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Polis, Revista de la Universidad Bolivariana
ISSN: 0717-6554
[email protected]
Universidad de Los Lagos
Chile
Gottlieb, Teresa
Reseña de "Budismo solidario. Un nuevo mapa del sendero" de Kenneth Kraft
Polis, Revista de la Universidad Bolivariana, vol. 3, núm. 9, 2004, p. 0
Universidad de Los Lagos
Santiago, Chile
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=30500925
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Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal
Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
Revista On-Line de la Universidad Bolivariana Volumen 3 Número 9 2004
Budismo solidario.
Un nuevo mapa del sendero
Kenneth Kraft
Editorial Maitri, Santiago de Chile, 2001.
Teresa Gottlieb*
El budismo actual presenta dos grandes ramas. La más antigua es la hinayana, el “pequeño vehículo”,
representado actualmente por la escuela Theravada, arraigada fundamentalmente en Birmania, Laos,
Tailandia, Camboya, Sri Lanka y Malasia. La otra, es el budismo mahayánico, el “gran vehículo”, surgido en
el siglo segundo antes de nuestra era, y característico de China, Mongolia, Corea, Tíbet y Japón, y de la cual
el budismo zen es una de su principales expresiones. La escuela Theravada tiene como figura paradigmática
el arhat, monje budista dedicado a la liberación y la iluminación personal. En cambio, la figura central del
mahayana es el bodhisatva, que dedica su vida a liberar a todos los seres. Su principal atributo es la
compasión, la ausencia de egoísmo y la plena dedicación a los demás, incluso postergando su propio
despertar.
La compasión es uno de los aspectos fundamentales de la teoría y la práctica del budismo mahayana.
Tanto es así que el actual Dalai Lama dice que “la compasión es la base de las enseñanzas budistas. La
principal característica del Buda es una gran compasión” (pág. 26). Esta afirmación se basa en la propia
experiencia de Buda. Como se recordará, una vez alcanzada la iluminación, al término de un largo retiro
solitario, Buda decidió, movido por la compasión del sufrimiento de los seres humanos, dedicarse a trasmitir
la sabiduría que había alcanzado. El término sánscrito karuna ha sido traducido como “piedad” y sobre todo
como “compasión”. La palabra española es definida como “el sentimiento de conmiseración o lástima que se
tiene hacia quienes sufren penalidades o desgracias”.1
Esta definición muestra sólo un aspecto de la complejidad del término sánscrito. Karuna no es sólo
“piedad” por quienes sufren “penalidades o desgracias”, sino que es un sentimiento de empatía universal
hacia todos los seres vivientes, incluida la persona que experimenta dicho sentimiento. Busca no sólo
compadecer y ayudar a quienes se encuentren en una situación de desgracia e infortunio, sino que busca
liberarse y liberar a todos los seres del sufrimiento, por entender que la propia liberación requiere o es
favorecida por la liberación de los demás. El término español “solidaridad” expresa bien esta relación de
empatía, afecto y respeto al otro que es como yo, que realmente es yo. Esto se funda en una concepción de la
igualdad básica de los seres humanos; como dice el Dalai Lama, “todos los seres humanos poseen un deseo
innato que los impulsa a buscar la felicidad y evitar el sufrimiento. En lo esencial somos físicamente iguales.
Lo que importa es nuestro parecido mental y emocional”.2
De ahí surge una solidaridad básica, comprendida como una relación horizontal entre todos los seres
humanos que son básicamente iguales. Esta solidaridad difiere de la piedad o conmiseración que siente el que
“está bien” por el que está sufriendo. Podría decirse que el sentido originario de “com-pasión”, el sentir con el
otro, es más cercano al sentido de karuna, que no es sólo sentir algo por el otro, sino con el otro, y también,
hacia sí mismo. Por ello, que incluye el significado de maitri, que significa consideración, respeto y amor a sí
mismo.
Para los budistas, karuna no es un mandamiento recibido de Dios, como en el caso del cristianismo, ni
tampoco un imperativo moral, como afirmaba Kant, que se debe realizar contrariando las íntimas
inclinaciones egoístas. Proviene, espontáneamente, de la profunda experiencia espiritual y cognitiva de
superación del dualismo, que es uno de los temas centrales del camino budista hacia la paz y la felicidad.3 Un
monje zen chileno, Patricio Goycoolea, lo expresa claramente en una entrevista: “Ese no-dos, real, infinito,
absoluto, no se te olvida, y está presente siempre. Y eso abarca todas las emociones, todos los cariños; todos
son tus hijos queridos, todos son tu gran amor”.4 Karuna es una actitud ante la vida que se va adquiriendo
gradual y concientemente mediante la práctica meditativa y el respeto a un conjunto de normas éticas, las
principales de las cuales son “no matar”, “no mentir”, “no causar daño a un otro ni a sí mismo”. Para el
budista, mediante estas prácticas meditativas y éticas, la compasión llega a convertirse en una profunda
convicción que orienta su existencia y la relación con los demás. El mismo monje explica su decisión de
abandonar el convento zen japonés donde vivió durante diez años y de volver a Chile a enseñar: “empezó a
tomar forma la necesidad de compartir eso con toda la gente. Yo sabía que mucha gente se podría beneficiar
tremendamente sabiendo eso, tal como me había beneficiado a mí, años atrás, cuando andaba buscando... Por
eso lo dejé”.5
Desde la perspectiva budista, todos los seres están sujetos a distintas formas de dukkha, es decir dolor,
frustración, penalidades, infortunios, penas. Esta es la primera de las nobles verdades enunciadas por Buda,
quien decía que nacer es doloroso, que la enfermedad es dolorosa, envejecer es doloroso, carecer de lo
necesario es doloroso, la muerte es dolorosa, lo es separarnos de lo que amamos o deseamos, así como estar
obligados a convivir con lo desagradable e indeseable. El dolor es constitutivo de la existencia, y se convierte
en sufrimiento cuando, por ignorancia de nuestra realidad, no comprendemos su sentido. El dolor se
acrecienta con nuestros deseos inmoderados, con nuestra ira, y cuando hacemos daño a los demás, mediante la
violencia, la mentira, el abuso, y otras formas.
Sin embargo, Buda dice que es posible conocer la causa de nuestros sufrimientos y que existe un
camino para superarlos. “El término sánscrito marga, que significa “sendero espiritual”; tiene múltiples
connotaciones que reflejan la realidad del concepto: camino, vía, sendero, curso, canal, travesía, modo,
método, estilo, dirección, camino correcto, búsqueda, indagación”, señala Kenneth Kraft, el autor de este libro
(pág. 6). Este camino consiste en ir superando la ignorancia sobre sí mismo, los otros y la realidad mediante
el conocimiento del dharma, que es la sabiduría budista y, paralelamente, en una constante práctica
meditativa que permite cultivar la atención en la experiencia presente, el aquí y el ahora, autorregular la
mente, y transformar los sentimientos negativos en positivos. Pero, a la vez, el camino budista consiste, como
se señaló, en la práctica de karuna y maitri.
El budismo solidario potencia y amplía las potencialidades “com-pasivas” y sociales de la práctica
budista del mahayana. Kraft lo describe como “un movimiento internacional cuyos integrantes se proponen
aplicar los ideales budistas de sabiduría y compasión a los problemas sociales, políticos y ambientales
contemporáneos” (pág.7). El concepto de budismo solidario es sinónimo de budismo comprometido, budismo
en acción, budismo con una orientación social, acción social. Todos apuntan a lo mismo: a una nueva forma
de actividad solidaria, inspirada por los principios de sabiduría budista, y la meditación zen, tibetana y de
muchas otras escuelas.
Este movimiento ya ha comenzado a hacerse presente en muchos países. En Francia, por ejemplo, se
expresa como “budismo comprometido”; su figura más destacada es el maestro Tich Nhat Hanh, monje zen
vietnamita, y uno de los más importantes pensadores budistas actuales, autor de numerosas obras. Durante la
guerra de Vietnam, fundó en Vietnam del sur una “Escuela juvenil de servicio social”, institución basada en
los principios budistas de la no violencia que llegó a tener cien mil miembros, dedicados como una de sus
principales tareas a reconstruir aldeas destruidas durante el conflicto y a ayudar a sus habitantes.6 Desde su
exilio en Francia en 1973, ha organizado diversas actividades de rescate y apoyo a los refugiados políticos
asiáticos y de otras naciones. Un caso parecido es el de un grupo de monjes budista que recorre diversas zonas
en estado de guerra, donde realizan silenciosas caminatas a favor de la paz. Otro ejemplo, en la ciudad de
Concepción, en Chile, un grupo budista zen ha organizado actividades de ayuda para los niños de la calle.
Otra de las manifestaciones de la compasión budista son las visitas periódicas de monjes o profesores
budistas a cárceles de distintos países, para enseñar meditación a los presos e incluso a los gendarmes
interesados en aprenderla. La cárcel de Nueva Delhi, la mayor de la India, estaba dominada por una mafia
interna y era una escuela del delito, donde campeaba la violencia y el abuso en todas sus formas. Los reclusos
que cumplían su condena habían profundizado sus conductas delictuales, y presentaban un alto nivel de
reincidencia, con delitos aún más graves. La alcaide quiso cambiar esta situación, y ayudar a los reclusos.
Averiguando, le recomendaron la meditación Vipassana, similar al zen, e invitó a un destacado maestro,
Göenka. Se consiguió el apoyo público y se confeccionaron cojines para todos. El maestro empezó a realizar
retiros Vipassana de 10 días en el interior de la cárcel, en el cual todos participaron. Incluso se ha realizado
una película testimonial sobre esta impresionante experiencia.
El monje zen chileno Patricio Goycoolea está realizando en Chile algo similar: “vamos tres veces a la
semana a enseñar meditación a la cárcel de La Serena. En la cárcel hace un calor tremendo, estar sentados en
el patio ahí, medio al sol, es tremendo. Y no se me hace ninguna pesadez, es un compromiso total, es algo que
yo tenía que hacer y había que hacerlo, como que no era ni siquiera yo el que lo está haciendo. Es algo que
hay que hacer no más. No sé de dónde salió, de dónde viene esa necesidad, ese compromiso total de “tengo
que hacerlo” con estas personas, porque sé que lo necesitan más que nadie. Y sé que es un beneficio para
todos, además, porque si a estas personas, que están encerradas y que un día van a salir, no se las hace
recapacitar de alguna falla, van a reincidir y van a ser peores personas, van a hacer más daño a otra gente. Así,
los cambios que se puedan producir en ellas se multiplican”.7
Para describir estas nuevas formas de activismo, el autor de Budismo solidario recurre a una imagen
muy conocida del budismo tradicional, la de la rueda de la vida, que él adapta a occidente, bajo la forma de
“la rueda del budismo solidario”. En esta imagen, que podría compararse a un mandala, están representados
los ámbitos de la familia, el trabajo, la participación en política, la protección del medio ambiente, la defensa
de los derechos humanos, y muchas otras dimensiones del quehacer contemporáneo que, según los nuevos
activistas, son aspectos ineludibles del desarrollo espiritual. La imagen también podría compararse a una flor,
en la que los pétalos más cercanos al centro representan el cultivo de la conciencia despierta, y cada nuevo
círculo es otra dimensión de la apertura al mundo.
No se puede dejar de señalar que las actividades solidarias no son privativas del budismo, ni ajenas a
las religiones tradicionales. De hecho, un breve recorrido por Internet muestra que la expresión “acción
social” se repite como un leit motiv de centros católicos, judíos, anglicanos, episcopales y laicos.
Actualmente, las actividades solidarias, de las cuales el budismo solidario es una de sus expresiones, reúnen
una gama de inquietudes quizás nunca vista antes. Estas prácticas tienen raíces muy antiguas. “La diferencia –
dice Lance Brunner, un maestro budista Shambhala que viene periódicamente a Chile–, es que no esperamos
que nos agradezcan; hacemos lo que hacemos porque tenemos que hacerlo”. Patricio Goycoolea se expresa en
términos muy parecidos: “Si le da de comer a los pobres, le da de comer ¡y se acabó! Si se sana a un enfermo,
sana al enfermo ¡y se acabó! Le da una aspirina a quien la necesita ¡y se acabó! No aferrarse a eso, ni empezar
a sentirse bueno por eso... Eso es un problema, un obstáculo”.8
Al ejercer la compasión, el practicante del budismo no busca conquistar agradecimientos, proyectar
una imagen, ni ganar el cielo. Como se ilustra en Budismo solidario, los budistas se dedican a actividades tan
variadas como la defensa del medio ambiente, el cuidado de enfermos, la creación de centros para personas
con sida, el apoyo a jóvenes de barrios pobres, la organización de pequeñas empresas para reincorporar a la
sociedad a ex vagabundos.
Uno de los aportes de este libro consiste en mostrar que el budismo no ha sido, como suele creerse, una
corriente de pensamiento o una forma de vida ajena o indiferente a lo político. En el pasado, la comunidad
budista “tenía un papel muy influyente en la sociedad. En las culturas asiáticas, predominantemente budistas,
el budismo ejercía una influencia tan generalizada como el cristianismo en la Europa medieval” (pág. 58). En
la India, China y otras naciones orientales hubo reyes y emperadores cuyos reinados fueron una abierta
manifestación de la profunda influencia del budismo. Más aún, hasta la invasión china el Tíbet era una
teocracia, cuyos gobernantes eran los Dalai Lama. Tensin Gyatso, el actual Dalai Lama, sigue siendo el
dirigente temporal y religioso del Tíbet, y preside un gobierno en el exilio en Dharamsala, en el norte de la
India.
En Budismo solidario, Kennneth Kraft da ejemplos de políticos contemporáneos que son budistas.
Aung San Suu Kyi es la principal líder de la oposición democrática de Birmania, gobernada por una cruel
dictadura militar instaurada en 1990, año en que triunfó en las elecciones el partido democrático que ella
dirige. Desde entonces y hasta ahora, con breves períodos de libertad, ha vivido sometida a prisión
domiciliaria, a pesar de una intensa campaña internacional por su liberación. En 1991 recibió el Premio Nóbel
de la Paz. A fines de septiembre del 2004 se informó que “algunas de las principales estrellas del rock y del
pop han decidido unir sus esfuerzos para reclamar la liberación de la dirigente birmana Aung San Suu Kyi,
bajo arresto domiciliario desde hace más de un año. Los grupos U2, Pearl Jam, Cold Play, R.E.M., Match Box
Twenty, Indigo Girls y cantantes como Sting, Paul McCartney y Eric Clapton lanzarán el próximo 26 de
octubre un album dedicado a la disidente birmana, Secretaria General de la Liga Nacional para la Democracia
(LND)”.9 En una entrevista, citada en este libro, dice: “en política uno trata por todos los medios posibles de
no hacer daños ni crear antagonismos, pero si alguien hace algo inaceptable contra el movimiento
democrático, no podemos quedarnos sentados. Tenemos que hacer algo” (pág. 57). Otros ejemplos
consignados por Kraft es el de un maestro de meditación que se presentó como candidato al Parlamento
inglés. “En Tailandia los dirigentes budistas abogan abiertamente por la democracia. En Sri Lanka, hay
monjes que actúan de mediadores en conflictos entre diversas etnias” (pág. 58).
En varios países, hay grupos budistas que organizan o participan en actividades humanitarias,
ecológicas y de desarrollo social. En California, por ejemplo, grupos de voluntarios convierten en jardines y
plazas lugares abandonados que se habían convertido en verdaderos centros de venta de drogas.
La Hermandad budista por la paz (Buddhist Peace Fellowship), es una de las más importantes
organizaciones pacifistas inspiradas por los principios budistas. Fundada por, uno de los pioneros del budismo
zen en Estados Unidos, Robert Aitken el cual “militó contra los ensayos nucleares americanos en los años
cincuenta, luego contra la guerra del Vietnam en los años sesenta, (y) fue uno de los primeros budistas
americanos que practicó la desobediencia civil rechazando pagar la parte de sus impuestos afectados por el
presupuesto de defensa, lo que, dicho sea de paso, es totalmente impensable en el contexto del zen japonés,
donde la sumisión al Estado y más generalmente al grupo social, es imperativa”.10 Según su propia
descripción, la Hermandad reúne a “budistas de muchas tradiciones para explorar respuestas individuales o
colectivas a los sufrimientos políticos, sociales y ecológicos de nuestro mundo. Inspirándose en enseñanzas
sobre la no violencia y la compasión, reconociendo la unidad esencial y la interdependencia de todos los seres
y ampliando la conciencia de nuestra práctica budista de incluir la gente, las plantas y los animales de nuestro
planeta, los miembros de la Hermandad y sus centros locales buscan formas de trabajar en favor de la justicia
social, la igualdad y la solución a los problemas globales”.11 “Hoy, la Hermandad cuenta con alrededor de
cuatro mil miembros. Es una de las organizaciones más activas de Estados Unidos en materia de desarme,
ecología y derechos humanos. En 1987, fue una de las entidades patrocinadoras de una reunión interreligiosa
en Honduras y Nicaragua organizada con el propósito de resolver la crisis política en esos países.
Actualmente, desarrolla diversos programas de ayuda social en Asia”.12
Otra importante institución integrada por budistas solidarios es la Red internacional de budistas
comprometidos (International Network of Engaged Buddhists), “la organización más innovadora en la
reflexión teórica sobre el budismo solidario. Su sede está en Bangkok, Tailandia, pero como indica su
nombre, está constituida en red y cuenta con cuatrocientos miembros de 33 países. El Dalai Lama, Thich Nhat
Hanh y Maha Ghosananda, representantes de tres tradiciones diferentes (el budismo tibetano, el zen
vietnamita y el Theravada camboyano), son miembros honorarios de esta institución”.13 Esta coordina
actividades educativas, de apoyo a la economía alternativa y de defensa de los derechos humanos a nivel
mundial”, señala Kraft (pág. 59). “La Red realiza actividades muy variadas y puntuales. El centro japonés, por
ejemplo, lucha por el reconocimiento de los abusos de Japón en las últimas guerras: la masacre de Nankin y
los experimentos hechos por médicos japoneses durante la segunda guerra mundial, entre otros. Y también ha
enfrentado otro tabú de la sociedad japonesa: la esclavitud sexual controlada por los yakuza, los mafiosos
locales, sin vacilar en operar en condiciones rocambolescas para salvar a prostitutas”.14
Otras organizaciones budistas realizan actividades humanitarias, educativas e incluso de diálogo
interreligioso e intercultural. Una de las principales es la Soka Gakkai Internacional, presidida por el
pensador budista japonés Daisaku Ikeda, autor de varios libros y de textos de diálogos con importantes
intelectuales y pensadores occidentales como Arnold Toynbee y Aurelio Peci, el economista que presidió el
Club de Roma. El grupo de Taiwán organiza foros, encuentros de investigadores, y actividades de fomento
de las artes y de ayuda educativa a niños de las zonas rurales, y ha efectuado una importante labor
humanitaria después de terremotos y tifones que han azotado esa isla.15
El último de los casos que mencionaremos es el del empresario norteamericano Bernard Glassman,
abad de la comunidad zen de Nueva York, que preside la Fundación Greystone. Ésta está integrada por una
red de pequeñas y medianas empresas sin fines de lucro, que ofrecen capacitación y empleo a los más
necesitados, y posee y administra tres edificios de departamento para los sin techo. Greystone inició su labor a
comienzos de los años ochenta en un barrio pobre el norte de Nueva York, donde un grupo de meditantes zen
instalaron una panadería para darles trabajo a ex vagabundos y mendigos. Glassman dice: “el zen
probablemente haya sido el ingrediente más importante de los pasteles que hacíamos”. Pero hay muchos otros
elementos que también se incorporaron al experimento como ingredientes imprescindibles: la dedicación de
tiempo, la creatividad, el empeño.
La pastelería se fue convirtiendo poco a poco en mucho más: una guardería infantil, un fondo de
ahorro, la remodelación de un edificio viejo donde los empleados tenían la oportunidad de comprar un
departamento con su sueldo, la venta de sus productos a tiendas de lujo y la venta de sus productos a una
cadena de heladerías que se ha hecho famosa por sus actividades de protección del medio ambiente. Es muy
probable que el éxito de Greystone se base en el hecho de ser una empresa pionera, pero hay muchos otros
elementos que se destacan y que se repiten en todas partes. En estas iniciativas está la idea de entregar
herramientas, y que quienes las reciben puedan desarrollarse sin depender de nadie. La misma idea del
antiguo proverbio chino que invita “no a regalar pescados, sino enseñar a pescar”. Glassman y Rick Field
escribieron un libro sobre esta notable experiencia.16 Recientemente, Glassman fundó la Orden zen de la paz
(Zen Peacemaker Order), que busca vincular la práctica del budismo zen y el compromiso social.
Para los más conservadores, para quienes ven la religiosidad como un proceso que se vive a puertas
cerradas o en el silencio de un convento, la participación en política, la creación de empresas autogestionadas
y la defensa del medio ambiente pueden parecer una intromisión, una distracción muy típica de nuestro siglo.
La idea de este libro, y las actividades que describe, son diametralmente opuestas a esa visión. Su autor nos
recuerda que uno de los principios fundamentales del budismo es que todo lo que existe en el universo está
interrelacionado… Desde el punto de vista de la interdependencia no hay línea divisoria entre el mundo y yo.
Hay una anécdota de un maestro zen que podría servir de la inspiración a éste y otros proyectos
parecidos: Pai-Chang, uno de los primeros maestros de zen, salía todos los días a trabajar la tierra con sus
estudiantes y nunca dejó de hacerlo, pasara lo que pasara, hasta llegar a la vejez. Cuando ya estaba muy viejo
y enfermo, sus discípulos se propusieron convencerlo de que dejara de trabajar, pero el maestro se resistía.
Ante su negativa, decidieron esconderle la pala con que trabajaba día a día para obligarlo a descansar. La
reacción de Pai-Chang fue muy simple, pero muy drástica: se negó a comer mientras no se la devolvieran.
“Un día en que no se trabaja”, les dijo, “es un día en que no se come”.
Menos drástico, pero muy ilustrativo, es el comentario de una meditante chilena que acaba de adoptar
una niña de dos años y que describe bien el budismo solidario a nivel de la maternidad: “Cuando la niña llora
a medianoche”, dice, “te levantas y la ayudas a dormirse. No lo haces porque te lo vaya a agradecer a la
mañana siguiente, sino simplemente porque es lo que toca. Y cuando tienes algo que le puede servir a otro, se
lo das. Porque es lo que te toca”.
Quienes comenzaron a meditar en los años setenta y ochenta, y quienes siguen incorporándose a
centros de meditación atraídos por el camino que ofrecen las religiones y las disciplinas espirituales de
oriente, recién empiezan a pensar en esta dimensión de la búsqueda. Hasta ahora y, en pocas palabras, se
podría decir que la fascinación de las ideologías orientales ha respondido sobre todo al hecho de ser,
aparentemente, tan distintas de las occidentales. Los que vienen de vuelta del catolicismo y del judaísmo, los
que aspiran a una forma de religiosidad que no ofrezca recompensas ni castigos, han encontrado en el
budismo una nueva forma de vivir su espiritualidad, liberadora, más abierta como ellos mismos dicen. Pero,
tarde o temprano, en esta búsqueda y en otras, aparece el interés por compartir con otros lo descubierto, por
ayudar a los que tienen menos a vivir su dolor, su sufrimiento, sus carencias.
En Budismo solidario el autor explica que “se trata de cambiar al mundo, cambiarnos a nosotros y
cambiarnos a nosotros para poder cambiar al mundo” (pág. 9). Arriesgando muchas críticas, se podría decir
que, en Chile, los budistas llevamos treinta años o más mirándonos el ombligo, buscando respuesta en lugares
aislados, en comunidades exclusivas, en cánticos incomprensibles para los no iniciados. El repunte de
Budismo solidario en las librerías quizá sea una indicación de que hemos empezado a dar un giro. En Europa,
Australia, Canadá y Estados Unidos ese giro empezó a darse hace muchos años, cuando los activistas sociales
de los años sesenta y los pacifistas de siempre empezaron a buscar maneras de ayudar sin recurrir a la
violencia ni a respuestas radicales. Desde muchos rincones se los ha acusado de elitistas, de idealistas, de
cómodos.
Pero esta posición solidaria no tiene nada de comodidad. ¿Cómo acusar de cómodo al joven que pasa
varias noches a la semana en las calles de Santiago ofreciéndoles sopa a los mendigos? ¿Cómo acusar de
conformistas a los que se sientan a la entrada de una fábrica de armas nucleares para impedir el paso de los
camiones que transportan los materiales para fabricar esas armas? ¿Cómo pensar que los que se dedican a
atender a enfermos de sida se deleitan en la autoimagen?
Aparentemente, estos nuevos militantes quieren algo distinto. Cansados de la militancia con enormes carteles,
que no considera la dimensión de la subjetividad y el desarrollo espiritual, lo que más les interesa es ayudar a
formar comunidades horizontales. Ante la disyuntiva de intentar cambiar todo el planeta con guerras y
guerrillas, o bien de ayudar a unos pocos, los que están a su alcance, optan por esto último. Sin bombos ni
demasiados platillos. Quizá con la humildad de los santos que nos pusieron como ejemplo en los colegios.
Quizá con zapatillas de marca y poleras sin nada. Peleándole a las ganas de hacerse famosos como humildes
solidarios. Silenciosos y rebeldes. Marinos de “Greenpeace”. Dispuestos a ayudar, aunque “ayudar” parezca
a veces una palabra manoseada. Anónimos servidores de sopa a medianoche. Cultores de una religión sin
dioses. “Cobardes” valientes de un brutal 2004.
Notas
1 Diccionario de la Real Academia, Espasa- Calpe, Madrid, 1992, tomo I, pág. 522.
2 “Discurso del Central Park de 1999” en El arte de la compasión. La práctica de la sabiduría en la vida cotidiana (2001), Grijalbo,
Barcelona, 2002.
3 Juan José Bustamante, “El despertar y la felicidad en el budismo”, Polis Nº8, vol.3, 2004, Santiago.
4 “El zen y la puerta de la verdad” (Entrevista) en Revista Uno mismo Nº 141, septiembre del 2001, Santiago.
5 Idem.
6 Una notable presentación de esta experiencia se encuentra en su obra Cómo lograr el milagro de vivir despierto. Un manual de
meditación (1976), Santiago Rueda Editores, Buenos Aires, 1998.
7 “El zen y la puerta de la verdad” (Entrevista) en Revista Uno mismo Nº 141, septiembre del 2001, Santiago.
8 Idem.
9 ”Paul McCartney and Eric Clapton record CD to help Burmese activist”, en “http://www.dassk.org/annoucements.php#31:2004”, 24
September, 2004.
10 Eric Rommeluère (2001), “Un budismo transversal” en “http://www.zen-occidental.net/index.html”.
11 “http://dzogchen.bodhyanga.org/Spain/BPF.html”.
12 “http://www.zen-occidental.net/index.html”.
13 Idem.
14 Ibid.
15 “www.sgi.org/spanish/inicio/ quarterly/27/TemaPrincipal1.html”.
16 Cocina Zen. Enseñanzas de vida (1996), Cuatro Vientos, Santiago, 1999.