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Aporte - HOMILÍA del Domingo 22 de Diciembre de 2013
4ª SEMANA DE ADVIENTO – CICLO “A”
DIOS HABLA PARA DESPERTAR, ENTERNECER O ESTREMECER EL CORAZÓN
[ Mateo 1, 18-24 ]
En la 4ª y última Semana de Adviento, la Liturgia nos coloca de inmediato ante el
nacimiento de Jesús, invitándonos, a partir de la experiencia espiritual vivida por S. José (Mt.
1, 18-24), a abrirnos para que Dios nos hable al corazón.
A José, igual que a María, la encarnación de Dios le cambió la vida. Ante tal novedad, él
tuvo una primera reacción: pensó rechazar en secreto a María. Pero el Ángel de Dios le
habló en sueños diciéndole: no dudes en recibir en tu casa a María; Ella ha concebido por
obra del Espíritu Santo. A este Hijo, tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él será el
salvador de su pueblo. Es decir: no te cierres a la vida, a Dios. Y esta palabra hablada al
corazón le bastó a San José.
Estamos a las puertas de la Navidad, a las puertas de la presencia de Dios en nuestras
vidas y son muchas las señales que Dios nos ha dado en este tiempo. Estas señales llenan de
luz nuestras noches, sueños, sombras y silencios. Y es que Dios no se cansa de colocarnos
ante la esperanza.
Emmanuel, el Dios-con-nosotros, es el nuevo modo como Dios ha elegido estar presente
en la vida de las personas y en el curso del mundo. Puede que nos quedemos en la primera
reacción de José: sin saber interpretar los signos de la vida, de la realidad, de Dios. Puede que
nuestras convicciones impidan captar por dónde van las personas, la vida, la esperanza.
Cuando se está ante la realidad, los retos, hay que saber interpretar los signos de Dios. En
el silencio, en la oscuridad, en el sueño, Dios se atreve a tocar la intimidad de cada hombre y
de cada mujer, sin abandonarlos a su suerte, sino para que despierten agarrados a su mano y
sostenidos por la fuerza de su Espíritu.
En los sueños, y no en las ensoñaciones (ideologías, fijaciones o empecinamientos), Dios
habla al corazón humano despertándolo, enterneciéndolo y, muchas veces, estremeciéndolo,
de tal modo que no se paralice ante las dificultades o ante los grandes retos, sino para que
contagie vida a sí mismo, a los otros y especialmente a quienes la han perdido.
Allá, en lo más interno de cada quien, Dios habla y lo hace, en primer lugar, para que no
claudiquemos, pero sobre todo, para que remontemos el vuelo, superando la nostalgia que
petrifica la alegría, transformando la avidez que masacra la armonía y desterrando la ansiedad
que desquicia la esperanza.
Que nada nos impida escuchar la voz de Dios ni captar sus señales. Que nos abramos a
un Dios que quiere estar junto a nosotros. Y que nos dispongamos como Él, a tocar, a
enternecer y hasta estremecer el corazón del mundo.
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Puedo terminar la Homilía con este texto.
TÚ, MI PADRE Y GRAN AMIGO
Caballero de la tarde entristecida, camina que te aguarda la distancia, tu amor será
la fragancia de la rosa campesina, el aliento de tu vida y tesón de tu constancia.
Compañero de camino y luna llena, centinela de la más hermosa flor, tu conociste el
amor entre pétalo de ensueño, de la mañana eres dueño y del tiempo todo un Señor.
El abrojo de los años cultivados, a tu lado me enseñaron tantas cosas, cosas por
demás hermosas, que asimilé sin cautela, porque tú fuiste la escuela, que le dio
acento a mi prosa.
Viejo mío, caballero de la tarde, tú mi padre, tú mi hermano y gran amigo los dos
que fuimos testigos en el monte del dolor, conocimos el amor, que nos dio calor y
abrigo.
Taciturno cuantas veces te sentí, aquí donde claudican nuestros días, viendo la
policromía del exótico paisaje, para con rudo lenguaje, descifrar su fantasía.
Esas cosas que me diste padre mío, me enseñaron a quererte mucho más, me
hicieron sentir capaz, de luchar ante la vida, a superar las caídas, y a no olvidarte
jamás.
Cabizbajo, soñoliento y admirable, transitaste los caminos de mi infancia, tu noble
perseverancia de buen padre, gran amigo, me hizo sentir protegido, en los brazos de tu
constancia.
Gran señor, yo te agradezco tanto amor. Gran señor, yo te agradezco tu actitud, tú
posees la virtud, de haber sabido ser padre, con permiso de mi madre, cuidaste mi
juventud.
(Cf. Reinaldo Armas)