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Transcript
Para que se
haga
realidad la
Eucaristía,
es necesaria
una materia
en donde se
realice, y
unas
palabras que
indiquen lo
que se está
realizando.
La materia es el pan y el vino, como lo hizo Jesucristo.
Pero debemos especificar algunos conceptos. No siempre
se ha entendido y se ha realizado de la misma manera.
Una materia
es el pan;
pero
debemos ver
qué clase de
pan, ya que
hay muchas
clases.
Por de pronto tiene que ser pan de trigo, porque así lo
hizo Jesucristo. Por lo tanto no vale pan de cebada o de
avena o de maíz. Ya sabemos que uno puede ser santo
sin la Eucaristía, pues, si hay mucho amor, Dios suple
con su gracia. Pero sin pan de trigo no puede haber
Eucaristía.
En cuanto al pan de trigo puede haber muchas clases. La
diferencia principal está en pan fermentado o común y pan
no fermentado o ázimo. Jesucristo lo hizo con pan ázimo
o sin fermentar. Esto es algo histórico, porque era el pan
que comían en la pascua los israelitas en recuerdo de la
salida urgente de Egipto sin tiempo para que el pan
fermentara.
panes sin fermentar
Los israelitas
comían el pan
sin fermentar
no sólo en la
pascua, sino
hasta 8 días
después
recordando la
historia
antigua de
sus mayores.
También la Iglesia comenzó a celebrar la misa con pan
sin fermentar; pero pronto usaban cualquier clase de
pan. Solían separar para ello una parte de lo que los
fieles llevaban para la ofrenda.
Cuenta san Cipriano el caso de una dama pudiente que
no quería participar en la Eucaristía, porque estaba hecha
con el pan de los pobres, que era el no fermentado,
diciendo el santo que debía ser igual para todos. San
Agustín describe detalladamente cómo se hacía ese pan.
Pero san
Gregorio Magno
a quien
estimaba le
daba de
comulgar de lo
mismo que
había llevado
como ofrenda.
Pero ya por el año 800 ó poco más
la Iglesia
romana pensó
que sería
mejor
expresar en el
pan con lo
mismo que
usó
Jesucristo.
Por ello se dio una orden de que el pan para la Eucaristía
debía ser el pan ázimo o sin fermentar, aunque aclarando
que en caso de necesidad vale cualquier clase de pan, con
tal que sea de trigo.
Esa es la norma que
se sigue en la Iglesia
católica latina o
romana. Sin embargo
los orientales,
llamados así desde
Roma, unos que se
separaron de la
iglesia latina y otros
no separados, como
son los ortodoxos
orientales, lo siguen
haciendo con pan
normal.
Curiosas son las interpretaciones que se dan a esto del
pan fermentado y no fermentado.
Por ejemplo, los
latinos que
apoyaban el pan
no fermentado,
decían que el
fermentado era
como una imagen
de la corrupción
moral mientras
que el no
fermentado era
como símbolo de
la pureza.
Pero los
contrarios lo
interpretaban
de muy diversa
manera.
Decían que el no fermentado era como una imagen de un
cadáver, mientras que el fermentado o normal era imagen
de la persona ya realizada. Tiene poca importancia. La
importancia es que cuando presentamos el pan y el vino,
es porque se van a transformar en el cuerpo y la sangre
de Cristo.
Este pan y vino,
Señor, se
transformarán
Automático
en tu
cuerpo y
sangre,
Señor, en
nuestro
manjar.
Gracias
al sol
y al
labrador
los
racimos
que
presentamos a
Dios.
Este pan y
vino,
Señor, se
transformarán
en tu cuerpo y sangre, Señor,
en nuestro manjar.
Hacer
CLICK
Tres cualidades, además,
podemos decir que debe
tener este pan que ha de
convertirse en Cristo
eucarístico.
1) Debe ser de harina de
trigo. No vale de cebada,
de maíz o de arroz, por
ejemplo.
2) Debe ser amasado con
agua natural. No vale
amasado con aceite o
leche, por ejemplo.
3) Debe ser cocido al
fuego, sea fuego natural
o eléctrico. No vale
retostado al sol.
Otra materia para la
Eucaristía es el vino.
Hubo algunos,
separados de la Iglesia,
en los primeros siglos,
que intentaban celebrar
con agua. Algunos
quizá lo hacían por
vagancia. Por ello san
Cipriano reprende a
alguna comunidad. Y da
una razón, porque sólo
el vino, y no el agua, es
imagen de la sangre de
Cristo.
El vino es el jugo fermentado de la uva. No vale cerveza
o cualquier jugo de otra fruta. El vino sacado de las uvas
es el que consagró Jesucristo. Para ser vino de uvas,
puede ser sacado de pasas, que son uvas secas, a las
que, por un procedimiento científico, se las añade el
agua conveniente.
El vino no
importa que
sea blanco o
tinto, como
hay uvas
blancas y
negras.
Al vino se le echa un poquitito de agua, unas gotas. Ya
san Justino, en el siglo 2º, quien da muchas
explicaciones de la misa, lo hace notar. Luego también
san Ireneo, san Cipriano y otros santos importantes.
La razón
principal es
porque así
lo hizo
Jesús,
como era la
costumbre.
Después santo Tomás
de Aquino expresa
varias razones por las
que se añade un
poquito de agua.
Primero porque era la
costumbre en la tierra
de Jesús. Después
porque mejor
representa la pasión de
Cristo, cuando después
de morir, de su costado
salió sangre y agua.
También significa el
paso a la vida eterna.
Y sobre todo por lo que significa sobre la unión del
pueblo cristiano con Cristo.
Es decir, que cuando se ponen
esas gotas de agua en el vino
se está expresando que
nosotros nos unimos
plenamente a Cristo. Algunos
santos padres habían hablado
de la mezcla de lo sensible o
humano con lo divino, con
Cristo.
Para hacerlo como
Jesucristo y para
cumplir
plenamente con el
simbolismo, la
cantidad de agua
que se añade al
vino debe ser muy
pequeña.
No valdría para materia de la misa si la mitad fuera agua,
porque entonces no se puede decir que aquello, que va a
ser consagrado, es vino.
Las palabras por las
cuales Cristo se hace
allí presente son
dichas por el sacerdote
en forma histórica;
pero es como si fuese
el mismo Jesucristo,
quien dice: “Esto es
mi cuerpo, esta es mi
sangre”. El sacerdote
no puede decir “esto
es mi cuerpo”
refiriéndose a sí
mismo, sino
representando a
Cristo, como si Él
estuviera presente.
El sacerdote pronuncia
las palabras a la manera
de un relato sobre un
acontecimiento pasado;
pero es un
acontecimiento que se
realiza ahora, que tiene
una misteriosa virtud
para convertir el pan y el
vino por medio de esa
invocación, que se
realiza también
y que juntamente con la consagración dan ocasión luego
al Espíritu Santo para que venga allí a realizar toda esta
grandeza.
El sacerdote se une a
Jesucristo, está siempre en
esa manera de
representación sacramental
de Cristo. En sus gestos
también cuando hace la
señal de la cruz. De tal
manera que en ese momento
se pueden aplicar las
palabras de san Pablo: Yo
hablo, pero no soy yo; es
Cristo quien vive en mi.
Porque en ese momento el
sacerdote está haciendo el
papel de Cristo.
Es
Cristo
quien
vive
en mi.
Automático
Vivo yo,
pero no soy
yo. Es
Cristo
quien vive
en mi.
Venid a
este
banquete,
venid a
comulgar.
Vivo yo,
pero no
soy yo.
Es Cristo
quien vive
en mi.
Vivo yo,
pero no
soy yo.
Es Cristo
quien vive
en mi.
Hacer CLICK
Las palabras del sacerdote
en ese momento tienen
una virtud actualizadora,
de modo que ahí, aunque
parezca pan, ya no es pan,
y aunque parezca vino, ya
no es vino, sino es el
cuerpo y la sangre de
Cristo. Y donde está el
cuerpo está la sangre y
viceversa, como iremos
explicando.
Decir las
palabras
exactas que dijo
Jesús es muy
difícil, porque
hay una
pequeña
diferencia de un
evangelista a
otro.
Las dichas en el pan no hay tanta diferencia; pero algo
más hay respecto al vino. Alguno cree que lo más exacto
sería lo de san Pablo por ser lo más antiguo; pero lo de
san Pablo es más litúrgico y se atiene a lo que mejor
puede entender la gente.
Otros dicen que lo más claro parece ser lo de san
Marcos: “Esta es la sangre de mi alianza, que será
derramada por muchos”. En realidad todos vienen a
decir lo mismo: lo que hay en el cáliz es “mi sangre”.
Esto es lo
cierto y lo
que
comprendió
la Iglesia
desde el
primer
momento.
Quizá Jesús lo
expresó más
largamente y lo
explicó a los
apóstoles. Quizá
dijo más palabras,
pero los
evangelistas
pusieron lo
esencial para que
Cristo realmente
viniera allí.
Debe haber
una unión
entre lo que
se consagra
y las
palabras que
se dicen.
Si el sacerdote dice: “esto”, no lo puede decir a algo que
esté distante, normalmente fuera del altar. Es decir, si
hubiera un sacerdote loco que dijera las palabras de la
consagración cuando uno pasa con una bolsa con pan,
no se considera que sea algo presente, además de ser un
pecado horrendo.
Además de la cercanía física, debe haber cercanía moral.
Es decir, que el sacerdote tenga intención concreta
sobre algo. Pasa a veces que en un borde del altar han
dejado alguna caja con formas que no son para
consagrar, ni tiene intención el sacerdote sobre ellas.
En casos de
grandes
multitudes, si
no caben en el
altar, hay
copones en
otra mesa
cercana para
los que se ha
hecho
intención de
consagrar.
Normalmente
la intención
del sacerdote
es sobre lo
que está en
los
corporales o
muy
cerquita.
Basta con la intención que haya hecho al principio de la
misa. No quedaría consagrada una forma que alguien
haya puesto debajo de los manteles, pues el sacerdote
no tiene intención sobre ella.
Otra cuestión es sobre la unión que debe haber entre la
consagración del pan y la del vino.
Claro que cuando
se consagra el
pan está todo
entero Cristo y lo
adoramos,
cuando el
sacerdote lo
muestra ante los
fieles. Pero hay
obligación estricta
de consagrar
también el vino,
para que haya la
unidad del
sacrificio.
Esto es tan importante que, si un sacerdote se pone
enfermo o muere después de la consagración del pan, se
debe buscar a otro sacerdote para que haga la
consagración del vino. Esto es para que el símbolo del
sacrificio de Cristo en la cruz, que se hace presente en la
misa,
sea más
real y por la
acción
externa
podamos
unirnos
mejor con
Cristo
muerto y
resucitado.
Con todo esto
queda quizá
clara una
norma
importante:
que el marco
propio de la
consagración
debe ser la
misa.
Es decir: que está completamente prohibido hacer una
consagración fuera de la misa. Sería un pecado
grandísimo, aunque parezca que haya conveniencia para
dar alguna comunión.
Esta presencia de Cristo
no es un acto de magia,
sino que Dios viene allí
por un acto libre superior
de amor y misericordia; y
transforma los dones
cuando se pronuncian
sus palabras. Así
podemos dar gracias a
Dios. Lo importante es
saber que por esas
palabras de “tomad y
comed…” allí está el
cuerpo de Cristo
entregado por amor.
Terminamos
recordando
una vez más
la importancia
del pan y el
vino para la
Eucaristía.
Había personas que, cuando se caía al suelo un pedazo
de pan, lo besaban recordando que por medio del pan
podemos adorar a Cristo presente entre nosotros.
Cuando
presentamos
el pan y el
vino para
que puedan
ser el cuerpo
y la sangre
de Cristo,
presentamos también los trabajos necesarios para su
producción y presentamos también nuestros propios
trabajos para que, unidos a Cristo, puedan servirnos
para nuestra salvación.
Automático
Bendito
seas por
siempre,
Señor.
Bendito
seas por
siempre,
Señor.
Bendito
seas,
Señor,
por este pan
que nos diste,
por
siempre
Señor.
AMÉN