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02
TM MARTES 19.ABR.2016 HERALDO DE ARAGÓN
400 ANIVERSARIO
UNIVERSOS PARALELOS
>CERVANTES Y GALILEO ESCRIBEN A LA CIENCIA
Mientras Cervantes daba un giro
copernicano a la literatura, alejándose de la yeguada caballeresca y
creando la novela polifónica, Galileo
comenzaba a ordenar el cajón de
sastre de la ciencia medieval. Este
viernes se cumple el 400 aniversario de la muerte del autor del Quijote
AVENTURAS Miguel de
Cervantes fue alguien
carismático, aventurero, imaginativo e irrepetible.
Además, fue un hombre cultivado e interesado por la ciencia, a
la que defendió y distinguió de
lo que hoy se conoce como pseudociencia. Desgraciadamente, la
máxima figura de la literatura española nos dejó el 22 de abril de
hace 400 años, pero, por suerte,
antes de partir, nos brindó la
compañía del idealista don Quijote; un iluso encantador que
partía en busca de aventuras en
la que muchos críticos han denominado como la primera novela
moderna de la historia y una de
las mejores de la literatura universal. Sin lugar a duda, una revolución de la cultura en la que
el manco de Lepanto no estaba
solo; fue contemporáneo de astrónomos de la talla de Tycho
Brahe, Johannes Kepler, Galileo
Galilei y Giordano Bruno, unos
genios que comenzaban a ordenar el cajón de sastre de la ciencia medieval.
En los tiempos de Cervantes,
astronomía y astrología eran sinónimos, si bien se distinguía entre astronomía natural –lo que
hoy conocemos con el nombre
de astronomía y que estudiaba
los movimientos de los astros– y
la astrología judiciaria –que se
dirigía más a las figuras del zodiaco, horóscopos y enfocaba el
tema desde el punto de vista de
la superstición–. A ello se refiere en el capítulo 25 de la II parte
del Quijote, en ‘La aventura del
mono adivino’, cuando distingue
entre ambos tipos de astrología
diciendo que la judiciaria «echa
a perder, con sus mentiras e ignorancias, la verdad maravillosa de
la ciencia».
Una buena excusa para leer el
Quijote es ir descubriendo en
cuántos de sus capítulos se refiere Cervantes a la ciencia en
general, y a la astronomía en
particular.
POR DELANTE Pero, además del
Quijote, Miguel de Cervantes dejó otras obras que, aun siendo
menos conocidas, no dejan de tener destellos de genialidad. En
‘La Gitanilla’, en un poema dedicado a la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III, encontramos una alegoría astronómica cuando relaciona a los pajes
que acompañan el cortejo real
como «pequeñuelos Ganimedes
que cruzan, van, vuelven y tornan» como los planetas por «ese
cinto tachonado» que sería la
eclíptica, de «esa esfera milagrosa», refiriéndose a la esfera celeste con la que compara el cortejo real.
Aparte de su brillante conocimiento astronómico, Cervantes
se adelantaba haciendo mención, quizás por casualidad, a
unos «pequeñuelos Ganimedes» que estaban a punto de ser
descubiertos y bautizados. Y es
que, en otro verso paralelo, Galileo y Simon Marius, alumno de
Kepler, peleaban por la primicia
de quitar a la Tierra la exclusiva
de tener un satélite propio: en
ese momento, se descubrían los
primeros cuatro satélites de Júpiter: Io, Europa, Calisto y... Ganímedes.
Imagen de la exitosa candidatura Estrella Cervantes en el concurso Name Exo Worlds que, gracias al apoyo popular,
renombró con ecos quijotescos el sistema planetario Arae.PURATURA
CERVANTES EN EL COSMOS
La influencia de Miguel de Cervantes y sus personajes quijotescos ha sido tanta que, desde hace unos meses, un sistema planetario tiene, gracias al voto popular (más de
38.000 votos), una estrella con el nombre de Cervantes
que acoge, bajo su lumbre, a los planetas don Quijote, Dulcinea, Sancho y Rocinante. Por supuesto,
estos nombres pueden usarse libremente en
paralelo a la nomenclatura científica ya existente. Estrella Cervantes competía con otras
seis opciones de otros países para renombrar el
sistema planetario Arae, que se encuentra a más
de 49 años luz de distancia. Así, gracias a la iniciativa del Planetario de Pamplona y la Sociedad Española de Astronomía, apoyada por el Instituto Cervantes, el escritor y sus inseparables personajes forman
parte del fresco que nos envuelve cada noche.
De esta forma, lo que parecía una hazaña quijotesca se convirtió en una realidad. Si William Shakespeare da nombre a un pequeño asteroide, el
nombre de Cervantes brilla ahora en el firmamento
como la estrella de las letras españolas que fue y sigue siendo.
Y un apunte más: en 1976, la Unión Astronómica Internacional puso el nombre de Cervantes a un cráter de impacto en el planeta Mercurio y que tiene un diámetro de 181
kilómetros. El nombre de nuestro insigne autor comparte ‘suelo’ en este planeta con otros personajes ‘grandes’ en otros ámbitos del conocimiento como el de la composición musical: Bach y
Handel o la pintura y la escultura: Rembrandt y Miguel Ángel.
A TIRO DE TELESCOPIO Mientras tanto, Galileo Galilei, armado con
un telescopio construido por él
mismo, desnudaba a la Luna quitándole su capa blanca. Desde el
primer momento, percibió con
claridad que su superficie no era
lisa y no dudó en señalar la existencia de valles y montañas.
Contempló la Luna a lo largo de
varios días, recogiendo los datos
en ‘La gaceta sideral’, una de sus
grandes obras.
Pero Galileo no tenía suficiente; el de Pisa dirigió su telescopio hacia el siguiente objetivo:
el Sol. Fue tan dura esta justa
que Galileo acabaría, en la última etapa de su vida, ciego. Pero
tal y como hizo con la Luna, Galileo retrató al Sol con la lente
de la ciencia. Las manchas que
aparecían en la superficie solar
hacían que el dogma imperante
en aquella época, el ptolemaico,
fuera perdiendo brillo. No había
vuelta atrás: la astrología y la astronomía comenzaban los trámites de divorcio y la humanidad se hacía poco a poco menos
quijote.
No cabe duda de que Cervantes, Galileo, Marius, Kepler, Brahe, Bruno y muchos otros nos
ayudaron a tener una imagen más
cercana de un universo que se
nos aleja sigilosamente. Nos hicieron más pequeños pero más
grandes, pusieron claridad entre
tanta oscuridad, profundidad entre tanta superficialidad y dieron
un empujón a futuros soñadores
no menos idealistas. Nadie podrá
poner en duda que, por ejemplo,
fueron ellos los que subieron a lo
que el propio Newton denominó
«hombros de gigantes». Si eran
molinos de viento o no, la ciencia nos lo dirá.
ANA ROMÁN ESTELA AGRUPACIÓN ASTRONÓMICA ARAGONESA ALBERTO VIRTO COLEGIO
OFICIAL DE FÍSICOS EN ARAGÓN BORJA ESPEJO
GARCÍA ESTUDIANTE DE DOCTORADO EN LA
UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA