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El AGUA ES VIDA
Éxodo 17, 3-7
Romanos 5, 1-2-5-8
Juan 4, 5-42
P. Gerardo Coté, sme
Pastoral de Comunicación Social
Vicariato Apostólico de Pucallpa
Nadie puede vivir sin agua. El agua
es uno de los elementos de la
naturaleza más imprescindible para
la vida, tanto de las plantas y los
animales como de nosotros los
humanos. Necesitamos el agua para
purificar el cuerpo, preparar los
alimentos y, especialmente, para
mantener hidratado el cuerpo. El
agua es vida.
En el libro del Éxodo el agua aparece
como signo de vida que Dios ofrece
a su pueblo. El agua que brota de una
roca para calmar la sed del pueblo de
Moisés en el desierto, despierta la
sed del Dios compasivo que les sacó
de la esclavitud que vivían en Egipto
y les sigue ofreciendo el agua de vida
que les permite romper con el
egoísmo y los hechos de violencia a
fin de mantener en su pueblo la sed
de justicia, amor y fraternidad.
Siglos más adelante, rompiendo las
ataduras que le oponían a Jesús,
Pablo siente sed de Dios y afirma
que con el agua viva que ofrece
Cristo “nos sentimos seguros en las
pruebas” y nos ayuda a buscar la
amistad y la reconciliación con los
hermanos.
De camino con sus discípulos por la
región de Samaría, Jesús se sienta a
descansar al borde de un pozo
mientras los discípulos se van al
pueblo vecino a buscar alimentos. De
pronto llega una mujer con tinaja en
la cabeza para sacar agua del pozo.
“Mujer, le dice Jesús, por favor
dame de beber”. La mujer lo mira
sorprendida. No entiende como un
judío le puede pedir agua a ella, una
samaritana, ya que judíos y
samaritanos no se hablan. Al pedirle
agua, Jesús la pone en marcha hacia
la sed de superar las diferencias
raciales, culturales y religiosas de
aquel tiempo, sed que debe sentirse
todavía en nuestro mundo actual.
Con delicadeza y amabilidad, Jesús
ayuda a la samaritana a descubrir
otra verdad. “¡Si conocieras el don
de Dios! Si supieras quien es el que
te pide agua de beber, tú misma me
pedirías a mí y yo te daría agua
viva.”. La mujer no entiende lo que
le ofrece Jesús, y sólo le pide ayuda
para que no tenga que venir a diario
a llevar agua del pozo a su familia.
Jesús no se detiene allí y le ayuda
poco a poco a descubrir que le ofrece
agua de vida, agua que va apaciguar
otra clase de sed, la sed que está en
el fondo del corazón, una sed que
ella no puede sentir por el momento.
Es la sed de Dios que está en cada
ser humano, la sed de ser bueno, la
sed del amar, la sed de llevar una
vida digna, la sed de justicia y de
fraternidad.
Jesús sigue llevando a la mujer por el
camino hacia la verdad. “Anda a
buscar a tu marido y vuelve acá”, le
dice refiriéndose ciertamente a las
cinco creencias equivocadas acerca
de Dios que hay en su pueblo.
Emocionada, se le abre el corazón,
ve a Jesús como profeta y expresa su
creencia en la venida de Cristo al
mundo. Mirándola a los ojos, Jesús
le dice: “Yo soy el Cristo, el que
habla contigo.” Emocionada, la
samaritana corre a anunciar la
presencia de Cristo a su pueblo.
Esta conversación de Jesús con la
samaritana deja de ser sólo un
hermoso relato del evangelio de
Juan, si nos reconocemos en la
samaritana. Ella descubre a Jesús
porque sabe escucharle y, poco a
poco, la conversación con Él le abre
la mente y el corazón. Es el camino
hacia Jesús que nos toca seguir. A
Jesús lo vamos descubriendo a lo
largo de nuestra vida en la medida
que estamos atentos a las llamadas
que nos hace a través de los
hermanos cercanos o de los más
alejados
que
no
conocemos
personalmente, pero que no dejan de
ser hermanos nuestros, hijos e hijas
de un mismo Padre. A Jesús lo
vamos aceptando como el agua viva,
cuando reconocemos, como la
samaritana, que de repente tenemos
varios “maridos”, que pueden ser el
egoísmo, la envidia, la venganza, la
corrupción, y toda clase de caprichos
que quiebran la unión íntima con
nuestro Dios. La cuaresma es un
tiempo favorable que nos da el Señor
para reorientar nuestra vida como lo
hizo la samaritana.
El agua es un don de DIOS
para la vida
y todos tenemos derecho
a que el agua tenga buena calidad
y el deber de cuidarla