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Economía Ambiental
FUNIDES 3.3.16
Juan Sebastián Chamorro
Director Ejecutivo de FUNIDES
Un proverbio chino dice “La rana no se bebe el estanque en el que vive”. Sin
embargo, si analizamos el desarrollo económico de Nicaragua de los últimos 100
años, se hace evidente que nuestro crecimiento se basa en la extracción de los
recursos naturales. La abundancia de aguas superficiales, suelos fértiles por la ceniza
volcánica e inmensas extensiones de bosque podían interpretarse en el pasado como
una fuente de riqueza inagotable.
Esta ilusión se está desvaneciendo cada vez más por nuestros propios actos de
extracción insostenible, lo que conlleva a la destrucción de nuestros ecosistemas y
de nuestro sustento de vida; mientras que al mismo tiempo se aumentan los efectos
adversos del cambio climático.
El mensaje principal que quiero transmitirles hoy es que esta ilusión en la que hemos
vivido de abundancia y exceso de recursos ha llevado a un derroche alegre e
irresponsable de las cosas que nos brinda la naturaleza. Hemos malversado nuestros
propios recursos naturales al utilizarlos para cosas a las que no estaban destinados.
Este mal uso de los recursos se debe a un problema muy concreto: la incapacidad o
desinterés que hemos tenido como sociedad de valorar adecuadamente a estos
recursos. Valorarlos económicamente en toda su dimensión y valorarlos ya, para que
no sigamos despilfarrando los recursos que hemos heredado y que ojalá podamos
heredar a nuestros hijos.
Considero que en este sentido de valorar los recursos, la economía ambiental juega
un papel fundamental, al contribuir con técnicas y conceptos que nos lleven a estimar
más apropiadamente a los recursos naturales, por lo que son y por lo que pueden
proveer. Si bien hemos cometido el error de no ver estos beneficios, estamos todavía
a tiempo de corregir este error de valoración mientras aún tenemos algo de estos
recursos.
Nicaragua posee 68 tipos de ecosistemas, entre los cuales figuran cinco ecosistemas
únicos que son las coladas de lava de sus volcanes, las lagunas cratéricas, los lagos
Cocibolca y Xolotlán, la Isla de Ometepe y los bosques de bambú del litoral del
Caribe. También tenemos reservas importantísimas como Indio Maíz y Bosawas.
Estos ecosistemas se encuentran amenazados en la actualidad porque los valores de
los beneficios generados por los servicios ecosistémicos son desconocidos o
ignorados. Nuestros ecosistemas no deberían de ser solo preocupación de los
ambientalistas, sino de cualquier individuo comprometido con el bienestar del país y
el de las generaciones futuras.
Los recursos naturales al ser utilizados por los individuos en actividades de consumo
y producción generan bienestar para la sociedad. También los ecosistemas en su
estado natural generan múltiples beneficios para el ser humano, tanto de manera
directa como de manera indirecta. Un ejemplo interesante que quiero ilustrarles, es
el caso de los bosques de manglar, que en Nicaragua tienen su mayor concentración
en el departamento de Chinandega. Los manglares de aguas poco profundas
mantienen poblaciones estables de conchas y por lo tanto proveen el servicio
ecosistémico “alimento”, generando beneficios con valores asociados, como el
“valor nutricional” y “fuentes de ingresos por venta”. Otros servicios ecosistémicos
del mangle incluyen, hábitat para otras especies, en especial en sus primeras etapas
de vida. En particular el camarón, que es actualmente uno de los principales
productos de exportación del país.
En adición a este valor de uso o de aprovechamiento es muy importante recordar que
algunos de nosotros podemos valorar al recurso natural más allá de los bienes y
servicios ecosistémicos que nos proveen a las personas y a la naturaleza. Me refiero
al valor mismo de la existencia de estos recursos. Si desaparece Indio Maíz o
Bosawas, por ejemplo, estaremos muchos de nosotros profundamente tristes por su
desaparición. De manera positiva, podemos contribuir económicamente a su
protección y el monto de nuestra contribución a la causa de conservación es una
medida de cómo valoramos la existencia de estos recursos.
Pero en adición al valor de los servicios y productos ecosistémicos y al valor de
existencia, sabemos que los recursos naturales pueden brindar un servicio a la
humanidad aún más valioso como es la preservación misma de la vida. Volviendo al
tema del manglar, su existencia ayuda a la protección de la franja costera y a las
comunidades que viven ahí. Cuando hemos invadido su hábitat, podemos ver que los
humanos salimos perdiendo, como se puede ver de dos ejemplos concretos en
Poneloya Las Peñitas y Corinto.
Finalmente sabemos la importancia que tienen los bosques en la captura y secuestro
de carbono y regulación hídrica; todos estos con beneficios para el ser humano. Si
los valores de estos beneficios no son considerados en la toma de decisión, usos de
suelo alternativos pueden parecer más atractivos y expandirse a costa del ecosistema.
La valoración correcta puede hacer que los humanos comprendan la importancia de
conservar los ecosistemas. Para evitar que nuestros recursos naturales sigan siendo
subvalorados por los actores económicos, debemos comenzar a reflejar los valores
reales de los ecosistemas. Es vital asegurar que el uso de los servicios ecosistémicos
no afecte la capacidad de proveer de los ecosistemas, y para ello debemos analizar
las alternativas de uso, desde el punto de vista económico, integrando los costos y
beneficios ambientales en nuestras herramientas de decisión.
En este campo complejo donde las ciencias naturales, la ecología y la gestión
ambiental llegan a sus límites, es justo donde la economía puede hacer
contribuciones desde el corazón de su disciplina, así como mediante enfoques
interdisciplinarios. La economía ambiental es una rama de la economía que aplica
instrumentos analíticos en las decisiones económicas que tienen influencias en el
ambiente, para identificar las causas y las posibles soluciones a los problemas
ambientales.
Si examinamos la literatura económica de finales del siglo XVIII en adelante,
podemos encontrar evidencias de que algunos de los primeros economistas
mostraban conciencia sobre la importancia del medio ambiente. Malthus trató el tema
de la población y la producción de alimentos, Ricardo escribió sobre la
productividad de la tierra, Jevons sobre el agotamiento de las reservas de carbón,
Hotelling exploró una teoría de los recursos no renovables y Pigou propuso
impuestos ambientales.
Fue sin embargo después de la segunda Guerra Mundial que se desarrolló plenamente
la economía ambiental como rama de la ciencia, especialmente después de los años
1960, utilizando conceptos y modelos microeconómicos de la teoría neoclásica del
bienestar, fundamentándose en los supuestos del comportamiento individual racional
y el equilibrio del mercado.
Los principales aportes de la economía al tema de la valoración de los recursos
naturales se basa en tres grandes áreas:
1. En primer lugar, la aplicación del análisis costo-beneficio a los proyectos de
inversión con impacto ambiental, y, por consiguiente, el desarrollo de técnicas de
valoración económica para valorar los cambios y daños ambientales.
2. En segundo lugar, el desarrollo de la teoría de la política ambiental, con el objetivo
de la comparación, el diseño y la evaluación de los instrumentos de política
ambiental.
3. En tercer lugar, se examinó el crecimiento económico y la escasez de recursos
mediante estudios teóricos y empíricos.
Los avances de la ciencia económica fueron acompañados por importantes eventos
a nivel mundial que promovieron una mayor profundización de la ciencia en temas
ambientales. Tenemos por ejemplo el Informe del Club de Roma: Los límites al
crecimiento de 1971; en 1972 la conferencia sobre el Medio Humano de Naciones
Unidas en Estocolmo, donde se manifiesta por primera vez a nivel mundial la
preocupación por la problemática ambiental global (es increíble que algo tan obvio
se haya presentado hace tan poco tiempo); en 1973 la crisis petrolera mundial que
tuvo enormes repercusiones sobre cómo vemos los RRNN; sin mencionar sucesos
recientes como la conferencia de desarrollo sostenible de Naciones Unidas (o
Río+20) en 2012, y la pasada reunión entre las partes de París a finales del año
pasado, entre otros, que siguen dando importantes impulsos a la disciplina.
Pero, volviendo al tema de la valoración de los recursos naturales, se trata
verdaderamente de un problema de miopía o ignorancia respecto al valor del recurso?
Si fuera así de fácil, la solución sería estar mejor informados, que ya lo estamos.
Si ya sabemos de los beneficios ambientales, ¿por qué seguimos depredando los
recursos?
El problema fundamental de muchos recursos naturales es que pueden ser utilizados
por todos los miembros de una comunidad pero al mismo tiempo no le pertenecen a
nadie. Esto puede provocar que el recurso sea explotado irracionalmente. Abundan
los casos en los que un recurso común para una sociedad ha sido dilapidado y como
consecuencia de esta sobre explotación, la sociedad termina peor que como estaba
antes. Este efecto es conocido como la “Tragedia de los Comunes”. Las razones de
esta “Tragedia” son más fáciles de entender con un ejemplo; supongamos que a dos
idénticos ganaderos se les asigna un pedazo de tierra con pastos con la capacidad de
alimentar a X número de animales. Ambos ganaderos se comprometen a poner cada
uno la mitad de ese número de cabezas y así aprovechar los pastos de manera
eficiente. El problema, según la línea de pensamiento que explica la tragedia, es que
cada ganadero cree que el otro va a romper el acuerdo y ambos terminan rompiéndolo
para que el otro no “se le vaya arriba”. Al final, el pasto es sobre explotado y ambos
ganaderos terminarán peor a que si se hubieran restringido a poner el número óptimo
de ganado. La tragedia ocurre porque los ganaderos piensan solo en su bienestar y
no en el bienestar colectivo que hubiera generado la cooperación mutua.
La desaparición de bancos pesqueros en el Atlántico Norte, la casi extinción de las
ballenas, las hambrunas de África e incluso el deterioro de la capa de Ozono y el
calentamiento global son el resultado de la sobre explotación de patrimonios
ecológicos que le pertenecen a la comunidad global pero que son explotados o
contaminados de tal manera que la comunidad termina al final lamentándose. Lo
mismo que pasa a nivel global ocurre con los ecosistemas de nuestro país, como el
manglar descrito anteriormente.
¿Cuál puede entonces ser la solución a estos problemas? Por lo general, los
economistas han orbitado alrededor de dos opciones antagónicas: por un lado, se
propone la intervención del Estado en solucionar los problemas y por el otro lado se
propone la privatización. La intervención del Estado se justifica cuando el mercado
no es capaz de producir los resultados óptimos para la sociedad. El otro extremo
propone que el mercado, al asignar recursos vía precios, asegura que los recursos
sean “consumidos” por aquellos que más los valoran.
Estas dos alternativas no convencieron a la economista Elinor Ostrom como tampoco
se convenció que todos los recursos comunes estaban destinados a tan incierto futuro.
Ostrom logró documentar casos exitosos de gobernanza de recursos naturales en
todos los continentes. No solamente encontró casos en los que la “Tragedia de los
Comunes” no aplicaba, sino que incluso estableció una serie de principios bajo los
cuales comunidades en diversas partes del mundo, de culturas y religiones diferentes,
han podido administrar recursos naturales de manera sostenible sin recurrir ni al
Estado ni al Mercado. Ostrom concluyó que estas sociedades fueron capaces de
afrontar este tipo de problemas mediante instituciones, reglas, incentivos y sanciones
que hacen que los individuos cooperen y no destruyan el medio que los rodea.
Un caso estudiado a profundidad por Ostrom han sido los sistemas de irrigación
compartidos por muchos agricultores, tanto en Europa como en Asia.
Los principios generales para que una comunidad pueda administrar exitosamente
un recurso común según Ostrom son:
1. Que los grupos de interés estén bien delimitados y no existan conflictos de
intereses entre sus miembros.
2. Que las reglas que gobiernan el recurso común estén acordes con las condiciones
y necesidades locales, incluyendo cómo, cuándo y cuánto se debe extraer del
recurso.
3. Que los potenciales afectados por las reglas también puedan tener una voz al
momento de proponer cambios.
4. Establecer un sistema de monitoreo de la conducta de los miembros del grupo.
5. Que existan sanciones claras y aceptadas por todos de antemano.
6. Que exista un sistema de resolución de conflictos simplificado, ágil y de bajo
costo; y
7. Que la institución comunitaria tenga al menos un mínimo reconocimiento de las
autoridades formales, como Gobiernos locales o el Gobierno Central.
Por estas ideas Ostrom fue la primera mujer en recibir el Premio Nobel de Economía
en el año 2009.
Los principios de gobernanza de los recursos comunitarios propuestos por Ostrom
son muy relevantes para la administración sostenible de las tierras indígenas del
Caribe nicaragüense, al igual que la extracción de los recursos pesqueros, el manejo
de las áreas protegidas y esquemas de pagos por servicios ambientales. El común
denominador de los principios que propone Ostrom para el éxito es esperar menos
del Gobierno, menos del mercado y organizarse más alrededor de la comunidad y de
sus intereses. Para resolver estos problemas, es necesario establecer instituciones,
arreglos, sanciones y normas (que no cuestan dinero y por lo tanto la pobreza no es
excusa) que puedan ayudar a manejar los recursos naturales de manera sostenible.
Para manejar bien nuestros recursos, tenemos pues que como base valorarlos
apropiadamente y acto seguido crear reglas e instituciones que nos lleven a un
aprovechamiento sostenible y responsable del recurso.
Creo que el aporte de la economía ambiental radica en el planteamiento de una serie
de preguntas fundamentales y la utilización de métodos para responderlas. Algunas
de las preguntas fundamentales, a ser respondidas para cada caso en particular, serían
las siguientes:
1. ¿Cómo podemos evidenciar el valor económico de un ecosistema y sus servicios
ecosistémicos? ¿Qué instrumentos de valoración económica utilizamos?
2. ¿Cómo podemos solventar la problemática de las externalidades?
3. ¿Cómo podemos asignar los recursos naturales entre las distintas personas e
incluso entre diferentes generaciones?
4. ¿Cuáles son las causas económicas / institucionales de los problemas ambientales?
5. ¿Cómo podemos valorar económicamente los impactos negativos en el entorno?
6. ¿Cómo podemos diseñar incentivos económicos (políticas) para mejorar el medio
ambiente?
Para una universidad joven comprometida con el desarrollo sostenible como es
UNIDES, es importante tomar el desafío de incorporar en su currículo elementos de
valoración de los recursos naturales. Para aquellos potenciales estudiantes que tengan
un interés o incluso entrenamiento en economía y están interesados en un campo
innovador y desafiante, la economía ambiental es una atractiva profesión. A medida
que la población mundial y nacional está creciendo, y que la oferta de servicios
ecosistémicos se está reduciendo debido a la explotación y destrucción de los
ecosistemas y del ambiente; la demanda por servicios profesionales de economía
ambiental se incrementará cada vez más. Según el portal de empleo Recruiter, los
salarios de los economistas ambientales en Estados Unidos han aumentado en
promedio un 40 por ciento entre 2004 y 2010 a nivel nacional; y el portal Ciencias
Ambientales indica que en el mismo país entre 2012-2022 se proyecta un crecimiento
del 8-14 por ciento de la tasa de empleo de economistas ambientales.
De nuevo agradezco a la Universidad por esta invitación y celebro que instituciones
tomen como elemento central de su misión trabajar por un mundo mejor. No
podremos tener un mundo mejor sin preocuparnos y preocupar a los jóvenes de lo
que estamos haciendo en contra de nuestro propio mundo. Por suerte, la solución
también está en nuestras manos, para decirlo con las palabras del filósofo japonés
Daisaku Ikeda:
“No importa qué tan complejos puedan parecer los problemas globales, somos
nosotros mismos quienes los hemos originado. Por lo tanto no puede estar más allá
de nuestro propio alcance el poder resolverlos”.