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1 IGLESIA CATÓLICA Y RITOS ORIENTALES: LA RELACIÓN ENTRE LAS JERARQUÍAS ECLESIÁSTICAS Y LA COLECTIVIDAD LIBANESA MARONITA (1888 – 1930). CUESTIONES DE METODOLOGÍA Y FUENTES. Sylvia Acerenza Prunell ( Depto de Historiología – CEINMI) Resumen Entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras décadas del XX, el Uruguay fue el punto de destino de miles de inmigrantes procedentes de los destinos más variados, conformando el complejo mosaico que nos otorga una fisonomía cultural distintiva. Entre los grandes contingentes de italianos y españoles, llegaban otros de menor entidad numérica, pero con una gran voluntad de arraigo al arribar al país de destino: este es el caso de los libaneses. Los primeros arribaron en las postrimerías del siglo XIX. La situación geopolítica de Medio Oriente, por entonces bajo dominio del Imperio Turco Otomano, constituyó la principal causa de expulsión de los libaneses. La religión juega un rol determinante al momento de evaluar las posibilidades de abandonar la patria de origen. Las disputas con los drusos se sucedían con mucha violencia desde mediados del siglo XIX, afectando aún más la situación de inseguridad en la que vivían. La mayoría de los integrantes respondían al culto maronita, mayoritario, por entonces, en el Líbano, siendo sometidos a persecuciones durante la época de dominio de la Sublime Puerta. Al arribar a nuestro país, encontraron dificultades para poder profesar el rito maronita, debido a la falta de sacerdotes que dominaran esa liturgia, cuya particularidad radica en que utiliza, como lengua, el arameo. La fuente a utilizar para el análisis de esta compleja relación entre colectivo inmigratorio e Iglesia Católica, será la documentación del Archivo de la Curia Eclesiástica de Montevideo, en una investigación que apunta a desarrollar un abordaje dual que contemple el plano historiológico Migraciones. y el enfoque de la Historia de las 2 Introducción Nuestro país ha sido destino de múltiples oleadas de inmigrantes a lo largo de su historia; individuos en busca de un lugar que les permita desarrollarse en plenitud, o que huyen de persecuciones políticas y religiosas arribaron a nuestras costas y se incorporaron a nuestra sociedad otorgándonos una fisonomía cultural que nos es propia. En el caso uruguayo, un país cuyo elemento indígena había sido tempranamente aniquilado, la tarea de sustituir a la población criolla, originaria del mestizaje de españoles, indígenas y también negros, elementos que constituían la base poblacional de la nación, era en realidad bastante menos compleja que en otros estados de América. Numéricamente, la presencia de españoles e italianos se impuso al resto de las nacionalidades. Su relevancia en este plano y su influencia social y cultural en la conformación de nuestra “identidad nacional”, hizo que monopolizaran los estudios migratorios. Es de manera más reciente que se plantea por parte de los investigadores el abordaje de otros colectivos que presentan aristas distintivas, ya sea por su lejanía cultural o religiosa, o incluso por ambas. Uno de estos colectivos de inmigrantes es el libanés, cuya identidad étnica estaba unida indisolublemente unida a la Iglesia Maronita y a la preservación de las devociones y de la liturgia oriental. La diferencia entre ésta, - perteneciente a las llamadas “uniatas” de rito oriental, y la Católica Apostólica Romana radica en la práctica de una liturgia diferenciada. Las prácticas religiosas se desarrollaban en árabe y arameo, y era necesario un sacerdote que dominara esas lenguas para poder atender las necesidades espirituales de los fieles. Los libaneses radicados en nuestro territorio comenzaron tempranamente a realizar las gestiones necesarias ante las autoridades eclesiásticas locales, a los efectos de lograr la autorización temporal, en los comienzos, y definitiva más tarde, de un sacerdote maronita que oficiara los servicios religiosos para la comunidad. En nuestro caso, proponemos un abordaje del tema migratorio a partir de documentos exhumados en el Archivo de la Curia Eclesiástica de Montevideo, que ponen de manifiesto las reacciones de las autoridades católicas frente a estos pedidos y el grado de involucramiento de una colectividad, desperdigada por todo el territorio, -en función de la actividad comercial desarrollada-, en estos reclamos. 3 La colectividad libanesa en el Uruguay La mayoría de los inmigrantes libaneses, provenían de la zona central del país, en las cercanías de la capital, Beirut. La zona de Kesrawan parece ser la que en este sentido aportó un mayor número de inmigrantes de ciudades costeras o cercanas a la costa. Observando el mapa del Líbano se identifican tres grandes núcleos determinados por poblaciones de origen cercanas. Estos se encuentran en la zona central del país. Otros núcleos poblacionales se destacan como expulsores, principalmente en el norte, el pueblo de Darbeshtar presenta un número relativamente importante de inmigrantes, dentro de lo que son las cifras de la colectividad libanesa. La situación política de Medio Oriente, por entonces bajo dominio del Imperio Turco Otomano, constituyó la principal causa de expulsión de los sirio – libaneses, sin descartar las razones de carácter económico y a la búsqueda de nuevos horizontes en América. Como señala Pi Hugarte, “generalmente no se ha tenido en cuenta la importancia de los factores expulsivos en aquellos casos en que su gravedad vedaba las posibilidades de retorno del que conseguía salir. Esta fue muy característicamente la situación de los siriolibaneses durante el tiempo en que estos territorios formaban parte del imperio Turco Otomano. De modo que en este caso, no tuvo lugar, como ha ocurrido con otras migraciones, un proceso de flujo y reflujo, por más que a la postre predominara el primero”.1 El crecimiento demográfico sumado a la escasez de tierras, - principal fuente de riqueza, en manos de unos pocos propietarios -, condicionaba la subsistencia en la región. Las enormes cargas tributarias establecidas por el gobierno turco, constituían un peso difícil de sobrellevar al pobre campesinado libanés. La religión juega un rol determinante al momento de evaluar las posibilidades de abandonar la patria de origen y se constituyó en uno de los principales factores de expulsión. Las disputas con los drusos2 se sucedían con mucha violencia desde mediados del siglo XIX, afectando aún más la situación de inseguridad en la que vivían. 1 - PI HUGARTE, Renzo; “Asimilación cultural de los siriolibaneses y sus descendientes en Uruguay”, en “Anuario de Antropología Social y Cultural. Año 2004”; Montevideo, Ed. Nordan – Comunidad, pág.55. 2 Los drusos son una minoría religiosa presente principalmente en Siria, Líbano, Palestina e Israel. Su origen se remonta a finales del siglo X. El árabe es la lengua religiosa y se definen como islámicos, aunque su religión incorpora además elementos griegos, judeo – cristianos e incluso gnósticos. 4 Arribaron igualmente aunque en menor número cristianos ortodoxos griegos, cristianos armenios y musulmanes. El Imperio Turco Otomano tenía una legislación extremadamente restrictiva en materia migratoria para los habitantes del Cercano Oriente, ya que “hasta el restablecimiento de la Constitución Otomana de 1908, la emigración estaba prohibida por leyes especiales, pero normalizada la situación del Imperio, dichas disposiciones quedaron sin efecto”3, lo que sucedió al producirse la Revolución de los Jóvenes Turcos. Las estrategias de los inmigrantes para poder burlar los controles y salir de estos territorios, los llevaba a ir en calidad de turistas a Egipto y de allí proseguir su viaje hacia los puertos de Génova y Marsella, para luego embarcar hacia América. La duración de la travesía, entre esa primera escala y la llegada a América, duraba aproximadamente un mes y medio. La inmigración sirio – libanesa tuvo, primeramente como destinos principales a Argentina y Brasil. Uruguay comenzó a ser puerto de destino, después de la llegada de los pioneros que abrieron el camino e iniciaron una larga serie de cadenas migratorias. Fueron conocidos como los “turcos”, por ser súbditos del Imperio Turco Otomano, aunque a ellos este apelativo no les hacía para nada felices. Se dedicaron a la actividad comercial, sobre todo al comercio de intermediación, estableciendo una cadena que llegó, con sus vendedores ambulantes, a los rincones más apartados de nuestro territorio. La forma en que la colectividad se organizó para dar asilo y trabajo a sus connacionales, es por demás significativa a los efectos de avaluar el grado de cohesión interna. Los inmigrantes eran recibidos en el puerto por las principales personalidades de la colonia sirio – libanesa: Emilio Neffa, Alejandro Safi y Juan Miguel, poseedores de casas de comercio en la zona de la Ciudad Vieja, más precisamente en la calle Patagones, transformada en un rincón del Líbano en Montevideo, “un gran bazar, en el recorrido de dos cuadras”4 . Los líderes de la comunidad alojaban a los recién llegados en casas debidamente acondicionadas para recibirlos. Allí se les proporcionaba su herramienta de trabajo, el kache, - cajón donde transportaban los productos para la venta – que cargaban al hombro, llevando a todos los rincones de la campaña, donde aún se conservaban las características del viejo mundo criollo, mercaderías a veces desconocidas o de difícil acceso, para aquellos que vivían fuera del ámbito de las 3 4 - SELUJA CECÍN, Antonio; “Los libaneses en el Uruguay”, Montevideo, Ed. del autor, 1989, pág. 18. - Reportaje a Miguel Azar en “Revista 50 años del Club Libanés”, Mdeo., Club Libanés, 1992, pág. 24. 5 ciudades. Este kache tenía “numerosos compartimientos con artículos diversos en el ramo de almacén: fósforos, yerba, azúcar jabón; y en el de tienda: ropa, pañuelos, sombreros, medias, puntillas, vestidos. En los extremos del kache había dos compartimientos destinados a las prendas más frágiles”5. En estas “casas de arribo”, se le asignaba un punto en el mapa de nuestro país adonde debían ir a desarrollar su comercio ambulante. En 1905, la colectividad hacía una estimación sobre la cantidad de connacionales en el Uruguay, afirmando: “Somos de cuatrocientos a quinientos sirianos a quienes se nos ha permitido la entrada, y hace de quince a veinte años que vivimos y trabajamos aquí.”6 En su gran mayoría eran católicos practicantes del rito maronita. Un breve repaso de la historia de la Iglesia Maronita Los maronitas rastrean sus orígenes hacia finales del siglo IV, cuando un grupo de discípulos se congregó en torno a la carismática figura de San Marón. Luego del Concilio de Calcedonia, - en el que se discute la doble naturaleza de Cristo, divina y humana - en 454 d.C, estos construyeron un monasterio un monasterio ubicado entre Alepo y Antioquia. Por defender estos principios fueron perseguidos y se refugiaron en una zona montañosa del Líbano, en donde permanecieron aislados durante siglos. En el siglo XII, los maronitas entran en contacto con los Católicos Romanos durante las cruzadas. En 1182, la totalidad de sus integrantes se avinieron a una unión con Roma. Esta afirmación es cuestionada en el sentido de que hay una fuerte tradición entre los maronitas que niega la falta de comunión con la Santa Sede en momento alguno.7 A partir de la visita del Patriarca Jeremías II a Roma con el objeto de asistir al Concilio de Letrán en el año 1215, comienza a existir entre la cúpula católica y la Iglesia Maronita una relación por demás estrecha. Hacia 1831, ante las pretensiones de expansión de Egipto sobre estas regiones, los europeos – y especialmente Francia – establecieron el principio de que los cristianos, en cualquier parte del mundo, podían ser equiparados a los europeos y ser “protegidos” por éstos. Este es el comienzo de la intervención francesa en defensa de los maronitas. 5 - SELUJA CECÍN, Antonio; Op. Cit., pág. 34. - Actas de la Cámara de Representantes, 40ª sesión extraordinaria, 19 de junio de 1906, Mdeo. , El siglo ilustrado, T. 187, pág. 45. 7 Cfr. NEFFA, Laila; “Líbano, hilvanes para una reseña”, Montevideo, Peña y Cía., 1943. 6 6 Durante la dominación turca, las distintas fracciones religiosas del Líbano convivieron pacíficamente, como forma de lograr determinados grados de autonomía frente al régimen otomano y es que “su dominación política sobre otros pueblos y etnias fue ciertamente muy inteligente, pues, a pesar de su rigidez y absolutismo, fue con aquéllos tolerante en cuanto a sus tradiciones y culturas”8. Las luchas entre drusos y maronitas llegaron a su punto máximo entre 1859 y 1860, año en que “los campesinos maronitas fueron perseguidos y asesinados en pueblos y villas”9 y este fue uno de los motivos que llevan a los libaneses a emigrar. Las matanzas de maronitas por parte de los drusos; debido a tensiones de tipo religioso, político y, fundamentalmente económico, como la eliminación por parte de los maronitas del régimen feudal de posesión de la tierra y el rompimiento con la clase dominante. Estos hechos provocan la intervención militar de Francia a favor de los católicos maronitas. La persecución y la inestabilidad de la situación de este grupo religioso abrieron el camino para la emigración temprana. La presencia francesa en el Líbano trajo aparejado cambios en su organización política. En 1861 se creó la Mutasarrifya, estatuto que definió al Monte Líbano como una provincia autónoma dentro del Imperio Otomano, negociación en la que Francia estuvo directamente involucrada y que es considerada el germen de la independencia del Líbano. Como señala Isabel de Cabo Ramón, “el protocolo de la cuestión libanesa se firma en nombre de las potencias europeas con el objetivo de proteger a los cristianos del Líbano […] El Líbano fue separado de la administración siria y reunificado bajo un gobernador cristiano no libanés”.10 La organización interna de la Iglesia Maronita tiene sus particularidades respecto de la Católica Apostólica Romana. El Patriarca de Antioquia es su líder espiritual. Los maronitas eran la mayoría religiosa al momento de iniciarse la emigración. 8 - DE CABO RAMÓN, Isabel; “Turquía, Grecia y Chipre. Historia del Mediterráneo Oriental”, Barcelona, Edicions Universitat de Barcelona, 2005, pág. 20. 9 - DE CABO RAMÓN, Isabel; Op. Cit., pág. 20. - Ibid, pág. 21 -22. 10 7 Religiosidad e inmigración A la llegada a nuestro país, los libaneses se encontraron con que no existía en Montevideo parroquia alguna que ofreciera misas en el rito maronita y eso era considerado por ellos como una limitante para ejercer esa religión por la que tanto habían luchado en su patria y que había sido una de las causas determinantes de su exilio. Más allá de que la Iglesia Maronita es una iglesia católica apostólica romana, de las llamadas “uniatas”, conserva su liturgia propia, influenciada por la tradición siriana y latina y desarrollada en idioma siriaco - arameo, que es utilizado en algunas partes de la misa, aunque la mayoría de ella se desarrolla en árabe. Así hacen saber cuales son sus particularidades en una de las publicaciones de la colectividad: “¿La Iglesia de los Padres Maronitas es una Iglesia Católica? Sí; es una Iglesia Católica Apostólica Romana, y en todos los tiempos así lo ha demostrado, aún a costa de su propia sangre. Es necesario no confundir Religión con Liturgia. Nuestra Religión Católica es una para todos los pueblos de la tierra (...). Las Liturgias nacieron por adaptación a las distintas costumbres y necesidades de las diferentes naciones entre quienes predicaron los apóstoles y los antiguos padres de la Iglesia. (...) El rito siro – maronita es de los ritos orientales el que más se asemeja al Latino Romano. El idioma que emplea en las partes más sagradas de la Misa es el siro – caldeo, es decir, el mismo que empleó Nuestro Señor Jesucristo durante su vida en la tierra”.11 El comienzo de las gestiones ante el Arzobispado Previo a las solicitudes elevadas a las autoridades eclesiásticas, hubo un padre, llamado Germán, que se hizo cargo de la conducción espiritual de la colectividad y al que la cúpula de la Iglesia Católica le negó la autorización para desarrollar su labor, en función de la falta de autorización para ejercer el ministerio que debía otorgar la Santa Sede. En carta fechada el 5 de julio de 1888, algunos miembros de la colectividad libanesa le señalaban al obispo de Montevideo, Mons. Inocencio María Yeregui: “y nuestros compañeros, casi en su totalidad, ignoramos el castellano o nos expresamos mal y por consiguiente nos vemos imposibilitados de recurrir al Sacramento de la 11 - “El Amigo”; Mdeo.; julio de 1938; Nº 2; pág. 2 8 penitencia, a confesar nuestras culpas a un sacerdote que no entendería nuestro idioma y de quien tampoco podríamos entender los saludables consejos y exhortaciones”.12 No debemos olvidar que la práctica de una religiosidad puntal de una identidad cultural propia, fue lo que condenó a la emigración a los libaneses. En su mayoría, activos practicantes, estas limitaciones transmitían la importancia del elemento religioso, entendido en clave étnica. Continúan explicando “De poco tiempo a esta parte gran número de compatriotas ha llegado y sigue llegando con frecuencia, sin contar los tantos que andan por la campaña ocupados en diversos trabajos que aprovechan determinadas épocas del año para bajar a la capital, donde a la vez que buscan el descanso del cuerpo, buscan también el consuelo del alma por medio de la confesión de los pecados y el recibimiento del Sagrado Cuerpo”13 A pesar de las razones esgrimidas, Mons. Yeregui no levantó la suspensión al padre Germán. La información acerca de las Iglesias de Rito Oriental era escasa y grandes las prevenciones. Así contestó al pedido: “Visto y considerando que no podemos permitir la permanencia del sacerdote del rito oriental en nuestra diócesis, sin especial autorización de la Santa Sede, no ha lugar”14 Con posterioridad a este hecho se le permitió a distintos sacerdotes provenientes de los países limítrofes a ejercer su misión por períodos acotados de tiempo en el territorio nacional, otorgándoles licencias por el término de 15 días. Algunos iban camino a Argentina o Brasil, y recalaban unos días en Montevideo, -en donde se les permitía oficiar el servicio religioso-, teniendo luego como destino algún pueblo del interior como Salto, Minas y otros en donde la colectividad libanesa revistiera de cierta importancia. En el año 1911, se volvió a insistir en el reclamo del nombramiento de un padre que asistiera a la comunidad. Para ello, elevaron una nota al Administrador Apostólico Mons. Ricardo Isasa, firmada por 227 libaneses, - en representación de sus familias, alrededor de 1000 personas-, afincados en distintas ciudades y pueblos del interior del país: Nico Pérez, Salto , Minas , Durazno, Sarandi del Yi, Migues, Trinidad, Mercedes y San Eugenio. Allí señalaban que: “Nosotros, sirianos, católicos maronitas residentes en la República Oriental del Uruguay, somos cuatro mil personas recientemente llegadas a 12 - ACEM, (Archivo de la Curia Eclesiástica de Montevideo)Sección Gobiernos Episcopales, Serie Mons. Inocencio María Yéregui, Correspondencia 5 de julio de 1888. 13 ACEM, Ibid. 14 ACEM, Sección Gobiernos Episcopales, Serie Mons. Inocencio María Yéregui, 28 de agosto de 1888. 9 este país, cuya lengua ignoramos, por cuya razón estamos privados de los beneficios de nuestra religión, no pudiendo cumplir nuestros deberes religiosos, en lo que se refiere a la confesión y a la santa comunión. Entre nosotros hay mucha gente joven y expuesta a las acechanzas de las ideas antirreligiosas, que como no lo ignora Vuestra Señoría Ilustrísima son numerosas en nuestra época y pueden éstos olvidar por completo su religión y esto será por la ausencia de un Sacerdote que sepa dirigirlos en sus deberes religiosos y confortar sus almas. [...] Su Señoría Ilustrísima [...] está obligada en el nombre de la Justicia, del amor y de las leyes a ocuparse de esta pequeña colonia, no dejándola abandonada a sí misma”. 15 Los firmante proponían al padre Pedro Farah, quien durante ese año y luego de sucesivas prórrogas a sus licencias para ejercer el ministerio y celebrar la Santa Misa en rito maronita, había recorrido gran parte del país. Inclusive, había celebrado misa en la Parroquia de San Francisco en la ciudad de Montevideo. La constante esgrimida es la dificultad idiomática, - tanto en éste como en el primer pedido -, que hace imposible una comunicación fluida con cualquier padre católico; el miedo a las ideas antirreligiosas, suponemos que provenía de los primeros atisbos del anarquismo en nuestro país. A principios de la década de 1920, la colectividad reiteró el pedido, esta vez al Arzobispo de Montevideo, Monseñor Juan Aragone, para que solicitara a la Santa Sede, el envío de sacerdotes libaneses maronitas para atender sus necesidades espirituales. En marzo de 1924, llega al Uruguay el primer sacerdote, Mons. Dr. Jorge Shallita de la Congregación Alpino – Maronita. En noviembre de dicho año, el Cardenal Giovanni Pací, Secretario de la Santa Sede para la Iglesia Oriental, en un borrador de correspondencia, señala la comunicación fluida que existió desde el comienzo entre la colectividad y Mons. Shallita: “Trattai subito di mettere in rapporto il Sig. Abbate coi suoi connazionali. Molti fra essi sono persone di elevata fortuna e la colonia ha 6.000 membri, piú o meno, nella Republica”16 El destaque que tempranamente tuvieron los libaneses, tanto en el plano económico y político comienza a ponerse de relieve, siendo visualizado por las autoridades eclesiásticas del momento. 15 - ACEM, Sección Gobiernos Episcopales, Serie Mons. Ricardo Isasa (Administración Apostólica), octubre 1911. 16 ACEM, Serie Gobiernos Episcopales, Serie Mons. Francisco Aragone, Roma, 5 de noviembre de 1924. 10 A fines de 1924, Mons. Aragone envía una misiva a dirigida a los párrocos del país, en la que da cuenta de las actividades de la Congregación Maronita en nuestro país, para la que pide una especial colaboración cuando estos recalen en sus parroquias para atender a la feligresía libanesa. En un primer momento, el Padre Shallita fue asignado a una Parroquia de la calle Comercio, muy lejana del lugar donde se afincaba el núcleo mayoritario de la colectividad. A pedido suyo, Mons. Aragone lo trasladó a la Parroquia del Señor de la Paciencia, sita en plena Ciudad Vieja. Allí, desarrolló la primera misa en rito maronita: “Monseñor Shallita ofició en la cripta de la iglesia de San Francisco una misa en rito maronita que constituyó un verdadero acontecimiento. La presencia de los feligreses desbordó la capacidad de la iglesia y el ritual despertó los más encendidos elogios”.17 Más tarde arribó su hermano José, quien también era religioso. Juntos comenzaron la tarea de afincar definitivamente la Misión Maronita en el Uruguay. Allí comienzan a recorrer el camino de la fundación del Colegio Nuestra Señora del Líbano que puede dividirse en dos momentos: la primera instalación del Colegio en la Ciudad Vieja, primer reducto de los sirio – libaneses-, y la construcción del nuevo templo y escuela en la zona norte del departamento de Montevideo. Conclusión La persistencia en los reclamos de la colectividad libanesa respecto de la ausencia de un sacerdote del rito maronita que atendiera las necesidades espirituales de la colectividad, tuvo sus frutos en el término de 20 años. La falta de receptividad de los primeros tiempos, fue paulatinamente dando los pasos pertinentes hasta concretar la llegada de los Padres Maronitas a nuestro país. La documentación relevada permite conocer la intimidad de una relación, que entendemos marcada por la desconfianza de las autoridades ante los primeros reclamos, - quienes y cuantos eran efectivamente los peticionarios, la pertinencia o no de un sacerdote de ese rito en nuestro país, etc. -; con el paso del tiempo, y ante una colectividad en franco crecimiento, se fueron franqueando las puertas y primero en tránsito y luego de forma definitiva, la colectividad pudo contar los servicios religiosos en su lengua y rito. 17 - KALIL MALTACH, J.; Conferencia en la Sociedad Libanesa, 9 de diciembre de 1975. 11 La religiosidad jugó, en los comienzos, un rol muy importante en el mantenimiento de las pautas culturales y étnicas de la colectividad. Fue la religión uno de sus principales factores de expulsión, así como también fue su motor la búsqueda de un lugar donde poder profesar su fe sin persecuciones.