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CENTRO DE DOCUMENTACIÓN
(CEDOC)
DOSSIER TEMÁTICO
MAYO 2012
BAJO EL SIGNO DEL
INCONFORMISMO/2
INSTITUTO NACIONAL DE FORMACIÓN DOCENTE
MINISTERIO DE EDUCACIÓN DE LA NACIÓN
ÍNDICE
LA PRIMERA REPÚBLICA NEGRA
LOS LUDDITAS
LOS DECEMBRISTAS
CARNICERÍA DE NEGROS
ESCLAVOS MUSULMANES
EL CARTISMO
SANGRE EN WAIRAU
EL BATALLÓN DE SAN PATRICIO
EL AÑO LOCO
LA REBELIÓN DE LOS CIPAYOS
MIL CAMISAS ROJAS
LOS TAIPING
LA COMUNA PARISINA
EL VENDAVAL OCCIDENTAL
BAJO EL SOL AFRICANO
SALVAR A CANUDOS
■ La noche del 14 de agosto de 1791 parecía ser una noche cualquiera en Haití. Sin
embargo, esa noche será una noche inolvidable. Los tambores no estaban festejando una
boda, como le habían hecho creer a los plantadores franceses. ■ Dicen que todo empezó
cuando un tal Ned Ludd descargó su martillo contra un telar por considerar a las máquinas
de hilar enemigas de la ocupación y el sustento familiar. “Sí, moriremos,-decía uno de ellos
en vísperas de la insurrección-, pero será una hermosa muerte”. ■ El negro Nat Turner
había recibido un mandato divino que lo instaba a “combatir a la Serpiente porque se
aproximaba rápidamente la hora en que los últimos serían los primeros y los primeros los
últimos”. ■ Se produce el primer enfrentamiento armado entre los maoríes y los colonos
británicos luego del Tratado de Waitangi (1840), por haber jurado a través del haka hacer
valer el respeto a sus antepasados. ■ Era la primera vez que en el ejército norteamericano
un batallón con la imagen del santo amado y los escudos de Irlanda y México desertaba
para pasarse al enemigo. ■ En China, con el propósito de crear el Reino Celeste de la Paz
se dedican a saquear residencias de los mandarines, distribuir los objetos robados entre los
pobres, cortarse la coleta -símbolo de sumisión impuesto por los manchúes- y difundir la
suspensión temporal del pago de los impuestos. ■ El 28 de marzo de 1871 en París fue
proclamada la Comuna. Los comuneros decretaron la separación de la Iglesia y el Estado,
establecieron un máximo para los salarios, dieron todos los derechos a los hijos naturales.
Quemaron simbólicamente la guillotina en la Plaza Voltaire, derribaron la columna
Vendome, construida en homenaje a Napoleón y adoptaron la bandera roja. ■ El vendaval
occidental en Japón se hace sentir también en la tecnología y la educación. ■ Antonio, El
Consejero, predicaba sobre los temas de siempre: la superioridad del espíritu sobre el mundo
materialista, las ventajas de ser pobre y frugal, el odio a los impíos y la necesidad de salvar a
Canudos para que fuera refugio de justos…
En este segundo conjunto de experiencias humanas bajo el signo del
inconformismo hemos seleccionado 16 hechos ocurridos durante el siglo
XIX, productos de la brecha incomprensible entre elites con poder y
relativamente cultas y vastos conglomerados humanos que aspiraban a ser
recompensados por su trabajo y vivir en paz sin sacrificarse en nombre de
fines remotos.
Un siglo de enormes cambios tecnológicos (la elaboración del acero, la
lámpara eléctrica, el fonógrafo, el teléfono, la radio, el automóvil, subtes y
trenes, el motor diesel, la refrigeración, el aeroplano) que repercutieron en la
vida cotidiana, así como de ampliación de la libertad intelectual y política
conseguidas a través de profundos movimientos y luchas sociales, en los
cuales las mujeres, a pesar de ser las grandes olvidadas, se hicieron sentir en
los nacientes movimientos femeninos.
Un siglo de pensadores más propensos a los principios abstractos que a las
soluciones concretas – lo que no les impidió volcar su compasión hacia los
pobres y los que sufren-, cuya mayoría acordó, ante las últimas
transformaciones políticas e industriales, en que no se podía volver atrás.
LA PRIMERA REPÚBLICA NEGRA
El intercambio comercial entre Haití y Francia es próspero y alimenta a miles
de familias. Entre los principales productos exportados por Haití figuran el
azúcar, el café, el tabaco y el cacao.
En la isla viven treinta mil blancos y quinientos mil negros. Los negros son
tratados como negros. Reprendidos y hasta humillados ante cualquier falta,
castigados sin piedad. Lo único que parece motivarlos es vivir una vida
distinta, ser libres. Por esa razón se refugian en los tambores del vudú, que
ofrece consuelo ante los estragos de la naturaleza, los golpes de la vida y el
misterio de la muerte.
No le ocurre lo mismo a los plantadores franceses. Para ellos la vida merece
ser vivida a pleno. Gozan de los privilegios que da la fortuna y el color de la
piel, profesan la religión católica apostólica romana; de esa cosa supersticiosa
que para ellos es el vudú, lo único que les atrae es el baile de la noche del
sábado, porque tiene un no sé qué.
Para aquellos que no están informados, los ingredientes que conforman el
vudú son un poste instalado en el medio de una habitación, al cual descenderá
el espíritu del loa, unas cuantas velas encendidas en el suelo, tambores y
danzantes.
Al son de los tambores comienza el baile y se sacrifica un animal. Se llama al
loa y se lo ayuda para que penetre en el cuerpo de los danzantes por medio de
complicados rituales. Cuando los danzantes son poseídos, los movimientos y
los gestos se vuelven extraños, como las palabras que emiten. La posesión
puede durar varias horas, luego vuelve la normalidad y… ¡Aquí como que no
hubiera pasado nada!
La noche del 14 de agosto de 1791 parecía ser una noche cualquiera en Haití.
Las mujeres y los hombres dan vueltas alrededor del palo, llaman al loa para
que penetre en sus cuerpos, son poseídos y luego recobran su apariencia y sus
actitudes normales, como siempre.
Sin embargo, esa noche será una noche inolvidable. Los tambores no estaban
festejando una boda, como le habían hecho creer a los plantadores franceses.
Los tambores, esa noche estaban exigiendo justicia.
Eh! Eh! Bomba! Heu! Heu
Canga, bafio té!
Canga, mouné de lé!
Canga, do ki la!
Canga, li!
(Juramos destruir a los blancos
y a sus posesiones;
mejor morir que faltar
a este juramento)
Durante varias semanas el espanto se apoderó de la isla. Los negros mataron
blancos y los blancos mataron negros. Con una saña que registra el historiador
francés Louis Adolphe Thiers, “En un instante, 1200 plantaciones de café y 200
plantaciones de azúcar ardían en llamas; los edificios y las casas de los hacendados fueron
reducidas a cenizas y los desafortunados propietarios fueron cazados, muertos o arrojados a
las llamas por los enfurecidos africanos. El mundo conoció los horrores de la rebelión de los
esclavos”.
La triunfante revuelta de los esclavos negros asustó a los colonos blancos, a
los mulatos y negros acomodados, también a Francia, Gran Bretaña, España y
Estados Unidos. Tras llovido, mojado. La monarquía francesa se derrumba,
tras lo cual las nuevas autoridades de esa nación declaran abolida la esclavitud
de los negros en todas sus colonias.
Los plantadores blancos que quedaron con vida y altos funcionarios civiles y
militares abandonan la isla, la economía basada en la esclavitud se deteriora, es
manifiesta la enemistad entre la elite mulata y la mayoría negra, las crisis
gubernamentales y los enfrentamientos entre jefes isleños se dirimen con
violencia física, la fiebre amarilla y las consecuencias visibles del formidable
terremoto de 1770, más el ninguneo del país por las grandes potencias
conforman la nueva realidad.
Bajo el gobierno de Toussaint L'Ouverture, los revolucionarios negros
mientras propician el regreso a la economía de plantación y la disciplina
laboral, elaboran una propuesta de Constitución con un gobernante vitalicio y
ejército propio aunque conservando el status de colonia francesa. L’Ouverture
defiende con éxito militar su gobierno ante españoles e ingleses, no así ante
Napoleón, quien desconfía del grado de autonomía de la isla y envía una
expedición militar que derrota a L’Ouverture y lo manda prisionero a Francia
donde muere el 7 de abril de 1803.
Ese mismo año, las tropas al mando de los generales negros Henri Christophe
y Jean Jacques Dessalines y el mulato Alexandre Petion vencen a las tropas
francesas en la batalla de Vertierres y el 1 de enero de 1804 proclaman la
independencia de Francia con el nombre de Haití, el primer país que lo
lograba en América latina y el segundo en América después de los Estados
Unidos, la primera república negra del mundo y una de las pocas rebeliones de
esclavos que salía victoriosa.
"Padece, espera y trabaja para gentes que nunca conocerá y que a su vez padecerán,
esperarán y trabajarán para otros, que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre
una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre
está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas. En el Reino de los
Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida,
incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello,
agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de
las plagas, el hombre puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este
Mundo".
El reino de este mundo, Alejo Carpentier
Al año el patriota y ex esclavo Dessalines, se proclama Emperador a
semejanza de Napoleón con el nombre de Jacques I, título que no le evita
morir en manos de sus enemigos, los generales Christophe y Petion, quienes
luego se pelean entre sí y dividen el territorio. En el norte, Christophe, un
antiguo esclavo, se proclama rey Henri I; y en el sur, el mulato Alexandre
Pétion ocupa la presidencia de la república.
Mientras Henri I hace construir varios castillos, entre ellos el Sans souci que
quiere competir con Versalles, una fortaleza a manera de prevención contra
posibles incursiones de los franceses, y una nobleza nacional, Petión brinda
apoyo a Simón Bolívar, pues creía que las nuevas naciones garantizarían la
independencia de Haití, acosada por las potencias europeas y por Estados
Unidos. Muerto Pétion, el general Jean Pierre Boyer asume la presidencia de
todo el territorio de la república después de la desaparición de Henri I, quien
prefiere el suicidio antes de ser apresado por sus enemigos.
LOS LUDDITAS
Dicen que todo empezó cuando un tal Ned Ludd no soportó se regañado.
Descargó su martillo contra un telar, le siguieron otros tejedores para negociar
mejores condiciones laborales y por considerar a las máquinas de hilar
enemigas de la ocupación y el sustento familiar:
“Destruyámoslas antes de que se vuelvan demasiado numerosas. Si las dejamos multiplicar,
harán de nosotros sus esclavos”.
Los tejedores se organizaron tomaron como símbolo a Ned Ludd.
Amenazaban en los siguientes términos:
“Caballeros: Ned Ludd os saluda y espera que donaréis una insignificancia para sostener su
Ejército, ya que él conoce bien el arte de romper telares odiosos. Si vosotros accedéis, bien
estará, y si no, os visitaré personalmente”.
Apedrearon casas de los dueños de telares, saquearon depósitos de alimentos,
atacaron fábricas, redactaron cartas amenazadoras:
“Señor
Se me ha informado que es usted dueño de algunas de esas detestables máquinas
esquiladoras. Sepa usted que si no son retiradas a fines de la próxima semana, encomendaré
a uno de mis lugartenientes que las destruya…y si tiene usted la audacia de disparar contra
cualquiera de mis hombres, ellos tienen órdenes de asesinarlo a usted e incendiar su casa…”
Los ludditas llegaron a destruir doscientos telares por mes. Fueron juzgados
por tribunales especiales y condenados a morir colgados.
Un periódico informaba que en la tarde del viernes 19 de abril de 1812,
“alrededor de las cuatro de la tarde, un numeroso grupo de revoltosos atacó la fábrica de
tejidos perteneciente a…y, encontrándola desprotegida, pronto de apoderaron de ella.
Inmediatamente la incendiaron y todo el edificio con su valiosa maquinaria, tejidos, etc. Fue
completamente destruido. Los daños ocasionados son inmensos, habiendo costado la fábrica
sola 6.000 libras. La razón aducida para justificar este acto horrible es, como en Midleton,
“el tejido a vapor”. Dos respetables familias han sufrido un daño grave e irreparable y un
gran número de pobres han quedado sin empleo. Los revoltosos parecen dirigir una venganza
contra toda clase de adelantos en las maquinarias. ¡Cuán errado están! ¿Qué habría sido de
este país sin tales adelantos? Ninguno de los incendiarios fue detenido y no había un solo
soldado en esa parte del país”.
Pero ya el Parlamento inglés había decretado la pena de muerte para los
destructores de máquinas, desoyendo la denuncia del poeta Byron: “Se dice que
estas gentes son una chusma desordenada, peligrosa e ignorante, y parece pensarse que el
único remedio es cortar unas cuantas cabezas que sobran.
Pero, ¿acaso tenemos conciencia de nuestros deberes para con esa chusma? Esa chusma es la
que trabaja vuestros campos y sirve en vuestras casas, la que tripula vuestra marina y de la
que se recluta vuestro ejército: la que os ha puesto en condiciones de desafiar al mundo y la
que podrá desafiaros si la intransigencia y la desventura la mueven a la desesperación.
Permitidme también que ponga de manifiesto la prontitud con que estáis siempre dispuestos
a acudir en auxilio de vuestros aliados en la guerra, cuando éstos se ven apurados, mientras
dentro de vuestros propio país dejáis a los necesitados a merced del cielo o confiados a la
beneficencia pública... ¿No hay ya bastantes penas de muerte en vuestras leyes? ¿No hay ya
bastantes cuajarones de sangre en vuestros códigos, que todavía queréis derramar? ¿Son esos
los remedios con que queréis curar a un pueblo hambriento y desesperado?”
En Lancaster, 8 fueron condenados a muerte, y 13 al destierro. En Chester, de
15 sentenciados a muerte, 4 fueron colgados y 17 desterrados a Australia; en
1813, 7 fueron deportados por 7 años y 16 fueron colgados.
Para el año 1817 la destrucción luddita había desapareció en Inglaterra.
Apenas habían alcanzado una cierta sistematicidad en sus procedimientos
fueron abruptamente truncados por la pena de muerte atenta a las
consecuencias y no a las causas. Cuando los ludditas destrozaban para
negociar o para borrar todo rastro de esas máquinas mal nacidas –“Hagamos lo
que hizo Ludd”-, soñaban, nostálgicos, el regreso a momentos felices. No
pudieron. A pesar de contar con la simpatía de artistas e intelectuales
románticos que visualizaron las posibilidades creadoras de ese pueblo
anónimo y sufrido que, según el historiador francés Michelet, “valía generalmente
más que sus conductores”.
Continuadores de una extensa y honrosa tradición de generaciones
luchadoras, los ludditas actuaron en una época en que la industria galopaba en
aldeas y ciudades pequeñas antes de adquirir, avasalladoramente, su nueva
identidad fabril urbana.
Otro furor primitivo que, organizado en este caso, sobra una premisa
iconoclasta, desaparecerá ante el surgimiento de nuevas concepciones del
quehacer orgánico en el mundo del proletariado, que visualizará en el uso
capitalista de la máquina, el enemigo a combatir.
LOS DECEMBRISTAS
El movimiento decembrista forma parte de las primeras formas de agitación
social rusa. Encabezado por hombres pertenecientes a la aristocracia, inclusive
algunos con títulos nobiliarios que habían participado en la guerra contra
Napoleón Bonaparte, el haber atravesado toda Europa central hasta llegar a
Francia, les permitió ver in situ monarquías con poder limitado, todo lo
contrario a lo que sucedía en Rusia, atrasada y autócrata.
Los deseos de cambio se tradujeron en la organización de grupos clandestinos.
Mientras unos deseaban una monarquía constitucional como paso previo a la
liberación de los siervos y la instauración de un gobierno republicano, otros
defendían un golpe de estado que eliminara a la familia real y estableciera una
dictadura temporal, una de cuyas primeras medidas sería darle la posesión de
la tierra a los que la trabajan. Ecos, tal vez, del enciclopedismo francés, y de
movimientos antimonárquicos recientes, como el de Rafael de Diego en
España y los carbonarios en Italia.
La muerte repentina del zar Alejandro el 1 de diciembre de 1825, lleva a los
conspiradores a adelantar sus planes. Nicolás Pávlovich Románov acepta ser
proclamado zar con el nombre de Nicolás I fijando el día del juramento de
lealtad del ejército para el día 26 en San Petersburgo.
Al conocerse que Nicolás sería proclamado zar en lugar de Constantino
Pávlovich, los líderes decembristas decidieron derrocar a Nicolás el mismo día
de su juramento, aduciendo que ya habían jurado lealtad al príncipe
Constantino.
En la mañana del 26 de diciembre, los jefes rebeldes, que eran oficiales con
mando de tropas en San Petersburgo, congregaron 3000 soldados en una
plaza de dicha ciudad, ordenando que sus hombres jurasen lealtad a
Constantino Pávlovich como zar de Rusia. Durante varias horas los soldados
se mantuvieron quietos. Hasta que el conde Mijaíl Miloradovich, héroe de las
guerras napoleónicas pide a los soldados reconocer como zar a Nicolás I, tras
lo cual es muerto de un tiro. Los gritos de “¡Viva la Constitución!” fueron
rápidamente silenciados. Las tropas leales al zar abren fuego contra los
rebeldes y los amenazan con usar los cañones si no se rendían. Cosa que
hicieron al no hallar respuesta. Muertos, desbandada de los insurrectos, fin de
la sublevación.
“Sí, moriremos,-decía uno de ellos en vísperas de la insurrección-, pero será una
hermosa muerte”. La insurrección fracasó. 72 conspiradores fueron enviados a
Siberia: 38 con trabajos forzados por veinticinco años y 19 a perpetuidad; 15 a
exilio perpetuo; y 3 expulsados para siempre del país. 115 fueron degradados
públicamente en San Petersburgo ante sus tropas y expulsados del ejército. 5
fueron ahorcados con presencia de público el 13 de julio de 1826 frente a la
Fortaleza de San Pedro y San Pablo, en San Petersburgo: Pável Ivánovich
Pestel, Sergei Muraviev-Apostol, Mikhail Bestuzev-Ryumin, Pyotr Kajovsky y
el poeta Kondrati Fiódorovich Rileiev..
Sombrío es el destino del poeta, en todas las latitudes;
pero en Rusia una suerte más trágica le acecha,
¿No estaba destinado Ryleiev a la gloria?
pues sólo la libertad había hecho su conquista...
La cuerda estranguló su voz y su memoria.
¡Ay, no ha sido el único! Tantos otros después de él
alentados por su voz ardiente y generosa,
fueron también segados aquel año maldito!
La llama de su corazón, la luminosidad de sus ojos
procedían de Dios: su espíritu estaba henchido de amor.
¿Qué fue de ellos? Se les arrojó a una húmeda mazmorra
o fueron abandonados al rigor de un destierro sin retorno.
Wilheim Kuchelbecker
El procedimiento se realizó con tanta ineptitud que hubo que repetir la
ejecución en tres casos. Dos princesas no vacilaron en seguir a sus maridos a
las minas de Liberia.
A pesar de su ineficacia, los patricios rusos fueron admirados por toda la
Rusia revolucionaria. Al poeta Alejando Pushkin, que consideró espantosas las
penas y al filósofo Alejandro Herzen que “juró vengar a estos luchadores por los
derechos del hombre y dedicar su vida a la causa por la que aquellos habían muerto”, se
sumó Leon Nicolaievich Tolstoi.
Nacido tres años después de la insurrección decembrista y muerto siete años
antes de la Revolución rusa, el autor de La guerra y la paz, Ana Karenina y
Resurrección, escribió a Herzen en 1861, adelantándole una novela cuyo
protagonista será un “decembrista entusiasta, un místico, un cristiano, que vuelve a
Rusia en el año 56 con su mujer, su hijo y su hija, y que tiene una mirada severa y un poco
idealista sobre la Rusia moderna”.
En esa novela llamada “Los decembristas”, el personaje central es un viejo
exiliado, uno de los escasos sobrevivientes que fueron amnistiados por el
nuevo zar, Alejandro II de Rusia. Precisamente, el mismo zar que por una ley
en 1861 liberó a los siervos. Personaje al que Tostoi describe con un alto
grado de excitación, modales a tono con su origen social, interesado por la
vida de su familia y de los demás, cuya simpatía continúa dirigida al pueblo, al
cual el repique de las campanas en la amada ciudad que lleva en la cara y en el
alma, de pronto, le recordaron,“no solo el Moscú en que viviera treinta y cinco años
atrás, sino también el del Kremlin, el de las cárceles, etc., que llevaba clavado en el corazón.”
CARNICERÍA DE NEGROS
De 8 millones y medio de personas que vivían en Estados Unidos a
comienzos del siglo XIX, millón y medio eran negros y en su mayoría
esclavos. En el sur, “país del hombre blanco”, 1 de cada 5 familias poseía un
promedio de 5 esclavos; 1 de cada 15, 20; y 1 de cada 300 familias de grandes
plantadores, más de 100. Un “señor del algodón” difundía su receta para quitar a
los negros esclavos la arrogancia, la pereza y la testarudez:
“Se coge al negro, se le desnuda y se le ata fuertemente a un poste; entonces se le pasa un
buen cepillo metálico para caballos por todo el cuerpo hasta dejarle bien raspado. Se llama a
un muchacho para que le restregue durante varios minutos con pajas secas, y luego se le sala
y se le suelta. ¡Verás cómo luego se muestra diligente en sus tareas!”
Si se le quiere sacar un secreto “se pone en el suelo un tablón grueso con una estaca
bien afilada y de madera dura, de unas 18 pulgadas de largo, que se ajusta bien al tablón
en el extremo superior; luego se desnuda al negro y se le suspende con una cuerda de una
argolla del techo, de manera que su pie caiga precisamente sobre la estaca afilada, y a
continuación se le hace girar rápidamente; da risa la destreza del negro cuando descansa sus
pies sobre la estaca afilada”.
Esta es una historia de negros sublevados que llenó de angustia a las familias
de blancos.
“Tanto han alarmado a mi esposa estas insurrecciones que se ha visto en peligro su salud, y
en cuanto a mí, hace tres meses que no consigo conciliar en paz el sueño. A veces nos
pasamos la noche atentos a los ruidos, y en muchas ocasiones basta una canción o el ruido de
un cerdo para que nos dé un ataque de nervios; la presencia de un gato en el comedor puede
tenernos en vela toda la noche.”
Esto ocurría en el condado de Southampton, estado de Virginia, habitado por
7 mil blancos y 9 mil negros, donde el 2 de octubre de 1800 había nacido ese
negro que buscaban las autoridades y por el que se ofrecía una recompensa de
500 dólares,
“aproximadamente de 1.70 de altura, 70 kilogramos de peso, de tez más bien clara, sin ser
mulato, hombros anchos, nariz grande y chata, ojos grandes, pies anchos y planos, paso
rápido y activo, cabello muy fino en la cabeza, sin barba excepto en el labio superior y en la
punta de la barbilla, una cicatriz en la sien y otra en la nuca, un gran nudo en uno de los
huesos del brazo derecho, cerca de la muñeca, producido por un golpe”.
Cuando la gente de humilde condición se entregaba a la brujería, ese negro feo
y orejudo, con cara de pocos amigos, a quien buscaban las autoridades,
llamado Nat Turner, al que según William Styron, le gustaba escuchar las
hazañas de Napoleón contadas por sus amos a sus invitados, había recibido
un mandato divino que lo instaba a “combatir a la Serpiente porque se aproximaba
rápidamente la hora en que los últimos serían los primeros y los primeros los últimos”.
Por su influencia como religioso bautista, logró convencer a unos pocos que,
abandonando sus miedos, fijaron fecha para el inicio de la rebelión. Armados
de cuchillos, hachas y palos, en la noche del 21 de agosto de 1831 se dirigieron
sigilosamente a la casa del dueño de Turner y sin piedad alguna mataron a
toda la familia.
Galopando por los senderos de Dios se les unieron más combatientes y otros
blancos conocieron el espanto antes de ser aniquilados. Las huestes se
dirigieron hacia Jerusalén (hoy Curtland) donde había un depósito de armas.
Esto porque Nat recordaba el pasaje bíblico donde Jesús confiaba a sus
discípulos sus deseos de “ir a Jerusalén para sufrir mucho de parte de los ancianos, de
los príncipes, de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto”.
En el trayecto se introdujeron en una plantación, empujados por la intención
de liberar a los esclavos que allí trabajaban, pero no se dieron cuenta de que
los estaban esperando blancos armados. Dispersados, los negros ya no
volvieron a operar juntos.
Las autoridades civiles recurrieron a las fuerzas militares y éstas fueron
apresando a los negros quienes antes de morir se mostraron tranquilos porque
Dios había marchado junto con ellos en sus desagravios.
55 blancos murieron en forma espantosa. Más de 60 negros acusados, de los
cuales unos 15 resultaron condenados, pero se les indultó. 17 fueron
ahorcados, entre ellos Nat Turner. Más de una docena de negros deportados a
Alabama. Más de un centenar de negros inocentes, entre esclavos y libertos,
“fueron asesinados por las bandas de blancos que durante varios días
recorrieron Southampton, buscando venganza”.
El líder Nat Turner, responsable físicamente de la muerte de Margaret
Whitehead, de 18 años de edad, fue juzgado y condenado en los siguientes
términos:
“La sentencia del tribunal es que se te conduzca a la cárcel de la que te trajeron, y de allí al
lugar de la ejecución. Y que el próximo viernes, entre las 10 de la mañana y las 2 de la
tarde, seas colgado por el cuello hasta que estés muerto. Y que el Señor tenga piedad de tu
alma”.
ESCLAVOS MUSULMANES
Pocas ciudades como Sao Salvador de Bahía de Todos os Santos tienen un
pasado tan inquieto y revolucionario. Desde el tiempo en que los negros
llegados del continente africano comenzaron a reemplazar a los indios en las
tareas esclavas.
Que los sometidos lucharon por su libertad, ya lo vimos en Palmares. Desde
fines del siglo XVIII no hubo año que no fueran tapa de los diarios. En 1798
contagiados por el fervor revolucionario francés, mulatos y blancos con
ínfulas jacobinas habían querido fundar, sin éxito, una “república bahiense”.
Luego 1809, 1810, 1826, 1827, 1828.
Capital de Bahía, viven en ella unos 100 mil habitantes, un 50% de los cuales
eran esclavos y negros libertos; muchos africanos practicaban la religión
musulmana (cuyos 5 pilares recordamos: la creencia en Alá, cuyo profeta es
Mahoma, la oración repetida 5 veces al día, el ayuno del mes del ramadán, la
limosna a los pobres y la peregrinación a la Meca), cuyas ceremonias no eran
bien vistas por las autoridades.
Bahía, llamada la “Roma negra”, se sentía amenazada, las autoridades
extremaban las medidas, la desconfianza se expresaba en las miradas. No eran
temores infundados ante las prácticas esclavistas y las políticas de conversión
al cristianismo.
La revuelta de los malés estalló en la madrugada del 25 de enero de 1835,
coincidiendo con el Ramadán. Los hijos de Alá eran 500 aproximadamente.
Estaban vestidos de blanco –lo que era un claro desafío a las autoridades que
no permitían el uso del llamado “abada”-, portaban talismanes con los textos
del Corán y collares con la foto del presidente Dessalines, el padre de la
independencia reciente de la república negra de Haití.
La propuesta de los musulmanes insurrectos radicaba en hacer desaparecer la
religión católica, así no se la imponían, asesinar a los blancos y mulatos y
apoderarse de sus bienes, instaurar una realeza islámica que, entre otras
medidas, condenara a los no musulmanes a la esclavitud.
Los insurrectos estaban mal armados, con más armas blancas que armas de
fuego. Si a esto se agrega que las tropas del gobierno ya los estaban esperando
porque habían sido delatados, se explica que el estallido rebelde haya sido
venido tan rápidamente, dos o tres días.
Los rebeldes se desperdigaron por las calles a los gritos para atraer a otros
esclavos, mientras Intentaban tomar los cuarteles y la prisión municipal, pero
fueron rechazados por las tropas oficiales y obligados a huir, dejando en el
camino a su muertos y heridos.
En la insurrección murieron entre siete y nueve miembros de las fuerzas
gubernamentales, setenta insurrectos y unos trescientos fueron arrestados.
Ante el peligro de que la insurrección musulmana se extendiera a todo el
estado provincial, el ejemplo de Haití estaba muy fresco, las autoridades no
demoraron los trámites judiciales: Salvo los cabecillas que fueron muertos,
eran cuatro, los demás fueron enviados o a la cárcel o a realizar trabajos
forzados o fueron azotados en público. Las medidas acostumbradas en la
época para los desobedientes.
Si bien la esclavitud se mantuvo en Brasil durante más de medio siglo, la trata
de esclavos fue abolida pocos años después, en 1851.
SANGRE EN WAIRAU
Al servicio de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, el holandés
Abel Janszoon Tasman, había llegado a Nueva Zelanda en mayo de 1642, y el
inglés James Cook lo siguió un siglo después. Considerada uno de los últimos
lugares de la Tierra en ser conquistado y colonizado, sus habitantes, que vivían
de la caza y sobre todo de la pesca pero nunca del campo, eran "la última
comunidad humana en la Tierra intocada y no afectada por el resto del mundo”.
Así las cosas, cuando en el año 1842 muere el primer gobernador de Nueva
Zelanda, William Hobson, y su sucesor, Robert Fitz Roy, arriba a la ciudad de
Auckland en diciembre de 1843. Una de las primeras tareas del nuevo
gobernador es la de investigar las circunstancias que rodearon la masacre de
Wairau, en el noroeste de la isla sur del país, ocurrida poco antes de su arribo
al país.
Para entender lo que fue el primer enfrentamiento armado entre los maoríes y
los colonos británicos luego del Tratado de Waitangi (1840), empecemos
diciendo que la Compañía de Nueva Zelanda había comprado en el año 1840
un área de 800 kilómetros cuadrados en el valle de Wairau, alrededor de la
ciudad de Nelson.
Los colonos de la ciudad de Nelson, dirigidos por Arthur Wakefield y Henry
Thompson, comenzaron a comprar tierras en Wairau, muy fértiles por cierto,
desconociendo que, por el Tratado de Waitangi (1840) la venta de esas tierras
maoríes sólo se podía efectuar si el gobierno actuaba como intermediario.
En enero de 1843, una delegación de jefes maoríes viaja a Nelson para
protestar contra las actividades de los británicos en Wairau, y dos meses más
tarde, lo hace Te Rauparaha. Los maoríes mandan escritos a las autoridades
pertinentes y las respuestas que obtienen no los convencen. Impacientes,
responden con la destrucción de propiedades de los colonos.
Los destrozos anuncian el horror. Durante la mañana del 17 de junio, un
grupo de sesenta hombres armados se aproxima al campo de los maoríes, sin
saber que los estaban esperando Te Rauparaha y un centenar de guerreros
quienes, momentos antes, habían jurado a través del haka hacer valer el
respeto a sus antepasados.
Para qué hacerla larga. Te Rauparaha ordenó a sus guerreros perseguir a los
británicos que se fugaban. Rangihaeata entonces exigió venganza, para la
muerte de su esposa -quién era también la hija de Te Rauparaha- que había
sido herida. Al instante salieron como flechas.
En el enfrentamiento murieron cuatro maoríes y tres fueron heridos, mientras
que por el lado británico murieron veintidós colonos y cinco fueron heridos.
Doce de los británicos fueron muertos después que se habían rendido.
El gobernador Fitz Roy llegó a la conclusión que las acciones de los colonos
habían sido ilegales y, que, por lo tanto, la compañía de Nueva Zelanda
debería pagar el precio que valía por las tierras que decían haber comprado.
Fitz Roy mantuvo una reunión con cientos de Maoris donde les dijo: “Mi
primer pensamiento fue la de vengar la muerte de mis amigos que han sido matado, y de los
Pakeha (neozelandeses de origen europeo) Pero reconsiderando el asunto, me he dado
cuenta de que los Pakeha eran también responsables…”
En la misma reunión Te Rauparaha, el Rangihaeatea y otros maoríes contaron
su versión de los hechos. Al final, FitzRoy anunció que los británicos eran los
culpables, que no tenían el derecho de construir casas sobre estas tierras, así
como también que los jefes maoríes habían cometido un acto horrible, “los
hombres blancos no matan nunca sus prisioneros”. Fitz Roy terminó su discurso
haciendo un llamado a la paz entre británicos y maoríes, lo que fue celebrado
con danzas y canciones.
El informe de FitzRoy fue apoyado por Lord Stanley, ministro de los Asuntos
coloniales y de la Guerra, al afirmar que las acciones llevadas por los jefes
ingleses, Wakefield y Thompson, eran ilegítimas y que sus muertes habían sido
fruto de lo que habían generado con sus atropellos.
EL BATALLÓN DE SAN PATRICIO
El irlandés es un pueblo profundamente religioso, respetuoso de sus
antepasados y arraigado a una tierra que le permite comer.
El país no había podido ser tomado por el Imperio romano ni por los
germanos que le sucedieron en la época de las invasiones bárbaras. Desde que
el tratado de Windsor en el siglo XII consagró la soberanía del inglés Enrique
II sobre Irlanda, las sublevaciones nativas dieron motivo a represiones
salvajes.
A mediados del siglo XIX una catástrofe alimentaria causada por la
enfermedad de la patada - alimento básico del pueblo irlandés-, mató a 500
mil habitantes y provocó el éxodo de 2 millones a los Estados Unidos de
América.
En su mayoría campesinos pobres y sin ganas de repetir una experiencia
terrible como la vida en su país, los irlandeses eligieron vivir en las ciudades y
trabajar en la construcción de obras y en el servicio doméstico.
Un grupo de 260 irlandeses se enroló en el ejército de Norteamérica. Todo iba
más o menos bien hasta que el Congreso declaró que “por actos de la República
de México existe un estado de guerra entre tal gobierno y los Estados Unidos”.
Conclusión: el grupo irlandés debe participar en la invasión del país vecino.
Ya en tierra mexicana, los irlandeses escucharon la otra versión sobre el
conflicto y decidieron abandonar las filas norteamericanas, pues ellos no
tenían nada contra un pueblo católico como el mexicano. Además, una guerra
injusta es uno de los más grandes crímenes que los hombres pueden cometer.
Junto con otros efectivos de otras naciones europeas, los irlandeses
organizaron el batallón de San Patricio, llamado así en homenaje a quién había
introducido el cristianismo en Irlanda; el estandarte fue una bandera blanca
con un fondo verde y las palabras Erin Go Bragh (“Irlanda por siempre”), con la
imagen del santo amado y los escudos de Irlanda y México. Era la primera vez
que en el ejército norteamericano un batallón desertaba para pasarse al
enemigo.
Bajo el mando de John Riley, inmigrante irlandés que había sido teniente del
Ejército estadounidense, el batallón participó en la defensa de la ciudad
norteña de Monterrey, donde habían sido reclutados, y en la batalla de
Churubusco, en la ciudad de México (agosto, 1947), antes de ser apresados.
El general norteamericano Winfield Scott desoyó el pedido de perdón
efectuado por autoridades gubernamentales, eclesiásticas y personalidades del
sector privado: aquellos que pertenecieron al ejército de Estados Unidos antes
de la declaración de guerra, recibieron medio centenar de azotes, una marca
infamante en el rostro (la letra “D” de desertores) y sentenciados a trabajos
forzados; mientras que los se pasaron al ejército mexicano después de la
declaración de guerra, fueron ahorcados en la plaza San Jacinto, Colonia San
Ángel, en el sur de la capital mexicana..
Precisamente, en esa plaza, una placa recuerda a un grupo de campesinos
irlandeses, a los que una hambruna transformó en soldados norteamericanos,
y que morirían en la defensa de México, un país extraño.
EL AÑO LOCO
1848 fue un año de conmoción para Europa, de revoluciones. Los himnos a la
libertad y la fraternidad resonaron desde París a Budapest, de Holstein a
Sicilia. Solamente la Rusia zarista y el Reino Unido escaparon del contagio.
Para unos aquel fue “el año loco”; para otros, era “la primavera de los pueblos”.
Idealistas empapados de romanticismo, los revolucionarios se enfrentaron y
fueron derrotados. Se los acusó de ilusos, retóricos, místicos. La mayoría de
ellos creyó ciegamente que la democracia política generaría la democracia
social.
Fueron los parisienses los que inauguraron la “Revolución”. Unas horas de
barricadas en París habían provocado la fuga del rey Luis Felipe. El lugar del
rey fue ocupado por mil frases y mil abrazos.
¡Ahora gobernará el pueblo! proclamaron las nuevas autoridades el 24 de
febrero. La oratoria limaba las diferencias sociales y la bandera tricolor
ondeaba en todos los corazones. Algunos, años atrás habían peleado en las
calles y las fotos de sus abuelos seguían conservando ese color de fundadores
republicanos.
Una de las cuestiones más apremiantes seguía siendo el trabajo que, como
derecho, ya había sido reconocido por los revolucionarios de 1789 y 1793
cuando ayudaron a los padres de las víctimas de Campo de Marte y del asalto
al Palacio de las Tullerías: “Que la patria se muestre como la madre de todos los
ciudadanos”, había dicho Rousseau.
Esa dimensión de ayuda pública reaparece ahora cuando el gobierno
provisional se comprometía a garantizar el trabajo para todos los ciudadanos y
lo cumplía dos meses después con la apertura de los Talleres Nacionales. A
todo esto, los cuerpos de seguridad incorporaban a muchos hijos de
trabajadores.
Los franceses fueron a las urnas y triunfaron los moderados. Había llegado la
hora de la verdad. Novecientos parlamentarios fundaban la nueva república
bajo el manto tricolor.
Pero las ilusiones habían calado hondo en la república social democrática. El
aire se enrareció. Se discutía a los gritos en cafés y tabernas. El odio en los
ojos y en las palabras. Los activistas estaban perdiendo la paciencia, más de
una vez ganados por la incertidumbre, porque lo concreto se les escabullía de
los marcos teóricos, y varios de sus líderes –desde el teórico Louis Blanc al
foquista Auguste Blanqui- parecían atrapados por la vorágine de la juventud
capitalista.
Una manifestación de los trabajadores en defensa de Polonia logra
introducirse en el recinto donde sesionaba la Asamblea, metiendo miedo en
los legisladores::
“Ví entre ellos a hombres borrachos, pero, en su mayoría, sólo parecían dominados por una
excitación fabril producida por el arrebato y los gritos de fuera, por el tufo, por los
apretujones y por el malestar de adentro. Hedían a sudor, aunque la naturaleza y el estado
de sus ropas no debían hacerles muy molesto el calor, porque muchos estaban casi
despechugados.
Oí a un hombre de blusa –recuerda Alexis de Tocqueville- que le decía a un
camarada: “¿Ves, allá, aquél buitre? Me gustaría retorcerle el pescuezo”.
Hasta que llegó la Guardia Nacional y trajo alivio a los caripálidos
representantes al llevarse presos a importantes dirigentes del desatino.
El incidente partió aguas. La hermosa revolución de febrero había desatado
fantasmas que no eran fáciles de ahuyentar. Qué hacer con los trabajadores
(de 24 mil pasaron a ser 100 mil) que seguían recibiendo caridad de las
instituciones republicanas:
“Todos los días se trataba aquella cuestión candente de los Talleres Nacionales pero se hacía
de un modo superficial y tímido; se tocaba el problema constantemente, sin atreverse a
afrontarlo jamás”.
El asalto a la Asamblea Nacional, ocurrido a mediados del mes de mayo,
provocó la tan temida definición. Cuando a los trabajadores de los Talleres
Nacionales les llegó la noticia de que una parte de ellos iban a ser enviados a
distintos departamentos, leyeron que era la dispersión de fuerzas y el cierre de
la fuente de trabajo, y decidieron urgente levantar barricadas
Si unos cuantos no pensaban más que en destruir y matar, otros que jamás
habían herido una hormiga, se asombraron por familiarizarse tan pronto con
aquellas ideas de violencia y destrucción que por naturaleza les eran tan
extrañas.
En junio de 1848 París no era una fiesta. Calles desiertas, caballos muertos,
negocios vacíos, noches alumbradas por el rojo de los cañones.
“No fue la acción de un cierto número de conspiradores, recuerda Alexis de
Tocqueville, sino el levantamiento de toda una población contra otra. Las mujeres
participaron en ella tanto como los hombres. Mientras los hombres combatían, aquéllas
preparaban y acarreaban las municiones...”
Los proletarios confiados en sus propias fuerzas no se querían rendir, a pesar
de los contingentes que llegaban en ferrocarril desde las provincias para
reforzar el triunfo de las fuerzas del orden.
Hasta que las fuerzas rebeldes depusieron las armas, tras lo cual intentaron
negociar el cese del fuego, que no fue aceptado. Entonces fusilamientos sin
sumario previo, cárcel, deportaciones para aquellos que habían luchado en las
barricadas: gente de pequeños talleres, fundamentalmente, los trabajadores
ferrocarrileros.
La ilusión libertaria e igualitaria, luego de sus triunfos iniciales, se apagaba. 100
días fueron suficientes para que la revolución fuera derrotada en todos los
frentes.
EL CARTISMO
Los días tranquilos son cosas del pasado en Inglaterra. Recolección de firmas
en aldeas, ciudades, talleres, fábricas y minas. Reuniones públicas nocturnas y
al aire libre, marchas de obreros en las calles, discursos vehementes,
barricadas, actos de pillaje, huelgas parciales y generales, revueltas muchos
dirigentes arrestados, encarcelados y desterrados.
La duración de la jornada de trabajo excede las 15 horas, con media hora para
el almuerzo- en la industria textil los niños trabajan más de 12 horas 13 horasSe descansa los domingos y el 25 de diciembre. Sólo Dios puede ayudar en
caso de enfermedad, embarazo, desocupación, vejez.
En Londres, sobre una población de alrededor de 2 millones de habitantes,
más de 600 mil habitan 80 mil casas que no disponen de ninguna toma de
agua, sin contar los que viven en los asilos de necesitados que mantienen las
parroquias:
“Los viajeros fashionables del continente se detienen en los barrios elegantes de Londres
sin sentir curiosidad por observar esa considerable parte de la población (aproximadamente
la mitad) que vive del trabajo en los talleres. Tampoco visitan el campo de Irlanda ni los
distritos manufactureros de Inglaterra. Desconocen que en la metrópoli numerosos barrios
esconden todas las miserias, vicios y males que puedan aquejar a la humanidad. Van a
Richmond, a Windsor, a Hampton Court; ven los suntuosos palacios, los magníficos
parques de la aristocracia y, de vuelta a su país, tachan de exageración y de mentira los
relatos del observador que, yendo más allá de las apariencias, ha visto la inmoralidad sin
límites a la que puede conducir la sed de oro y la horrible miseria de un pueblo reducido al
hambre y a la cruel opresión de la que es víctima” (Flora Tristan en su libro “Paseo
por Londres”).
El 8 de mayo de 1838 un grupo redacta un documento que dará el nombre a
un movimiento que pasará a la Historia. Se trata de la "Carta del pueblo, que
contenía las siguientes demandas: 1) El sufragio para todos los varones
mayores de veintiún años; 2) El voto secreto, para que los poderosos no
puedan vigilar el voto; 3) Elecciones parlamentarias anuales; 4) La abolición de
los requisitos de propiedad para ser miembro del Parlamento; 5) La asignación
de un sueldo a los parlamentarios; y 6) Distritos electorales equitativos.
El primer petitorio para que fuera sancionada como ley la “Carta del Pueblo”
se emitió en Birmingham. La experiencia se repitió en 1842 y 1848 con
resultados negativos debido a su rechazo por la Cámara de los Comunes.
“Aunque existen todos los elementos de una prosperidad general, estamos abrumados por la
miseria. Venimos con toda humildad a deciros que ese estado de cosas no podría continuar
largo tiempo sin poner seriamente en peligro la estabilidad del trono y la paz del reino.
Estamos resueltos, con la ayuda de Dios y sirviéndonos de todos los medios constitucionales y
legales, a hacerlo cesar.”
En 1842, la huelga general paraliza el trabajo del 5 al 25 de agosto. En este
segundo petitorio, además de las demandas políticas, se incluyeron también
demandas económicas, que el movimiento cartista formuló acertadamente
como “los problemas del cuchillo y el tenedor.”
En los años siguientes, las mejores condiciones económicas y la división entre
“duros” y “blandos” redujeron la intensidad del movimiento, que no era
homogéneo. Los dirigentes estaban divididos entre si debía emplearse la
fuerza “moral” o la fuerza “física”. Traduzco: mientras unos defendían la
organización de cooperativas de producción sin intermediarios a través de la
vía parlamentaria y pacífica, otros estaban convencidos de que podían
rebelarse contra el maquinismo naciente generador de miseria mediante
acciones políticas violentas.
No obstante, el movimiento levantó vuelo en 1848, influenciado por los
sucesos revolucionarios en Francia. Ese año se llevó a cabo la tercera y última
manifestación masiva con presentación de firmas pidiendo que el contenido
de la Carta fuera sancionada como ley, que también fue rechazada por el
Parlamento.
Mucho se escribió después sobre el cartismo: movimiento obrero animado
por una ideología de clase para terminar con las desgracias proletariado, sin
estar preparado para ello. Rebelión elemental contra la naciente revolución
industria, el temor a la desocupación y la miseria. Necesidad de una alianza del
movimiento obrero con otros sectores sociales para avanzar en la
democratización del sistema inglés.
Lo cierto, es que medio siglo después los 6 puntos de la Carta del Pueblo eran
ley, salvo la reelección anual del Parlamento. Incluso, las mujeres votaron a
partir de 1926, un electorado en el que no había reparado el primer ensayo de
organización política obrera.
LA REBELIÓN DE LOS CIPAYOS
Llevad la carga del Hombre Blanco.
Enviad adelante a los mejores de entre vosotros;
vamos, atad a vuestros hijos al exilio
para servir a las necesidades de vuestros cautivos;
para servir, con equipo de combate,
a naciones tumultuosas y salvajes;
vuestros recién conquistados y descontentos pueblos,
mitad demonios y mitad niños.
(La carga del hombre blanco, Rudyard Kipling).
Este nombre designa la cruenta sublevación que a mediados del siglo XIX
asoló a buena parte de la India. La palabra cipayo se aplicaba a los soldados
indios al servicio de alguna de las potencias europeas.
Por entonces, el dominio inglés lo ejercía la Compañía Británica de las Indias
Orientales, fundada en 1600. Ese dominio fue consolidado hacia 1760 por
Robert Clive, quien sometió al nabab de bengala, rica región del norte del país.
Las bajas tarifas de importación establecidas por los ingleses inundaban el país
de telas baratas provenientes de Gran Bretaña, con lo que la India se convertía
en exportadora de algodón, el cual era manufacturado en las fábricas de Gran
Bretaña para elaborar textiles que luego serían exportados a la India. Además,
los ingleses aumentaron los territorios bajo su control directo porque cuando
un rajá o un príncipe fallecían sin un heredero masculino, sus territorios
pasaban a formar parte de la Compañía Británica de las Indias Orientales.
La Rebelión de los Cipayos estalló por varios motivos: el envío de tropas
nativas para intervenir en la Guerra de Crimen; la penetración cultural con sus
métodos educativos, costumbres y técnicas occidentales (abolición del
matrimonio en los niños, del sati -inmolación de la viuda en la cremación de
sus esposo fallecido- y de la muerte intencional de las niñas); la labor de los
misioneros cristianos que competían con las religiones tradicionales hindú y
musulmana, y hasta la costumbre de los oficiales ingleses de lubricar los
proyectiles con grasa de cerdo, animal considerado imputo por la tradición
brahamánica e islámica.
La sublevación comenzó en Meerut el 10 de mayo de 1857 y fue comandada
por Mangal Pandey, soldado del 34º Regimiento de Bengala. Rápidamente
surgieron las atrocidades, los cipayos matando mujeres y niños al ocupar la
ciudad de Cawnpore (hoy Kanpur) al sudeste de la India; los ingleses imitando
a los cipayos al retomar la ciudad.
Las tropas inglesas se vieron superadas, al punto que muy pronto la
importante ciudad de Delhi cayó en poder de los sublevados.
La guerra duró más de un año y si los ingleses pudieron resistir fue en gran
medida por la fidelidad de la población sij, una secta monotestísta del
hinduismo distribuida en la región del Punjab, en el noroeste de la India,
adversaria de los musulmanes y temerosa de que se reimplantara el antiguo
régimen mogol de Delhi.
Con grandes pérdidas para ambos bandos, el conflicto terminó en junio de
1858, luego de la victoria inglesa de Gwalior, que puso fin “al último movimiento
de protesta de la India tradicional contra el advenimiento de Occidente”.
Aplastada la Rebelión de los Cipayos, la Compañía de Indias fue disuelta y el
gobierno de esa vasta colonia quedó directamente en manos de la Corona
británica, que designaba a un gobernador general, el que recibía el título de
Virrey.
La rebelión de los cipayos encendió la llama del nacionalismo y un grupo de
hombres, años después, organizará el primer Congreso Nacional. Y también,
años después, por haber encabezado la Primera Guerra de Independencia, la
India honrará a Mangal Pandey con la emisión de una estampilla, y su vida
será llevada al cine en el año 2005 (“La balada de Mangal Pandey”).
MIL CAMISAS ROJAS
El Imperio austro-húngaro fue el más beneficiado e Italia uno de los más
perjudicados por el Congreso de Viena de 1815. El Imperio no sólo obtuvo el
dominio sobre el ducado de Milán y la república de Venecia, sino que influía
en los ducados de Toscana, Módena y Parma a través de sus parientes
habsburgos. Además, la presencia de Austria era evidente en los Estados
Pontificios y en los reinos de Piamonte y Nápoles. Este último, devuelto a los
Borbones, era el más extenso ya que comprendía Nápoles y Sicilia, con 8
millones de habitantes, pero era también el más atrasado económica, social y
culturalmente.
Giuseppe Garibaldi tenía más de 50 años de edad. A favor de la
independencia de su patria, debió abandonar la tierra natal y refugiarse en
América del Sur –Brasil, Uruguay y Argentina-, donde se enamoró de Anna
María Jesús da Silva, conocida como Anita, la hermosa, y se hizo jefe militar.
En la noche del 4 de mayo de 1860, en dos barcos de vapor partieron del
puerto de Génova hacia Sicilia 1.000 voluntarios; para ser precisos: 1.089. En
su mayoría sicilianos y 15 extranjeros. Vestidos de civil, se destacaban las
camisas rojas, incluida la del propio Garibaldi. Mal armados y peor equipados,
los movilizaba la idea de unir a todos los italianos, y sobre todo, modificar las
cosas en el campo, más justicia y trato humano a los trabajadores.
El 11 de mayo, la Expedición de los Mil (Spedizione del Mille) llegó a Marsala y
se internó en los dominios del rey Francisco II, donde años atrás habían
fracasado los hermanos Bandera (1844). Con ayuda del ejército dardo
piamontés, Garibaldi derrotó al ejército borbónico en la batalla de Calatafimi
“¡Calatafimi! Cuando yo, que he vivido cien batallas, descanse en mi lecho de muerte, te
recordaré con una sonrisa orgullosa, porque no conozco combate más glorioso que el tuyo
(recordaría Garibaldi en sus memorias). Los “mil” auténticos defensores del pueblo,
con desprecio heroico por la muerte se lanzaron desde una posición a otra contra los
mercenarios de la tiranía, que brillaban con su uniforme abigarrado y las agujetas y los
obligaron a darse a la fuga. Cómo podría olvidar al puñado de jóvenes que, teniendo que me
hirieran, me rodearon, apretándose unos contra otros y formando una muralla
impenetrable”.
En la ciudad de Palermo los combates duraron varios días. El ejército se
dedicó a disparar indiscriminadamente contra los civiles y edificios religiosos,
saturados éstos de heridos. El pueblo, a colaborar con los garibaldinos.
Palermo cayó bajo la metralla revolucionaria. La valentía de los Mil
desmoralizó al enemigo y cautivó la imaginación de los sureños. El 22 de
agosto Garibaldi al frente de 20 mil hombres, cruzaban el estrecho de Mesina
y tomaban la ciudad de Nápoles:
“Los cadáveres se amontonaban en las calles, las familias sin hogar vagaban buscando
donde refugiarse, ya que las tropas napolitanas disparaban contra todos los civiles que veían
con la excusa de que podían ser revolucionarios. Los soldados se dedicaron a la rapiña y
violaron a un gran número de mujeres a las que mataban a bayonetazos, dejando luego los
cadáveres abandonados en las calles. Las granadas también cayeron sobre iglesias y
conventos, que en su mayor parte se habían convertido en hospitales o refugios…Con el alba
los napolitanos reanudaron el bombardeo y los ataques en las calles. Fue una lucha feroz.
No perdonaron ni los edificios religiosos, muchos de los cuales fueron incendiados
De esta manera desaparecía el régimen borbónico y Garibaldi era dueño del
sur de Italia. La popularidad de los Mil y de su líder se irradió por Europa y
los Estados Unidos de América, particularmente en los pueblos sojuzgados.
Millones de personas pedían a Dios larga vida y felicidad para Garibaldi y los
camisas rojas.
Por la hazaña que habían protagonizado, los Mil Camisas Rojas recibieron del
gobierno italiano una pensión y una fotografía para no ser olvidados.
LOS TAIPING
En China gobernaba la dinastía manchú que había agachado la cabeza en la
Guerra del Opio. El pago de una fuerte indemnización de guerra, la
introducción de mercancías europeas y la instalación de empresas de capital
occidental rompieron el equilibrio mantenido durante siglos.
En ese escenario tomaron auge las sociedades secretas, cuyos simpatizantes
proveían del campesinado y del arrabal de las ciudades. En épocas de paz
oraban y reclutaban; en tiempos de crisis no desentonaban. Sabían cómo
ganarse el cariño de la gente: montaban redes para contrabandear la sal, que
distribuían a precios baratos; cobijaban a los desamparados; socorrían a los
afectados por una catástrofe de la naturaleza.
Un joven, Hung-Hsiu-Chuan, de familia pobre, cierto día creyó tener visiones
que le ordenaban terminar con los demonios e instaurar un nuevo reino de
Dios. La revuelta se inició alrededor de 1850 en el sur y se transformaría en la
insurrección agraria más importante del siglo XIX.
Con el firme propósito de crear el Reino Celeste de la Paz, el reino Taiping, se
dedicaron a saquear residencias de los mandarines, distribuir los objetos
robados entre los pobres, cortarse la coleta - símbolo de sumisión impuesto
por los manchúes y difundir la suspensión temporal del pago de los
impuestos.
En 1853 entraron triunfante en Nankin, a la que convirtieron en su capital
“Todas las tierras bajo el Cielo serán conjuntamente cultivadas por los hombres. Si la
producción es insuficiente en un sitio, id a otro donde sea más abundante. La tierra será
arrendada por todos, el arroz comido por todos, el dinero gastado por todos. En la tierra no
hay cabida para la desigualdad, nadie quedará sin comida ni sufrirá frío.”
Organizaron la sociedad en células de 25 familias cada una, comandadas por
un militar. Mujeres y hombres participaban en la defensa militar y en las
funciones públicas, reservándose a los oficiales el oficio religioso de los
domingos. El matrimonio era considerado un acto de amor y no se permitía la
prostitución, el comercio de mujeres ni el vendaje deformante de los pies.
Numerosas causas hicieron fracasar la experiencia Taiping, entre las que cabe
mencionar: la búsqueda de un sistema social en el que el Estado “sería todo” y
los ataques a la religión oficial, el confusionismo, unieron contra los Taiping a
la dinastía manchú, los chinos acomodados y las potencias occidentales. La
abolición de la propiedad privada espantó a pequeños y medianos
propietarios. En la burocracia Taiping surgieron el nepotismo, el favoritismo y
la vida fácil. Muchos funcionarios habían formado su propio harén mientras
defendían públicamente la monogamia. Los impuestos siguieron abrumando a
los campesinos.
El enfrentamiento militar entre dos altos jefes del movimiento rebelde hizo el
resto. Nankin fue recuperada por la vieja dinastía manchú en 1864. Hung y
miles de Taiping eligieron el suicidio. La represión alcanzó templos y pagodas
y a dos millones de personas.
LA COMUNA PARISINA
El 1º de marzo de 1871 las tropas alemanas, después de haber derrotado al
ejército francés, desfilaban por París ante avenidas desiertas, ventanas bajas y
edificios de los que colgaban crespones negros.
Los alemanes se retiraron al día siguiente, dejando el odio y la humillación en
los parisinos.
París se sublevó. El gobierno nacional se había trasladado a Versalles, desde
donde envía un contingente militar a recuperar cañones tomados por los
parisinos antes de la entrada de los alemanes. El encuentro entre versalleses y
la Guardia Nacional de París ensangrentó las calles de la capital. Murieron
ejecutados dos generales.
El 28 de marzo fue proclamada la Comuna: miles de personas entre banderas
tricolores y rojas, salvas de cañones desde el Sena y vivas a la patria y a los
nuevos gobernantes, cantaron La Marsellesa.
Los comuneros decretaron la separación de la Iglesia y el Estado,
reglamentaron condiciones laborales, los alquileres y prohibieron la venta de
objetos depositados en el Monte de Piedad. A pesar de controlar el Banco
Nacional de Francia, no suprimieron la propiedad privada. Establecieron un
máximo para los salarios y dieron todos los derechos a los hijos naturales.
Quemaron simbólicamente la guillotina en la Plaza Voltaire y derribaron la
columna Vendome, construida en homenaje a Napoleón. Adoptaron la
bandera roja.
El ejército de Versalles se fortalece tras la incorporación de los soldados
franceses dejados en libertad por los alemanes y asumen el control de las
provincias.
Gobernar París, en las nuevas condiciones, no era nada sencillo: se suceden
órdenes y contraórdenes militares, discusiones apasionadas acerca de cómo
mejorar la alimentación, los servicios públicos y la educación para la
fraternidad universal.
El 21 de mayo los soldados versalleses, después de infructuosos intentos,
logran entrar en París, y comienza la llamada “semana sangrienta”.
Los comuneros pegan en todas las paredes de la ciudad una antigua proclama:
“El pueblo no entiende nada de maniobras militares. Pero cuando tiene un fusil en la mano
y adoquines bajo sus pies, no le dan miedo todos los estrategas del mundo juntos”.
Se incendian varios edificios públicos, teatros y casas privadas. El arzobispo
de París y otras figuras destacadas, retenidas en calidad de rehenes, son
fusilados. No se respetan edades ni sexos.
Los fusilamientos de 147 comuneros en el Cementerio de Père Lachaise el
domingo 28 de mayo, decretaron el triunfo de los versalleses. Nathaniel
Rossel, general en jefe de la Comuna, de 28 años de edad, antes de ser
condenado y fusilado, declaró:
“Ví y maldije la incapacidad de los jefes militares; también pude comprobar que un orden
social inicuo agonizaba y comencé a odiar esta sociedad que acaba ahora de entregar
cobardemente a nuestro país. El odio hacia quienes entregaron mi patria, el odio al viejo
sistema social, es lo que me ha impulsado a alistarme bajo las banderas de los obreros de
París. No sé cómo será el nuevo orden socialista; tengo, sin embargo, confianza en él;
siempre será mejor que el anterior”.
Mientras los cadáveres eran arrojados a las cloacas y al Sena, las represalias
prosiguieron con tal ensañamiento que un periódico rogó al gobierno:
“¡Basta, por favor. No matemos más!”.
EL VENDAVAL OCCIDENTAL
El poder del emperador se vio amenazado en Japón por los daimios, señores
feudales respaldados por sus vasallos militares, los samurais. El daimio
Nobunaga consiguió imponerse a sus iguales, pero fue asesinado en 1582. Lo
suplantó su mejor general, Hideyoshi, bajo cuya dirección la sociedad quedó
dividida en estamentos: la nobleza, a la cabeza del gobierno y la guerra; los
samurais, como fuerza combatiente; los monjes, a cargo del culto; los
burgueses, encargados del comercio y las empresas; y artesanos y campesinos
trabajando en las manufacturas y el campo.
Cuando Hideyoshi muere en el 1600, lo sucede Ieyasu, de la rancia familia
Tokugawa, quien se proclama shogun (mayordomo de palacio), y fija su
residencia en la actual Tokio. Durante su periodo gubernamental, 250 años,
los Tokunawa gobernaron como monarcas absolutos, refrendados por los
emperadores establecidos en Kyoto.
Ieyasu expulsó a misioneros y mercaderes occidentales, el comercio exterior lo
manejarían monopolios semioficiales, y favoreció la propagación de la
doctrina del filósofo chino Confucio, respetuosa de los valores tradicionales y
de un Emperador venerado y paternal. Asegurada la paz interior, los samurais
se incorporaron a la burocracia sin abandonar su entrenamiento profesional y
creando un estricto código donde el hara-kiri –ceremonia suicida- era la autocondena a la violación de las normas fijadas.
Pero en enero de 1868 un golpe de estado Meiji rescata la figura del
emperador, terminando así con el doble poder instalado por los shogunes. El
movimiento modernizador triunfante tiene dos objetivos: la occidentalización
y la conformación de un estado poderoso, sobre la base de una buena
administración y de un régimen autoritario y burocrático, reforzado por la
tradición espartana de obediencia y trabajo esforzado.
Tokio pasa a ser definitivamente la capital del imperio japonés, son abolidos
los cuatro estamentos, un solo ejército en lugar de los antiguos ejércitos
señoriales, el gobierno imperial cobrará los impuestos y no los feudos, se
adopta el calendario gregoriano, se tienden líneas férreas y telegráficas, estilos
novedosos se aplican en la arquitectura.
El vendaval occidental se hace sentir también en la tecnología y la educación.
Japón importa técnicos del exterior y les paga diez veces lo que recibían los
japoneses; los funcionarios gubernamentales y los hombres de negocios viajan
al exterior con la finalidad de impregnarse de ideas novedosas. La educación
primaria se volvió obligatoria con un currículum tomado de experiencias
europeas y norteamericanas.
Aquellos que admiraban los productos de la civilización occidental expresaron
sin disimulo sus preferencias “en los trajes y en los sombreros, se dejaron crecer los
cabellos, lucían relojes y paraguas y aprendieron a comer carne”. Entre estos
prooccidentales hay quienes tanto defienden las maravillas que habían visto en
Occidente como criticaban los valores del feudalismo japonés y su base de
sustentación, el confucionismo.
Las funciones de la selecta clase de los guerreros fueron reemplazadas por
fuerzas armadas modernas reclutadas sobre la base del servicio militar
obligatorio. En la nueva etapa, los samurais no pudieron existir como una
clase de rentistas acomodados. Les redujeron sus ingresos y el uso de la
espada, que era el alma de ellos, perdió su antiguo status en la sociedad.
Tenían que encontrar trabajos y el nuevo aparato estatal de estado fue su
principal fuente de empleo (gobierno imperial, prefectural y municipal, la
policía y las fuerzas armadas). El gobierno trató de reubicarlos en la industria y
en la agricultura. A pesar de ello, algunos terminaron como simples
trabajadores o pidiendo limosna.
La decepción se apoderó de los samuráis y la reacción tradicionalista no se
hizo esperar. La civilización occidental era útil en cuanto a la técnica, pero
nada tenían que aprender ellos de Occidente en lo relativo al mundo de los
valores espirituales y éticos. El orgullo de los japoneses consistía en ser
japoneses.
Entre los meses de enero y septiembre de 1877 en la provincia de Satsuma, al
suroeste del país, estalló una revuelta de ex samuráis (llegaron a ser 20 mil)
contra el emperador Meiji, comandada por Saigo Takamori.
El gobierno central prontamente se dio cuenta del peligro que extrañaba esta
revuelta en caso de extenderse y obró en consecuencia organizando un
ejército de 40 mil hombres. En la batalla de Tabaruzaka hubo miles de
combatientes muertos y heridos, muchos ex samurais se rindieron o se
hicieron el harakiri (“seppuku”), y en la de Shiroyama, perdió la vida el líder
opositor.
La rebelión de Satsuma llegó a su fin. Las espadas de los ex samurais y los
rifles Enfield habían cedido ante las ametralladoras Gatlind recientemente
patentadas y un ejército imperial, integrado por conscriptos comunes, que
había dicho adiós a la florida clase de los guerreros y al corte de pelo cola de
cerdo.
BAJO EL SOL AFRICANO
“Las razas superiores tienen un derecho frente a las razas inferiores”.
“Todo pueblo poderoso cree y debe creer, si aspira a perdurar, que en él y sólo en él reside la
salvación del mundo”.
“La fundación de una colonia es la creación de un mercado”.
“Un pueblo que coloniza es un pueblo que coloca las bases de su grandeza en el porvenir”.
“Hacer crecer dos briznas de hierba donde antes había sólo una”.
“El paso de la mayor parte del mundo al dominio de nuestras leyes significará el fin de
todas las guerras”.
“No estaban preparados para gobernarse solos”.
La presencia europea en África trajo innegables avances en las
comunicaciones terrestres y fluviales y en las técnicas de cultivo. Pero, junto a
esos avances, los trabajos forzados, los conflictos salariales solucionados a
balazos, los métodos inhumanos para el cultivo del caucho, las matanzas de
tribus enteras al menor amago de rebeldía de los nativos, se constituyeron en
procedimientos normales de los europeos.
Fue en 1830 cuando el emir Abd al-Qadir se enfrentó durante casi 20 años a
Francia en Argelia:
“Contra el enemigo han muerto nuestros hombres en las dunas.
Contra el enemigo mueren nuestros hombres en las dunas.
Contra el enemigo morirán nuestros hombres en las dunas.
La venda azul del dolor nos arrancaremos
y contra el enemigo correremos hacia las dunas”.
Las tribus de Tanganika entre 1888 y 1889 se sublevaron contra los ocupantes
alemanes. Hubo revueltas en el Congo, 1893 y 1894. En Madagascar en 1895
contra los franceses. Tannarive fue bombardeada y ocupada. Se eliminó la
monarquía y se formalizó el trabajo forzado. La lucha de los ashanti de Costa
de Oro contra la presencia inglesa duró dos décadas:
“Dios ve cómo combatimos por nuestro pueblo
y por nuestras mujeres.
Dios ve cómo matamos
para no ser muertos.
Dios ve cómo afrontamos los fusiles
sólo con el arma de la caza,
la lanza
y con un escudo que no nos puede proteger.
Y Dios sabe, entonces, cómo vamos a morir”.
En Sudán, los nativos vencieron en 1882 a un ejército egipcio y luego en
Jartum al famoso Gordon. Pero Inglaterra logró reponerse y los derrotó cerca
de Ordumán, al final del siglo, dejando unos 10 mil muertos.
Los italianos también quisieron su lugarcito bajo el sol africano. Se asientan en
Trípoli luego en la costa del mar Rojo, en Massaua. Ansían el protectorado de
Abisinia, pero se encuentran con la resistencia del negus Menelik:
“Nadie debe permanecer en su casa porque somos todos quienes debemos tomar parte de la
defensa de nuestras tierras y de nuestras casas. Quiero ver a todos mis guerreros en torno
mío.”
El 1º de marzo de 1896, en Adua, se enfrentaron más de 100 mil soldados
abisinios bajo las órdenes del emperador Menelik II y 15 mil soldados italianos
y 5.000 soldados reclutados en la vecina Eritrea, todos ellos comandados por
el el general Oreste Baratieri.
La victoria de Menelik fue contundente. Victoria que debe atribuirse en gran
parte a la disparidad numérica. Fueron muertos unos 6000 soldados italianos y
4 mil hechos prisioneros. Entre los soldados eritreos: 1200 muertos y 800
prisioneros Los prisioneros italianos fueron tratados como prisioneros de
guerra. Muy distinto fue el trato dispensado a los eritreos, considerados unos
auténticos traidores: se les cortó la mano derecha y el pie izquierdo.
Meses después, el Tratado de Addis-Abeba sellaría la independencia de los
abisinios. 40 años después, el gobierno italiano querría vengar lo que
consideraban una humillación, pero esa es otra historia.
SALVAR A CANUDOS
Habían transcurrido apenas unos pocos años del fin de la esclavitud y de la
caída del Imperio cuando la República traía unas cuantas novedades: el
matrimonio civil, el sistema métrico decimal, la recaudación de impuestos.
Esas novedades, en la región del Nordeste de Brasil, de tierras áridas (“sertao”)
sin grandes ciudades, poblada mayoritariamente por indios, mestizos, negros
recientemente liberados por la ley de 1888, más uno que otro bandolero,
confundían y perjudicaban, por eso sus habitantes seguirían midiendo con la
vara y el palmo, intercambiarían bienes y servicios con la moneda del
Emperador Dom Pedro II), rezando por el alma de sus muertos y
enterrándolos a la vera de los caminos para protegerlos del olvido..
“El Anticristo era la República”. Lo había dicho a sus numerosos fieles Antonio
Vicente Mendez Maciel, el famoso Antonio Conselheiro. Mezcla de
misionero, bandolero y héroe, era tal la impresión que causaba con sus
palabras que más de una vez debía interrumpir su discurso a causa del llanto
de sus oyentes.
Al finalizar los rezos se le arrimaba una extraña figura –leo en “Los sertones”,
de Euclides Da Cunha-. Vestido con una larga túnica de brin azul que se deslizaba
sin cinturón y sin gracia por el cuerpo, el torso doblado, la frente y los ojos bajos, Antonio
Conselheiro aparecía. Quedaba largo tiempo, inmóvil y mudo, ante la silenciosa multitud.
Levantaba la cara macilenta, de pronto iluminada por una mirada fulgurante y fija. Y
predicaba. La noche caía completamente y la aldea reposaba bajo el imperio del humilde y
formidable evangelista. . .
El Consejero predicaba sobre los temas de siempre: la superioridad del
espíritu sobre el mundo materialista, las ventajas de ser pobre y frugal, el odio
a los impíos y la necesidad de salvar a Canudos para que fuera refugio de
justos, dice Mario Vargas Llosa en “La guerra del fin del mundo”. No venía a
establecer la armonía. Venía para atizar un incendio.
Instalados en el año 1893 en Canudos, lugar cercano a la ciudad de Monte
Santo (Bahía), la comunidad igualitaria llegó a tener entre 10 y 20 mil
habitantes, construyeron presas, cementerios, un templo donde oraban,
cantaban himnos muy lindos, ensalzaban a Dios y al Consejero a la espera del
Juicio Final que devolvería al rey portugués Sebastián.
Esta situación provocó el pedido de detención del Consejero por predicar
doctrinas monárquicas subversivas –quizás o más peligrosa que la insurrección
de La Vendée-, afectar al Estado republicano distrayendo al pueblo de sus
obligaciones y perjudicando la buena marcha de la economía, lo que era igual a
salvar del Mal a Canudos.
El gobierno envió cuatro expediciones en las que participaron unos diez mil
soldados equipados con armamento moderno provenientes de más de una
decena de Estados brasileños. Después de aproximadamente un año, la
guerra finalizó con 5200 casas incendiadas con kerosene y bombas de
dinamita.
“Canudos no se rindió. Resistió todo lo que pudo. Cayó cuando cayeron sus últimos
defensores, que todos murieron. Eran cuatro apenas –señala Euclides da Cunha, en su
novela-: un viejo, dos hombres y un niño, sobre los cuales bramaban rabiosamente cinco mil
soldados.”
A pesar de que hubo viejitas que habían jurado a los militares que habían visto
cuando el Consejero era subido al cielo por unos arcángeles, el cráneo de
Antonio, muerto de disentería el 22 de septiembre de 1897, fue exhibido en
muchos pueblos de la región.