Gesprächsführung in der Unternehmenspraxis, Beltz Verlag, Weinheim und Basel.
Rorty, Richard (2008), Filosofía y Futuro, Biblioteca Económica Gedisa, Barcelona.
Svare, Helge, og Herrestad, Henning ( 2006), Filosofi for livet. En bok om filosofisk praksis,
Unipub forlag AS, Oslo.
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