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Los fieles laicos y la renovación de la Iglesia
Germán Araujo Mata
En su exhortación apostólica Christifideles Laici, expresa con mucha claridad que, en el Sínodo sobre
los laicos, los Padres sinodales insistieron en la necesidad de proponer una descripción positiva de la
vocación y de la misión de los fieles laicos (cfr. ChL 9).
Anteriormente al laico se le definía por lo que no era: el que no es presbítero ni religioso consagrado.
Ahora se insiste en «la plena pertenencia de los fieles laicos a la Iglesia y a su misterio y el carácter
peculiar de su vocación, que tiene en modo especial la finalidad de buscar el Reino de Dios tratando las
realidades temporales y ordenándolas según Dios» (ChL 9).
Por su parte, el Papa Pablo VI, en Evangeli Nuntiandi, escribió una página memorable que todos los
laicos deberíamos aprendernos: «su tarea primera e inmediata (de los laicos) no es la institución y el
desarrollo de la comunidad eclesial -esa es la función específica de los pastores- sino el poner en
práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas, escondidas pero a su vez ya presentes y
activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora es el mundo vasto y
complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las
artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades
abiertas a la evangelización como : el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo
profesional, el sufrimiento,...» (n. 70).
En sus visitas a México el Papa Juan Pablo 11 ha insistido en que la nueva evangelización tiene como
base, evidentemente, la Evangeií Nuntiandi, y en ese sentido, nos atrevemos a decir, un concepto de
laico que se aleja de lo sociológico, de lo clerical y del secularismo, por estar anclado en la novedad del
bautismo y en la vocación específica a ser laico. Dicho en otros términos, somos laicos no por no haber
tenido «vocación», sino porque Dios quiso, desde toda la eternidad, lIamarnos a la existencia como
laicos, y por ello vivimos en el mundo sin ser del mundo, como testigos de Cristo.
Existen cuatro datos que vale la pena considerar antes de proponer algunas cuestiones más concretas:
1.
El Espíritu Santo ha suscitado nuevas formas de asociación laical que rebasan y muchas veces
superan las organizaciones tradicionales (cfr. Redemptor Hominis 6). Es indiscutible que los nuevos
movimientos eclesiales poseen -como ha señalado el Santo Padre- un dinamismo excepcional, y
responden a necesidades y desafíos totalmente nuevos. Son como una especie de primavera en este
nuevo siglo.
2.
La emergencia de la sociedad civil en México, más palpable desde el terremoto de 1985, ha creado una
gama enorme y plural de asociaciones que atienden infinidad de aspectos con una eficacia muchas
veces asombrosa. La mayoría de quienes forman esas asociaciones son católicos, fieles laicos, pero lo
hacen fuera de los movimientos de apostolado y de las estructuras eclesiásticas formales. Sin lugar a
dudas, existen más militantes en las organizaciones de la sociedad civil que en los movimientos de
apostolado. En muchos casos, porque los movimientos no han tenido la capacidad de actualizarse y
responder eficazmente a los signos de los tiempos.
3.
La nueva sensibilidad cultural ha ido generando un nuevo tipo de persona, fruto del nihilismo
postmoderno, que desdramatiza la existencia humana. Del nihilismo ideológico se ha pasado al
nihilismo libertino, y de ahí a la cultura de la muerte no hay más que un paso. El tipo de persona que se
está construyendo en este ambiente cultural se caracteriza por su indiferencia religiosa, su ateísmo
práctico, su individualismo personal o grupal, su necesidad creciente de consumir y desechar, de placer
inmediato y de espectáculo constante. La gente existe para producir y consumir, los que no lo hacen no
existen, no cuentan, están marginados.
4.
Frente al pensamiento débil de la postmodernidad, ante el miedo de perder la identidad, y de cara a la
creciente pérdida de credibilidad de las instituciones, muchos laicos buscan refugio en formas
anticuadas e integristas de la fe. Para decirlo en una palabra, crece el conservadurismo. Algunos
grupos se refugian en la doctrina y en lo conocido «de antes», en lugar de buscar respuestas a lo
nuevo, dinámico y, a veces, incomprensible de hoy.
Así, crece el rechazo a quienes no piensan como ellos, los descalifican, los atacan y los excluyen,
dando lugar a un fenómeno creciente de intolerancia y de cerrazón que contradice la catolicidad de la
fe.
El contexto no es precisamente de lo más halagüeño. Por ello, redefinir la vocación y misión del laico a
la luz del Magisterio de la Iglesia me parece indispensable.
Algunas propuestas
1. Conversión. En la situación que vive nuestro país y, tomando en cuenta los mensajes del Santo
Padre, es necesario hoy más que nunca asumir en serio nuestra propia conversión, nuestra metanoia.
El Sínodo de América planteó que la conversión no sólo es el continuo cambio interior de nuestra
mentalidad, sino que tiene que traducirse en comunión y en acciones concretas de solidaridad.
«Es necesario, pues, renovar constantemente 'el encuentro con Jesucristo vivo' que, como han
señalado los Padres sinodales, nos conduce a la conversión permanente» (Ecclesia in America 28).
Conviene reconocer con humildad que, muchas veces, nosotros mismos v los integrantes de nuestros
movimientos, no hemos experimentado un encuentro personal con Cristo. Quizás estemos más o
menos formados en cuestiones de fe, quizás seamos más o menos eficaces y hasta serviciales, quizás
nos digan que somos laicos comprometidos, pero, ¿de verdad estamos en proceso de conversión?,
¿no serán algunas de nuestras actitudes sólo fruto de la costumbre? .
2. Comunión. Hablar de comunión es reconocer que, en tanto que somos parte del Sacramento
Universal de Salvación, esto es, de la Iglesia, cada uno de nosotros somos los sujetos a quienes Dios
envía para promover la unidad de todos los hombres entre sí y de todos los hombres con Dios.
No podemos hablar en serio de comunión mientras permanezca el «capillismo», la división y el
antagonismo entre los miembros de cada movimiento, entre los diferentes movimientos, entre laicos. y
sacerdotes, y entre católicos y otras denominaciones religiosas. Nuestro país necesita con urgencia
unidad, que sólo puede provenir de la reconciliación y la comunión.
Un buen comienzo para promover la comunión es renovar el amor a la Iglesia, fomentarlo en los
miembros de nuestros movimientos y procurar evitar el criticismo destructivo y corrosivo que, lejos de
edificar, destruye. El siguiente paso es aceptar al otro y respetarlo por su ser y no por su conducta.
3. La solidaridad está lejos, muy lejos, de convertirse en cultura. No es fácil comprender cómo en
un país mayoritariamente cristiano la mitad de la población es pobre y carece, muchas veces, de lo más
indispensable para vivir. Lo menos fuerte que podemos decir es que es una situación contradictoria. En
este sentido, cada bautizado tendrá que verificar su fe en el empeño que asuma, de palabra y obra,
para combatir la pobreza y promover mejores condiciones de vida para todos. Hoy, más que nunca, el
laico tendrá que distinguirse y reconocerse por su caridad eficaz y organizada.
.
4. Promover, defender y fomentar la dignidad del laico que Dios confiere en razón de su propia
misión y vocación. Es importante distinguir sacerdocio común de sacerdocio ministerial. Hay una clara
distinción de vocaciones en la Iglesia: laicos y clérigos. Todo bautizado participa de la unidad de misión
de la Iglesia, pero hay una clara y substancial diferencia con el ministerio: el sacerdocio común tiene su
raíz en el bautismo y la confirmación; el sacerdocio ministerial, en el sacramento del orden sacerdotal.
Esta es una distinción esencial y no sólo de grado. Dicho lo anterior, es indispensable que los laicos
asumamos nuestra vocación sin confusiones ni reduccionismos.
5. Testimonio. El laico, hoy más que nunca, deberá dar testimonio de su fe no sólo por la oración y la
práctica de los sacramentos, sino sobre todo por su empeño activo y comprometido en la construcción
de un nuevo país. En este sentido, la participación política, la búsqueda de una cultura de la legalidad,
la construcción de la democracia, el empeño por construir la justicia, la búsqueda de una economía al
servicio del hombre, la renovada valoración del matrimonio y la familia, y el respeto pleno a los
derechos humanos, son tareas a las que los laicos no pueden sustraerse. Necesitamos empeñarnos en
construir el Reino de Dios y no sólo en pedirlo.
Frente a la creciente interdependencia que vivimos, está en juego el verdadero desarrollo. Los sistemas
financieros y económicos de los que dependemos han generado una creciente pobreza, aumentando
así el abismo entre ricos y pobres. ¿Qué hacemos los laicos ante esta realidad?
6. La fe que se ha hecho cultura en el pueblo mexicano. Los primeros misioneros en América
dejaron una huella profunda en nuestra cultura. En el renacer de una nueva cultura para el siguiente
milenio la Iglesia, particularmente los laicos, tenemos una tarea prioritaria para dejar también nuestra
huella: en el pensamiento, en la creación de nuevos modelos económicos, políticos y sociales, en el
arte, las costumbres y a favor de la vida humana, ¿cómo nos estamos formando para comprender
nuestro mundo y participar en él?
«La historia humana no puede ir en contra del hombre. Ello equivaldría a ir contra Dios, cuya imagen
viviente es el hombre, incluso cuando es deformada por el error o la prevaricación» (Encuentro con el
cuerpo diplomático 23.1.99).
7. En particular, señalamos cuatro tareas que nos parecen urgentes:
a) Necesitamos una renovada valoración del derecho a la libertad religiosa, de tal manera que
participemos en la formación de la conciencia social sobre su alcance y significado para la vida
comunitaria.
b) Necesitamos empeñarnos más en serio y más a fondo en la evangelización de los niños y los
jóvenes, para que sepan dar razón de su esperanza; ésta es una grave responsabilidad de los adultos.
Existen muchos jóvenes y niños que no conocen a Cristo.
c) Necesitamos erradicar la violencia, la inseguridad, el narcotráfico, los secuestros, la impunidad y
la corrupción. Esto implica formación ética, cambio de leyes, seguimiento y apoyo a las autoridades,
organización social para impedir los abusos y valentía para denunciar hechos y situaciones concretas.
En resumen, hace falta formación y vivencia de la doctrina social de la Iglesia. El proceso es lento, fruto
de una lenta educación de conciencias, pero a la larga dará sus frutos.
.
d) Necesitamos participar más activamente en el proyecto educativo de nuestro país de manera
que no sólo se eleve la calidad y la cantidad de la educación, sino, sobre todo, decisión para salir del
empantanamiento y de la crisis en que nos encontramos.
Mayo 23 del 2003