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María Fernanda Cardoso: El domador domado En el espejo caústico de la obra de la artista colombiana María Fernanda Cardoso, el mundo natural sirve de reflejo a sus paradójicas alianzas entre cultura y natura, lo humano y lo bestial. Chicken Face (2001 ???), un video que ella realizó en colaboración con Ross Rudesch Harley, muestra un desfile interminable de pollos, una procesión de identidades anónimas. Sin embargo, cada close-up revela la fascinante peculiaridad de sus caras —sus crestas como genitalia, sus actitudes entre alucinadas y autoritarias. Son animales antropomorfizados por la cámara. La inesperada singularidad y excentricidad de cada ave roza el absurdo; lo banalmente común deja expuesto su extravagancia. La seducción se entremezcla con el repudio, la ironía sutil con la sátira, la brutalidad con lo siniestro. Esta fusión de contrarios permea toda su obra. El poder evocativo y metafórico del mundo natural juega un papel central en la obra de María Fernanda Cardoso desde los inicios de su trayectoria artística. A finales de los años 80 y principios de los 90, Cardoso realizó un conjunto de esculturas utilizando, principalmente, sencillas estructuras geométricas de metal forjadas en forma de arcos, círculos o esferas y que a la distancia creaban delicados dibujos en el espacio. En cada pieza, ensartó insectos y reptiles disecados —moscas, lagartijas, ranas y culebras— preservados en posiciones estilizadas idénticas, siguiendo los rítmos repetitivos de la ornamentación en la pintura y orfebrería precolombinas. La simplicidad formal también aludía a la formalidad sintética del minimalismo. Por asociación, las obras parecían una representación contemporánea de las mitologías prehispánicas sobre la fecundidad, la immortalidad y la trascendencia espiritual. Sin embargo, la traducción de un modo de representar a otro —del símbolo ornamental al animal muerto— suscitaba, tensiones a múltiples niveles. La presencia leve de las esculturas y la contemplación a la que parecían invitar, contrastaban fuertemente con el gesto de ensartar los animales en varillas; el cuerpo, orgánico e inerte, atravesado por el metal, impregnaba estas imágenes de ambivalencias que llevaban la delicadeza formal y la contemplación a oscilar entre la repulsión, el temor y la crudeza. La vida interrumpida, implícita en los animales disecados, estaba inextricablemente unida al sacrificio y a la violencia. El valor simbólico de sus representaciones adquiría matices más dramáticos dentro del clima social, político y psicológico que vivía Colombia en ese momento tras el asesinato de tres candidatos presidenciales por los carteles de la droga, magnicidios diarios de campesinos por parte de grupos paramilitares y atentados narcoterroristas y guerrilleros diseminados por los campos y las ciudades del país. Las tensiones inherentes a estas obras reflejaban tangencialmente la ansiedad existencial particular a vivir en medio de la violencia política y la crisis moral. Según Lévi Strauss, el mito no alcanza a abarcar todas las contradicciones de lo real. De la misma manera, la mitología espiritual precolombina evocada en estas piezas queda suspendida por la mortalidad endémica de una sociedad agobiada por la violencia. El vulnerable límite entre mito e historia parece sugerir la imposibilidad de conciliar la memoria, la ética y la estética. En 1992 (???), Cardoso realizó una serie de jardines artificiales inspirados en tradiciones funerarias colombianas y compuestos por flores de plástico ensambladas en coronas mortuorias o incrustadas directamente en la pared. A pesar de títulos como La vida no es un sendero de rosas y Cementerio, el signo siniestro de la muerte en sus obras anteriores tomó un giro redentor, extrañamente festivo y sostenido por la levedad del kitsch. En esta nueva fusión de contrarios, la redención está simbólizada por una naturaleza simulada. Cosechados en el imaginario sentimental de la cultura popular, estos jardines plásticos parecen a la vez celebrar y empañar la ilusíon artificial de lo perenne. A pesar de honrar a la naturaleza y a su poder simbólico, tanto los jardines como la serie anterior incorporan a la muerte sin plantear juicios morales —muerte y sacrificio en el caso de los animales; la muerte política en el caso de las flores. Este desprendimiento de asumir apreciaciones moralistas es una característica recurrente en las obras y el pensamiento de Cardoso. Sus obras se mantienen en un punto de tensíon y contradicción que nunca se resuelve. Son tanto una cosa como su contrario; son negación y celebración; un espejo donde se reflejan o proyectan identidades esquivas y cambiantes. Esta contradicción también está arraigada en su práctica artística. La búsqueda de un preciocismo formal prevalece en muchas de sus obras como si surgieran del eco-sistema modernista donde la obra de arte es autosuficiente y liberada de las redes de lo real. Esta “elegancia” resulta ser más bien una forma de camuflage: Cardoso aprovecha el recurso posmoderno de la recodificación para alterar la formalidad del objeto “modernista” con materiales dotados de una carga cultural, lo cual era una práctica común a muchos artistas en esos años. Viendo esta estrategia artística a la luz de las relaciones interculturales, el “camuflaje” se convierte en una metáfora de las pericias más eficaces para la sobrevivencia cultural. La fascinación por lo desconocido y lo amenzante del mundo animal ofrece un universo conceptual alternativo para explorar las complejidades inherentes a la atracción y el temor por el Otro. Cardoso ha vivido en varios países. Dejó su país natal, Colombia, en sus años de formación profesional para establecerse en Estados Unidos (1988-1997 ???) y luego se arraigó en Australia. Como consequencia, sus procesos de des- y re-territorialización parecen llevarla a explorar las fronteras porosas entre culturas distintas en las obras posteriores a su auto-exilio las cuales están cargadas de metáforas y subjetividades autobiográficas propias de una artista-voyeurista-turista en tierra ajena. Entre 1992 y 1995 (???), Cardoso realizó una serie de instalaciones con base a productos naturales —conchas, pirañas, estrellas de mar y corales—producidas por la industria turística para el abastecimiento masivo de lo exótico. En la instalación Cardumen de pirañas (1992), docenas de pirañas embalsamadas exhiben sus dientes amedrentadores. Expuestas sobre pequeños pedestales a ras del piso y alineadas en una misma dirección como un ejército a la carga, las pirañas develan tanto la belleza brutal del mundo natural, de sus rítmos y ordenamiento orgánico, como su manipulación y alienación por la industria turística. A medio camino entre el minimalismo, el arte povera y la cultura del consumo, estas piezas aprovechan tanto el origen natural como el procesamiento industrial de sus “materiales” para escenificar una parodia de la domesticación de la otredad. Ambos contextos se integran y a la vez se excluyen. De 1993 (???) a la fecha, María Fernanda Cardoso se ha dedicado a investigar y amaestrar pulgas "humanas" (diferentes de las de gato o perro) para integrar el Circo de Pulgas Cardoso: un espectáculo que ocurre en un pequeño escenario futurista donde los pequeños parásitos ejecutan bajo las órdenes de su domadora actos de malabarismo, cuerda floja, baile de tango, levantamiento de pesas y salto al vacío. La primera función pública del Circo Cardoso tuvo lugar en Octubre de 1995, en el Exploratorium de San Francisco, un museo dedicado a examinar las intersecciones entre arte, ciencia y percepción. Para resolver los problemas de accesibilidad, una proyección de video en directo a una sala contígua permitió ampliar la presentación a un grupo mayor de espectadores. El video también permitió incorporar nuevas tecnologías a una tradición circense centenaria, una nueva dualidad en el inventario de ambivalencias de Cardoso. Desde la perspectiva de las pulgas, ampliar su audiencia de 15 a 350 personas es un logro proporcional a sus hazañas naturales si se tiene en cuenta, por ejemplo, que su fuerza es equivalente a la de un humano arrastrando 24 millones de libras. Una pulga puede mover 160,000 veces su propio peso, saltar una altura 150 veces su tamaño y brincar 30,000 veces sin necesidad de descansar. El Circo de pulgas realza el propósito de Cardoso de fundir arte, entretenimiento y ciencia, aunque ninguna de las categorías resultan suficientes en si mismas para calificar esta presentación. Desde la perspectiva del entretenimiento, el microcosmos del circo poco alcanza la escala de "espectálculo", el proceso científico está teñido de nostalgia y alegorías y, dentro del terreno artístico, cabe la sempiterna pregunta: ¿porqué es arte? El Circo Cardoso es un performance concentrado en la figura de la artista cuyo nombre de cartelera es "La Profesora Cardoso/Reina de la Pulgas", la mediadora entre los dos reinos. A diferencia de sus obras anteriores, por primera vez Cardoso se involucra como sujeto dentro de su trabajo. En las primeras etapas del circo, su traje de ceremonia consistía en capa, mini falda y botas y brassière plateados, además de los instrumentos imprescindibles para llevar a cabo su hazaña: lentes de aumento y linternas para dirigir sus acciones ya que las pulgas responden al calor, a la respiración (bióxido de carbono) y a la luz. La redondez de las copas del brassière enfatizaba el aspecto maternal y la dependencia entre la amaestradora y el pulguerío. Durante varios años, fue mediante su propia sangre que Cardoso alimentaba a sus trescientas pulgas dándoles, cual abnegada madre, su brazo a morder para una cena que duraba unos treinta minutos. Esta conexión y dependencia física con las pulgas reflejaba la añoranza expresada en las obras de Cardoso por un vínculo íntimo con el mundo natural. En los últimos tiempos, este carácter maternal ha disminuido, pues ya ni usa el brassière, ni alimenta a las pulgas con su propia sangre. Aunque Cardoso se proclamaba tímida y explicó inicialmente su presencia en el circo apenas como un recurso instrumental inesquivable, a través de su desarrollo, el carácter performativo del proyecto fue adquiriendo mayor peso. Para su presentación en el Festival de Sydney 2000, su atuendo se ajustó más a su vocación científica y de artista “nerd” —una bata de laboratorio verde fosforescente. Igualmente, incorporó una conferencia para transmitir los resultados de sus investigaciones científicas e históricas. Aunque cumplía con la función de informar acerca del comportamiento de las pulgas y de las relaciones que los humanos han tenido con ellas a través de la historia, la conferencia, sin embargo, trascendía su carácter didáctico para convertirse furtivamente en una sátira ambígua sobre la conducta humana examinada a través del lente magnificador con el que Cardoso mira el mundo natural. Hasta la fecha, el circo de pulgas es su realización más ambigua y críptica. Sus obras anteriores con animales, revelan más claramente su interés por acentuar las tensiones entre discursos locales y globales y por suscitar preguntas sobre la relatividad moral y cultural y la "universalidad" de los lenguajes o sistemas interpretativos. Tal como en sus obras anteriores, el circo se desarrolla sobre arenas movedizas de significación. ¿Es una parodia sobre la domesticación de lo exótico o una forma de develar lo grotesco, oscuro y oculto de un humanismo imperfecto? ¿Será este lado oscuro, la proyección de nuestros demonios internos sobre el "otro"? ¿El amaestramiento y la antropomorfización de las pulgas tratan exclusivamente de relaciones de poder? ¿Quién canibaliza a quien? ¿Quién es el parásito? En una entrevista Cardoso sugiere: "Talvez yo no encontré a las pulgas; tal vez ellas me encontraron a mi." Al otro lado de la fórmula arte-espectáculo-ciencia parece estar inscrita una de metafísica, vampirismo y subsistencia cultural. Más que ofrecer conclusiones o una agenda específica sobre la relación cultura/natura, las instalaciones, esculturas y videos de María Fernanda Cardoso buscan desenvolver las parodias, paradojas y complejidades que surgen de los intersticios entre sistemas culturales. Siendo una artista de trayectoria internacional, su experiencia personal, sin embargo, la ha llevado a cuestionar y a relativizar la homogeneidad de los escenarios internacionales del arte. Su obra comparte un recurso característico al arte producido por fuera de las corrientes mainstream: por un lado se vale de la posibilidad de acoger sus formas y estructuras de lenguaje, por el otro, la de introducir elementos de desequilibrio. A través del recurso metafórico que le ofrece el mundo animal, Cardoso parece estar investigando también los límites de los circuitos internacionales del arte contemporáneo, observando las diferentes narrativas entorno a la globalización como relatos aún por resolverse. San Francisco, 2003