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26 de Diciembre de 1996
El Sacerdote y la Misa
Conozco esta mística unión con Cristo a través del sacerdote
santo.
Es ahí, en la Misa, donde me encuentro con Jesús. Lo conozco
muy íntimamente.
Es a través de las manos de los sacerdotes santos, los que
están consagrados a los Corazones de Jesús y María, que
recibimos una inmensa derrama de la gracia de Dios, su vida
divina.
Oh, no sólo a través de los sacerdotes santos; la vida de Dios
fluye a través de cualquier sacerdote.
Oh, pero cuando un sacerdote es muy santo, en su unidad con
Cristo, la gracia fluye y fluye.
El estar en una Misa en donde el sacerdote está profundamente
unido con Cristo, es estar en una Misa en donde siento
verdaderamente la presencia de Cristo en el sacerdote. En toda
Misa, estoy muy consciente de que es Cristo el que la celebra por
medio del sacerdote. Pero cuando un sacerdote muy santo celebra
la Misa, siento ahí una presencia inmensa de Cristo. Siento la
corriente de su gracia y mi corazón se conmueve profundamente y
lloro por esta inmensa presencia de Dios. Estoy admirada. Yo me
uno a Jesús en cada movimiento del sacerdote, en cada palabra,
cuando el sacerdote está muy unido a Cristo. Siento a Cristo tan
vivo en él. Cada gesto, cada palabra que se dice, es como si Cristo
está presente ofreciendo el sacrificio y me alimento con su vida
divina.
Amo tanto a Dios. A través de las manos de los sacerdotes más
santos, caigo en éxtasis en la Misa porque estoy tan envuelta en su
amor divino.
Oh, quiero tanto a Dios. Anhelo por esta intensa unidad que
recibo en la Misa, cuando recibo a Cristo en la Eucaristía. Mi
corazón arde por recibir a mi Rey Divino.
Veo las manos, las manos de un hombre, un sacerdote, y veo a
Cristo en el sacerdote celebrando la Misa. Oh, la unión de Cristo y
el sacerdote en este Santo Sacrificio es algo que me transporta a
las alturas del cielo.
Estoy admirada del Dios omnipotente que está verdaderamente
presente a través de las manos del sacerdote. Oh Dios, te amo. Si
tú quitaras el regalo de la Misa y la Eucaristía, yo sufriría mucho.
Oh, amo tanto este regalo. Yo vivo cada día para asistir a Misa y
recibir la Eucaristía. Ansío por ésto. Mi día entero se centra en la
Misa y en mi recepción de la Santa Eucaristía. Oh lo amo, a mi
amado, en la Eucaristía. Yo veo esta fusión entre Nuestro Divino
Señor y el sacerdote y amo tanto a Dios.
Dios viene a mí en las manos de un hombre, pero veo esta
inmensa fusión en cada acción del sacerdote, en cada palabra
entre él y Jesús. En Misa voy a un lugar, un lugar que para mí es
como el cielo.
La Misa comienza y mi alma se llena de gran amor a Dios, y
deseo tanto unirme y ser uno con él. Yo conozco este lugar, como
ningún otro en la tierra, un lugar que contiene una inmensa
presencia de Dios, que fluye del sacerdote hacia mí. Amo tanto a
mi Dios. Mucho de este amor ha venido por asistir a la Misa,
celebrada por un sacerdote santo, uno que ha consagrado su
corazón a Jesús y María y tiene una unión muy profunda con
Cristo.
Mi corazón arde por esta Misa. Cuando él, el sacerdote santo
de Dios, celebra la Misa, veo esta fusión entre Nuestro Divino
Señor y el sacerdote y amo tanto a Dios. Los Sacramentos son
encuentros especiales con Cristo para dar vida divina.
¡Oh vida, Oh, vida divina, Oh, fuente de la vida divina de Cristo
que fluye a través de las manos de un sacerdote santo! Yo anhelo,
tengo sed, quiero este gran regalo dado de Dios.
Cristo comparte su vida conmigo y lo conozco.
He desarrollado esta gran relación de amor con Mi Dios a través
de las manos de un sacerdote santo celebrando la Misa y por la
adoración ante el sagrario.
Me enamoré de Jesús en estos momentos más íntimos en la
Misa, especialmente después de la Comunión cuando él se entrega
a mí.
Me enamoré de mi precioso Jesús mientras él permanecía
oculto en el sagrario, oh pero, ¡su presencia y su vida! El derramó
su vida hacia mí y me enamoré de mi Dios Divino.
Oh, cómo escribir, porque el escribir es limitar este gran regalo
de Dios mismo a un papel y una pluma y eso no es nada
comparado a lo que es en realidad.
Oh, quiero tanto a Jesús. Quiero estos preciosos momentos en
la Misa cuando me encuentro tan vivamente con Cristo al
entregarse a mí.
¡Cómo se le trata a Nuestro Señor y él se entrega a nosotros y
nos da su amor!
Oh la Misa, la amo tanto de principio a fin. Anhelo la Misa.
Quiero estar ahí y pido la mayor gracia para unirme muy
profundamente a Nuestro Señor.
¿Por qué no hay más vocaciones, con ese honor tan grande que
Dios les da a su sacerdotes?
Ser sacerdote es el honor más grande que Dios le concede a un
hombre. Dios le da al hombre el poder de convertir el pan y el vino
en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo.
Dios le da al sacerdote el poder de Bautizar, de elevar una
naturaleza humana hacia una en la cual la persona participa de la
vida divina.
Dios le da al sacerdote el poder para perdonar los pecados, lo
que hace la diferencia para una alma muerta en pecado.
Dios le da semejante poder al sacerdote, grandioso regalo le ha
sido dado al sacerdote.
¿Por qué no hay más jóvenes sacerdotes?
Muchos sacerdotes no se dan cuenta del gran regalo que Dios
les da.
Me siento en la banca de la iglesia y soy alimentada por Cristo,
quien celebra la Misa por medio del sacerdote. Entro en éxtasis al
ver al sacerdote fusionarse con Cristo y siento a Cristo celebrando
la Misa a través del sacerdote.
Oh, soy alimentada. Oh, soy tan susceptible a cada gesto, a la
manera en que el sacerdote pronuncia la Palabra de Dios. Yo
siento a Cristo hablarme mientras el sacerdote lee las escrituras.
La Palabra me alimenta. Las palabras dichas por un sacerdote
santo penetran en mi corazón y en mi alma. Es como una espada
de dos filos. Siento todas las palabras en mi ser, cada palabra en
lo más hondo de mi ser.
Amo mucho a Dios y amo al sacerdote. Amo la Eucaristía. Amo
las manos que me dan a mi Dios. ¡La Misa es el regalo más
grande del amor de Dios!
¿Entonces por qué no hay vocaciones? El sacerdote debe
entregarse en la consagración a Jesús y María para estar muy
unido con Cristo.
Cuando el sacerdote ame a Jesús con todo su corazón, con
toda su mente y con toda su alma, el hombre que está siendo
llamado al sacerdocio verá el gran honor que es ser un sacerdote y
los hombres se congregarán en el seminario.
¡Oh sacerdotes lleven su sacerdocio con orgullo! A ustedes se
les ha dado el honor más grande otorgado a un hombre - el título
de sacerdote!
El sacerdote debe amar a Dios con un corazón ardiente y amar
a su gente con el Corazón de Jesús.
Es maravilloso ser amados por el sacerdote en la Misa. El
sacerdote debe amar su rebaño, a tal grado que moriría por ellos.
Debe amar tanto a Cristo que se entrega totalmente a él sin
reservas.
Amor es dar. El sacerdote debe entregarse totalmente a Dios
para tener una unión apropiada con él.
Oh, cuánto nos une la Misa en un solo cuerpo, en el Cuerpo de
Cristo. Yo me hago uno en él. Usted se hace uno en él. Somos un
cuerpo en él. Su vida fluye a través de su cuerpo, la Iglesia.
Oh, fuente de vida, la Iglesia - fluyendo sobre el pueblo de Dios.
Su abundante gracia fluye a través de la Misa.
La vida fluye del padre, en el Espíritu Santo, a través del
Corazón traspasado de Jesús, por medio del corazón de María, a
nosotros.
Nosotros somos un cuerpo. La vida fluye a través de nosotros.
Nos alimenta y nos hace íntegros.
La vida de Dios fluye en su Iglesia por medio de la Misa y los
Sacramentos.
Oh, Dios, protege lo que tu mano derecha ha plantado.
Sal. 80:14-18:
¡Oh Dios Sabaot, es hora de que regreses;
mira de lo alto del cielo y contempla,
visita esta viña
y protégela, ya que tu derecha la plantó!
Los que le prendieron fuego como basura,
que perezcan al reproche de tu mirada.
Que tu mano apoye al hombre que hace tus obras,
al hijo del hombre que has hecho fuerte para ti.
Ya no nos apartaremos más de ti,
nos harás revivir y tu nombre invocaremos.
Jn. 15:5-6:
Yo soy la vid
y ustedes las ramas.
El que permanece en mí y yo en él,
ése da mucho fruto,
pero sin mí no pueden hacer nada.
Al que no permanece en mí
lo tiran
—y se seca;;
como las ramas, que las amontonan,
se echan al fuego
y se queman.
Dios es la viña, nosotros somos las ramas. Necesitamos su vida
o nos secaremos y moriremos.
La gente celebra copiosamente la vida divina de Dios que fluye
abundantemente a través de las manos del sacerdote santo en la
Misa.
La vida de Dios fluye como una fuente sobre su pueblo santo.
El sacerdote es como la abertura por la cual esta fuente se
derrama.
Cuando un sacerdote ha entregado su corazón a María, esta
vida divina fluye como una regadera a través de su Inmaculado
Corazón, bañando la tierra con la gracia resplandeciente de Cristo.
Oh, qué abundantemente fluye tu gracia, Señor.
Esta fluirá en proporción a nuestra entrega a Jesús y María.
En Fátima María le dijo a Jacinta: "Di a todos que Dios concede
gracias a través del Inmaculado Corazón de María. Diles que pidan
gracia de ella y que el Corazón de Jesús desea ser venerado junto
con el Inmaculado Corazón de María. 1