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MODELO ECONÓMICO CHILENO: ALGUNAS PROPUESTAS DE CAMBIO DESDE
UNA PERSPECTIVA HUMANISTA CRISTIANA
Juan Guillermo Espinosa
El desarrollo económico de Chile en los últimos 17 años se vinculó crecientemente a la apertura
de nuestro comercio internacional y a la drástica reducción de los aranceles, así como también a
los múltiples acuerdos de libre comercio con los más diversos países de los cinco continentes del
mundo.
Esta estrategia de apertura comercial, iniciada primero en forma unilateral durante el gobierno
militar y continuada en forma pactada después por los gobiernos de la Concertación, unida a una
adaptación de las políticas monetaria y fiscal a esta apertura, ha tenido importantes resultados, así
como nuevos problemas. Nuestras exportaciones están creciendo a tasas muy elevadas que han
pasado de cerca de 19 mil millones de dólares ya en 1998, a más de 50 mil millones de dólares en
este año 2006.
Insuficiente Provecho
Contrario a la multiplicidad de acuerdos, la gigantesca ampliación de los mercados para los
productos chilenos está lejos de ser plenamente aprovechada. Chile hoy dispone de una demanda
externa muy superior a los productos que es capaz de ofrecer y, en general, nuestra oferta
exportadora sigue muy poco diversificada, concentrándose todavía en productos primarios y
aquellos “vinculados a la naturaleza”.
Dada las fuertes alzas de las materias primas en los últimos años, en nuestro caso en los precios
del cobre, el molibdeno y otros, y a la fuerte inversión privada en nuevos yacimientos mineros, el
cobre ha llegado a representar más de un 54% de nuestras exportaciones. A su vez, en los
productos “nuevos”, el vino, los salmones y las frutas son los que se han desarrollado con mayor
velocidad. También las exportaciones de madera aserrada se han triplicado en los últimos 6 a 7
años. Asimismo, si bien en las estadísticas hay un importante crecimiento de las exportaciones
que se clasifican como “industriales”, más del 80% de ellas corresponde semi-manufacturas:
alimentos, productos forestales y derivados, que incluyen el papel y la celulosa.
Poco Uso de Mano de Obra
El problema de fondo con este nuevo enfoque de crecimiento es que las actividades que
comprende son mucho menos intensivas en el uso de mano de obra que aquellas más
tradicionales vinculadas a la construcción y a los servicios, que, por lo demás, son de menor
complejidad técnica y en donde los grandes grupos económicos del país obtienen sus grandes
fortunas hasta el día de hoy. Algunas de las actividades vinculadas al mundo exportador además,
ejercen fuerte demanda de trabajo solo en determinadas épocas del año, lo que genera el
fenómeno del trabajo temporal y los temporeros. Muchas de ellas han venido quedando en manos
de grandes empresas, intensivas en el uso de capital y que cuentan con los últimos adelantos
tecnológicos, los que tienden a ahorrar cada vez más trabajo.
En definitiva, Chile, bajo este enfoque del desarrollo, cuyo motor principal es la apertura y las
exportaciones, ha venido experimentando progresivamente un tipo de crecimiento con muy poco
empleo. Cuando se comparan los censos de 1992 y el de 2002, para el total de la población del
país, mientras el producto aumentó en un 62,5%, el empleo aumentó tan solo en un 20,1%,
mientras que los desocupados más que se duplicaron.
Este es un resultado mixto que, por un lado, es altamente satisfactorio para los empresarios y
economistas ortodoxos, ya que refleja un fuerte aumento de la productividad en el país a lo largo
de la última década. Sin embargo, a la vez, es una muy mala noticia para la mayoría de la
población, porque refleja el fuerte avance del desempleo y explica el porqué en todas las
encuestas de opinión pública desde hace mucho tiempo el problema principal manifestado por la
gente es el desempleo, la inestabilidad en el trabajo y las bajas remuneraciones.
En nuestro país, en promedio y para el período 1986–2003, por cada 1% de crecimiento del
producto, se ha generado tan solo un 0,3% de aumento en el empleo. Esto ocurre a pesar de
todos los programas y subsidios aplicados en los últimos años. Probablemente sin ellos, la
generación de puestos de trabajo habría sido aún bastante menor.
Entonces, en la situación actual de nuestra economía, para hacer crecer el empleo en un 1%, se
necesita un aumento del PIB del orden de un 3,3%. Como la población de Chile de 15 años y más
crece por sobre el 1% anual, se requiere un 3,3% de crecimiento por año solo para mantener los
niveles de desempleo actuales, que son bastante elevados.
Algunas de las Grandes Tareas Pendientes
Es por lo anterior y mucho más, que la Concertación y la DC siempre, en sus programas de
gobierno, han priorizado a la gente, al empleo y a la protección social que son los elementos
básicos de una Economía Social de Mercado. Por lo tanto, una tarea prioritaria y determinante
para los próximo años es aumentar la capacidad de generación de empleos que acarrea el
crecimiento de la economía nacional. Naturalmente, una solución que parece fácil es la de
incrementar la tasa de crecimiento del producto, de manera que, por ejemplo, para llevar la tasa
de desempleo a un rango de 5,5% en los próximos 3 años, sería necesario una tasa de
crecimiento de 6,5% por año.
Sin embargo, las perspectivas no son promisorias, tanto con los nuevos tratados internacionales y
mientras se mantengan las políticas económicas que inducen a exportar principalmente productos
mineros, agrícolas y forestales, con relativamente poca elaboración dentro del país.
La aparentemente sencilla formulación de “dar mayor valor agregado a nuestras exportaciones”
requiere, de manera fundamental, de un conjunto de políticas macro y micro económicas nuevas,
más equitativas, más innovadoras, más igualadoras y más modernas de las que el país dispone,
las que, en alta proporción, se quedaron en los enfoques más ortoxodos y rígidos del gobierno
militar. Por lo tanto, dar mayor valor agregado a nuestras exportaciones no es algo tan fácil,
especialmente en el medio chileno, que hasta el día de hoy está repleto de leyes de amarre,
restricciones e imposibilidades, que la Concertación más bien ha venido silenciosamente
asumiendo y adoptando, mientras la derecha más encima exige resultados.
La dimensión fundamental que debe tenerse presente ante cualquier programa de reformas, es el
principio básico humanista y cristiano que destaca que la economía está al servicio de las
personas, del ser humano y no al revés. Sin perjuicio de lo anterior, es claro que hay políticas de
carácter más técnico-específicas y otras más generales, más claramente identificables con líneas
de acción que están al servicio de la gente.
A modo de ejemplo, entre las políticas más específicas -que igualmente deben estar atravesadas
por el concepto de: primero priorizar a la gente y en especial a los más débiles- se pueden
mencionar:
- Nuevas políticas de comercialización que logren diferenciar nuestros productos en el exterior,
pero ahora con mucho mayor apoyo público orientado, principalmente, a los exportadores
medianos y pequeños, específicamente a las Pymes;
- Establecimiento de un sistema financiero con normas claras, que verdaderamente acoja no sólo
a las grandes empresas sino que, en mucho mayor proporción, incorpore a las pequeñas y las
micro empresas;
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- Un programa especial de adiestramiento y acompañamiento a todos los trabajadores del sector
exportador de pequeñas y medianas empresas que deben entender nuevos procedimientos y
técnicas y adaptarse a condiciones distintas de las tradicionales;
- Un programa especial de acompañamiento, asesoría y de subsidios para empresarios medianos,
pequeños y de micro empresas, dispuestos a exportar con una visión mas moderna de carácter
integrador y participativo.
El Capital Humano, el Capital Social y las Políticas Sociales
Ciertamente no es posible desarrollar en detalle los puntos anteriores, sin embargo es posible
señalar que la más importante reforma económica, social y política, que en alta proporción aún
está pendiente y, lo más importante, que atraviesa a todos los puntos anteriores y otros que
mencionaremos más adelante, se refiere a las reformas que eleven la calidad y amplitud de
nuestro capital humano así como el capital social del país. Todas las reformas específicas
anteriores, incluidas las reformas a los partidos políticos y aún la reformulación de las políticas de
gobierno para hacerlas más apropiadas y democráticas, dependen de las personas, de su
capacidad, de sus grados de confianza, integración, democracia, solidaridad y valores
compartidos.
Por todo lo anterior y mucho más, la gran reforma que deben propiciar los humanistas cristianos
en esta etapa, es la mejora de las políticas sociales, especialmente de la educación y la salud (1).
Lo que no puede ocultarse es que, para elevar la educación, la salud, reducir la pobreza y, en
general, elevar la protección social del país, a los niveles de los países más desarrollados, es
necesario un aumento de los recursos disponibles del Estado que, más tarde o más temprano,
harán necesaria una reforma tributaria, que proporcione cuatro a cinco puntos adicionales del PIB,
especialmente destinados a mejorar la calidad y amplitud de nuestro capital humano y del capital
social del país.
Como se sabe, la acumulación de capital en una economía (la inversión bruta) –que es
indispensable para el crecimiento económico de cada país– puede asumir la forma de inversión en
capital físico, en conocimiento y en capital social. De estas tres formas de acumulación de capital,
Chile, al día de hoy, aún se encuentra relativamente rezagado en lo que se refiere al
conocimiento, es decir, al nivel y calidad de su educación, a la capacitación, tecnología y
conocimiento científico. Sin embargo, el mayor retraso lo presenta en lo que se refiere al capital
social, esto es, al grado de integración, armonía, el sentido de pertenencia, equidad, confianza y
cooperación, el grado de participación e injerencia en la toma de decisiones de todos los sectores,
especialmente los de más bajos ingresos, que caracteriza a nuestra sociedad.
Un país que se precie de moderno, que pretende competir exitosamente en el mercado global y
que aspire a ser una economía más justa y equitativa, tiene que asumir el desafío colectivo de
alcanzar algunos mínimos indispensables, para lo cual es fundamental identificar de manera más
precisa, todas las prestaciones o mínimos sociales que el país se compromete a garantizar a
todos sus ciudadanos.
La Modificación de la Institucionalidad Económica
Otra área fundamental en una propuesta humanista y cristiana, es la modificación de la
institucionalidad económica actual.
Hasta ahora, el Banco Central, maneja la Política Monetaria, Cambiaria y la Cuenta de Capitales,
mientras que el Ministerio de Hacienda ve la composición de los ingresos y el gasto público, el
cual es poco más de un 20% del gasto total, ya que el 80% es privado. Entonces, las áreas de
atribuciones del Banco Central son determinantes.
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En la lentitud del crecimiento y en los altos niveles de desempleo observados entre 1999 y 2003,
además de las propias omisiones del Ministerio de Hacienda, hubo una responsabilidad muy
importante del Banco Central. Ahí se echó de menos el trabajo conjunto para recuperar la
economía y elevar el crecimiento, como se hizo en los primeros años de democracia en el país.
El argumento típico de los economistas neoliberales, es que el Banco Central es autónomo y que
por lo tanto, no le corresponde “ninguna” responsabilidad en el ámbito del crecimiento y el empleo.
Sin embargo, debe recordarse que el establecimiento de la “autonomía” tenía como propósito
evitar los financiamientos obligados del Banco Central a los déficit anuales del presupuesto
público que, ciertamente en una economía más cerrada, tenían efectos inflacionarios. Nadie
discute esa autonomía.
La cuestión de fondo ahora es que resulta fundamental una coordinación para la marcha ordenada
de la economía del país, como se hizo en los años 90, en que hubo una concepción de esa
autonomía bastante mejor entendida que la que se ha argumentado a partir de los últimos años. El
Banco Central no puede ser “autónomo” de la economía del país y su ley orgánica debe ser
modificada. El país, puede tener solo una cabeza económica –que debe ser el poder ejecutivo-,
pues de otra forma las cosas no marchan bien.
Un área específica que requiere especial cooperación entre el Banco Central (BC) y Hacienda, es
la que se refiere al tipo de cambio. El momento actual de mayores excedentes por los altos
precios del cobre es muy representativo de lo que ocurre si es que no hay cooperación. Es natural
que, en circunstancias en que tiene tan grandes excedentes, el país pueda girar en términos de
mayor gasto alguna fracción prudente de sus mayores ingresos, dado que existen tantas
necesidades insatisfechas. No obstante, el BC lo impide, ya que la presión a la baja del tipo de
cambio y las “presiones inflacionarias” podrían ser más perjudiciales. Sin embargo, todos los
economistas saben que un mayor gasto y un mayor empleo pueden ser perfectamente acotados y
logrados, siempre que la política monetaria y cambiaria acomode este ajuste. Aquí entonces es
fundamental la cooperación del Banco Central, lo que no ha ocurrido.
Ya los temores inflacionarios de semestres anteriores han quedado despejados y nadie, menos el
BC, puede decir que en la situación actual no tiene responsabilidad. En un gobierno socialmente
responsable de los humanistas cristianos y la Concertación, para combatir la pobreza y el elevado
desempleo se debe avanzar en cambios razonados que en esta ocasión descansan en cimientos
muy sólidos. Contrario a las predicciones, sin embargo, una vez más el crecimiento en este 2006
no superará el 4,5%, aún cuando Hacienda ha señalado que el potencial de crecimiento del país
es de 5,3%, lo que indica que nos estamos alejando de nuestros objetivos, mientras parece
predominar una indiferencia generalizada, especialmente del Banco Central.
Reflexiones Finales y Algunos Conceptos Básicos para Avanzar Hacia una Economía
Social Moderna y Participativa
En el tiempo en que estamos viviendo, debemos reconocer que por todas partes asistimos a los
intentos por debilitar una visión humanista y cristiana del desarrollo, a una erosión de los principios
fundadores que están en la esencia de las sociedades modernas occidentales que son la persona
y, por consiguiente, la ciudadanía, la democracia y la solidaridad.
En nuestro país, al igual que en América Latina, estamos perdiendo el sentido del bien común y el
propósito de tener un proyecto común como nación. De alguna forma, el neoliberalismo nos ha
penetrado y se ha venido dando prioridad a los itinerarios y a las estrategias individuales y a los
bienes individuales considerados como la expresión irremplazable de la libertad y del éxito
personal.
Sin embargo, la presencia tan profunda de la pobreza y las desigualdades en nuestro medio,
representan una negación muy marcada del Estado moderno. La pobreza y la desigualdad son los
enemigos más erosionantes de la ciudadanía, lo que resulta en la exclusión social actual.
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Se nos ha hecho pensar e impuesto la creencia de que el Estado (que es el garante del interés
general) no es una buena cosa. La denigración de la función y del papel del Estado se ha
realizado a la par con el descrédito de la clase política y la función parlamentaria, que, al decir de
los medios de comunicación, ya casi no representan a nadie.
En todos los países desarrollados, y en especial en nuestras economías emergentes, las clases
más acomodadas y los grandes medios de comunicación financiados por ellas, han estado
socavando también al Estado de Bienestar y, por ende, a la Economía Social, considerándolos
como un lastre para las empresas y su competitividad.
Si dejamos que finalmente predominen estas concepciones y políticas, terminaremos dejando que
gane el libre mercado y que pierda la sociedad, es decir, que pierda la democracia.
Más allá del neoliberalismo y otras falacias de nuestro tiempo, debemos ser capaces de recuperar
una Política de Ideas, es decir, con contenidos que privilegien los conceptos de la persona
humana, de la ciudadanía, la solidaridad y el bien común, que recupere el comando y la
orientación de las políticas económicas y restablezca una concepción del Estado como garante
del Bien Común, para lo cual muy pronto debemos concebir un Estado mucho más democrático,
transparente, realmente al servicio de los ciudadanos y sometido a su control.
Debemos abrirnos a concepciones más modernas y menos materialistas, como bien lo destaca el
Premio Nóbel de Economía, Amartya Sen, en su obra Desarrollo y Libertad, en donde, al referirse
a la necesidad de una visión más humana y civilizada, adelanta una argumentación indiscutible,
destacando que el verdadero desarrollo no se apoya exclusivamente en lo económico, sino que es
una de las consecuencias del desarrollo político, cultural e institucional de una nación. De allí que
el bienestar material exige jueces independientes, elecciones limpias y frecuentes y medidas
efectivas y abundantes en materia de educación, salud y protección social, aparte de reducir las
compras de equipo militar. En síntesis, el bienestar requiere una democracia funcional,
participativa y verdadera.
NOTA DEL EDITOR:
La presente versión es una edición realizada por www.asuntospublicos.org del documento original,
titulado El Humanismo Cristiano y el Modelo Económico Chileno. Algunas propuestas de futuro.
Una versión más amplia de dicho documento está siendo presentada por su autor en diversas
instancias del Partido Demócrata Cristiano, en el marco preparatorio de su V Congreso Nacional,
a realizarse en Octubre de 2007.
NOTA AL PIE:
(1) Para mayor detalle sobre estas reformas, véase el libro de J. G. Espinosa Economía
Neoliberal versus Economía Social en América Latina, Ediciones CED y Dolmen, Marzo de
2001.
20/12/2006
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