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TEMA 2.- EL ESTUDIO SOCIOLÓGICO DE LA EDUCACIÓN 1.- CONCEPTOS DE SOCIOLOGÍA Y CAMBIO SOCIAL 1.1.- Sociología La sociología es una de las ciencias sociales. Su objeto primordial de estudio es la sociedad humana y, más concretamente, las diversas colectividades, asociaciones, grupo e instituciones sociales que los humanos forman. Como cualquier otro ser vivo, el hombre sólo puede existir cuando está inmerso en su propia especie, en y a través de ella. La sociología estudia también al ser humano en la medida en que su condición desde ser explicada socialmente, así como los resultados sociales de sus intenciones y comportamiento. Su objeto de estudio es el ser humano en tanto que animal social. Lo que distingue a la sociología de otras ramas del saber social es el hecho de que ella investiga la estructura, los procesos y la naturaleza de la sociedad humana en general, por la tanto abarca una zona de la realidad que otras ciencias sociales. Quienes por primera vez se aproximan a la sociología suelen sorprenderse por la gran variedad de los temas por ella tratados y dudan que tal variedad pueda tenar unidad o coherencia internas. Mas la unidad de la sociología mana de su método de enfoque: la sociología se interesa. Como decimos, por las colectividades mismas así como por las relaciones interhumanas que en ellas se producen y no por alguno de sus aspectos parciales. Al hacer tal, la sociología siempre interrelaciona fenómenos que pertenecen a varios niveles de la vida social. La sociología intenta establecer las conexiones pertinentes entre los fenómenos políticos y los religiosos, los económicos y los bélicos, los artísticos y los éticos. Por ejemplo, si un sociólogo estudia los hábitos sexuales de una sociedad, analizará la moral sexual, los intereses grupales a que responde, los conflictos intergeneracionales que provoca, etc... En sus análisis, el sociólogo hace uso de un enfoque interrelacional que puede llamarse también imaginación sociológica y que constituye la clave de la inteligencia sociológica de la realidad humana. Se trata de una actitud que nos permite subrayar la unidad y la diversidad, a la vez, del mundo social, la básica interdependencia de todas las áreas de la realidad social. Es tarea de la sociología establecer qué factores son los predominantes en cada situación, por mucho que se considere que cada nivel de la realidad social -económico, cultural, político, religioso- posea un cierto grado de autonomía. La sociología es una disciplina abierta. Ello significa, sencillamente que no es dogmática. Nada puede aceptarse principios de autoridad. Todas las proposiciones de la sociología pueden y deben ser reexaminadas, sujetas a duda metódica, comprobadas a la luz de nuevas experiencias. Todo ello conlleva la característica de la cumulatividad. La socióloga es cumulativa en el sentido de que en ella los datos, hipótesis o teorías más precisos o refinados vienen a sobreseer a los que lo son menos. En sociología, la información más fehaciente y las explicaciones teóricas más plausibles deben superar y eliminar 1 las menos satisfactorias. El resultado es un enriquecimiento de nuestro saber social. La sociología es una disciplina cuya metodología es moralmente neutra. Sólo es fecunda, sin embargo, si quienes la practican no son seres amorales que pretendan vivir en un mundo éticamente aséptico. La sociología entraña una reflexión, a poder ser lúcida, sobre nosotros mismos. El sociólogo debe luchar contra sus propias pasiones y contra cualquier presión nociva que ejerzan sobre su actividad, con el fin de ser veraz y juzgar con serenidad e independencia el mundo que le rodea. Cuando no la hace produce ideología, es decir, una interpretación tergiversada de las cosas que obedece más a sus intereses personales o de cualquier otra índole que a la pasión por el conocimiento objetivo que debe guiar su tarea. Sociología e ideología son términos incompatibles. Inevitable y automáticamente la indagación sociológica se convierte en crítica de la sociedad, ello hace de la sociología una disciplina incómoda para muchos. La crítica sociológica del poder político, por ejemplo, puede resultar poco agradable para quien lo detenta. La evaluación de muchas instituciones o actividades modernas -televisión, internet, multinacionales, desarrollo sostenible- es, hoy en día, más efectiva cuanto más se apoya en la argumentación sociológica. En todo caso, la sociología no monopoliza ni mucho menos la crítica de nuestro universo social, que puede ejercer también el filósofo, el escritor, el científico o cualquier ciudadano consciente. No obstante, y precisamente a causa de la expansión de la sociología en el mundo moderno, esa crítica es ya inconcebible sin la ayuda de la inteligencia sociológica de los asuntos humanos. 1.2.- Cambio social Cambio social es toda transformación observada en el tiempo, que afecta, de una manera no efímera ni provisional, a la estructura y funcionamiento de la organización de una colectividad dada y modifica el curso de la Historia. El cambio social designa las variaciones producidas en las sociedades humanas. La sociología del cambio social estudia las transformaciones que afectan colectivamente a los valores y a las prácticas de una sociedad o de un grupo social. En esta lógica, el cambio social es un proceso mediante el cual aparecen diferencias medibles en el seno de un sistema social, a lo largo de un periodo de tiempo determinado. ¿Pero qué modifica el curso de la Historia? Tendríamos que distinguir entre evolución y cambio social. Entendemos por evolución social el conjunto de transformaciones que conoce una sociedad durante un largo periodo de tiempo y, por cambio social, las transformaciones observables y verificables dentro de periodos más breves. De lo dicho anteriormente se desprenden tres conclusiones: 1.- El cambio social se da cuando se alteran los modelos de relación de hombre a hombre 2.- El cambio social exige un cambio en la estructura social 3.- El cambio social genera cambios en los significados y valores de la sociedad. 2 El cambio social es un fenómeno omnipresente en la vida social. Todas las sociedades cambian continuamente. La única diferencia entre unas sociedades y otras está en el ritmo del cambio social. A tenor de lo dicho, podemos hacer una clasificación del cambio social según su intensidad, y así, podemos hablar de cambios sociales transitorios y significativos. Denominamos cambios sociales transitorios cuando lo nuevo es adoptado muy rápidamente por la mayoría y, quizás, tengan un considerable efecto en la vida social, pero también puede ser abandonado rápidamente, sin dejar mella en el sistema social. Normalmente este tipo de cambios tiene poco efecto sobre la vida social. Con todo, si hay muchos cambios de este tipos significa que las condiciones sociales exigen cambios significativos pues la situación está siendo frustrada y se trata de encontrar remedios a esa frustración. Y por otro lado, esos cambios nuevos pueden ser sucedáneos y retardar las verdaderas soluciones. Por el contrario, para que se de un cambio social significativo hace falta que sea aceptado por un suficiente número de sujetos y quede de tal modo integrado en el sistema social que pueda perdurar. Por estas razones el estudio del cambio social debe adoptar una perspectiva de largo alcance y, en este sentido, el paso del tiempo es condición para el cambio. El cambio social hay que analizarlo desde una perspectiva temporal. Una regla segura para determinar si un cambio social es significativo puede ser que lo nuevo sea efectivamente transmitido de una generación a otra y esta lo acepte como parte integrante del sistema. Un análisis sistemático del cambio social nos lleva a distinguir tres variables: los factores, las condiciones y los agentes del cambio social. Denominamos factor del cambio social a un elemento que, en una situación dada, por el mero hecho de su existencia o por la acción que ejerce, produce un cambio. Las condiciones del cambio son los elementos de la situación que favorecen, activan o frenan, la influencia de un factor o de varios factores de cambio. Las condiciones de cambio pueden afectar al ritmo o a la dirección del cambio y a su extensión. Los agentes del cambio son las personas, los grupos o asociaciones que introducen el cambio. Se trata de actores y grupos sociales movidos por objetivos, intereses, valores o ideologías. Todo cambio es experimental, en el sentido que sus consecuencias no son predecibles. Lo anteriormente expuesto se basa en que siempre lo nuevo se presenta como una solución a algún problema, pero nunca se sabe como va a operar en un contexto particular o, dicho de otras manera, no siempre una idea o práctica es funcional para todas las partes. Los elementos que configuran el cambio social son tan interdependientes que el funcionamiento de un elemento depende tanto de ese elemento como de otros y el cambio de uno puede modificar el funcionamiento de otros. 3 2.- EL PROFESORADO COMO AGENTE DEL CAMBIO EDUCATIVO El rol del profesorado en el aula hay que considerarlo ciertamente central: su status es único, tanto por su número, como por los atributos que le conceden ser la única persona adulta en su interior y poseer el mandato y la licencia, reconocimiento legal de sus conocimientos y título. Se trata, en efecto, de que es la única persona adulta en clase y, sobre todo, del poder que tiene atribuido en función de su cargo. Las relaciones interpersonales son siempre, a la vez que un intercambio de símbolos y experiencias, la expresión de una relación de fuerzas que sólo tienen sentido dentro de un sistema de poder. Desde esa perspectiva, el poder del profesorado se hace sentir en una serie de protagonismos en la relación pedagógica, como lo vienen a reconocer Bourdieu y Passeron en su Análisis de la autoridad pedagógica. Para estos autores la relación pedagógica es una actividad de imposición e inculcación de un arbitrario cultural, que no consiste tanto en una relación de comunicación, como en un juego de comunicación ficticia, en el que el profesor encuentra toda una serie de apoyos y defensas procedentes de la misma institución. Principalmente, espacio (su posición central en el aula, su control de los medios auxiliares de la transmisión y, en muchos casos todavía, su posición elevada en la tarima) y el uso de un lenguaje difícil y distante. Los protagonismos del profesorado condicionan decisivamente la relación de enseñanza-aprendizaje con el alumnado, y van más allá, hasta producir toda una serie de efectos sociales menos conocidos: etiquetado, diferenciación y polarización, entre otros que estudiamos seguidamente. 2.1.- El efecto Pigmalión En los años 60, Rosenthal y Jacobson pretendieron mostrar en su trabajo Pigmalión en clase, como las expectativas que el profesorado de clase media tiene sobre el alumnado de clase obrera inciden de manera significativa en su rendimiento escolar. Al menos, tanto como lo pudiera hacer el origen social deficitario de unos alumnos pertenecientes a minorías desfavorecidas (chicanos, portorriqueños). La idea central subyacente en su estudio era la de la profecía que se cumple a sí misma. Para ello, realizaron un experimento en Oak School, una escuela situada en un barrio pobre de una ciudad cercana a San Francisco. A finales del curso, le plantearon al profesorado de ese colegio la necesidad de experimentar un nuevo test con el que se podían predecir los progresos escolares y el éxito futuro de los alumnos. En realidad, las pruebas a alumnos de preescolar y tercer curso de primaria, se realizaron utilizando un test de uso corriente para medir el Coeficiente Intelectual y una serie de capacidades verbales y de aptitud para el razonamiento. Antes de comenzar el curso siguiente, designaron al azar, independientemente de los resultados obtenidos en el test, un 20% de los alumnos que fueron recomendados a sus profesores como alumnos capacitados para hacer grandes progresos escolares durante el curso que comenzaba. Realizados de nuevo los tests en diciembre y mayo, los resultados mostraron de forma muy clara que aquellos alumnos de los que sus profesores esperaban grandes progresos, realmente los tuvieron. Igualmente, los informes solicitados a sus profesores a final de curso acerca de su comportamiento en clase, mostraban de manera muy clara que los alumnos 4 señalados al azar como más prometedores habían tenido, en opinión de sus profesores, un mayor interés por su aprendizaje, una mayor curiosidad y se habían sentido más a gusto en clase que sus compañeros. En conclusión, los autores del experimento destacaban la importancia de la estima y de la valoración positiva del profesorado para el desarrollo intelectual del alumnado. Sin descartar la influencia de una posible actitud favorable y colaboradora de los estudiados, la explicación de tal efecto Pigmalión descansaría en la interacción profesor-alumno, en la que el primero transmite sus expectativas favorables mediante una serie de expresiones, lenguaje corporal y actitudes positivas. A pesar de que diferentes estudios realizados a posteriori no lograron repetir de modo convincente los resultados, éstos han quedado como el modelo de la importancia que tienen las expectativas del profesorado sobre el rendimiento de su alumnado. 2.2.- La teoría del etiquetado El etiquetado de los alumnos es otra de las posibles intervenciones sociológicas del profesorado en la relación educativa. La teoría del etiquetado (labelling theory) surge en el seno del interaccionismo simbólico, siendo Becker (The teacher in the authority system of the public school) quien la desarrolla mediante su perspectiva de la definición de la situación, para afirmar que la definición de unos individuos o grupos como “desviados” tiene consecuencias imprevistas en su conducta. Pero va a ser Rist (Sobre la comprensión del proceso de escolarización: aportaciones de la teoría del etiquetaje) quien traslade la teoría del etiquetado desde la Sociología de la Desviación a la de la Educación. La teoría del etiquetado señala que la desviación surge de la interacción entre dos partes, el etiquetador y el etiquetado, y es un proceso social en torno a tres elementos: 1) la comisión de alguna acción por el etiquetado; 2) la interpretación de dicha acción como desviada por el etiquetador, que le lleva a definir al otro como desviado y a darle el tratamiento adecuado; y 3) la reacción de éste ante el “sambenito” o etiqueta que se le adjudica. Así pues, la conducta desviada no es una simple trasgresión de una norma, sino la respuesta de los otros a dicha acción, de manera que produce un efecto permanente de etiquetado en el trasgresor que amplía la desviación. Para Rist, el estudio de los resultados que las expectativas del profesor tienen sobre sus alumnos, puede hacerse de modo similar al estudio de la desviación social. La perspectiva del etiquetado aporta un modelo para estudiar los procesos del rendimiento educativo producto de la influencia de las expectativas del profesor. Algo que falta en la mayoría de estudios, como es el caso de Pigmalión, que sólo tiene en cuenta las entradas y salidas, pero no los procesos interactivos que suceden durante la prueba. La teoría del etiquetado permite conocer el tipo de alumnos que los profesores consideran como proclives al éxito o al fracaso; las diversas reacciones que tienen los profesores ante los distintos alumnos, en función de sus expectativas; o los efectos de las reacciones del profesor en los resultados del alumno. Eso es precisamente lo que lleva a cabo, con ciertas cautelas Hargreaves (Reactions to labelling), para quien los factores que influyen en la aceptación de los alumnos de una etiqueta puesta por el profesor son: la frecuencia con que se realice el etiquetado, el valor que se le conceda al 5 profesor que lo realice, el apoyo recibido por otros profesores, y el carácter público del etiquetado. En función de lo anterior, el que a un alumno se le llame charlatán o travieso, una o dos veces, no supone que se le etiquete como tal. Es necesario que se reitere tal calificativo, por un profesor significativo -el tutor, por ejemploo una serie de ellos, y en una situación o situaciones relevantes y públicas, para que se consolide la etiqueta. La sala de profesores tiene un papel primordial ante el establecimiento y difusión del consenso entre el profesorado sobre la etiqueta de algún alumno. Eso explica que, a comienzos de curso, se puedan oír, ante la primera acción destacada en clase de algún alumno, reacciones por parte del profesor del tipo: “A mí no me la das, García, conmigo lo tienes crudo, ya sé quien eres” o similar. Sin duda, la información sobre García, el alumno famoso y etiquetado, ha sido pasada en la sala de profesores. Sin embargo, no toda acción etiquetada como desviada conlleva un proceso en cadena en esa dirección, también puede servir como elemento disuasorio y normalizador. Pero en todo caso, señala Hargreaves, la acción de etiquetar supone un estigma para el etiquetado, ya que le desacredita, se le degrada y, en definitiva, se le rechaza públicamente. 2.3.- Diferenciación y polarización Otra modalidad de intervención protagonista del profesor en la relación educativa, consiste en lo que Parsons primero, en su trabajo ya citado sobre el aula, y Lacey, en una institución altamente selectiva de enseñanza secundaria inglesa -la Grammar School- después, han llamado el proceso de diferenciación. Lo que sucede es que, en cada cohorte o promoción de estudiantes, se producen dos procesos de agrupamiento: uno de diferenciación y otro de polarización. La diferenciación es el proceso de separación y ordenación de los alumnos por sus profesores mediante un conjunto de criterios que constituyen el sistema de valores normativos y académicamente orientados de la institución escolar. Las escalas que se utilizan para ello son la académica y la actitudinal; ambas interdependientes, por cuanto la conducta y el comportamiento en clase afectan a los valores académicos, tanto por la predisposición favorable del profesor hacia los alumnos que se portan bien y trabajan, como por la predisposición del alumno que así se comporta a aceptar el sistema de valores escolares. De los estudios etnográficos de la interacción en las aulas, se deduce que la diferenciación se va produciendo gradualmente, y de una manera dual: los alumnos mejores y peores son reconocidos e identificados en primer lugar y los mediocres e intermedios, posteriormente. Como resultado de la diferenciación, originada por el profesorado, tiene lugar la polarización, que define como el proceso que tiene lugar dentro del cuerpo estudiantil, a partir de la diferenciación y por la influencia de una serie de factores externos. En dicho proceso, los alumnos se agrupan en torno a alternativas subculturales que se oponen a la cultura dominante en la escuela, dando origen, como afirma Fernández Enguita en Los efectos del desempleo juvenil sobre las transiciones a la vida adulta, a la formación de grupos y subculturas anti-escuela. 6 2.4.- La sala de profesores como válvula de escape y ámbito de socialización En los centros docentes, la sala de profesores constituye un lugar privilegiado de interacciones, donde los profesores manifiestan y liberan las tensiones acumuladas por el trabajo docente, al tiempo que intercambian información acerca del alumnado y conversan de temas relacionados con su trabajo profesional y la sociedad en que se insertan. En muchos centros, la ausencia de sala de profesores puede ser parcial o totalmente cubierta por el lugar de esparcimiento y reunión cotidiana del profesorado, se trate del bar del centro, de la cafetería de la esquina o el despacho más acogedor que reúna a la mayoría o a grupos numerosos de profesores con carácter habitual. En muchos colegios de primaria, está extendida la práctica de reunirse todo el profesorado a desayunar durante la hora del recreo de la mañana. Este momento es de gran importancia para la marcha personal y colectiva del profesorado, teniendo un gran peso en la conformación del espíritu de cuerpo, por encima incluso de la solemnidad de un claustro formalmente convocado. Igual ocurre en los Institutos de Secundaria, aunque al no coincidir todo el profesorado, por sus horarios diferentes, los efectos pueden ser más dispersos. Al igual que en la sociedad, también en las salas de profesores existen ámbitos separados espacialmente en términos de géneros, fundamentalmente, y de orientación ideológica, secundariamente. Además terminan por constituirse divisiones informales como las zonas de casados y solteros o de hombres y mujeres, con sus animadas charlas de temas diversos. Como señala Woods en Having a laugh: an antidote to scholling, los efectos alienantes de la institución son neutralizados a través del humor y de la risa, un componente fundamental de la sala de profesores. Según un estudio de Guerrero Serón (El magisterio en la Comunidad de Madrid. Un estudio sociológico), los temas de conversación más frecuentes entre los profesores eran los alumnos y el aula y la profesión. A bastante distancia quedan los temas familiares o los deportivos. Las relaciones con los padres y el comentario de los últimos affaires políticos se sitúan en un segundo plano, por delante de los programas de TV que, al contrario que la mayoría sociológica del país, no parecen formar parte de las conversaciones del profesorado, mucho más proclive a hablar de temas más serios, como de educación y pedagogía. Woods describe la sala de profesores como el área privada colectiva de los profesores, respetada por los otros estamentos educativos, en donde pueden reconocerse los signos de identidad de los diferentes profesores y reina un vasto desorden que contrasta con el esmerado orden de la escuela. Junto a momentos en que se comporta como una zona tranquila, en silencio y al servicio de algunos profesores que aprovechan una hora libre para corregir ejercicios o preparar algún tema, la sala de profesores reúne, en los momentos de euforia, al conjunto de profesores que comparte el desayuno, leen y comentan el periódico o establecen tertulias. Estos momentos de asueto poseen una función de solidaridad y reforzamiento de la identidad del grupo y, constituyen un puntal básico del corporativismo docente. Hammersley en Ideology in the staffroom? considera, igualmente, que la conversación es una de las actividades más importantes que se realizan en la sala de profesores. Por un lado, sirve de relajamiento o válvula de escape de 7 las tensiones acumuladas durante los periodos lectivos. Por otro, sirve para pasar información, al comienzo de curso sobre todo, acerca de las actitudes, cualidades y fechorías del alumnado. En este sentido, además de ser una fuente importantísima de reproducción de etiquetas y prejuicios sobre los alumnos, constituyen la segunda etapa del proceso de tipificación del alumnado por el profesorado. Un proceso que se inicia en el aula y versa sobre las dos preocupaciones fundamentales del profesorado en la misma: el aprendizaje y el orden. 3.- EL HECHO SOCIAL DE LAS CALIFICACIONES El aula como espacio social presenta tensiones y conflictos de todo tipo. Hemos elegido centrarnos en el mundo de las calificaciones para tratar de presentar una visión sobre sus componentes y relaciones sociales, que nos permita entender mejor la dinámica que se produce en cada prueba, control, examen, evaluación con su posterior entrega de notas. Antes de comenzar, queremos aclarar el concepto de calificación, que a veces resulta un tanto confuso para el resto de la comunidad educativa (profesores aparte, o a lo mejor podríamos incluirlos) Una calificación tiene tres valoraciones sociales: a) garantizar a la sociedad -familia e instituciones- que las inversiones realizadas han sido procedentes b) asegurar que las expectativas generadas de adquisición de conocimientos ociosos y no ociosos han sido mayoritariamente cumplidas c) dejar constancia de una disponibilidad real de acceder al sistema productivo en las condiciones que este sistema necesita Es obvio que estas valoraciones sociales no aparecen claras en la acción educativa que tiene lugar en el aula, lo que genera en los protagonistas del proceso educativo desconfianza, inseguridad, desesperanza y a veces desesperación, especialmente en el acceso al sistema productivo y en relación a las expectativas de adquisición de conocimientos ociosos y no ociosos. Los docentes, en una gran mayoría, no están convencidos de las bondades del sistema de calificaciones. La causa de esta actitud debe relacionarse con el fracaso de la tan cacareada relación causa-efecto entre titulación y promoción social. Es cierto que esta relación existió en una proporción notable en la década de los sesenta y setenta, como consecuencia de las bondades del sistema económico, pero cuando esas bondades se redujeron o desaparecieron, se quebró aquella relación causal. No se puede negar que los títulos, los expedientes académicos aún son valorados y quizás excesivamente, en los curriculum, pero tampoco se puede negar que hay otras titulaciones, adquiridas al margen del sistema formal educativo que están adquiriendo al menos el mismo valor en el mercado de trabajo. Por otra parte, lo genérico de muchos títulos académicos no responde a la especificidad de los puestos productivos del sistema y, consecuentemente, apenas si son valorados. Los méritos académicos, en definitiva, están a la baja, sobre todo los acreditados por los títulos tradicionales. La hora de la meritocracia académica y su fuerza impositiva en el mercado de trabajo ha pasado. Y de esto son muy conscientes el alumnado y también la mayoría del profesorado. 8 Ahora bien, frente a este posicionamiento negativo del alumnado en relación a las calificaciones, se sitúa todo el aparato institucional educativo y también los padres, que aún siguen creyendo en las bondades de las calificaciones y títulos como garantía de acceso seguro al sistema productivo. Y justamente en medio de estos dos frentes se encuentra el colectivo de profesores que muchas veces soporta en sí mismo un conflicto consistente en defender con sus acciones un sistema educativo que rechaza parcialmente en sus convicciones. 3.1.- La negociación de las calificaciones en el aula Con este conflicto interno tienen que iniciar un proceso negociador con todos y cada uno de los alumnos y por extensión con padres y el aparato institucional, con el objetivo mínimo de transmitir un conjunto de contenidos curriculares impuestos por el propio sistema educativo, y con el objetivo máximo de lograr hacer de aquellos alumnos unas realidades humanas plenamente significativas, tanto desde el plano personal como social. Los profesores, como negociadores en las aulas, participan en la negociación con un poder institucional delegado, y en muchos casos con un prestigio y carisma académico y personal añadido. Ellos son los responsables de ofertar las calificaciones finales como objeto de negociación, lo hagan directa y abiertamente, o lo hagan recurriendo a los argumentos legales o del aparato educativo. Ahora bien, ¿qué piden a cambio de su oferta?. Este es el punto más delicado y problemático de todo el proceso negociador que tiene lugar en el espacio social llamado aula. Ciertamente, la oferta puede ser amplia, aunque los elementos de ella no presenten ni tengan el mismo valor objetivo ni subjetivo. Esta oferta puede referirse a disciplina, estudio, memorización, aprendizaje, respeto, creatividad, imaginación, asistencia, trabajo, etc. A nadie se le escapa que esta oferta no suele ser formulada explícitamente, sino casi siempre crípticamente, pero ello no es obstáculo para que todos los sujetos que intervienen en el proceso negociador sean conscientes de ella. Esta oferta también soporta mayor o menor credibilidad en dependencia directa de la imagen social que los docentes negociadores tengan en el aula y dentro de la institución educativa en la que están integrados. La fijación de los contenidos de la oferta a negociar es, indudablemente, un problema grave y de difícil solución. Quizás una solución aceptable, aunque no infalible, como medio de eliminar tensiones en la negociación, sería una relación consensuada entre aquellas materias de negociación que explícita o implícitamente han sido presentadas por los alumnos. Pero esta solución exige por parte de los docentes negociadores la aceptación de que el alumnado, con independencia de su nivel académico, es un colectivo adulto para negociar, es decir, un colectivo con capacidad de análisis, reflexión y crítica acordes con su nivel educativo. Aceptado este principio, debe añadirse que el proceso negociador en el aula, no se realiza con el colectivo de los alumnos como tal, sino con sus líderes, es decir, con aquellos alumnos que tienen carisma y prestigio entre sus compañeros, unos líderes que no tiene por qué coincidir con los delegados institucionalmente elegidos. El profesor debe saber detectar quién tiene poder en el aula. Este poder no tiene que ser académico, puede ser físico, deportivo, provocativo, verbal o escénico. Lo importante es saber quién o quienes tienen 9 capacidad para negociar, dada o prestada por el resto de los componentes del aula. Y con ellos se negocia. Es preciso hacer una advertencia funcional: cuando un proceso negociador en el aula, por la causa que sea, no prospera, o genera nuevas tensiones o conflictos, el profesor que está negociando no debe trasladar su función de negociador a otro miembro de la institución educativa, y nunca a la dirección del centro. El problema sólo atañe al aula y a sus protagonistas. Un error de planteamiento a evitar en la dinámica negociadora, es negociar sólo para aquel grupo, mal llamado alumnos aventajados, es decir, para aquellos que mejores calificaciones han obtenido en cursos anteriores o en otras materias del curriculum. Esta práctica, por desgracia más habitual de lo que es conveniente, es un claro atentado a los derechos fundamentales del alumnado. Y ello es así porque todos los miembros presentes en el aula tienen el mismo derecho a ser escuchados en el proceso negociador, bien directamente, bien a través de sus líderes. Por otra parte, la negociación debe ser establecida en beneficio de todos y cada uno de los miembros del aula, incluidos aquellos que han llegado a ella con materias pendientes o con una imagen académica negativa. Bajando al detalle, es más importante conseguir que en el conjunto del aula no haya suspensos, aunque tampoco haya sobresalientes, que conseguir que algunos miembros del aula obtengan matrícula, junto a la gran mayoría que reciben una calificación negativa. El conjunto de los miembros presentes en el aula en cuestión es el que tiene que superar todas y cada una de las condiciones exigidas por el proceso negociador, sin permitir que ningún miembro quede sin beneficiarse del mismo. Dicho en otra perspectiva, al proceso negociador no pueden presentarse las calificaciones negativas como una alternativa a negociar. ¿Cómo impedir que se de esta situación? Simplemente llevando a la negociación -al aula- la necesidad de la solidaridad y el esfuerzo compartido, del trabajo en equipo y, sobre todo, la creación de conciencia de grupo como una materia de cambio por las calificaciones. Convencer a todos y cada uno de los miembros del aula del siguiente hecho: el fracaso académico de un compañero es tu fracaso, así como tu éxito es el éxito de tus compañeros. El aula es un colectivo y como tal tiene éxito o fracaso académico también colectivo. Fomentar los éxitos y fracasos de las individualidades es una táctica harto frecuente en las aulas pero poco justificable desde el punto de vista educativo. El profesorado de todos y cada uno de los niveles educativos que el aparato institucional tiene establecido, debe asumir estos planteamientos de carácter colectivo como garantía de que su acción educativa responde a las expectativas que la sociedad civil se ha hecho a la hora de crear el sistema educativo. La sociedad del futuro más próximo deriva manifiestamente al éxito de los colectivos con preferencia a los pedestales de individualidades. La meritocracia individual está dejando paso a la eficacia y promoción colectiva. Por eso, el mundo educativo debe sintonizar perfectamente con estas tendencias de la sociedad. 10 3.2.- Una propuesta de calificaciones alternativa Nuestra propuesta en referencia a la materia de negociación en el aula a intercambiar por las calificaciones es la siguiente: el trabajo compartido. En definitiva el colectivo de alumnos será calificado por lo que el colectivo como tal haya realizado en el día a día en el espacio social del aula, a través de una acción comunicativa permanente. Esto equivale a decir que no se pueden admitir como materias de negociación ni la disciplina, ni el respeto, ni la asistencia, ni la fidelidad reproductora de los apuntes, etc. sin que esto signifique negar la importancia que tales extremos puedan tener en el proceso educativo. Lo que rechazamos es su presencia en el proceso de negociación. Por el contrario, será la solidaridad, la interacción personal, la responsabilidad compartida, la creatividad contrastada, la capacidad colaboradora, la conciencia de grupo como componentes del trabajo compartido los que estarán presentes en la negociación como parámetros para fijar las calificaciones, con el plus que contienen como factores creadores de autoestima personal y colectiva que apuntan necesariamente hacia la realidad plenamente significativa de la realidad humana de todos y cada uno de los miembros del aula, objetivo único de la acción educativa. Además, si los componentes del aula han practicado el trabajo compartido con todos los componentes reseñados, no sólo evitarán el fracaso escolar, sino, lo que es más importante, dispondrán de todos los recursos y mecanismos antropológicos necesarios para integrarse en plenitud funcional a la sociedad de la que forman parte, evitando o imposibilitando un fracaso social. En este momento de la reflexión, debe dejarse constancia del respeto, dada la importancia que tiene en la acción educativa, hacia el conjunto de conocimientos curriculares que están presentes en la acción educativa, respeto hacia su cantidad y calidad, dado que estos contenidos satisfacen expectativas fijadas por la sociedad. Pero dicho esto, nos situamos críticamente, afirmando que en la cantidad no se mantiene el equilibrio deseable entre conocimientos ociosos y no ociosos, es decir, entre conocimiento no orientados directamente al sistema productivo pero sí directamente a la dimensión humana y aquellos conocimientos orientados hacia el sistema productivo con olvido de la realidad antropológica de los alumnos. Y nuestra crítica se extiende también hacia la calidad de los conocimientos porque estos están más orientados hacia la selección académica que hacia la formación humana, una formación que tal y como aparece en el artículo 27.2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, incluye los siguientes rasgos como expresión de la plenitud humana: autonomía, espíritu crítico, creatividad, solidaridad y justicia. Es decir, tres rasgos que se refieren al ámbito personal y dos rasgos que mencionan cualidades relacionadas con los otros. 3.3.- El coste de la negociación Para completar nuestro análisis sobre la negociación que tiene lugar en el aula como espacio social, nos resta referirnos a los costes de esa negociación. Ésta, como un proceso pactado para resolver o aminorar notablemente los conflictos y tensiones presentes en el aula mediante la puesta 11 en práctica de la racionalidad, conlleva un coste personal y colectivo, lo mismo que acontece en cualquier negociación que tiene lugar en la sociedad civil, de la que el aula, recuérdese, es una parte. Dentro de la lógica negociadora, el coste debe repartirse entre los sujetos que llevan a cabo tal negociación -profesorado y alumnado-. Es cierto, por estar constatado, que en el aula el coste mayor de la negociación lo viene soportando el alumnado y para ello se invoca como justificación pertinente, realmente impertinente, a la normativa vigente. Pero nuestra reflexión anterior ha pretendido resituar y reconceptualizar la acción educativa allende los corsés legislativos, no en contra, y ello, porque estamos convencidos que los corsés legislativos han sido establecidos para favorecer y proteger los intereses del profesorado, ignorando como mínimo, o despreciando, como máximo, al alumnado. El coste de la negociación debe repartirse racionalmente entre los protagonistas de la misma, tomando como base para el reparto la definición de situación. Es decir, el reparto del coste debe tener en cuenta la cultura del aula, la cultura del centro, el entorno social, la cultura de la sociedad y la peripecia humana de los protagonistas negociadores. 12