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Oración del reloj Señor, hoy quiero estar un ratito contigo. Ya ves, he mirado el reloj. No me lo tomes a mal. Tú creaste el tiempo, y te fijaste un tiempo para crear, un tiempo para nacer, un tiempo para morir, nunca te fijaste un tiempo para amar, el tiempo lo creaste para eso, para amar. El reloj, es el invento más bonito, el que más podría ayudar al hombre. ¡Qué bueno sería convertir al “segundo” en la medida universal del amor! Cada segundo un acto de amor, ¿qué te parece, Señor? Sería precioso, ¿verdad? Sí ya lo sé. Eso también lo inventaste Tú: cada segundo es un latido de tu amor. En mí, por desgracia, no es así, y a fuerza de tenerte a mi alcance, te olvido como al mismo reloj. Pero sabes también que ese mirarte de vez en cuando basta para orientarme y seguir. Me apena constatar que no están sincronizados mi reloj y mi corazón y que falta más éste que aquél. Quiero, Señor, que seas para mí como el reloj, al que tanto miro y tanto cuido, el que me orienta y despierta, tan mío ya como la piel. Nada tan metido en mi vida, nada tan unido a mi cuerpo como el reloj, noche y día, día y noche, como dueño y guardián de todo lo creado; hasta el sol cada mañana parece pedir permiso para salir y caminar luego a su compás. Él fija las horas de los enamorados, sella nacimientos y compromisos, orienta descarriados y olvidadizos, y castiga con más agobios a los ya suficientemente torturados por tantas prisas. Damos, Señor, vueltas y más vueltas. Como agujas locas que buscan norte, vueltas como la vida, en esa ruleta gigante, y cuando nos cansamos de girar, y nos paramos, llegamos a Ti. Ojalá, Señor, la aguja de la ruleta de mi vida, al parar, señale el corazón. Sería el premio, el sueño de mis sueños, porque detrás del corazón estás siempre Tú, mi Señor. Pongamos, Señor, ahora mismo nuestros relojes en hora. Mi futuro está asegurado, si Tú adelantas, detrás voy yo; si el mío adelanta, detrás vas Tú. Tic, tac, tic, tac… Toda la vida ya, Señor, sincronizados, en eterno diálogo de amor fecundo: Tú me dices Tic, yo te llamo Tac. Y cuando quieras contar conmigo y me preguntes “¿sí?”, te responderé en seguida “¡ya!”. Señor, ya no te digo ni “adiós” ni “hasta luego” porque estás en mi reloj, que desde hoy forma más que nunca parte de mi yo, y desde hoy más que nunca parte de Ti, mi Dios. Alfonso Francia