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"Por Alá, que merezco cualquier grandeza
y sigo con orgullo mi camino"
"Doy gustosa a mi amante mi mejilla
y doy mis besos para quien los quiera".
Walada, princesa omeya hija del califa Muhammad Mustafkí, adoptó un
modo de vida distinto del que se esperaba de una mujer andalusí.
Su actitud libre ante la vida y el amor hizo que fuese objeto de las
críticas de las gentes. Fue comparada con la griega Safo. Dicen los
cronistas que Wallada en la orla de su vestido llevaba grabados estos
versos: el primero, en el lado izquierdo; el segundo, en el derecho.
“Cuando caiga la tarde, espera mi llegada,
pues es la noche quien encubre mejor los secretos;
siento por ti un amor, que si los astros lo sintiesen
no brillaría el sol, la luna no saldría
y las estrellas no emprenderían su viaje nocturno.”
En un tiempo en que las mujeres libres de al-Andalus, recluidas en el
harén, no conocían el amor, Walada se enamoró de un cortesano y
poeta: Ibn Zaidum. Con él se hundió en el paraíso de la pasión.
“Si hubieses sido justo en el amor que hay entre nosotros,
no amarías, ni hubieses preferido, a una esclava mía.
Has dejado la rama que fructifica en belleza
y has escogido una rama que no da frutos.
Sabes que soy la luna de los cielos,
pero, para mi desgracia,
has elegido un planeta sombrío.”
Este poema lo escribió Walada cuando descubrió que Ibn Zaidum, un hombre
que vivía en una sociedad creada para los hombres, había gozado de una
de las esclavas que ella tenía a su servicio. Se trataba de una mujer negra.
Wallada abandonó a su amante.
“¡Ay, aquella joven gacela!
a quien pedí el licor,
y me dio generosa
el licor y la rosa.
Así pasé la noche
bebiendo del licor de su saliva,
y tomando la rosa en su mejilla.”
Ibn Zaidum, extraviado de amor a Wallada,
evocará los momento de delicia pasados con ella.
“Me
dejaste, ¡oh gacela!,
atado en manos del infortunio.
Desde que me alejaste de ti,
no he conocido el placer del sueño.
¡Si entrara en mi destino un gesto
tuyo o una mirada fortuita!
Mi intercesor -¡mi verdugo!en el amor es tu bello rostro.
Estaba libre del amor
y hoy me veo rendido.
Fue mi secreto silencioso,
y ahora ya se sabe.
No hay escape de ti,
lo que desees para mí,
así sea.”
Ibn Zaidum, preso en las manos del infortunio,
se lamentará una y otra vez de la ausencia de Wallada.
“Alejados uno de otro, mis costados arden secos de pasión por ti,
y en cambio no cesan mis lágrimas…
Al perderte, mis días han cambiado
y se han tornado negros,
cuando contigo hasta mis noches eran blancas.
Diríase que no hemos pasado juntos las noches,
sin más tercero que nuestra propia unión,
mientras nuestra buena estrella
hacía bajar los ojos de nuestros censores.
Éramos dos secretos en el corazón de las tinieblas,
hasta que la lengua de la aurora estaba a punto de denunciarnos.”
Ibn Zaidum, en el corazón de las tinieblas, mantuvo siempre vivo el amor
por Walada; su poesía está influenciada por ese recuerdo continuo de la
princesa omeya, pero ella nunca habría de perdonarlo.