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SOBRE FILOSOFÍA, LITERATURA Y
TRANSDISCIPLINARIEDAD1
(inédito)
Emilio Roger Ciurana2
“Comprender con Cervantes el mundo
como ambigüedad, tener que afrontar no una
única verdad absoluta, sino un montón de
verdades relativas (verdades incorporadas a
los egos imaginarios llamados personajes),
poseer como única certeza la sabiduría de lo
incierto,
exige
una
fuerza
igualmente
notable”.
M. Kundera
No se si es o no innato en el ser humano el afán de claridad y
de distinción entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso,
entre lo bueno y lo malo. Lo que si parece algo evidente es que
solemos emitir juicios sobre las personas y las cosas mucho antes de
haber hecho el menor esfuerzo por comprender. En esto la
hermenéutica lleva ventaja sobre otras visiones de la filosofía cuando
nos dice que el pensar, el estar en el mundo, el vivir en el mundo es
hacer de la vida el arte de poder no tener razón. Porque la
hermenéutica sabe que “la idea de una razón absoluta no es una
posibilidad de la humanidad histórica”3. En cambio cuando la filosofía
Conferencia dictada en el marco del ciclo “Recursos y procedimientos didácticos en la clase de filosofía.
Nuevos retos educativos”. Curso Provincial CFIE. Valladolid. Facultad de Filosofía y Letras. UVa. Salón
de Grados. 13 de Noviembre de 2003.
2
Director de la Cátedra para la Transdisciplinariedad de la UVa. Profesor del Departamento de Filosofía
(Facultad de Filosofía y Letras – Universidad de Valladolid).
3
Cfr. Gadamer, H.G. Verdad y método, p.343. Sígueme. Salamanca. Cfr. Roger Ciurana, E. Antropología
hermenéutica. www.complejidad.org
1
1
ha mostrado su pretensión de ser edificante, de construir grandes
sistemas y de encontrar la esencia de las cosas y del mundo, ha
desembocado
en
la
edificación
de
enormes
racionalizaciones,
doctrinas, dogmatismos. La razón acaba envuelta en una enorme
borrachera de abstracción, como decía Finkielkraut refiriéndose a las
abstracciones y absolutismos de la razón ilustrada, todo ello
desemboca más que en un triunfo, en la derrota del pensamiento. No
existe nada peor que la certeza que uno mismo tiene de poseer la
razón, nada más ingenuo, nada más peligroso. Acaba por perderse la
perspectiva.
Cuando Platón decía que en su República los poetas no tenían
cabida quizás intuía que si la poesía, como dice Octavio Paz, es “la
otra voz” (la otra modernidad), es una voz que nos muestra partes
desconocidas de nuestra existencia, la verdad jamás puede ser
absoluta, salvo que se instale en el divino éter de la matemática o en
un imposible sujeto trascendental. Durante mucho tiempo el mundo
del filósofo y el mundo del literato no eran el mismo mundo.
Separación lamentable y costosa. Al despreciar la literatura, por su
“debilidad” en el arte de razonar, la filosofía se olvida de filosofar
sobre la vida, la vida que todos vivimos e imaginamos. Por otra parte,
el cometido de la literatura jamás ha sido la puesta en práctica de la
razón disciplinada sino más bien el mostrar la ingenuidad de pensar
en una única verdad, en una única posibilidad de ser, en un hombre
unidimensional. Dice así Carlos Fuentes: “la novedad de la novela nos
dice que nuestra humanidad no vive en la helada abstracción de lo
separado, sino en el pulso cálido de una variedad infernal que nos
dice: No somos aún. Estamos siendo”. La exploración de la existencia
que hace la novela no es una exploración teórica abstracta. Son sus
múltiples personajes los que con sus voces y sus situaciones nos
muestran posibilidades de ser. Posibles perspectivas, por lo tanto la
integración complementaria y antagonista (esto es, integración
compleja) de
estas perspectivas requiere
2
de
una racionalidad
dialógica, compleja. Por otra parte no es de extrañar que el modelo
imaginario del juego de perspectivas haya influido tanto y siga
influyendo en la antropología cultural, antropología como ejercicio de
interpretación de las culturas4.
Por otra parte, si aquello a lo que se llama “verdad” es producto
de la contrastación empírica, solo hay una verdad posible, la de la
ciencia, y aún así, sabemos que la indeterminación y la incertidumbre
se instaló en el saber científico desde comienzos del siglo XX, y ahí
sigue instalada. La verdad, para ser absoluta debe ser trivial, toda
verdad
de
cierta
complejidad
siempre
va
acompañada
de
la
incertidumbre y de la posibilidad del error. La verdad en el mundo en
que vivimos es una verdad compleja en la que la detección del error
es siempre fecunda.
La ecología de la acción nos dice que existe y existirá siempre
un principio de incertidumbre ético y político respecto del resultado
de las acciones que emprendemos. Una cosa es la intención del
actante cuando comienza la acción y otra cosa diferente es el
resultado de su acción. Por eso que la individualidad se caracteriza
por
la
sensibilidad
a
un
comportamiento
o
a
un
contexto
impredecible. Aquellos que ven la vida más como un juego en el que
toda acción es racional no son capaces de entender la literatura, no
son capaces de entender las dudas, las incertidumbres de Hamlet, del
Rey Lear, no son capaces de comprender que el vizconde Medardo de
Terralba, demediado por la bala de un cañón turco, en esas dos
mitades separadas no encuentra un vivir humano, el vivir humano lo
encuentra cuando se vuelven a reunir su parte buena y su parte
mala. El ser humano es una mezcla de sapiencia y demencia, no
existe ninguna frontera entre ambas. En esto la literatura en general,
y la novela en particular llevan ventaja a la filosofía, la novela, dice
Kundera, es la sabiduría de la incertidumbre. Aquellos que aún creen
en el filósofo rey, buscador de esencias de cristal, tan bien criticado
4
Cfr. Geertz, C. La interpretación de las culturas. Gedisa. Barcelona. 1990.
3
por R. Rorty5, aquellos que creen en la existencia de un Observador
Supremo que conoce y juzga las cosas desde el exterior no
compartirán esto. No compartirán que “no basta un vizconde
completo para que se vuelva completo todo el mundo” (Italo
Calvino). El mundo y la vida son enormes, difícilmente reducibles a la
norma, a una sola dimensión. Así somos también los seres humanos.
La literatura, y la novela en particular muestran posibilidades
de ser, diferentes vertientes que se entrelazan y entrecruzan en el
ser humano, diferentes ontologías. Los personajes de una novela son
ficticios, pero se expresan, hablan, se dicen a si mismos y muchas
veces esa ficción, esa animación de personajes del literato nos dice
más
que
la
rigurosa
observación
del
sociólogo,
la
rigurosa
racionalidad del filósofo. Ni uno ni otro son capaces de dar cuenta del
mundo en toda su complejidad. La literatura nos abre de forma más
radical a la complejidad humana. Deja abiertas posibilidades de ser:
muestra diferentes “ensayos” de antropología en los que no se
impone ninguna verdad porque no hay verdad que imponerse ni que
imponer a nadie. Esto no quiere decir que caigamos en un relativismo
en el que todo vale, la novela no está reñida con la verdad, lo que no
pretende la novela es una verdad dogmática, racionalizante. Frente a
este tipo de racionalización la novela hace dialogar a sus personajes.
No importa quien tenga la razón. Porque la verdad es una creación
permanente, jamás queda fijada y adormecida. Max Weber nos
muestra, como quizás nadie lo haya hecho hasta la fecha de forma
tan clara, el peso de la burocracia en esa jaula de hierro que
Occidente se ha construido a sí mismo. No menos cierto es que Kafka
ejemplifica en sus personajes, en K., por ejemplo, el peso frente al
tribunal, frente al castillo, el peso de aquel que ante el poder y la
burocracia no puede hacer nada, el peso de la ontología del orden en
un mundo en el que la razón en su triunfo pierde la razón y
montándose sobre sus propios hombros genera la sinrazón.
5
Rorty, R. La filosofía y el espejo de la naturaleza. Cátedra. Madrid.
4
Cuando la razón racionalista se convierte en esfinge para
consigo misma, cuando las racionalizaciones de la razón crean la
irracionalidad absoluta y se apodera del mundo y esa es su propia
paradoja, la novela, la música dodecafónica y la pintura de comienzos
del siglo XX nos hacen ver la inseguridad e inestabilidad de todo. En
un siglo en el que la técnica y el progreso avanzan, la inseguridad
civilizacional se determina en la emergencia del gran negocio que son
las agencias de seguros. Forma obvia de reconocer que las grandes
seguridades no lo son tanto.
La literatura: la novela, la poesía, saben que existe la
incertidumbre y la sinrazón junto con la razón, saben que la vida no
se puede racionalizar, muestran, en sus personajes y en sus textos la
irreductibilidad de la ecología de la acción y no la simple deducción.
En ese sentido, me parece que la filosofía debería cuidarse más de
sus racionalizaciones doctrinarias y de desembocar en posiciones
edificantes
muchas
veces
generadas
por
un
exceso
teórico
incontrolado que separándose de lo que Husserl denominaba el
Lebenswelt pierde la visión de la vida.
La filosofía tiene pretensiones de conocimiento y teoriza sobre
el conocimiento. La literatura también es una forma de conocimiento,
pero jamás tiene pretensiones de verdad. Los personajes de una
novela nos sumergen en el nivel de la posibilidad de comprensión,
ninguno
de
ellos
posee
la
verdad.
La
novela
nos
muestra
posibilidades de existencia, partes desconocidas de la existencia,
partes no teorizables de la existencia pero que se muestran y se
sienten en el existir. Esta es la enseñanza sabia de Cervantes y de
Rabelais.
Nos
reconocemos
en
la
humanidad
plural
de
sus
personajes, en sus exageraciones, en su defensa del pluralismo que
se convierte en conciencia y defensa de la tolerancia en la diversidad.
Y una verdad siempre abierta y humana emerge de ese juego y
debate imaginario entre los personajes.
5
Vivimos en una civilización en la que el divorcio entre lo que
Snow llamó las dos culturas aún impera en muchas mentes. La
mentalidad disciplinar, el afán de etiquetar y la acción dicotomizadora
aún se expresan del modo “o lo uno o lo otro”, ya Hegel llamó la
atención sobre ello y nos proponía pensar de otro modo, frente al “o
lo uno o lo otro” Hegel proponía el “tanto lo uno como lo otro”. Ese
divorcio entre las dos culturas se expresa a su vez en un divorcio
dentro de las mismas humanidades: filosofía, sociología, literatura.
Modos excluyentes de pensamiento que en lugar de complejizarse en
su relación desgarran la comprensión del ser humano y nos muestran
visiones unidimensionalizantes y simplificadoras. El divorcio entre las
disciplinas y dentro de las disciplinas el divorcio entre las disciplinas
humanas nos oculta lo que es más importante conocer: la condición
humana6. Edgar Morin nos dice que “paradójicamente son las ciencias
humanas las que aportan la contribución más débil al estudio de la
condición humana, y precisamente porque están separadas, divididas
y compartimentadas”. Esta separación oculta, más que lo muestra, al
ser humano. También nos dice que “sería importante que la
enseñanza de cada una de ellas estuviera conectada a su parte de la
condición humana”. Por lo que respecta a la literatura, el ensayo
literario, la novela, el cine, nos muestran lo que las ciencias humanas
y sociales no son capaces de ver, por que lo ocultan, porque no es
científico: los caracteres existenciales, subjetivos, afectivos del ser
humano, del homo sapiens demens. La novela nos muestra la
universalidad de la condición humana por medio de los destinos
singulares de los personajes que la expresan, “de este modo, la
crónica de un hombre mundano en el pequeño perímetro del
faubourg Saint-Germain se convierte en A la búsqueda del tiempo
perdido, en un microcosmos de las profundidades de la condición
humana”7 . Cuando el sobrino de Medardo dice “así mi tío Medardo
6
7
Cfr. Edgar Morin, La mente bien ordenada. Seix Barral, Barcelona. 2001.
Op.cit, p.55.
6
volvió a ser un hombre entero, ni bueno ni malo, una mezcla de
maldad y de bondad, es decir, no diferente en apariencia a lo que era
antes de que lo partiesen en dos. Pero tenía la experiencia de la una
y la otra mitad refundidas, y por tanto debía ser muy sabio”, vemos
la sabiduría de la novela, la enseñanza de la novela en el mostrarse
de forma no teórica: somos una mezcla de sapiencia y demencia,
frente a los modelos teóricos de la teoría de la acción racional, de la
teoría de juegos, del puro cálculo de consecuencias, emerge más allá
y más acá de la razón teórica y abstracta la razón del estar en el
mundo, ese estar en el mundo que hay que tratar siempre de
comprender y no solo de racionalizar.
En una época en la que la unidimensionalización del ser
humano es evidente, en una era en la que el ser humano queda
reducido a la figura de un consumidor global necesitamos escuchar
esa polifonía de voces que nos advierten sobre nuestra capacidad de
simplificación y de simplificarnos. La literatura muestra (no juzga) la
plurivocidad y siempre la posibilidad de re-definición del ser humano.
Saber escuchar y saber comprender es más difícil que juzgar. Pensar
implica que nos demos cuenta de que no siempre pensamos aunque
creamos que lo hacemos. La mayor dificultad para el pensar se da en
la inconsciencia respecto de los paradigmas bajo los que uno piensa.
Pensamos con esquemas preconcebidos que nos hacen infalibles
frente al diálogo con el otro. Esquemas preconcebidos que nos
inducen a racionalizar el mundo. Uno de esos esquemas mentales
preconcebidos se da en el espíritu de la disyunción y separación. Allí
donde se separa y se descontextualiza se pierde la perspectiva
relacional del mundo. La misma Universidad educa más en la
separación y la departamentización que en la unión dialógica de las
disciplinas. La transdisciplinariedad no existe. El saber se fragmenta y
pierde sus posibilidades de nuevas creaciones significativas. Mientras
pensamos de forma disciplinar nos olvidamos de aquello que no se
7
reduce a ninguna disciplina: nos olvidamos del ser; nos olvidamos del
ser humano; nos olvidamos de la vida y de aquello a lo que Husserl
llamó el Lebesnwelt, uno de los conceptos más importantes de la
filosofía, tal y como resaltó Gadamer y al mismo tiempo uno de los
conceptos más olvidados. El mundo de la vida es lógico e ilógico, el
mundo de la vida es plural e irreductible a una verdad y dentro de
este mundo encontramos la figura del “agelasta”, aquél que como
observa Kundera recordando a Rabelais, no ríe, aquel que cree que la
verdad es clara y evidente, aquél que cree que los demás deben
pensar lo mismo que él, aquél que es tan ingenuo como para creer
que es lo que cree ser. Es cierto, en un siglo tan orgulloso de la razón
científica como lo fue el siglo XIX, Flaubert hizo un descubrimiento
maravilloso: descubrió la necedad. Si la necedad moderna no es la
ignorancia sino el no pensamiento de las ideas preconcebidas,
podemos estar seguros de que seguimos siendo una civilización en la
que la necedad no disminuye sino que está perfectamente instalada
entre nosotros. El filósofo tiene razón, quiere tener razón, está
instalado en la razón porque maneja la lógica: lo que piensa es
lógico, por eso que el juicio va siempre por delante de la
comprensión. Pero eso le pasa también al político hoy. Y no nos
damos cuenta de que lo que da más que pensar, dice Axelos, en
nuestro tiempo que da que pensar, es que no siempre pensamos. No
siempre pensamos porque desde el momento en que estamos
seguros de tener razón no necesitamos pensar más. Y los agelastas
se molestan porque de vez en cuando alguien haga una mueca
risueña cuando los escucha. No sabe que la lucidez es inseparable de
la omnipresencia de la posibilidad del error.
La sabiduría de lo incierto, la posibilidad del error en un mundo
que no obedece a leyes rigurosas, la incertidumbre humana sobre las
cosas humanas más que una derrota es una adquisición del
pensamiento, una gran adquisición del pensamiento: frente a los
8
dogmatismos
basados
en
las
verdades
absolutas
podemos
comprender entonces la necesidad de una ética de la comprensión,
podemos comprender la incomprensión. La comprensión humana no
se fija nunca, jamás podemos lograr la comprensión absoluta de
nada, pero podemos actuar del modo menos dogmático posible si
sabemos ver que la comprensión tiene muchos obstáculos que parten
de determinismos culturales y paradigmáticos, de egocentrismos, etc.
Pero si, aunque no es posible autoobservarnos de forma total y
elaborar un metasistema absoluto sobre nosotros mismos, podemos
reconocer
nuestros
inconscientes
egocentrismos
y
nuestras
inconscientes racionalizaciones, es posible tomar conciencia de ellas y
ello es una buena forma de luchar a favor de una comprensión
humana y más humanizadora.
La complejidad humana posee en si misma la potencialidad de
lo mejor y de lo peor: lo peor es la incomprensión, la insolidaridad, la
violencia, la brutalidad, etc. Lo mejor es la capacidad de comprender
incluso a aquellos que no nos comprenden o no nos quieren
comprender, la capacidad de no reducir a un ser humano a uno solo
de sus aspectos, la capacidad de no reducir la compleja individualidad
de cada uno de nosotros a una sola dimensión. En este sentido la
literatura, tanto la novela como la poesía; el cine; la psicología; la
filosofía deberían dialogar entre ellas y converger, de forma dialógica
(concurrente, complementaria y antagonista) en una comprensión
compleja de la condición humana.
Frente a las racionalizaciones del pensamiento abstracto,
disfrazado de pensamiento riguroso sepamos comprender que el
paraíso es imperfecto, como escribe Augusto Monterroso: “Es cierto –
dijo melancólicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que
ardían en la chimenea aquella noche de invierno-; en el Paraíso hay
amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que
allí el cielo no se ve”.
9
Me atrevo a decir que en la literatura existe pensamiento
filosófico, lo que quizás no haya en la filosofía sea literatura, apertura
a la ironía, introducción de la ironía frente a la tendencia a la
sistematización y el orden. La literatura jamás dará tranquilidad y
consuelo a aquellos que buscan una sola interpretación, una sola
lectura de las cosas y de la vida. Y qué curioso y fascinante resulta
tener siempre en cuenta que es la misma Europa la que inventa el
racionalismo, el idealismo y el positivismo al mismo tiempo que la
novela. La Europa que escribe el Gargantúa y el Quijote es la que
construye los grandes sistemas filosóficos, irreales en su abstracción
e inservibles en su separación del mundo de la vida. Impertinentes
para el saber si por un saber pertinente entendemos la ayuda a la
comprensión y conocimiento de la condición humana. Ya Gracian
decía que el conocimiento debe ser inseparable de las necesidades de
la vida. Ya Vico decía que todo conocimiento debe ser un compendio
entre episteme y frónesis (política). Es decir, conocimiento, vida y
experiencia personal forman una articulación retroalimentante. Esa
era también la idea de los grandes humanistas.
Vico distinguía cuatro categorías de hombres según se decantan
entre la episteme y la fronesis: el necio; el astuto inculto; los doctos
imprudentes (que utilizan conocimientos fragmentados sin sentido de
la globalidad) y los hombres prudentes. Diríamos: lo opuesto de los
agelastas. Aquellos que no cuestionan ni se cuestionan y se ahorcan
en esas cuerdas y redes con las que tejen las grandes abstracciones
filosóficas. Por eso mismo que Nietzsche y Wittgenstein manejaban
el aforismo frente al sistema: sabían que los presupuestos sobre los
que se asientan los grandes sistemas son muy débiles, de ahí que no
son criticables. Pascal, otro filósofo de aforismos, condenado por la
Ilustración (Voltaire, cfr. la Carta filosófica número 25) porque
complejizaba la definición del ser humano más allá de ese ser
humano
racionalista,
optimista
e
irresistiblemente
abocado
al
progreso de la razón y de la ciencia frente a la superchería metafísica
10
y teológica. Allí donde los ilustrados veían luz Pascal veía el hombre
como enigma. Lo veía como problema, como problema (pesimista)
irresoluble, irremediable.
Y nosotros, los seres humanos que vivimos en este siglo XXI
qué podemos decir frente a ese “monstruo”, esa “quimera” que
somos según Pascal: “¿Qué quimera es, pues, el hombre? ¿Qué
novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicciones, qué
prodigio? Juez de todas las cosas, imbécil gusano de tierra,
depositario de lo verdadero, cloaca de incertidumbre y de error, gloria
y desecho del universo”8. Verdad compleja, la que nos muestra
Pascal: el ser humano, la condición humana en su ambivalencia, su
luz y su sombra, sus contradicciones, sus razones y sus delirios. Se
trata de una verdad “filosófica” que al igual que la literatura es una
“verdad”
transdisciplinar:
las
fronteras
son
transgredibles,
transformales. No existe delimitación ni demarcación para esa verdad
pascaliana, se introduce en todos los ámbitos de la condición
humana, la psicología, la sociedad, la política, la ciencia, el filosofar.
Refleja esa “verdad” la complejidad que somos y que vivimos. Se
trata de una “verdad” pertinente, comprenderla nos puede hacer
sabios en el mundo de la vida, nuestro mundo, y es que si no
podemos
incorporar
el
saber
a
la
comprensión
de
nuestra
cotidianeidad, ese saber carece de pertinencia.
Valladolid, Noviembre de 2003 - Febrero de 2004
8
Pascal, B. Pensamientos, 131, p. 53. Alianza Editorial, Madrid. 1981.
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