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Domingo 3º de Cuaresma, ciclo C
LA MISERICORDIA QUE INCITA A LA CONVERSIÓN
por ENZO BIANCHI
Después de habernos presentado las tentaciones y la transfiguración, el itinerario
cuaresmal propuesto por la Iglesia en este año litúrgico C es una invitación a meditar
sobre la misericordia de Dios, que en Jesucristo nos llama siempre a la conversión, a
retornar a Dios mismo con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas.
El fragmento de hoy del evangelio de Lucas se sitúa en el corazón de la subida
emprendida con decisión por Jesús hacia Jerusalén, donde se cumplirá su pasión,
muerte y resurrección. Jesús acaba de pedir a cuantos le escuchan que se ejerciten
en discernir los signos de los tiempos, en distinguir por sí mismos lo que es justo, y
algunos le llaman la atención sobre un trágico hecho de actualidad, semejante a los
que suceden también en nuestros días: le cuentan «lo de aquellos galileos a quienes
Pilatos había hecho matar mezclando su sangre con la de los sacrificios que ofrecían».
La mentalidad religiosa de aquel tiempo veía en sucesos como éste un castigo de Dios
por el pecado, haciendo de ellos una ocasión de juicio sobre las víctimas.
Jesús, por el contrario, sabe asumir este hecho en la fe y hace de él una invitación
a la conversión. «¿Creéis que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores
que los demás? Os digo que no; más aún, si no os convertís, también vosotros pereceréis del mismo modo». E inmediatamente cita otro grave incidente, el derrumbe de
la torre de Siloé que había causado la muerte de dieciocho personas, comentándolo
también con es- tas palabras: «Si no os convertís, todos pereceréis igualmente». En
esta vida terrena no existe un castigo de Dios que recaiga sobre los injustos y preserve a los justos, sino que la verdad es muy distinta: todos somos pecadores, tanto el
que ha muerto como el que sigue en vida, y «quien presuma de mantenerse en pie
tenga cuidado de no caer»… Jesús no tiene intención de atemorizar a nadie, sino que
quiere enseñamos que todo lo que ocurre requiere una comprensión profunda llena de
sabiduría: hay que leerlo en el propio corazón no como la simple crónica de unos hechos, sino colocarlo en la historia de la salvación, la que Dios realiza discretamente
cada día. Tan sólo así podrá comprender cada uno, sobre todo para sí, que «Dios no
quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva».
Para que esto quede bien claro Jesús narra la parábola de la higuera estéril, una
parábola vivida por él en primera persona. Dios, el dueño de la viña, planta en ella una
higuera, yendo muchos años a buscar sus frutos —aquellos «frutos de conversión» ya
exigidos por Juan Bautista— sin encontrarlos. Entonces se dirige a Jesús, el viñador,
pidiéndole que corte esa higuera porque explota inútilmente el terreno. Se trata de una
medida de justicia a la que, sin embargo, el viñador responde: «Señor, déjala todavía
este año; yo la cavaré y le echaré abono a ver si da fruto en lo sucesivo». Jesús no se
limita a pedir una dilación, sino que intercede con fuerza pidiendo a Dios que desista
del mal con que ha amenazado, como habían hecho los profetas de Israel, desde Moisés a Amos y tantos otros. Al hacer esto, él se compromete a trabajar con mayor cuidado aún a fin de hacer todo lo posible para poner la planta, es decir, a cada uno de
nosotros, en condición de dar fruto.
Hoy se cumple para vosotros la Escritura, Salamanca : Sígueme, 2009 (Nueva alianza ; 216), 53-55
MONESTIR DE SANT PERE DE LES PUEL·LES
Domingo 3º de Cuaresma, ciclo C
En cualquier caso, Jesús deja a Dios la difícil decisión del juicio último: «Si no lo
da, entonces tú la cortarás, no yo». En esta conclusión podemos captar la grandeza de
la misericordia y de la paciencia de Jesús, aquel que con toda su vida nos ha narrado
al Dios que es «clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel». Pues bien, si
Jesús no ha condenado nunca a nadie sino que ha ofrecido a todos la posibilidad y la
esperanza de la conversión, tanto menos nos corresponde a nosotros erigirnos en
jueces de la fecundidad o esterilidad de los demás. Por esto, como ocurre con frecuencia en las parábolas, ésta queda abierta como llamada a cada uno de nosotros a
producir frutos de conversión.
Jesús sabía bien que «la misericordia saldrá victoriosa sobre el juicio». Y es precisamente el conocimiento de esta misericordia de Dios, más fuerte que la realidad de
nuestro pecado, la que nos puede mover a la conversión. Sí, cada día el cristiano debería decir con convicción: «Hoy comienzo de nuevo, hoy puedo volver a comenzar»,
sin poner nunca límites a la misericordia de Dios.
Hoy se cumple para vosotros la Escritura, Salamanca : Sígueme, 2009 (Nueva alianza ; 216), 53-55
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