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VERDADES, INCOMODIDADES Y ESPERANZAS.
Gradualmente, como un atardecer suave pero doloroso,
sobre este mundo sembrado de millones de armas y de
por lo menos 30 conflictos armados y sangrientos, está
cayendo una noche ambiental caliente y oscura, un
período que, en la fracción miserable que es la vida de
cada uno de nosotros, parece nada. Pero que para la
Tierra puede serlo casi todo.
En Siberia y Cantabria, durante el último invierno
europeo, se informó que los osos habían dejado de
hibernar y salían a cazar inusualmente, debido al
aumento de temperatura. En el Ártico, a su vez, se
desprendió un pedazo de hielo de 66 kilómetros
cuadrados, bastante antes de lo que se había previsto y
para espanto de osos y focas.
A quienes creen que estas preocupaciones son
demasiado zoológicas, hay que decirles que, según la
ciencia médica, la malaria ha comenzado a desplazarse
a lugares menos tropicales y que la previsión es que,
ayudada por el calor, escale montanas. A un ritmo tal
que, de pronto, un día llegue a esos lugares donde hoy
día no se quiere jugar al fútbol.
¿Y qué decir de los huracanes cada día más frecuentes e
intensos, que asolan ferozmente El Caribe y sus
cercanías y que anuncian un 2007 aún más turbulento?
¿O de los glaciares que se van disolviendo, entre
lágrimas de heladas, en la Patagonia, Bolivia, Tanzania
y en nuestro propio país, dejándonos con una tibia
nostalgia de su belleza?
El libro de Al Gore que hoy presentamos, al observar
este inquietante panorama, lanza una sentencia
angustiada: de las dilaciones está llegando a su fin; en
su lugar, “estamos entrando en un período de
consecuencias”. Cual personajes trágicos, hemos pasado
de protagonizar “2001, la Odisea del Espacio” a hablar
de “Una verdad incómoda”.
El calentamiento global ya no es ciencia ficción, como
coreaban el otro día en las calles de Lima un grupo de
niños frente a la embajada alemana. Por eso, en la
reciente cumbre del G-8, realizada justamente en
Alemania, ése fue el principal tema de controversia y
debate; fue el punto G de las tensiones entre los países
más poderosos del globo.
La política internacional ya no se puede pensar
evadiendo el cambio climático por una razón: la
amenaza es tan real que –en un plazo no muy largo y
aún hoy mismo que hablamos- puede poner en riesgo, la
economía, los negocios, los viajes, el abastecimiento de
agua y alimentos, la seguridad humana, la
infraestructura, la paz mundial.
Gore lo advierte en su libro y un informe sobre el
cambio climático, preparado por Andrew Marshall, un
importante asesor de seguridad norteamericano, lo
confirma. Según él, “parece innegable que los graves
problemas medioambientales son susceptibles de llevar
a una escalada de conflictos en el mundo”. En suma, a
guerras por la supervivencia.
Yo diría que eso ya está ocurriendo. En el Medio
Oriente, por ejemplo, las frecuentes, violentas y penosas
escaramuzas entre palestinos e israelíes se dan en
escenarios donde el agua es un bien escaso; se lucha por
un territorio y por lo que contiene ese territorio, ¿qué
va a pasar el día en que no abunden tierras con recursos
para la vida, por modesta que sea?
Ante la inminente gravedad del problema del
calentamiento global, han aparecido ciertos escépticos,
algunos serios y otros francamente sospechosos. El
argumento más socorrido es que el clima terrestre
siempre ha estado cambiando, que esto no es ninguna
novedad y que una prueba, palmaria, es la alteración
global que un día pulverizó a los dinosaurios.
Siendo ciertas algunas de estas afirmaciones, un dato
demoledor es que la aplastante mayoría de los
científicos del mundo está de acuerdo con que estamos
frente a un problema. En el libro Gore lo explica con
estas palabras casi incontestables: “un acuerdo como el
que se ha construido alrededor de este problema es raro
en la ciencia”.
Pocas veces, ha habido tanto consenso y tanto susto. El
Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático,
entidad promovida por la ONU para estudiar el
fenómeno, apenas le otorga 5% de posibilidades a la
hipótesis levantada por los escépticos. Lo altamente
probable, lo demoledor, es que somos nosotros, los
homo sapiens, los responsables del problema.
Esto desbarata incluso un argumento ciudadano que
escuché, no hace mucho, en una conocida radio limeña.
Un señor, muy indignado, sostenía que antes los
científicos nos asustaron con la explosión demográfica y
hoy nos asustaban con el calentamiento global. Que
todo era una farsa porque, al final y como siempre, no
iba a pasar nada.
Lamento decirle a ese caballero, que no sé si está en la
sala, no sólo que está equivocado, sino que los
demasiados humanos ya nos convertimos en un
problema. No sólo por ser la única especie que se ha
reproducido una cantidad de individuos de manera
desquiciada, sino porque, para vivir, esos individuos
han deteriorado la calidad de vida del planeta.
Si necesitáramos más argumentos, volvamos a la
política y veamos que hasta el actual presidente
norteamericano George W. Bush, tan desamorado
siempre con el Protocolo de Kioto, hoy procura inventar
su programa alternativo de lucha contra el cambio
climático.El problema es tan serio que, incluso, puede
llegar a remover mentes amuralladas.
El problema demográfico es el principal problema
ecológico y es más peligroso, por cierto, que la píldora
del día siguiente. Pero el principal obstáculo para
enfrentar lo que Gore llama “el mayor desafío de la
civilización” es la transformación no sólo de nuestras
leyes sino, también, de nuestra cultura, de nuestra
cosmovisión, de nuestra moral.
Necesitamos reinventar la política, la economía, la
educación, la cultura, la medicina, los transportes, las
industrias. La alerta candente del calentamiento global
nos llama a una transformación social y personal, a
iniciar un lento y difícil, pero indispensable, cambio en
nuestra forma de ver el mundo, comer, caminar,
trabajar, viajar y hasta despertarse.
Eso vale para todo el mundo y ciertamente para el Perú,
que junto con Honduras y Pakistán es uno de los tres
países más vulnerables a los cambios climáticos. Los
señores de CONAM, acá presentes, lo deben saber y es
tiempo que lo digan: proyectos tan acariciados como
Sierra Exportadora pueden naufragar si se ignora este
crudo problema.
Si sigue subiendo la temperatura, podemos comenzar a
ver plagas en las plantaciones, más inundaciones,
sequías y hasta más friajes. El clima se está
desbordando, lenta pero firmemente, y no podemos
hacer como los asustados pobladores europeos del siglo
XIII, que ante la impronta de la tenebrosa peste negra
optaron por el desvarío o la fe sin rumbo.
Estamos a tiempo no para solucionar el problema,
porque ya tiene una cuota irreversible e irremediable,
como sostienen los científicos. Estamos a tiempo para
mirar con dignidad la historia que nos ha tocado vivir,
para cambiar lo que podamos y para dejarle a los más
jóvenes, a nuestros hijos o a nuestros nietos la
posibilidad de seguir luchando…
Porque la vida humana siempre fue una constante lucha
contra la naturaleza, entre los mismos humanos y
contra nuestras propias locuras. La locura mayor, hoy,
en el siglo XXI, sería ignorar este problema, pasarlo por
agua caliente, cuando lo que, paradójicamente, nos está
diciendo es que el mundo está ardiendo más que de
costumbre.
Al Gore lo retrata bien en este libro, al que se le puede
criticar sus incrustaciones históricas y políticas, sus
guiños familiares. Pero al que no se le puede negar su
valor como documento de trabajo, como divulgación
científica, como invitación periodística y, finalmente,
como libro de cabecera en este tiempo de susto y
renovación.
RAMIRO ESCOBAR, 11 de junio del 2007