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Omar Khayyam
Místico, poeta, matemático,
astrónomo persa.
ca. 1050 – 1125
-enviado por Marìa Martìnez Peñaloza-
¿Temes lo que puede traerte
el mañana?
No te adhieras a nada,
no interrogues a los libros ni a tu prójimo.
Ten confianza; de otro modo,
el infortunio no dejará de justificar tus aprehensiones.
No te preocupes por el ayer:
ha pasado...
No te angusties por el mañana:
aún no llega...
Vive, pues, sin nostalgia ni esperanza:
tu única posesión es el instante.
SOY ASÍ
¿Que yo del vino soy devoto ciego?
Y bien, lo soy.
¿Que soy infiel, idólatra del fuego?
Y bien, lo soy.
Cada uno de mí en su idea fía;
mas yo, dueño de mí, tengo la mía:
Soy lo que soy.
EL VINO DE AMOR
Mi pobre corazón de angustia herido
y de locura, no podrá curarse
de esta embriaguez de amor, ni
libertarse
de la prisión donde quedó sumido.
Pienso que el día de la creación
en que el vino de amor fué al hombre
dado,
el que llenó mi copa fué esenciado
con sangre de mi propio corazón.
CORAZÓN
Más que cien Kaabas hechas de agua
y tierra
vale en la vida un noble corazón;
en los países del mañana aferra
cuantos puedas al propio corazón,
y en las tierras del hoy, de un puro
amigo
adhiérete por siempre al corazón.
Deja ya de la Kaaba el falso abrigo,
y corre al mundo en pos de un
corazón.
Deseo
-por Ana RosshandlerViene el silencioso turno
de la noche, como tregua.
Ya es un instante la legua
y la luna el sol nocturno.
El mendaz insomnio espía
nuestra estática agonía.
Porque ya los ajetreos Viene
dela lucha, los trajines
del vivir, van a sus fines,
sin moverse, en los deseos.
Juan José Domenchina
Más acá del azar y la muerte,
mi mano pequeña y solitaria.
Más allá del azar y la muerte,
mi mano enredándose en la tuya..
Amor en la palma de la mano
húmeda y turgente cima
rubor en la inquieta cámara del muslo,
rumor en la axila,
torpe con las palabras;
apretado turbante ceñido a mi apetito.
Crujiente y niño por mis pies,
mancebo en las rodillas,
pierna arriba, cielo arriba Dios maduro.
Caerá la noche con su pluma de plata
y me desatará las trenzas de la ternura.
Más valdrá entonces morir al hilo de su etérea vuelo
sin pensar en la madrugada
eco que repite el jadeo del mar contra mi orilla.
Morir de perfil igual que las monedas,
el gesto firme y el honor en alto.
Más acá del azar y la muerte,
mi mano pequeña y solitaria.
Más allá del azar y de la muerte,
mi mano enredándose en la tuya.
Ciclo
Guadalupe Nuño
Este calor me quema
hasta los huesos.
Trtanspiro por todas partes
hago ríos de mar
que se evapora
y se transforma en nubes que lloran por ti.
El ayer
Guadalupe Nuño
Indeleble imagen
surca mi historia
que con piedras
quise un día cubrir.
Apareces de repente
sin llamarte entre nieblas
cuestionando mi palpitar.
Corro, huyo de ti
para que no me profanes
como ayer.
Créeme, no te necesito,
sòlo eres sueño y recuerdo,
luna que se hace agua.
Ayer tarde
Guadalupe Nuño
La tarde es una larga conspiración de sombras.
Alza voces remotas.
Asalta la morada de los ídolos y las interpretaciones.
Incendia un corazón como un paisaje.
Arrasa anega ciega; no limpia las palabras.
Alumbra una isla y extiende una rama
al paso de los pájaros.
Acoge cuanto nace del hambre, de la sed
y muere en el silencio.
Su amor no limpia
el llanto, el rastro de estar vivos.
Boda en Caná
-por Humberto González GalvánTinaja llena,
copa vacía.
HGG.
Se acaba el vino
pero no habrá milagro.
No hay mano que bendiga.
Yace en la arena olvidada una copa vacía
hijo del hombre el hombre.
El agua aguarda
sed al sediento.
Agua, agua queda
como agua aguarda,
agua queda agua
sed en la tinaja llena.
La fiesta terminó.
Los invitados se van,
por el desierto vuelven
alegres a sus tiendas.
Cantan y ríen y bailan...
¡qué importa una copa más!
¡qué importa una copa menos
de vino al sediento de agua?
Boda en Caná
-por Humberto González GalvánTinaja de agua llena,
copa sin vino, vacìa.
HGG.
Se acabó el vino pero no habrá hoy milagro.
No hay mano divina que bendiga la tinaja de agua.
Yace en la arena una copa rota: un hombre.
Hijo de un hombre y una mujer el hombre es también un hombre.
Un hombre que habla y que de improviso dice: ...no ha llegado mi hora.
El agua aguarda una sed en el desierto y la sed del sediento busca en el desierto su agua.
Aguardar y buscar. El agua queda agua y aguarda en la arena, en la tinaja, como agua a su
sediento de agua...
...agua, agua queda.
Agua, agua aguarda,
¡sed agua en la tinaja llena!
¡sed agua en el desierto!
La fiesta terminó. Los invitados se van. Por el desierto vuelven alegres a sus tiendas. Cantan y ríen
y bailan y gritan y saltan... sus huellas se borran de la arena… ¡qué importa una copa más o una
copa menos! ¡qué importa el vino al sediento de agua?... no ha llegado mi hora.
Remedio para el fin del amor
Por Sealtiel Alatriste
Reforma
Para mi hija Cecilia, en este doloroso momento de su vida.
15 de junio de 1924: Para consuelo y gloria de los enamorados, se publican los Veinte poemas de amor
y una canción desesperada, de Pablo Neruda.
Hay quien dice que para escribir poesía se tiene que ser joven, que los grandes poemas de la historia
los han escrito los poetas antes de cumplir treinta años. Es posible que, más que a otra, la sentencia se
pueda aplicar a la poesía amorosa, poesía de juventud por excelencia, que acompaña el momento
incierto del enamoramiento y alumbra la pasión deslumbrante que por lo general se experimenta en los
primeros escarceos sentimentales. En cualquier caso, es cierto que el fuego arrebatador de algunos
poemas se debe a que fueron escritos al amparo del entusiasmo juvenil de sus creadores.
Pablo Neruda escribió su famoso poemario en un momento particularmente melancólico, y no fue,
curiosamente, producto de un amor, sino de la angustia de no saber si tenía, o si tendría alguna vez,
una voz poética propia. Él mismo lo cuenta en su biografía: una noche, poco tiempo después de haber
publicado su Crepusculario (donde está su famoso Farewell), se sintió invadido por el aliento creador.
"Me embargó una embriaguez de estrellas, celeste, cósmica", dice, y se puso a escribir de forma
delirante el primer poema de un libro futuro. Cuando al día siguiente se lo mostró a un amigo, éste creyó
ver una cierta influencia de un desconocido escritor uruguayo a quien Pablo admiraba, Sabat Ercasty.
Confundido por la oscura influencia, Neruda quiso saber qué pensaba el mismo Ercasty de su poema y
se lo envió. La respuesta, a pesar del halago, desconcertó al joven poeta: nunca había leído algo tan
logrado, le dijo, pero efectivamente había algo suyo en aquellos versos. Neruda creyó que aquella
influencia desconocida era una condena; había escrito amparado por el viento incontrolable de la
inspiración, por lo más íntimo que creía haber desarrollado hasta ese momento, pero era la voz de otro
poeta la que lo había animado. "Debí desconfiar de la inspiración", se dijo, y empezó a escribir de nueva
cuenta en busca de su voz, cortó con la elocuencia, rompió y volvió a romper originales, hasta que
consiguió terminar un libro escueto y maravilloso: Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
Cuando uno lee este poemario piensa que su autor concibió cada verso, cada palabra, al amparo de un
amor, o mejor, buscando amparo en sus poemas para un amor que había acabado. No fue así. En el
recuerdo, en la memoria de sus amores y desamores, Neruda buscaba su íntima tristeza y alegría,
como si supiera que la emoción del amor ocurre a solas, bajo la estela de la pareja, alentada por el calor
de un cuerpo que ya no está ahí, pero cuya reverberación continúa en nuestra alma hasta permitirle
tener una voz propia. Como sucede con el orgasmo, que dura una fracción de tiempo, pero cuya
hondura puede abarcar años inabarcables, los Veinte poemas le permitieron a Neruda saber quién era,
y a nosotros, sus lectores, poder descifrar las intangibles emociones de sabernos enamorados.
"Siempre me han preguntado cuál es la mujer de mis Veinte poemas, pregunta difícil de contestar",
escribió Neruda. "Las dos o tres que se entrelazan en esta melancólica y ardiente poesía corresponden,
digamos, a Marisol y a Marisombra". La primera, la mujer idílica que alumbra las noches estrelladas; la
segunda, la estudiante taciturna de los encuentros apasionados en los escondrijos de una ciudad; las
dos, la bienamada que vive en el recuerdo y que posee el alma de las mujeres de las que nos vamos
enamorando a lo largo de la vida. El libro de Neruda es tan tremendamente emocionante, tan
tremendamente efectivo, porque nos permite ocupar un espacio, comprender el lugar en el que muchas
veces hemos estado sin saber que nos encontrábamos ahí, e intuir que para saberlo, para comprender
lo que nos ha sucedido, es necesario buscar nuestra propia voz. Cuando se lee un verso como: "Para
sobrevivirme te forjé como un arma, como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda", uno
entiende que sí, que alguna vez ha hecho un arma del cuerpo que se entrega, con el calor y las risas de
la pasión, y uno descubre que amar es lanzar la jabalina que acaba de lanzar. Los versos de Neruda
facilitan el tránsito de la emoción sin sentirnos cursis, permiten que los sentimientos a flor de piel, que
tanto pueden avergonzarnos, nos quemen hasta hacernos desaparecer en una dimensión que está más
allá de lo falso. No podría asegurar qué representan para el lector actual, pero para mi generación y las
que le precedieron, los Veinte poemas fueron la piedra de toque para comprender, no la naturaleza del
amor, sino la razón de habernos enamorado una y mil veces y saber que esa "Hoguera de estupor en
que mi sed ardía. Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma", estará ahí, como una quimera, para volver
siempre a nosotros.
Creo que el poemario de Pablo Neruda es un canto a la esperanza. No hay nada más triste que el final
del amor, y por la razón que sea, por la muerte del amado o por un simple gesto de adiós con que nos
abandona, siempre nos sentimos rechazados. Los hombres, las mujeres, estamos inermes frente a este
sentimiento, nadie rechaza que lo halaguen, nadie acepta que lo rechacen, y por eso, el final trágico o
desencantado del amor nos parece el fin de la vida. Los versos de Neruda -melancólicos y cantarinos,
los más tristes que uno pudiera imaginar, nostálgicos como la noche callada y constelada, alegres como
la mariposa de sueño que se parece a mi alma- hablan del sentimiento que regresa, de que el amor es
terco como un perro que ladra a la vuelta de la esquina. "Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido",
nos dice el poeta con esa voz sin estridencias que supo desentrañar de su alma, para revelarnos que el
breve verano de la anarquía del enamoramiento siempre esperará agazapado para acabar con el largo
invierno del desamor.
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