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El plan de desarrollo
Álvaro Bracamonte, Sierra*
Como seguramente les ocurrió a otros colegas recibí, en estos días, varias invitaciones para participar en las
distintas modalidades de consulta contempladas en el proceso de elaboración del nuevo Plan Nacional de
Desarrollo (PND).
Debo confesar que, sin esos convites, la formulación del plan me hubiera pasado de noche cuando antes era la
ocasión propicia para escudriñar los verdaderos fines de la administración federal. Será que la planeación es un
asunto que poco importa en un país donde la situación es distinta a la que prevalecía cuando se le impuso al
Estado la obligación de proponer un proyecto de desarrollo sexenal en los primeros seis meses de Gobierno.
Sobre el particular hay opiniones divididas. Algunos especialistas sostienen que la elaboración del PND es un
ejercicio anacrónico que nada tiene que ver con una realidad caracterizada por la apertura económica y por la
creencia casi dogmática de que las fuerzas del mercado deben regular el funcionamiento de la economía y la
sociedad.
Para otros, el plan es crucial pues permite fincar la ruta a seguir en el largo plazo; para éstos la ausencia de una
buena planificación y la necedad de reinventarnos cada seis años es la causa de los rezagos que padecemos.
En las dos posiciones hay algo de razón. Resulta un contrasentido hacer planeación tal como la conocemos en un
ambiente inadecuado como en el que nos hallamos. Si la oferta y la demanda definen qué, cómo y para qué
producir, entonces no hay nada que hacer en términos de planeación. En este caso queda a las autoridades sólo la
tarea de fijar las reglas y los incentivos para que los particulares puedan expresar todo su potencial creativo.
¿Cómo adaptar la planeación a un entorno donde predomina la creencia de que el mercado lo resuelve todo? Esta
adaptación no se ha tomado con seriedad; pese a que, tanto entre los anteriores como en los actuales responsables
de coordinar y redactar el plan, existe el imperativo de refundar las bases de la actual planeación, persisten las
mismas deficiencias e inercias de antiguos ejercicios de planificación.
El rito de elaborar el plan está establecido en la Constitución mexicana.
Efectivamente, el artículo 25 señala que corresponde al Estado la rectoría del desarrollo nacional; que el Estado
será responsable de planear, conducir, coordinar y orientar la actividad económica nacional.
El artículo 26 establece también que “el Estado organizará un sistema de planeación democrática del desarrollo
nacional que imprima solidez, dinamismo, permanencia y equidad al crecimiento de la economía para la
independencia y la democratización política, social y cultural de la Nación”.
Esto es lo que debe ir desahogando la autoridad federal para cumplir con lo que mandata la Ley; a más tardar el
último día de mayo deberá presentar a la Nación el Plan de Desarrollo Nacional formulado a través de consultas a
la ciudadanía.
Esto es probablemente lo que se debe modificar. El plan, y sobre todo el proceso de elaboración (las consultas a la
ciudadanía), fueron la solución para legitimar un Gobierno emanado de elecciones poco competitivas. Ahora que
el País experimenta procesos electorales competitivos las consultas parecen inapropiadas y dan la sensación de
que el nuevo Gobierno acepta que carga una pesada ilegitimidad y que el plan serviría para disminuirla.
Las consultas ciudadanas deben servir para delimitar y comprobar la certeza de que las acciones y programas
considerados son los adecuados para enfrentar los desafíos inmediatos. Pero también debe planearse hacia el largo
plazo.
Los países que en décadas pasadas tenían grados de desarrollo similares a México y ahora presentan índices de
prosperidad superiores, lo consiguieron gracias a que formularon planes de largo aliento lo suficientemente
flexibles como para cambiarlos cuando advertía cierto agotamiento en los pilares del crecimiento y se requería
reimpulsar nuevos ejes de acumulación.
En el marco de los trabajos del PND, en Hermosillo se celebrará el día de mañana un foro sobre política
agropecuaria. Sobre este punto hay mucho que decir.
La agricultura y en general el campo mexicano atraviesan formidables retos. Para nadie es secreto que el agro está
en crisis. El campo nacional y en especial el sonorense ya no son lo que fueron en los cincuenta o sesenta del siglo
pasado.
¿Podemos volver a emprender la expansión y acercarnos al dinamismo de años anteriores? Ésta, junto con otras
interrogantes, deberá considerarse en las mesas de consulta. Lo importante es contar con soluciones para que el
agro recupere el vigor perdido y vuelva a hacer una actividad dinámica que acompañe el desarrollo nacional y no
siga siendo, como ha sido en los años recientes, un lastre que impide la modernización y el despegue de México.
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