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EL CRISTIANISMO Y LAS OTRAS RELIGIONES.
“Yo creo”. Aurelio Fernández. Pag.37 Edic. Palabra.
La característica fundamental del cristianismo es la Revelación. Por pura iniciativa suya, Dios se ha dado
a conocer a los hombres; o sea, “Dios se ha revelado”. Pues bien, el conocimiento más claro y explícito
de Dios, lo conocemos, por Jesucristo. En efecto, frente al cristianismo en el que Dios se revela al
hombre, todas las grandes religiones históricas son producto de la búsqueda de Dios por parte
del hombre. Por ejemplo:
Budismo:
Esta antigua y rica religión es el resultado de una búsqueda apasionada por parte de Siddharta Gautama,
Vivía una vida fastuosa, pero no era feliz, y por ello buscaba a Dios. Hasta que un día tiene una
iluminación – de ahí su nombre: “el iluminado”, que eso significa el nombre “Buda” – y descubre que la
causa del dolor son los deseos. De aquí la necesidad de una austeridad de vida que le lleva a “matar los
deseos”. Cuando esto se alcanza el hombre se deja poseer por lo divino. Buda nunca se declara Dios,
sino que él es solo el “iluminado”, o sea, el que señala a los hombres el camino para llegar a Dios. Más
aún, él nada sabe de Dios, que es un misterio insondable.
El Concilio Vaticano II hace esta descripción del budismo: “En el budismo, según sus varias formas, se
reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el que los hombres,
con espíritu devoto y confiado, puedan adquirir, ya sea el estado de perfecta liberación, ya sea la
suprema iluminación, por sus propios esfuerzos o apoyados en un auxilio superior”.
Confucionismo e hinduismo:
Propiamente hablando, Confucio no fue ni fundador ni siquiera dirigente religioso del pueblo chino, sino el
restaurador de sus creencias. Más tarde, las enseñanzas de Confucio se enriquecieron con las
aportaciones de Lao Tan, a él se atribuye el libro Lao Te King, en el que se profesa un teísmo monista y
creador. De ese Dios proceden todas las cosas.
También en la India se profesan un cúmulo de creencias religiosas que desembocan en el llamado
“hinduismo”, que confiesa la fe en un Dios único y absoluto, al que denominan Brahmán. Como enseña el
Concilio Vaticano II: “En el hinduismo, los hombres investigan el misterio divino y lo expresan mediante la
inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan a liberación
de las angustias de nuestra condición, ya sea mediante las modalidades de la vida ascética, ya sea a
través de profunda meditación, ya sea buscando refugio en Dios con amor y confianza”.
Mahometismo:
Mahoma sufre una crisis religiosa y se dedica a la meditación en una vida retirada. En una noche del año
610, afirma que recibió una visita del arcángel san Gabriel que le reveló que Allah es el verdadero Dios.
Allah es el mismo Dios Yawéh de los judíos y de los cristianos, tal como se revela en el Antiguo
Testamento.
El Concilio Vaticano II hace mención del mahometismo en los siguientes términos: “La Iglesia mira
también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y
todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios
procuran someterse con toda su alma, como se sometió a Dios, Abraham, a quien la fe islámica mira con
complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, y a
veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a
todos los hombres resucitados.
Este fenómeno de la “búsqueda de Dios” por parte del hombre es común a todas las religiones no
cristianas. Y, cuando el hombre lo halla, por así decir, lo “institucionaliza”, o sea, funda una “religión”, la
cual encierra siempre tres elementos: unas ideas sobre ese dios o dioses, el cumplimiento de unos
mandatos éticos que tal dios le impone y el reconocimiento de su grandeza.
El Concilio alaba con estas palabras el valor de las distintas religiones: “Las demás religiones que se
encuentran por todo el mundo se esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud del corazón
humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados”.
En el cristianismo, Dios se revela claramente con “obras y palabras”, hasta el punto que cabe afirmar que,
precisamente, sabemos muchas cosas sobre el ser y el actuar de Dios, porque Él las ha revelado. En
este sentido la fe cristiana se apoya en lo que “Dios ha dicho de sí mismo”, más que en lo que los
“creyentes puedan decir sobre Dios”.
Pues bien, como decíamos, el cristianismo es un fenómeno radicalmente opuesto a ese itinerario que
marca la aparición en la historia de las grandes religiones, que, como hemos constatado, tienen su origen
en hombres que “buscan” a Dios. En cambio la religión bíblica no es producto de la búsqueda de Dios por
parte del hombre, sino consecuencia de que Dios busca y sale al encuentro del hombre. Es decir, que
mientras, en las religiones culturales e históricas, Dios está al final de un proceso, en el cristianismo es un
fenómeno inverso: Dios está, precisamente, al comienzo. El Dios de la Biblia no es producto de la razón
del hombre que busca, sino que es consecuencia de la revelación de Dios que se manifiesta y habla al
hombre.
El elemento principal del cristianismo es la revelación de Dios al hombre. Por eso se debe afirmar que el
cristianismo es, o bien “una religión revelada” o también cabe decir que es “una revelación religiosa”. En
ambos casos se debe subrayar el elemento novedoso del cristianismo, por el cual se ve que Dios ha
tomado la iniciativa..
Esa revelación se lleva a cabo a lo largo de la historia y tiene dos estadios, que denominamos
Antiguo y Nuevo Testamento.