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EL CAMINO DE LA REALIDAD. (NO ES UNA EXCUSA PARA VOLVER A HABLAR DE FÚTBOL) Piensa por un momento cómo te has sentido delante de alguien con quien te une una gran confianza. Delante de un amigo, una novia, tu cónyuge, un familiar… Donde hay una confianza verdadera hay un sentimiento de comunión. No es que me vaya a poner cursi, eh?, es que no sé decirlo mejor: en la confianza auténtica, donde hay verdadero amor, del tipo que sea, se da entre las personas una comunión, que es como si vertieran cada una un poco su pecho en la otra, su corazón. Y un poco también es como si estuvieran la una en la otra, por el amor. El amigo está en el amigo, la esposa está en el esposo, el esposo está en el corazón de la esposa, el hijo está en la madre… y así podríamos seguir. Uno está presente en el otro. Esta presencia es una presencia afectiva. Un sentimiento, por así decir: lo notamos. Las dos personas están unidas, la una en la otra. Es una comunión y está comunión es afectiva,… se siente. Pero además, si te fijas, este sentimiento de comunión nos mueve, y lo hace en una dirección muy concreta: nos mueve hacia una unión más profunda y real con la otra persona. Esto lo saben bien los matrimonios que han crecido en el amor. Al principio hay un sentimiento de unión, una unión verdadera, pero que sólo es afectiva. Un enamoramiento. Y ese enamoramiento nos llama a entrar por un camino… que es el camino de la realidad, de la vida, donde las cosas ya no son siempre tan dulces como en ese tierno inicio, pero en el que, sin embargo, a través de los días, el amor se ha hecho cada vez más profundo, y esa unión, que al comienzo sólo era afectiva, se va haciendo más real, todavía más verdadera. Así, podríamos decir que la vida, efectivamente, consiste en crecer en el amor, pero que crecer en el amor es pasar de una primera unión afectiva con otra persona a una comunión más profunda y real, y que eso, precisamente eso, es en lo que consiste aprender a amar. Vivir es pasar del sentimiento a la realidad. En la realidad hay también sentimientos, pero hay otras muchas cosas, e incluso a veces el sentimiento puede estar oscurecido. El amor se ha hecho real cuando no olvida el calor del primer día, pero sabe que está llamado a algo mucho más grande que un simple sentimiento, a un fuego que es el del verdadero amor: ese que es capaz de mantenerse fiel en las dificultades, alegre en la esperanza. Aunque duela, porque el día de hoy sea una espina, sabe que tiene una rosa entre las manos. (No es cursilería, eh?, que es verdad, pero es que no es fácil expresarlo con la exactitud y la belleza que merece algo tan grande). Ese aprendizaje del amor es un aprendizaje de realidad. ¿Qué son las virtudes? Pues las virtudes son en cierto modo la transformación de esa comunión afectiva inicial en una comunión real. Son el amor hecho realidad en nosotros. Imagínate un niño pequeño al que le entusiasma el fútbol. Le encanta, pero es un renacuajo: el balón le llega a la cintura, no sabe golpearlo, ni regatear al enemigo, y además es un poco chupón y aún no ha aprendido a jugar en equipo. Tiene que aprender, adquirir las cualidades que le convertirán en un buen jugador. Pues, de la misma manera, hay unas cualidades que nos capacitan, no para ser buenos jugadores de fútbol, sino para ser, de verdad, la persona que somos, para poder amar y vivir a la altura… del corazón que Dios no ha dado. Estas capacidades son las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Y, las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad –es decir, el amor que viene de Dios. Sin ellas, la vida es como un balón de fútbol que nos llega a la cintura, tampoco sabremos jugar en equipo, ni regatear las dificultades, ni encajar una derrota, ni celebrar los goles, ni disfrutar de las victorias. Bien pensado, podríamos dedicar ahora las próximas reflexiones a hablar un poco de cada una de ellas.