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Lección 7 para el 14 de mayo de 2011
“Guárdame como a la niña de tus ojos;
Escóndeme bajo la sombra de tus alas”
(Salmo 17: 8)
“Yo habitaré en tu
tabernáculo para siempre;
Estaré seguro bajo la
cubierta de tus alas”
(Salmo 61: 4)
“¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia!
Por eso los hijos de los hombres se amparan
bajo la sombra de tus alas”
(Salmo 36: 7)
“Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí;
Porque en ti ha confiado mi alma,
Y en la sombra de tus alas me ampararé
Hasta que pasen los quebrantos”
(Salmo 57: 1)
“Porque has sido mi socorro,
Y así en la sombra de tus alas me regocijaré”
(Salmo 63: 7)
“El que habita al abrigo del Altísimo
Morará bajo la sombra del Omnipotente…
Con sus plumas te cubrirá,
Y debajo de sus alas estarás seguro;
Escudo y adarga es su verdad”
(Salmo 91: 1, 4)
¿Qué experiencia del salmista
le llevó a escribir estos textos?
Una pequeña piedra derriba a un gigante
Una pequeña mirada derriba a un rey
Con una mirada a Betsabé, entró en la mente de David la tentación.
Al no resistir esta tentación, consumó el pecado (adulterio) y éste le llevó a otro
pecado mayor (asesinato)
David pensó que, bajo su manto de rey, podría ocultar su pecado.
Pero ante Dios, ningún manto humano puede ocultar el pecado.
Durante un año entero, David rehusó
confesar su pecado. Pero, como nos dice el
Salmo 32, él sufrió gran agonía en su mente
y en su cuerpo debido a su silencio.
“Mientras callé, se
envejecieron mis huesos
En mi gemir todo el día.
Porque de día y de noche se
agravó sobre mí tu mano;
Se volvió mi verdor en
sequedades de verano”
Salmo 32: 3-4
Con sutileza, Natán enfrentó a David con su pecado mediante una parábola.
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No le acusó, sino que, con tacto, solicitó la ayuda de David.
Aprovechó que el sentido de justicia todavía estaba activo en David.
Con la parábola, penetró en las defensas de David.
Invitó a David a escuchar sin sentirse juzgado.
Como resultado, David se condenó a sí mismo.
Con las palabras: “Tú eres aquél hombre”, Natán quebrantó el corazón
endurecido de David.
“Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad.
Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová;
Y tú perdonaste la maldad de mi pecado”
(Salmo 32: 5)
“Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve.
Hazme oír gozo y alegría,
Y se recrearán los huesos que has abatido.
Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades”
(Salmo 51: 7-9)
“David fue perdonado de sus transgresiones porque humilló
su corazón ante Dios, con arrepentimiento y contrición de
alma, y creyó que se cumpliría la promesa de perdón de
Dios. Confesó su pecado, se arrepintió y se reconvirtió. En el
arrobamiento de la seguridad del perdón, exclamó:
"Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido
perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el
hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo
espíritu no hay engaño". Se recibe la bendición gracias al
perdón; se recibe el perdón por la fe en que el pecado que se
ha confesado, y del cual uno se ha arrepentido, lo carga
Aquel que lleva todos los pecados. Así fluyen de Cristo todas
nuestras bendiciones. Su muerte es un sacrificio expiatorio
por nuestros pecados. Él es el gran intermediario por medio
de quien recibimos la misericordia y el favor de Dios”
E.G.W. (CBA, material suplementario sobre Salmos, 32: 1-2)
El perdón divino va más allá del simple
perdón. Crea en la persona arrepentida
un nuevo corazón.
Por esto, junto al perdón, debemos
pedir a Dios que nos de un nuevo
corazón para vivir una vida santa
delante de Él, con la conducción del
Espíritu Santo.
“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
No me eches de delante de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu.
Vuélveme el gozo de tu salvación,
Y espíritu noble me sustente”
(Salmo 51: 10-12)
“Una de las más fervientes oraciones registradas en la Palabra de
Dios es la de David cuando suplicó: "Crea en mí, oh Dios, un corazón
limpio". La respuesta de Dios frente a una oración tal es: Te daré un
corazón nuevo. Esta es una obra que ningún hombre finito puede
hacer. Los hombres y mujeres deben comenzar por el principio:
buscar a Dios con sumo fervor en procura de una verdadera
experiencia cristiana.
Deben sentir el poder creador del
Espíritu Santo. Deben recibir el nuevo
corazón, es decir tienen que
mantenerlo dócil y tierno por la gracia
del cielo. Debe limpiarse el alma del
espíritu egoísta. Deben trabajar
fervientemente y con humildad de
corazón, acudiendo cada uno a Jesús
en busca de conducción y valor”
E.G.W. (CBA, material suplementario sobre Ezequiel, 36: 26)
Tras esta experiencia, podemos comprender por qué David
anhelaba encontrarse bajo la protección de las alas de Dios. Allí se
encuentran la misericordia, la longanimidad y el abrigo.
“Guárdame como a la niña de tus ojos;
Escóndeme bajo la sombra de tus alas”
“Yo habitaré en tu
tabernáculo para siempre;
Estaré seguro bajo la
cubierta de tus alas”
(Salmo 17: 8)
(Salmo 61: 4)
“¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia!
Por eso los hijos de los hombres se amparan
bajo la sombra de tus alas”
(Salmo 36: 7)
“Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí;
Porque en ti ha confiado mi alma,
Y en la sombra de tus alas me ampararé
Hasta que pasen los quebrantos”
(Salmo 57: 1)
“Porque has sido mi socorro,
Y así en la sombra de tus alas me regocijaré”
(Salmo 63: 7)
“El que habita al abrigo del Altísimo
Morará bajo la sombra del Omnipotente…
Con sus plumas te cubrirá,
Y debajo de sus alas estarás seguro;
Escudo y adarga es su verdad”
(Salmo 91: 1, 4)