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Evaluación de la fuerza en
corredores de fondo
(*) por el Dr. Daniel Boullosa:
Universidad Católica de Brasilia, Brasil – Docente del Curso de Ciclismo, Pedestrismo, Triatlón y
Carreras de Aventura,
Hasta hace poco tiempo era muy extraño, incluso resultaba sospechoso, ver a un fondista entrenar la
fuerza. El conocimiento tradicional dictaba que correr en terrenos irregulares como la playa o la
montaña era suficiente para estimular las cualidades neuromusculares de un atleta. Fuera de
temporada, se podía considerar el entrenamiento en el gimnasio pero sólo con sesiones tipo circuito
para no estar parados cuando el clima no era bueno o simplemente como una forma de mantener la
actividad sin caer en la monotonía y el aburrimiento de los tan necesarios kilómetros. La lógica de
estas costumbres era bastante intuitiva: el entrenamiento de la fuerza tiene poco o nada que ver con
la resistencia ya que son consideradas dos cualidades antagónicas. La fisionomía de los deportistas
especializados en ambas cualidades dejaba bien claros estos conceptos.
En la década del ’70, algunos entrenadores soviéticos trabajaban la fuerza rápida con los fondistas,
especialmente con ejercicios de potencia y saltos pliométricos. En el otro extremo de Europa, ya en
los años 80, algunos entrenadores vanguardistas del prestigioso medio-fondo español también eran
conscientes de los requerimientos de fuerza rápida en las pruebas más cortas del programa de
carreras de resistencia. De todas formas, eran aproximaciones marginales, excepcionales y que, en
ningún caso, se concebían para las pruebas más largas. De hecho, sabemos de algunas polémicas
que estos entrenadores tenían con el resto de sus colegas por estos métodos no ortodoxos.
La ciencia del deporte tardó bastante en demostrar la influencia positiva del entrenamiento de fuerza
para el fondista. La razón de esto podría estar en la preponderancia, durante muchas décadas, de la
evaluación cardiorrespiratoria como instrumento de diagnóstico válido del nivel de adaptación y del
potencial de un corredor. Así, el primer antecedente claro en la literatura científica lo encontramos
en el trabajo de Hickson y col. (1980) en el que demostraron una mejora en el tiempo máximo de
mantenimiento de la intensidad asociada al máximo consumo de oxígeno después de un
entrenamiento de fuerza. Estos hallazgos fueron confirmados posteriormente por otro trabajo
(Hickson y col., 1988) que encontró una mejora en el tiempo de mantenimiento al 80% del consumo
máximo de oxígeno. Estos estudios fueron llevados a cabo con sujetos moderadamente entrenados.
Además, las mejoras en el rendimiento se producían sin cambios en la capacidad aeróbica de los
sujetos. Quedaba así demostrada la efectividad de este tipo de intervención, pero no cuál podía ser
el mecanismo responsable.
Posteriormente, el trabajo de Paavolainen y col. (1991) con esquiadores demostraba, por primera
vez, como un programa de fuerza explosiva era efectivo para mejorar el rendimiento en atletas bien
entrenados, incluso substituyendo un volumen significativo de trabajo específico de resistencia.
Esta primera evidencia con atletas no tuvo continuidad hasta el trabajo de Johnston y col. (1997),
que fue el primero en proponer una mejora en la economía de carrera, como el mecanismo
responsable del mejor rendimiento después de la participación de un grupo de corredoras de fondo
en un programa de fuerza. Aclararemos que la economía de carrera se refiere a la capacidad de un
atleta de correr a una velocidad determinada pero con un menor consumo de oxígeno.
Posteriormente, Paavolainen y col. (1999) fueron los primeros en demostrar en corredores varones
bien entrenados cómo un entrenamiento de fuerza explosiva compuesto de saltos y ejercicios de
potencia podía mejorar el rendimiento en una carrera de 5 km a través de una mejora de la
economía de carrera. Además, este trabajo, al igual que ocurrió con el anterior trabajo con
esquiadores, demostraba cómo una sustitución importante del trabajo de carrera por trabajo de
fuerza explosiva podía ser altamente efectivo.
Evidencias posteriores no han hecho si no confirmar esto hallazgos en otros deportes de resistencia
como el ciclismo y con otros métodos de entrenamiento de la fuerza como el de fuerza máxima, por
ejemplo. Aún no está tan clara la razón que permite que los corredores africanos sean tan superiores
sin tocar prácticamente el trabajo de fuerza con sobrecargas. Quedaría por lo tanto la incógnita de si
su rendimiento sería aún mayor si estos atletas africanos introdujesen estos ejercicios en sus rutinas
de entrenamiento. Como explicación alternativa, podría especularse que los atletas caucásicos
necesitan de este trabajo para suplir las carencias que tienen respecto de los africanos pero, en mi
entender, esta hipótesis debería ser contrastada con un experimento diseñado a propósito. Otra duda
la tenemos respecto de pruebas de más larga duración. En principio, hasta la fecha, sólo se ha
demostrado de forma clara la influencia de los factores neuromusculares en carreras de hasta diez
kilómetros. Por otro lado, tampoco está clara la dosificación adecuada del trabajo de fuerza
respecto de los grandes volúmenes de entrenamiento que son necesarios para el rendimiento de élite
actual.
En este contexto, no es fácil dar orientaciones sobre cuál es el nivel de adaptación neuromuscular
necesario para un fondista. La lógica variabilidad individual, con una influencia importante del
historial del atleta y de su dominio de los ejercicios, nos condiciona sobremanera a la hora de
diagnosticar su nivel de adaptación muscular.
Una alternativa interesante y muy específica es la que se deduce de un trabajo nuestro
recientemente publicado (Boullosa y col., 2011) en el que encontramos que aquellos fondistas que
menos fuerza máxima perdían como consecuencia de la extenuación, eran los que más
incrementaban el salto vertical, a los dos minutos de finalizar un test incremental en pista como es
el “Test de la Universidad de Montreal”.
La lógica de este hallazgo está en que la adaptación al entrenamiento de cualquier atleta persigue,
de forma simultánea, maximizar los procesos de potenciación y minimizar los efectos de la fatiga.
Así, después de un periodo de entrenamiento, que un corredor incremente su capacidad de salto tras
realizar un test incremental hasta la extenuación, puede ser interpretado como que predomina la
potenciación sobre la fatiga a nivel muscular. Esto es independiente de si se producen o no cambios
en la capacidad aeróbica. Si el atleta saltase lo mismo o menos tras el test incremental que tras un
calentamiento suave, sería un indicio de que ese atleta no está bien preparado muscularmente, por lo
que sería necesario un programa de fuerza específico para paliar este déficit.
Quedaría aún por demostrar en futuros estudios, qué regímenes de entrenamiento son más
apropiados para maximizar esta sorprendente respuesta que se ha visto que es exclusiva de los
corredores de fondo. En cualquier caso, con este test tenemos una herramienta muy simple y
económica para evaluar, de forma válida, la adaptación muscular de un corredor.
(*) por el Dr. Daniel Boullosa:
Universidad Católica de Brasilia, Brasil – Docente del Curso de Ciclismo, Pedestrismo, Triatlón y
Carreras de Aventura,
Bibliografía
Boullosa DA, Tuimil JL, Alegre LM, Iglesias E, Lusquiños F (2011). Concurrent fatigue and
potentiation in endurance athletes. Int J Sports Physiol Peform 6:82-93.
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endurance training to amplify endurance performance. J Appl Physiol 65:2285-90.
Hickson RC, Rosenkoetter MA, Brown MM (1980). Strength training effects on aerobic power and
short-term endurance. Med Sci Sports Exerc 12:336-9.
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Paavolainen L, Häkkinen K, Hämäläinen I, Nummela A, Rusko H (1999). Explosive-strength
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Phsyiol 86:1527-33.
Paavolainen L, Häkkinen K, Rusko H (1991). Effects of explosive type strength training on
physical performance characteristics in cross-country skiers. Eur J Appl Physiol Occup Physiol
62:251-5.