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Negdá
Érase una vez... Así es como empiezan los cuentos. Pero no es el
caso, porque esto es una historia. O, dicho de otra manera, es
una cosa que pasa. Y no una, sino muchísimas veces. Así que
aquí no hay príncipes azules, ni princesas rosas. Hay mujeres y
hombres y niños y niñas.
África es muy grande, mucho. De allá son los que atraviesan en patera un
trozo de mar (aquéllos que lo hacen jugándose la vida para conseguir una
vida más digna), donde se dan un beso el Mediterráneo con el Atlántico. Son
de aquel continente las españolas y los españoles de las islas Canarias. O el
pueblo ogoni de Nigeria oprimido para sacar gasolina. Y allí es donde se
construyen campos de golf mientras las vecinas y vecinos de los barrios del
lado se quedan sin agua por intereses económicos.
Y dentro del África negra vive Negdá. Tiene la piel muy negra. Para mí que es
una niña porque tiene 12 años, pero ella dice que no (le gustaría pero que no
puede) Resulta que ella hace como de madre de sus dos hermanos pequeños
y cuida también de ella misma. Negdá es muy delgada y muy nerviosa. Y no
podemos decir que ayuda a su madre, más bien su madre le ayuda a ella a
veces a llevar la casa y cuidar de los más pequeños.
Negdá no conoce a su padre. Viven en una casita de una habitación que
hicieron unos hombres. Allí llueve poco. Ella duerme con sus hermanos.
La madre de Negdá tiene una larga historia, pero como el pasado está
pasado, sólo hace falta que sepamos que ahora tiene el sida y está enferma.
Y el hermano más pequeño de Negdá tiene el sida y está enfermo. A la madre
le pasó el virus un hombre, y a su hermano pequeño su madre. Entonces, ella
no sabía que tenía eso.
El sida es una enfermedad curiosa porque actúa desde la segunda fila;
directamente no crea problemas, pero como debilita el sistema de defensas
(aquello que nosotros tenemos muy fuerte porque comemos mucho y variado)
hace que cualquier enfermedad sea mucho peor.
Una vez se oyó una que decía “El sida no mata” y un amigo que le contestaba
“Tu dirás si mata. ¿Qué chorrada acabas de decir?” De hecho los dos tienen
razón. Es verdad que ahora hay unos medicamentos buenísimos que en
España tenemos gratis y hace que el sida deje de actuar. Cuando se toman
bien el sida no mata. Pero no todo el mundo tiene estas medicinas, así que
también mata. Todo depende.
Las empresas transnacionales que fabrican estos medicamentos sólo han
puesto trabas a que se utilicen en África y los continentes pobres. Quieren
ganar mucho dinero (y eso que están forradas) y cobrarlos al mismo precio
que aquí. Pero si el sueldo de una persona en el país de Negdá es de 3€ al día,
¿Cómo pueden pagar unos medicamentos que cuestan 2.000 al mes?
De todo eso Negdá no sabe nada, ni su madre tampoco. Un día fue con su
madre al hospital. Necesitaron un día entero para llegar (la madre está
enferma y se cansa mucho). Pero le preguntaron si tenía dinero para pagar la
visita y los medicamentos. Madre e hija se marcharon del centro de salud.
El hermano pequeño de Negdá llora a menudo. A veces lo hace porque tiene
hambre y otras porque está enfermo. Negdá no tiene tiempo para llorar; tiene
que ir a buscar agua, lavar a sus hermanos, preparar la comida... Pero a
Negdá le gusta mucho ir hasta el pozo. El camino es largo, pero así tiene la
oportunidad de encontrarse con otras mujeres y chicas
de su comunidad. Mientras caminan, se ríen, se
abrazan, se peinan, se explican historias... Cuando se
cae la noche está tan cansada que se duerme
enseguida, no sin antes desear el próximo momento
para ir a buscar agua.
Una hermana de Negdá murió muy pequeña. La
empresa Nestlé le regaló a su madre leche en polvo
cuando nació. Entonces, por no darle el pecho se
quedó sin leche. Y como no le pasaba a la bebé las
defensas que tiene la leche materna y como el agua que utilizan para los
biberones en su pueblo está contaminada, se murió. Donde vive ella no tienen
agua potable. Pero la Nestlé sigue haciendo lo mismo con otras madres,
porque ganan dinero.
Después de que pasase eso a la madre de Negdá no sabía que con el sexo se
podía coger el virus del sida (en su país, cuesta mucho hablar de estos temas).
Y tampoco había visto nunca un preservativo. Entonces se contagió de su
virus.
Se quedó embarazada otra vez. Nadie le dijo que si hubiera tomado unos
medicamentos, su hijo (el hermano pequeño de Negdá) hubiera nacido sano.
Pero allí no tienen estos medicamentos, no se lo pueden permitir. Por eso en su
casa son dos los que tienen el sida.
Dentro de poco será el día 1 de diciembre, que es el Día Mundial del sida.
Negdá no lo sabe, pero nosotros sí. Su madre se morirá dentro de poco y su
hermano pequeño también. Ella seguirá cuidando de su otro hermano y de
ella misma. Y las personas de su pueblo seguirán ayudándola a ella y a su
hermano.
El año próximo, una agente de salud que va de pueblo en pueblo de su país,
informará Negdá sobre qué es el sida. E intentará que ella se case un poco
más tarde, porque así tendrá menos posibilidades de coger este virus. También
hablarán de una prueba que se tendrá que hacer el hombre que le guste
para saber si tiene esta enfermedad o no. También procurará que no coja el
camino de la prostitución ya que algunas chicas huérfanas –como quizás ella
sea– cogen esta salida.
Negdá vive en Zimbabwe, un país del sur de África. Allí una de cada tres
personas adultas tiene el sida. Y la enfermedad que tiene su hermano
pequeño, la tienen más de 100.000 niños de aquel país.
Ella nunca pide nada a nadie. A nosotros tampoco. No nos pedirá que no
compremos productos de la Nestlé –aunque están relacionados con la muerte
de su hermana–, tampoco nos pedirá que presionemos a las multinacionales
farmacéuticas para que abaraten los medicamentos contra el sida en su país
–aunque si su madre hubiera tenido acceso a ellos estaría bien de salud y su
hermano pequeño no se hubiera contagiado. Tampoco nos pedirá que
busquemos un mapa para saber dónde está su tierra en el mapa del mundo.
Negdá canta muy bien. Come harina de maíz y arroz. No sabe mates ni
lengua, pero sabe cocinar, lavar la ropa, cambiar a sus hermanos y sabe
muchas historias que le han explicado. No sabe escribir ni leer porque casi no
ha ido a la escuela. Pero las cosas que escucha, las recuerda perfectamente.
Te puede repetir de memoria leyendas de Zimbabwe que oyó hace muchos
años.
Educación para la Acción Crítica
1º de diciembre
Día Mundial del Sida