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Apm Reforma agraria Cascavel, abril 1998 Politicas agrarias y economias campesinas en el Ecuador Fernando Larrea Introducción Durante las tres últimas décadas el agro ecuatoriano ha experimentado significativos procesos de transformación en sus estructuras productivas y en sus características demográficas, ecológicas, sociales y culturales. Al mismo tiempo ha sido el escenario de agudos conflictos (especialmente relacionados con la lucha por la tierra y con las demandas territoriales de las nacionalidades amazónicas) y el espacio en el que se han construido identidades colectivas diversas y en el que han emergido actores que han logrado una presencia política de relevancia nacional (organizaciones y movimientos campesinos e indígenas). El Estado ecuatoriano no ha sido ajeno a estos procesos. Los temas de la definición o re-definición de las políticas agrarias y las propuestas de desarrollo rural, han estado constantemente en la agenda gubernamental. Estos procesos de transformación agraria han afectado igualmente a la dinámica de las economías campesinas -agriculturas familiares- propiciando distintas respuestas y ajustes en sus estrategias productivas y en las pautas de consumo para garantizar su reproducción económica. La persistencia e importancia cuantitativa de las agriculturas familiares (en contraposición a los pronósticos de algunos analistas agrarios en las décadas del 70 y 80), expresan la vigencia de la discusión sobre la viabilidad campesina en el contexto abierto por la aplicación de políticas neoliberales en América Latina y en nuestro país, a pesar de las limitaciones económicas que enfrentan, de las presiones impuestas por los procesos de modernización agraria y de los amplios niveles de pobreza existentes en el medio rural. El presente trabajo aborda esta discusión a partir de la revisión de las principales tendencias existentes en el agro en América Latina y Ecuador en lo que se refiere a la dinámica de las economías campesinas, así como de la revisión de las políticas agrarias generadas en la presente década en el Ecuador. Aunque no se trata de una revisión exhaustiva de las políticas vigentes, este documento aborda el tema de los impactos de las mismas para las economías campesinas, levanta un conjunto de cuestionamientos a las posiciones esgrimidas en el discurso de los defensores del modelo económico vigente -en el que se sustentan dichas políticas- y plantea un conjunto de reflexiones exploratorias en torno a los principales desafíos para el futuro del desarrollo rural y para la necesaria definición de propuestas de políticas alternativas para superar la exclusión y propiciar el fortalecimiento económico y político de las agriculturas familiares. Las economías campesinas en los procesos de modernización agraria: algunas tendencias en los espacios rurales en América Latina Numerosos autores coinciden en afirmar el carácter excluyente y desigual que han adoptado los procesos de profundización del desarrollo capitalista en el agro latinoamericano durante las dos últimas décadas (Kay, 1995; Murmis, 1994; de Janvry, 1994; Bretón, 1997; Martínez, 1994). Los programas de ajuste estructural y de liberalización económica, se orientaron a favorecer al sector de la agroexportación, promoviendo una integración más dinámica del sector agrícola en el mercado internacional. Concomitantemente se produce la reducción del rol económico del estado en el agro y su retiro progresivo como protagonista de los procesos de desarrollo rural, la eliminación de subsidios a la producción de alimentos para los mercados internos y la liberalización de los precios de los productos agrícolas y de los mercados de tierras. Como lo advierte Kay, estas prioridades han sido "perjudiciales para la producción de alimentos básicos y han afectado negativamente la economía campesina", incrementando la dependencia de las importaciones de alimentos de los países del Norte y socavando la seguridad alimentaria en los países de América Latina (Kay, 1995: 62). En el contexto de esta estrategia de desarrollo orientada hacia el exterior, únicamente los productores altamente capitalizados tienen la posibilidad de mantener su competitividad en los mercados internacionales, la cual requiere altas inversiones, mientras las agriculturas familiares deben enfrentar enormes restricciones y ven reducidas sus posibilidades de dinamización económica y de acceder en forma más equitativa a los recursos productivos, especialmente la tierra. Como lo señala Bretón, la aplicación de las políticas neoliberales en el agro desembocaron en América Latina y en Ecuador en "verdaderas contrareformas agrarias", que consideran al campesinado "como un sujeto prescindible y un agente económico ineficiente" (Bretón, 1997: 105). Se trata de políticas "profundamente descampesinistas que, a través de la liberalización extrema, promueven una desprotección radical del sector agrario que permita una reasignación (léase concentración) de los factores de producción (fundamentalmente la tierra) aún a pesar de su elevado costo social" (Idem: 105). A pesar de que el modelo de desarrollo impulsado implicó el fomento de las exportaciones de productos agrícolas de América Latina, paradójicamente se observa una tendencia a la declinación relativa de la agricultura latinoamericana en la economía mundial (Kay, 1995: 61). Las fluctuaciones de los precios de los productos agrícolas en los mercados internacionales han determinado que el incremento de los volúmenes de exportaciones agrícolas de los países latinoamericanos no se vea necesariamente reflejado en incrementos sustantivos de los ingresos de divisas por este rubro (Idem: 62). A ello se agrega la dependencia creciente de un sistema agroalimentario internacionalizado (cfr. Murmis, 1994: 128-133) en el que tienen preeminencia las políticas de las corporaciones trasnacionales agrícolas, las cuales sustentan su estrategia económica en el desarrollo de la biotecnología y la ingeniería genética, para mantener el control sobre los mercados y la producción de alimentos en el mundo. Los cambios producidos en el agro latinoamericano en el marco de los procesos de globalización han acentuado la brecha existente entre las agriculturas familiares y la agricultura empresarial, orientada preponderantemente a la exportación. Esta constatación lleva a Kay a caracterizar la estructura agraria en América Latina como una estructura bimodal (Kay, 1995: 68), marcada por diferentes patrones de especialización productiva, por la diferenciación en el uso de tecnologías y por transformaciones en las relaciones de producción y en la composición de la fuerza de trabajo rural. Para Kay la modernización capitalista en el campo, ha determinado cuatro cambios substanciales en la composición de la fuerza de trabajo rural: a) el predominio del trabajo asalariado y el remplazo de la mano de obra arrendataria; b) el incremento del trabajo temporal y estacional; c) la feminización de la mano de obra; y d) la urbanización de los trabajadores rurales (Idem: 68). El relativo fortalecimiento de la agricultura empresarial orientada hacia el exterior y las tendencias señaladas en los mercados laborales rurales, no han estado acompañadas de una substancial declinación o desaparición de las agriculturas familiares en América Latina. En términos económicos, éstas continúan teniendo relevancia en la medida en que representan las cuatro quintas partes de las unidades agrícolas, ocupan a las dos terceras partes de la mano de obra rural y contribuyen significativamente en la producción de alimentos para el consumo interno (Idem: 72). Sin embargo, las tendencias dominantes en el agro latinoamericano, han agudizado las presiones a las que las economías campesinas están sometidas. Kay -citando a de Janvry et. al.- destaca la presión sobre la tierra y la presión sobre el empleo (Idem: 73). Así, observa la paulatina reducción de la superficie de tierra a la que tienen acceso los campesinos y el hecho de que el crecimiento de las oportunidades de empleo rural no han crecido al mismo ritmo del incremento de la población campesina, a lo que se agrega la competencia de asalariados urbanos que recurren al trabajo rural. (Idem: 73). A esta doble presión debemos agregar una tercera relacionada con la calidad y el deterioro de los suelos en manos campesinas, ya que como lo anota Bretón "salvo excepciones, la agricultura campesina se desenvuelve sobre terrenos marginales, allí donde la gran explotación no tiene viabilidad económica" (Bretón, 1997: 21). Este conjunto de condiciones en las que se debaten las agriculturas familiares determinan la persistencia de la pobreza rural y marcan -siguiendo a Kay- la principal tendencia del campesinado latinoamericano: la semiproletarización (Kay, 1995: 73). En este sentido, se constata la importancia creciente de los ingresos obtenidos fuera de la parcela en la composición del ingreso familiar, llegando a ser muchas veces superiores a los provenientes de la producción agropecuaria de la unidad doméstica (Kay, 1995: 73; Bretón, 1997: 23). Asistiríamos de esta manera a un proceso en el que debido a las limitaciones en la oferta de empleo urbano y rural, las parcelas familiares se constituirían en una especie de último refugio para los campesinos, sometidos a dinámicas económicas caracterizadas por la exclusión y el empobrecimiento (Bretón, 1997: 23; Kay, 1995: 73). Sin negar la relevancia y pertinencia de las tendencias aquí descritas, el planteamiento de la bimodalidad estructural planteado por Kay (y retomado por Bretón) puede conducirnos a enfatizar una visión reducida de la complejidad de los procesos vigentes en el agro latinoamericano y a desconocer la diversidad de actores presentes y la heterogeneidad de situaciones. Como lo señala Murmis: "En las estructuras actuales están presentes tanto los complejos -Murmis se refiere a los complejos agroindustriales-, cuyo papel más o menos limitado es compatible con una diversidad de agentes sociales, como una multitud heterogénea de agentes sociales involucrados en procesos de crisis, intentos de supervivencia o de expansión. En este contexto, no se delinea un modelo generalizado de nueva estructura agraria" (Murmis, 1994: 110). En este sentido, no debemos olvidar que en América Latina y en el Ecuador, el campesinado representa un mundo sumamente heterogéneo en términos económicos, ecológicos, culturales, tecnológicos y organizativos, con niveles variables de articulación económica a las dinámicas del capital, encontrándose fuertes variaciones entre comunidades y regiones. Las estrategias productivas de las agriculturas familiares generalmente se caracterizan por la diversificación de actividades en diferentes tiempos y espacios (Kervyn, 1988: 15-23). En esta perspectiva, cabe considerar los planteamientos de Gavin Smith, quien caracteriza a las "empresas campesinas" como procesos fluctuantes de producción y de trabajo, entre la familia campesina y el migrante citadino, entre la contratación y/o venta de mano de obra y el uso de relaciones sociales no mercantilizadas (redes y lazos interpersonales de reciprocidad, intercambio y redistribución). En este sentido Smith amplia la noción del proceso de trabajo al campo de la cultura como un conjunto. Las "empresas domésticas" participan tanto de una economía de mercado como de relaciones productivas no mercantilizadas que conectan la economía con la cultura, el pasado con el presente, la vida cotidiana con la lucha política, los procesos locales con los globales. Los lazos no mercantilizados tienen una significación variable en el desarrollo de las estrategias productivas de las "empresas domésticas", las cuales utilizan de diverso modo sus lazos interpersonales y construyen su propio desenvolvimiento productivo. Smith se refiere metafóricamente a la plasticidad de las empresas campesinas para definir el proceso de cambio que experimentan las unidades domésticas y su complejo funcionamiento (Smith, 1989). A partir del conjunto de elementos y tendencias señaladas pasemos a revisar las características particulares que han adoptado los procesos de modernización agraria en el caso ecuatoriano y las respuestas generadas desde las dinámicas de las agriculturas familiares. Agriculturas familiares y modernización agraria en el Ecuador A diferencia de otros países de América Latina, el Ecuador todavía mantiene un porcentaje significativo de la población (42%) en los espacios rurales. Esta cifra, de una u otra manera, es indicativa tanto de la importancia cuantitativa de las agriculturas familiares como del peso del sector agrícola vinculado al mercado externo en la economía nacional. Las transformaciones agrarias durante las dos últimas décadas en el Ecuador han estado marcadas, como lo señala Martínez, por un doble proceso: a) por "el desplazamiento del eje productivo hacia la agroindustria y la exportación"; y b) por "la heterogeneidad social y la diversificación ocupacional" (Martínez, 1994: 137). La aplicación durante casi dos décadas de un tortuoso proceso de ajuste estructural de la economía ha reforzado una tendencia hacia la llamada "reprimarización de la economía". Como lo anota Acosta, "el desempeño de la economía ha estado sustentado en el comportamiento de pocos productos agropecuarios de exportación, que siguen dominando el espectro externo a pesar de los esfuerzos desplegados desde 1982 para fortalecer y diversificar el eje exportador" (Acosta, 1997: 160). Esta tendencia se ve claramente reflejada en el comportamiento del sector agrícola durante las dos últimas décadas. Las tasas de crecimiento del sector agropecuario han sido superiores a las tasas de crecimiento poblacional. Así, entre 1984 y 1988 la tasa de crecimiento de la producción agrícola fue del 8,1%, experimentado una reducción al 3,3% en el período comprendido entre 1988 y 1995 (Guerrero, 1998: 2-3). Estas tasas de crecimiento obedecen fundamentalmente al "dinamismo de los cultivos tradicionales de exportación" como al "ingreso a los mercados internacionales de productos no tradicionales (flores, frutas, hortalizas) (Guerrero, 1998:3; también Martínez, 1994: 138). Sin embargo, el crecimiento de la agricultura vinculada a la exportación no ha estado acompañada de un crecimiento similar de los productos para el mercado interno. Como lo subraya Martínez, "la crisis de la producción para el consumo interno que en su mayoría no alcanza ni siquiera la tasa de crecimiento poblacional, indica también la crisis por la que atraviesa la economía campesina y los efectos derivados de la implementación de las políticas de ajuste" (Martínez, 1994: 139). Esta crisis de las agriculturas familiares obedece en gran medida a la desigual distribución de los recursos productivos, especialmente la tierra, como factor determinante de la persistencia de la pobreza rural. Recientes análisis muestran que a pesar de las reformas agrarias, se mantienen los patrones de concentración de la propiedad y su polarización. Bretón, retomando las cifras aportadas por el Informe sobre la pobreza del Banco Mundial publicado en 1995, según las cuales el índice de Gini se ubica en el 0,80 a nivel nacional y el 1,6% de las propiedades concentraba el 42,9% de la tierra en la sierra, da cuenta de estos patrones, a los que se añade la tendencia a la concentración de la mejor tierra por parte del sector empresarial (Bretón, 1997: 33-34). La ampliación de la brecha tecnológica y la diferenciación substancial en los volúmenes de capital invertido, agudizan aún más la polarización. A estos elementos se debe añadir el elevado porcentaje de hogares rurales que no poseen tierra (39%) o que disponen de menos de una hectárea (20,3% adicional) a nivel nacional, según los datos aportados por Martínez (Martínez, 1994: 145). De todas maneras, para el caso ecuatoriano cabe precisar algunas distinciones marcadas por las diversas características que a nivel regional adopta la estructura agraria. Así, mientras en la sierra el peso de la agricultura minifundista es mayor, en la costa encontramos también la presencia significativa de un campesinado medio (Idem: 146). Otro de los aspectos que contribuye a estancar las posibilidades de desarrollo económico de las agriculturas familiares, viene dado por el comportamiento de los precios de los productos agrícolas. Como lo anota Guerrero, este comportamiento ha sido desfavorable para los productores agrícolas, en la medida en que entre 1988 y 1995 se registran elevaciones "en tan sólo cinco productos agrícolas, en tanto que en alrededor de 33 productos se produjo una disminución de los precios reales" (Guerrero, 1998: 5). Esta situación contrasta con el incremento que han experimentado los precios de los insumos agrícolas. La orientación del modelo económico tendiente a favorecer a los agricultores altamente capitalizados vinculados a los mercados internacionales y excluir sistemáticamente a las agriculturas familiares, no se compadece de la importancia que éste último sector tiene en términos de la generación de empleo y de la oferta de alimentos al mercado nacional. Como lo anota Martínez "la economía campesina es la base de la generación del empleo en el sector rural, principalmente por el aporte de los trabajadores familiares sin remuneración y los trabajadores por cuenta propia" que representan el 65,1% de las personas ocupadas en el conjunto de la mano de obra rural (Martínez, 1994: 143). Las transformaciones de la estructura agraria en el Ecuador han implicado también profundas modificaciones en los patrones ocupacionales en el agro. La tendencia de las agriculturas familiares relacionada con la diversificación de actividades y la plasticidad de su desenvolvimiento productivo (para usar el término de Smith), se habría acentuado especialmente en la sierra, mientras en la costa la agricultura sigue siendo el eje del empleo rural. Martínez destaca estas tendencias y señala que "el 60% de la PEA rural se ocupa en actividades agropecuarias, mientras el 40% restante lo hace en una serie de actividades no agropecuarias (artesanía, comercio, otras no agropecuarias, domésticas)" (Idem: 142). El elevado porcentaje de productores rurales que se encuentran en una situación de semiproletarización (42% según Martínez) es un elemento adicional que confirma la tendencia a la diversificación ocupacional. Las políticas agrarias en el Ecuador en la década del 90 La definición de las políticas agrarias en el Ecuador en la presente década ha estado supeditada a la continuidad y profundización de las políticas de ajuste estructural y de estabilización económica, basadas en las premisas de la liberalización económica y la reducción del tamaño del Estado, características de la propuesta neoliberal. A partir de 1992 con el gobierno de Durán Ballén se intenta profundizar el alcance de estas políticas en el agro y se definen cambios sustantivos en la legislación agraria, a pesar del incremento de la conflictualidad en el campo que este proceso acarreó. La orientación de estas políticas ha tenido como sujeto principal a los empresarios agrícolas y de entre éstos, aquellos ligados a la exportación. En el diseño e implementación de estas políticas se ignoró la presencia del sector campesino y de los pequeños productores, quienes controlan una proporción no despreciable de tierras agrícolas y tienen un peso cuantitativo significativo en cuanto al porcentaje de población involucrada (Larrea y otros, 1995: 258). En términos generales las políticas agrarias adoptadas se han concentrado en los siguientes aspectos: La adopción de políticas macroeconómicas orientadas a incentivar las inversiones en la agricultura y a favorecer al sector de la agroexportación. Entre éstas se destacan: la devaluación del sucre que hasta 1995 mantuvo un rezago cambiario que se expresaba en una sobrevaloración del 17% del sucre respecto al dólar (Guerrero, 1998: 7), la eliminación de barreras arancelarias, la eliminación de subsidios, la progresiva eliminación de restricciones para la inversión extranjera y la reducción del gasto fiscal, que ha determinado un verdadero desentendimiento del Estado respecto a las demandas de la población. El desarrollo de políticas tendientes al establecimiento de una agricultura privada basada en el mercado. Así, se planteó el fortalecimiento institucional del sector privado, la reducción del tamaño del Estado y la eliminación de su participación en los procesos de producción y comercialización. En este sentido se avanzó en la privatización de empresas estatales como ENAC y FERTISA. Ligado con lo anterior, se asumió la desregulación de los precios de los productos agrícolas y la adopción de un sistema de precios de mercado. "En 1994 los precios al consumidor fueron liberalizados con la única excepción del arroz que está sujeto a una banda de precios" (Idem: 8). Ello implicó también la eliminación de subsidios a productos e insumos. El entierro del proceso de reforma agraria, el establecimiento de garantías y seguridad para la propiedad privada de la tierra y la liberalización y dinamización de los mercados de tierras mediante la eliminación de las restricciones para la división y venta de las tierras comunales (descolectivización de la propiedad agrícola). La transferencia de los sistemas públicos de riego a las asociaciones privadas de usuarios del agua y la privatización de canales secundarios y terciarios (actualmente se encuentra en trámite una nueva legislación sobre aguas). Si bien se plantea el mejoramiento de la base científica para la agricultura y la transferencia de tecnología, éste ha sido entendido como el establecimiento de un sistema de investigación controlado por la empresa privada y ha implicado tanto la transformación del Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (INIAP) en un sistema autónomo vinculado al sector privado como el fortalecimiento de empresas consultoras agropecuarias privadas. El supuesto implícito detrás del conjunto de éstas políticas radica en la idea de que mediante la dinamización económica de la agricultura de exportación se produciría un "efecto de goteo" que beneficiaría al conjunto de la población. Evidentemente, como lo señala de Janvry, "se requerirían varias décadas de crecimiento sostenido y acelerado a fin de reabsorber la pobreza" (de Janvry, 1994: 8). En este sentido llama la atención que la atención al fomento de las exportaciones agropecuarias va acompañada de un total descuido con relación al fomento de la producción para el mercado interno. La preocupación por las condiciones del mercado externo y por las condiciones de producción de los productos de exportación coincide con una total desatención al tema de la seguridad alimentaria. "El mercado no puede ser la receta para solucionar otros objetivos como la seguridad alimentaria, la pobreza rural y la protección del medio ambiente" (Martínez, 1994: 141). Ligado a lo anterior, no solo no se reconoce la existencia de un vasto sector campesino, sino que además llama la atención, la escasa expresión de la heterogeneidad de este sector, tanto en cuanto a tipos de productores como a la diferenciación regional, en la definición de las políticas. Parecería ser que para los impulsores de la propuesta neoliberal este sector no cuenta como sujeto de políticas agrícolas. Desde su punto de vista se distingue únicamente a los productores "viables" como sujetos de políticas de desarrollo económico para elevar su competitividad en los mercados (especialmente externos), frente a los productores “no viables” sujetos de políticas sociales las que coadyuven a aliviar su pobreza. Esta distinción desconoce de plano la heterogeneidad campesina y la complejidad y flexibilidad de sus estrategias productivas destacadas con anterioridad. Reduce la diversidad a una visión dualista que descarta la necesidad de definición de políticas diferenciadas de desarrollo rural, en función de las condiciones específicas de las unidades familiares y de las características a nivel microregional que configuran diversos escenarios demográficos, productivos, ecológicos y culturales (Campana y Larrea, 1998: 7). Otro de los elementos críticos de esta visión se refiere a la nula preocupación por políticas orientadas a la redistribución de los recursos productivos. La culminación del proceso de reforma agraria y la liberalización de los mercados de tierras, ha reducido las posibilidades de acceso a la tierra para el sector campesino. Tampoco se evidencian líneas políticas claras con relación a proyectos de desarrollo rural dirigidos al sector campesino, ni se ha abordado la problemática étnica. Finalmente, cabe señalar la desvinculación de las políticas agrarias de los aspectos relacionados con los problemas y conflictos ambientales. Parecería ser que la noción de desarrollo sustentable únicamente ha sido incorporada como un término más en la retórica oficial, sin que se expresen en líneas concretas de acción en este sentido. Comentario final: Las condiciones para el desarrollo de las agriculturas familiares El conjunto de elementos descritos a lo largo de este trabajo dan cuenta de la necesaria redefinición del modelo de desarrollo y de las políticas agrarias, para superar la situación de estancamiento y crisis en la que se debaten las agriculturas familiares, así como para enfrentar el desafío de superar la pobreza rural. Las implicaciones de este planteamiento son variadas y demandan la concertación de esfuerzos entre el Estado, las organizaciones rurales, los organismos multilaterales y las organizaciones privadas de desarrollo. Como lo señala de Janvry, se requiere: "... buscar un enfoque integral capaz de producir en forma simultánea crecimiento, bienestar y sustentación política. Este enfoque implica un incremento en la participación productiva de los sectores medio y pobre. Requiere un Estado activo, que actúe como guardián de la competitividad y equidad, ninguna de las cuales es asegurada por el desempeño de los mercados. También exige un control del mercado y de las oportunidades estratégicas." (de Janvry, 1994: 9). El replanteamiento del rol del Estado supone superar el actual desentendimiento del Estado de los problemas y demandas de la población. Supone también la necesaria definición y voluntad política para "articular políticas agrarias y políticas alimentarias que asuman la existencia de un sujeto de gran importancia en nuestro país, -los pequeños productores campesinos e indígenascaracterizado por la diversidad de estrategias productivas de sus agriculturas familiares, independientemente de la presencia y relevancia del sector agroempresarial" (Campana y Larrea, 1998:10). Podemos puntualizar algunos ejes y principios en torno a los que podrían girar estas políticas y los proyectos de desarrollo impulsados por el Estado, por las instituciones privadas de desarrollo y por las organizaciones rurales: El desarrollo de la producción para el mercado interno y de "una política de seguridad alimentaria" (Martínez, 1994: 152) basada en la libertad y capacidad de articular estrategias sustentables de producción, abastecimiento, comercialización y consumo de alimentos. Ello implica el ejercicio de una soberanía alimentaria que requiere autonomía política "para articular políticas que recojan las especificidades agrícolas y ambientales de la geografía, así como las particularidades socio-culturales de la población" (Campana y Larrea, 1998:10 ). La generación de propuestas de desarrollo sustentable para el agro que tomen en cuenta la diversidad regional y cultural, la conservación de los recursos naturales y contribuyan al fortalecimiento económico de las agriculturas familiares (Larrea y otros, 1995: 261). El establecimiento de políticas diferenciadas para los pequeños productores que consideren las diversas particularidades de los actores (regionales, ecológicas, productivas, culturales) en el proceso productivo. "La articulación entre la pequeña agricultura campesina y la industria rural, así como el apoyo a la artesanía y la pequeña manufactura rural (Martínez, 1994:152). Políticas tendientes a la redistribución y reactivación de los ingresos y de generación de empleo no agrícola rural (Cfr. Lefeber, 1998). La democratización de los poderes locales y la participación y acceso de las organizaciones rurales en los gobiernos locales en el marco de las políticas de descentralización del Estado. La dinamización y fortalecimiento de las organizaciones rurales en sus diferentes niveles organizativos, tendientes a la constitución de "actores sociales con posibilidades de autodeterminación" de cara a la construcción y ampliación de la ciudadanía (Calderón, et. al., 1994:61). Referencias bibliográficas Acosta, Alberto, Breve historia económica del Ecuador, Corporación Editora Nacional, Quito, 1997. Bretón, Víctor, Capitalismo, reforma agraria y organización comunal en los Andes, espai/temps, Lérida, España 1997. Campana, Florencia y Larrea, Fernando "Seguridad alimentaria: la utopía en el mundo de la abundancia", RIAD, mimeo, Quito 1998. De Janvry, Alain "Reformas en las áreas económicas y social: el desafío de un crecimiento equitativo en la agricultura de América Latina", en Políticas agrícolas, Vol. I, No. 0, 1994. FAO, "Enseñanzas de la revolución verde: hacia una nueva revolución verde" en Documentos técnicos de referencia, Vol 2. 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