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Transcript
La comunión pertenece al sacrificio, de modo que
podemos decir que en la comunión es consumado el
sacrificio. Sin la comunión quedaría incompleto. Por lo
cual es necesaria la comunión.
Cristo ha dado
a la Iglesia el
memorial de su
pasión a
manera de
manjar.
Por lo tanto el banquete es parte integrante del sacrificio
eucarístico. Este no es sólo el recuerdo del momento en
que Cristo padeció sufriendo en la cruz por nosotros,
sino que es realizado en el banquete bajo las figuras del
pan y el vino.
Cuando uno va a un
banquete importante se
tiene en cuenta el trato
con las personas, los
vestidos, etc; pero
sobre todo el comer y
el beber. Al actualizar el
sacrificio de la cruz hay
varias realidades; pero
por la institución de
Jesucristo se ve que es
algo básico el comer y
el beber. Es decir, que
el sacramento
eucarístico es un
sacrificio-convite.
Dijimos que la comunión es importante en el sacrificio
eucarístico, de modo que sin la comunión quedaría
incompleto. Y esto por lo que hizo Jesucristo en la
Última Cena.
Jesús lo
instituye
con
palabras y
signos que
lo
presentan
como
banquete.
Jesús tomó el pan que estaba en la mesa, lo bendijo y lo
dio a sus discípulos para que lo comieran, mientras les
aseguraba que lo que Él les ofrecía para comer era su
cuerpo. Igualmente tomó el cáliz con vino, les invitó a que
bebieran de él, asegurando que eso era su propia sangre.
El cuerpo que Jesús les
dio a comer era la
víctima. La sangre que
les dio a beber era la
sangre del sacrificio. Era
la sangre de esta nueva
alianza, que es alianza de
amor, porque Cristo
muere por amor. Y se
hace banquete por amor,
porque nos quiere,
porque desea darnos
este abrazo íntimo, el
más íntimo posible, que
es la comunión.
Las palabras de Jesús al instituir la Eucaristía se
complementan con las que dijo al anunciarla: “Si no
coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su
sangre, no tendréis vida en vosotros”. Por lo tanto la
comunión no sólo es importante sino que es necesaria
para podernos salvar.
Esta obligación de comulgar no es estricta como es el
no matar, no robar o blasfemar, que obliga a todos estén
donde estén o tengan los conocimientos que tengan. La
obligación de comulgar es para los que conocen para
qué es la comunión y tengan posibilidad de hacerlo.
Que sea
necesario
comulgar se
deriva de
que Jesús lo
comparó a la
comida y la
bebida.
Y lo mismo que el alimento es necesario para conservar la
vida, así es lo mismo la comunión como alimento del alma.
No es un lujo espiritual o una golosina, sino que es alimento necesario para socorrer nuestra miseria espiritual.
Por eso. lo mismo
que, para que una
persona se alimente
bien y con gusto,
necesita tener
hambre, así nosotros
debemos tener
hambre de Dios, de
alimentarnos de Él. Se
lo pidamos.
Danos hoy
hambre de
Dios,
aliméntanos,
Señor.
Automático
y que el fruto de tu amor limpie
el rencor,
El pan que todos compartimos
en una misma comunión,
que dio
su vida
para
salvarnos
Danos hoy
hambre de
Dios,
aliméntanos,
Señor.
y que el fruto de tu amor
limpie el rencor,
Hacer CLICK
Jesús nos habló de la necesidad de comulgar, pero no
nos dijo cuántas veces. Por de pronto se entiende que
estando en peligro de muerte, ya que es más necesario
tener la vida de la gracia.
Y luego varias
veces en la vida
sin determinar. La
Iglesia lo irá
determinando
según las
necesidades de
cada época.
Jesús realizó el sacrificio eucarístico de modo que todos
pudieran comer. Esto se realizaba al principio en la
Iglesia. Era lo más obvio y lo más normal, como lo
habían hecho en la Última Cena. Así lo decía san Justino
unos cien años después. Esto parece ser que fue hasta
el siglo 4º.
Ya desde el siglo 5º
comenzó a bajar
rápidamente la
participación en el
comunión, al menos en
algunos países. Se sabe
que desde el siglo 6º
comenzó la Iglesia a
obligar a comulgar
algunas veces al año.
Esto era señal de que no
se comulgaba. Quizá se
debía a algunas herejías
que comenzaron contra
la eucaristía.
Entre las diversas
causas del poco
comulgar estaba
el acentuar
demasiado la
distancia entre
Dios y nosotros,
entre su santidad
y nuestra miseria.
De modo que reinó en la religión un demasiado temor
reverencial. A esto se podía añadir la demasiada
insistencia en la purificación para comulgar: confesión
casi obligatoria para cada comunión, habiendo pocas
facilidades para confesar. También la insistencia en
ayunos y abstinencias para comulgar.
También otra idea se metía, de que la no frecuencia
aumentaría la estima por el sacramento. Esto sería verdad
cuando se comulga por rutina, no si se comulga bien.
La práctica de la
comunión
frecuente se
perdió de tal
manera que
muchos creían
que les bastaba
o era lo mismo
el poder ver la
hostia sagrada
en el momento
de la elevación
al ser
consagrada.
Por eso la Iglesia durante
años o siglos mantuvo una
obligación de comulgar
varias veces al año. Pero
más tarde tuvo que
disponer que al menos una
vez al año se debía
comulgar para poder tener
la gracia de Dios para la
eternidad. Esto lo dispuso
la Iglesia en el 4º concilio
de Letrán en el año 1215.
Esta obligación, que era
para todos los
pertenecientes a la Iglesia,
volvió a repetirse en el
concilio de Trento.
Se decía que, si se comulgaba una vez al año, debería
ser en Pascua para que se viera más la unión con el
Misterio Pascual. Pero este concilio de Trento ponía
como un deseo: que en cada misa comulgasen los fieles
asistentes, para que recibieran el fruto del sacrificio.
También dijo que la misa, aunque nadie comulgue, tiene
su gran importancia.
Por lo menos el
sacerdote
oficiante
participa
plenamente de
la unión con
Cristo y con la
Iglesia.
Al determinar la Iglesia que había que comulgar al
menos una vez al año decía que era para “los que
hayan llegado a la edad de la discreción”.
Este edad de la discreción era muy controvertida en la
Iglesia. Para unos eran siete o nueve años, mientras
otros lo alargaban a doce o catorce. El papa san Pío X, a
principios del siglo XX determinó que la edad de
discreción puede comenzar mucho antes.
Así que
permitió
comulgar a los
niños que ya
tuvieran uso de
razón y
estuvieran
suficientemente
preparados.
Y sobre la comunión frecuente el 20 de Diciembre de 1905
el papa san Pío X dio un decreto para que todo católico
que se encuentre en gracia, sin más condiciones, pueda
hacer la comunión frecuente y aun diaria.
Esto pareció una
cosa rara, porque no
se solía hacer. Sólo
lo solían practicar
algunas personas
muy devotas y
cualificadas.
Después siempre la
Iglesia ha estimulado
la práctica de la
comunión frecuente
y aun diaria.
Se aconseja, si es posible, para que simbolice más la
participación en el sacrificio, que se comulgue con las
hostias consagradas en esa misa. En esto suele haber
circunstancias que impiden realizarse, como, por
ejemplo, si quedó bastante de la misa anterior. Aun de
esta manera, se puede participar plenamente del
sacrificio.
Esta
participación
frecuente en la
comunión ha
sido estimulada
por muchos
pontífices y
santos padres.
Principalmente desde el siglo XX, comenzando con san
Pío X. El papa Pío XII lo realzó con una encíclica muy
importante, la “Mediator Dei”. En ella recuerda unas
palabras muy hermosas del papa Benedicto XIV (por el
año 1750), un papa que habló bastante sobre la Eucaristía.
Este participar
en la eucaristía
con la comunión
podemos
figurarlo con una
especie de
parábola:
Figuremos una madre que tiene 8 hijos adultos, que están
dispersos. Ella quiere tenerlos un día juntos y en una
fecha determinada organiza un banquete y logra que
todos se reúnan. Llega la hora de la comida y hay dos que
no quieren comer. Mala señal. Resulta que a uno le ha
entrado un gran dolor de estómago y no quiere comer.
Pero el otro resulta que está enemistado con varios de los
hermanos y no quiere participar en el banquete. Ha
asistido sólo por respeto a la madre.
Así pasa en la
Iglesia, donde hay
cristianos que están
enemistados con
Jesucristo por algún
pecado grave y no
pueden comulgar. O
su situación social
con la Iglesia
(llamémoslo así por
ahora) no es la
correcta para poder
comulgar. Pero
sepamos que Jesús
nos invita cuando
nos dice:
Tomad
y
comed.
Automático
Mi cuerpo
entregado
por amor,
tomad y
comed.
Tomad
y
comed.
Mi cuerpo
entregado
por amor,
tomad y
comed.
Hacer CLICK
La
recomendación
de la Iglesia
sobre el comulgar
frecuentemente
proviene de las
palabras de
Jesús de
equipararla al
alimento
corporal, que se
debe tomar todos
los días, no una
vez al año. Y esto
porque el alma
tiene continuo
desgaste.
También porque
Jesús lo compara al
maná que caía todas
las mañanas,
mientras estaban los
israelitas por el
desierto. También lo
recomendaban los
santos. Decía san
Ambrosio: “¿Porqué
no hemos de recibir
todos los días lo que
todos los días puede
aprovecharnos?”
Quizá alguno de
nosotros ha
llamado tontos a
los habitantes de
Belén: Estaban
esperando al
Mesías y, cuando
viene, no le
reciben. Ellos no lo
sabían; pero
nosotros sí lo
sabemos y quizá
no le recibimos.
Supongamos que un día sale en los periódicos un
comunicado sobre que un banco, con motivo de su
centenario, va a dar cheques de mil dólares (o euros) a
las cien personas que lleguen primero a las ventanillas.
¡Qué carreras y apuros!
Y para
comulgar
nadie se
pelea
¿Valdrá
menos el
cuerpo de
Cristo?
Uno que fuera inteligente comulgaría siempre que
pudiera. Lo contrario significa tener poca fe. Así pues:
“Arriba los corazones” y vayamos a recibir a Jesucristo,
el “pan de vida”.
Arriba los corazones vayamos todos al
pan de vida,
Automático
que es fuente de gloria eterna, de fortaleza
y de alegría.
que es
fuente de
gloria
eterna, de
fortaleza y
de alegría.
Arriba los corazones
vayamos todos al pan
de vida,
Con
nuestra
Madre,
María.
AMÉN