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Día Viernes 30 de noviembre: Creo en la Iglesia católica como comunión entre Dios y nosotros. Evangelio según San Juan (Jn 13,1-17). grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía. Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican. Palabra del Señor. Reflexión: Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?». Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás». «No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!». Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte». «Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!». Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos». El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios». Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes. Les aseguro que el servidor no es más Catecismo 781-801.813-848. Durante los últimos años, después del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha tomado conciencia de lo que es verdaderamente y lo ha hecho con tres ideas: La Iglesia es misterio, comunión y misión. Ayer reflexionamos en torno a la Iglesia como Misterio. Hoy veremos lo que significa que la Iglesia es comunión. ¿Qué decimos cuando hablamos de que la Iglesia es una comunión? Decimos que la vida cristiana no se vive solitariamente o a mi manera, se vive con otros. La fe esencialmente se vive en comunidad. No se vive yo y Dios directo sino yo-Dios-la comunidad. Hoy vemos dos tendencias: una ayuda a vivir la fe en comunidad y la otra no. Tendencia privatizante: Lleva a privatizar todo, incluido la fe. Nace del vivir solo para mí. Es un incentivo a no meterse con los demás, no preocuparse de los demás. Se ve esta tendencia en la intolerancia que tenemos al que se equivoca, al que es distinto. Somos impacientes, no soportamos los errores y defectos de los demás, del compañero de trabajo, del abuelito que apenas camina o que se le olvida todo o del adolescente rebelde. Esa tendencia hace que yo busque vivir la fe solo, tranquilo, sin meterme con otros, sin participar en grupo ni comunidad. Pero así el ser humano se empobrece y la fe se debilita. El Papa Benedicto dice que nadie puede vivir solo, nadie peca solo, nadie se salva solo, en mi vida entra siempre la vida de los otros y viceversa. La otra tendencia que puede ayudarnos a vivir la fe es que los seres humanos en este mundo tan competitivo y frío necesitamos “lugares cálidos”, ambientes donde uno se sienta persona, donde uno sea acogido no por lo que hace o produce sino por lo que es como persona o cristiano y por eso en nuestras parroquias y capillas siempre hay comunidades de adultos mayores, jóvenes, niños, matrimonios, hay movimientos, grupos de pastoral y comunidades de vida. La Iglesia desde un comienzo vivió la fe en comunidad. En las comunidades participaban de todo: ricos, pobres, intelectuales o analfabetos, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, vírgenes y viudas. El Espíritu Santo que los convocaba los hacía romper sus barreras y se amaban. Y como sabemos el amor puede llegar a tanto que “la multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos” (Hch 4, 32). Por eso la comunión en la Iglesia no nace sólo de un deseo humano bueno de encontrar lugares cálidos sino de la fuerza del Espíritu que nos arranca de nuestro individualismo, de nuestros prejuicios, de barreras sicológicas y nos reúne en comunidad. Por eso crece la Comunión en la Iglesia cuando nos volvemos a Dios. Si nos alejamos de Dios nos alejamos de los demás; los demás pasan a ser competidores, molestosos, complicados, enemigos de mi felicidad. Recordemos a Adán y Eva, ellos cuando desobedecen a Dios muy luego se separan uno del otro y se culpan el uno al otro, se pierde el amor, la solidaridad común. El Papa Juan Pablo II en una carta del 2001 nos enseña lo que es la espiritualidad de la comunión en cuatro ideas fundamentales: 1. Espiritualidad de la comunión significa una mirada del corazón ante todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Es decir crecemos en comunión cuando vemos a Dios en nosotros y en los demás. 2. Vivir en comunión significa “sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y por tanto, como uno que me pertenece, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad” El otro es mi hermano, soy parte de él y él es parte mía. 3. Tener espíritu de comunión es “capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios, un don para mí”. Mirar con los ojos buenos, con ojos de misericordia no de juicio o pesimista. 4. “Espiritualidad de la comunión es saber dar espacio al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros, rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias” ( Novo Millennio Ineunte 43) En este mes vemos a la Virgen como aquella que no se restó a la comunión con los discípulos y por eso está junto a todos los discípulos en el Cenáculo esperando la venida del Espíritu. Ella entra en comunión con Pedro que negó tres veces a Jesús y lo perdona; entra en comunión con los demás apóstoles que abandonaron a Jesús y no los juzga sino que los considera sus hermanos en la Comunión de la Iglesia. Que ella nos ayude a amar la Iglesia concreta y nos dé amor para vivir en comunión profunda con todas las personas, grupos y comunidades de nuestra Iglesia en Chile y en el mundo. Dios en nuestro mundo. Debemos hacer visible al Invisible. “La Iglesia está en la historia, pero al mismo tiempo la trasciende. Solamente con los ojos de la fe se puede ver al mismo tiempo en esta realidad visible una realidad espiritual, portadora de vida divina” (CIC 770). Esta Iglesia es a la vez visible y espiritual. No se puede negar ninguna de las dos realidades ya que hacerlo sería desfigurar lo que es verdaderamente la Iglesia. Estas dimensiones juntas constituyen una realidad compleja, en la que están unidas el elemento divino y el humano. En la Constitución sobre la Liturgia del Vaticano II hay un párrafo esclarecedor de esto. Es propio de la Iglesia “ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y sin embargo, peregrina. De modo que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos” (SC 2). El documento sobre la Iglesia del Vaticano II nos dice que “la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Oración Inicial Oración Final ¡Oh María!, durante el bello mes a Ti consagrado, todo resuena con tu nombre y alabanza.Tu santuario resplandece con nuevo brillo, y nuestras manos te han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presides nuestras fiestas y escuchas nuestras oraciones y votos. ¡Oh María, Madre de Jesús, nuestro Salvador y nuestra buena Madre! Nosotros venimos a ofrecerte, con estos obsequios que colocamos a tus pies, nuestros corazones deseosos de serte agradable, y a solicitar de tu bondad un nuevo ardor en tu santo servicio. Para honrarte, hemos esparcido frescas flores a tus pies, y adornado tu frente con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no te das por satisfecha con estos homenajes. Hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Éstas son las que Tú esperas de tus hijos, porque el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden depositar a sus pies, es la de sus virtudes. Dígnate a presentarnos a tu Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error. Que vuelvan hacia Él, y cambien tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el tuyo. Que convierta a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y dé esperanzas para el porvenir. Sí, los lirios que Tú nos pides son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos, pues, durante el curso de este mes consagrado a tu gloria, ¡Oh Virgen Santa!, en conservar nuestras almas puras y sin manchas, y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aun la sombra misma del mal. La rosa, cuyo brillo agrada a tus ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos, pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia, cuya Madre eres, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que te es tan querida, y con tu auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y esperanzados. ¡Oh María!, haz producir en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día dignos hijos de la más Santa y la mejor de las Madres. Amén. Amén.