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Es Tucídides quien nos relata el «diálogo melesio». En la Guerra del Peloponeso, los habitantes de la isla de Melos trataron de mantenerse neutrales entre Atenas y Esparta. Pero los ataques atenienses los convirtieron en enemigos. Atenas envió negociadores, que les ofrecieron la paz si los melesios se avenían a pagarles un tributo. En las discusiones, tal como lo cuenta Tucídides, los atenienses rechazaron explícitamente las apelaciones a la moral. No utilizaron «frases bellas» para hablar del derecho a su imperio, ni apelaron a las ofensas que los melesios les habían inferido. Así que pidieron a los melesios: “No os imaginéis que influiréis en nosotros diciendo que nunca nos habéis hecho daño pues sabéis tan bien como nosotros que, cuando estas cuestiones se discuten entre personas prácticas, el patrón de justicia depende del poder para coaccionar, y que en realidad los fuertes hacen lo que tienen poder para hacer y los débiles aceptan lo que tienen que aceptar”. Los melesios afirmaron que convenía al interés de los atenienses preservar el principio del juego limpio y el trato justo, pues un día podían verse derrotados. Los atenienses replicaron que ese riesgo pesaba menos sobre ellos que el hecho de parecer débiles si permitían que una pequeña isla permaneciera neutral. Los melesios hicieron entonces un llamamiento directo a la moral («¿Es esa la idea que vuestros súbditos tienen del juego limpio?»), que los atenienses descartaron por completo: «En lo que afecta a lo correcto y lo incorrecto, pensamos que no hay diferencia entre una cosa y otra.» Los atenienses sostenían un punto de vista de vista inexorable, que ellos consideraban realismo. Así argumentó uno de sus generales: “Gobernar allí donde uno puede es ley general y necesaria de la naturaleza. No es una ley que hayamos hecho nosotros, ni fuimos nosotros los primeros en actuar según ella cuando fue instaurada. La encontramos cuando ya existía y la dejaremos existir para siempre entre los que vengan después de nosotros. No hacemos más que actuar de acuerdo con ella, y sabemos que si vosotros, lo mismo que cualquier otro, tuvierais el mismo poder que nosotros, actuaríais de la misma manera”. Los melesios se negaron a subordinarse a los atenienses y ofrecieron un pacto por el cual permanecerían neutrales. Entonces los atenienses sitiaron la ciudad de Melos y en el invierno siguiente los melesios se rindieron. Los atenienses mataron a todos los hombres en edad militar y vendieron a las mujeres y a los niños como esclavos. Las atenienses presentaron su amoralismo inflexible como simple realismo. Desde entonces se han oído muchas veces sus ecos, como, por ejemplo, en un comentario de Stalin acerca de las políticas de los países en guerra: «Quienquiera que ocupe un territorio impone también en él su sistema social. Todo el mundo impone su propio sistema en la medida en que su ejército tenga poder para hacerlo. No puede ser de otra manera». En sus reflexiones sobre los diálogos melesios, Nietzsche no criticó en absoluto a los atenienses. Reservó más bien su desprecio para los que simpatizaban con las apelaciones morales de los melesios: “¿Se creerá quizá que estas pequeñas ciudades libres griegas fueron guiadas por principios de humanidad y de justicia? ¿Se puede reprochar a Tucídides el discurso que puso en boca de los embajadores atenienses cuando trataron con los melesios la cuestión de la destrucción o la sumisión? Hablar de virtud en medio de esta tensión espantosa sólo les era posible a hipócritas redomados, o bien a solitarios que viviesen aparte, a eremitas, a fugitivos o emigrados fuera de los limites de la realidad, personas todas que utilizan la negación para poder vivir”. El «realismo» brutal de los comentarios de Níetzsche disuelve cualquier límite moral. Nada refrenó a los atenienses en Melos. Más de dos mil años después tuvieron lugar en Bosnia y luego en Kosovo acontecimientos no muy distintos, ambos a pocos centenares de kilómetros al norte de Melos. Todavía necesitamos una respuesta para la dureza de los atenienses y de Nietzsche.