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Cristianismo e Islam,
¿enfrentamiento o diálogo?
NUÑO AGUIRRE DE CÁRCER *
N
o puede negarse actualidad al estudio de las múltiples consecuencias de tipo político,
sociológico, religioso, de los dramáticos acontecimientos del once de septiembre de
2001, en orden a la coexistencia de culturas y mentalidades diversas que parecen a
menudo enfrentarse y casi siempre desconocerse con algún rigor, dando pie a
tensiones peligrosas pero que a mi juicio pueden y deben ser evitadas.
Para conseguirlo hay que empezar por el conocimiento del “otro”, que nos llevará al respeto de “lo
distinto”, a la aceptación del “otro”, al aprecio de sus peculiaridades culturales e idiosincrásicas, siempre
que unas y otras respeten plenamente la dignidad e integridad de la persona y el libre desarrollo y defensa
de los derechos humanos. Si todo esto se realizara cabalmente, podríamos pasar de la mera coexistencia a
una deseada convivencia, utilizando ante los obstáculos el espíritu de conciliación.
*Embajador de España.
Repasando la reciente historia de Europa a partir de la Segunda Guerra Mundial, no dudo en afirmar que
la mayor conquista de los estadistas responsables de las principales naciones reside en el espíritu de
conciliación que ha presidido al establecimiento de relaciones de estrecha amistad, conocimiento
recíproco y beneficio mutuo, entre potencias históricamente antagónicas y sus respectivos pueblos. Ese
espíritu de conciliación, tan diferente del “revanchismo” de 1870 y 1919, es el que ha permitido que paso
a paso se vaya construyendo el edificio europeo, como en la Edad Media se construían las catedrales.
Entretanto, y éste es el mayor logro, se ha desterrado la violencia y la guerra entre los europeos, se
ha domeñado el cáncer del nacionalismo radical y excluyente fruto de la soberbia y semilla del odio
entre los pueblos.
Para quienes pretenden simplificar erróneamente la etiología y el marco de los dramáticos sucesos del
11S, centrándolos en un supuesto enfrentamiento “Islam versus Occidente”, puede resultar interesante, o
al menos curioso, traer a colación situaciones históricas en que es al Islam a quien interesa conocer al
“otro”, en este caso a la Cristiandad, su rival en la fe y la política, “tierra de infieles”, que más adelante se
llamará Europa, y ahora Occidente. Este enfoque describe el arabista norteamericano Bernard Lewis en
su libro El descubrimiento musulmán de Europa.
Para el musulmán, la religión es el corazón de su identidad: él es ante todo musulmán. Puede ser egipcio
o sirio, pero es musulmán. Eso es lo que lleva por dentro, su eje diamantino, como diría Ganivet. Los
demás, los que han rechazado el mensaje del Islam, son infieles, son “Kafir”. Por eso la Cristiandad es
“tierra de infieles”.
Por lo tanto empezaron a fijar su atención hacia los Cristianos. Había otros infieles con los cuales
convivían no lejos de Arabia: estaban los persas, estaban los parsis, estaban los hindúes, estaban los
budistas incluso, pero eran politeístas, no les interesaban. También en el sur, en África, estaban los
negros, a los que ellos les veían como carne de cañón, es decir, el esclavismo en África negra empezó por
los árabes del norte. Incluso los judíos, que eran poco numerosos, no tenían hacia ellos la aversión y el
tremendo odio mortal que se ha visto a partir de la Segunda Guerra Mundial y que aún desgraciadamente
estamos presenciando. Eran poco numerosos, podían ser útiles, daban consejos de tipo financiero,
contable. Hay además otro aspecto muy interesante, y es que ellos consideran, sin duda con razón, a los
judíos como monoteístas puros, estrictos. Mientras que en el Cristianismo no lo veían muy claro: de un
lado la trinidad (tres personas), por otro lado las imágenes en los lugares de culto. Había ahí dos cosas
que no les parecían muy limpias y en cambio los judíos no tenían ese problema.
Para realmente tener fuerza frente a Occidente, frente a la Cristiandad, lo primero que creen que hace
falta es la unidad, la Umma, la comunidad musulmana unida, que, sin embargo, ya desde la muerte del
profeta estuvo continuamente dividida con luchas intestinas. Rivalidades familiares (entre Aicha y Alí,
la viuda y el yerno de Mahoma), dinásticas (Abbasíes contra Omeyas, Almohades contra Almorávides),
étnicas (beréberes contra árabes, turcos contra persas, otomanos contra árabes), ambiciones políticoreligiosas (saudíes contra hachemíes, dentro de la península arábiga, los anteriores custodios de la Meca
y Medina eran los hachemíes pero la tribu de Saud pudo más y en esta lucha ganaron los saudíes). En el
sentido de conocerse mutuamente, de ver cómo eran los otros, naturalmente había una interacción en las
dos direcciones. La absorción que hicieron los intelectuales islámicos del legado griego fue fundamental
para la historia de la cultura europea, puesto que es a partir de las traducciones de estos textos árabes (en
España, en Toledo, en Sevilla, en Sicilia) como fueron llegando los textos originales griegos al
conocimiento de la “inteligentsia” occidental.
Sin embargo, cuando ya comienza a formarse un núcleo en torno a los otomanos, que son quienes
van a perdurar durante un tiempo importante, ellos siguen pensando que los otros son los infieles,
los “Kafir”. Cuando hablan en sus documentos de Francia, de España, hablan de los infieles de esos
países, cuando no empleaban insultos mucho más groseros.
Incluso, en correspondencia entre el Sultán Murad III y la Reina virgen‚ Isabel I de Inglaterra, a pesar de
ser cartas amistosas, dicen “sí, porque vuestra majestad tiene a esos amigos infieles portugueses”. Al
mismo tiempo, los musulmanes se dan cuenta de las divisiones que hay en Occidente dentro del
Cristianismo con los protestantes, las dificultades que tiene España en el territorio europeo por esta
materia, y comienzan a estudiar la situación para conseguir ventajas. Envían emisarios secretos a los
Países Bajos a contactar con aquellos líderes independentistas que estaban rebelándose contra España,
para ver si de esa manera podían hacer flaquear a España en la cuestión de los moriscos (la rebelión de
los moriscos que España estaba tratando de sujetar).
En el Islam no existe una jerarquía única, piramidal, organizada, como la hay en la Iglesia Cristiana. Esto
les llamaba mucho la atención. “Esos cristianos ¿cómo se organizan, cómo funcionan, hay alguien allí
arriba?”. Llegan unas noticias, a través de un prisionero de guerra árabe, que se escapa de Roma, que
llega a Estambul y les empieza a hablar: “Roma es una ciudad gobernada por un rey, y el rey se llama
“al-Bab”. (Los árabes tienen una dificultad en pronunciar la p, que la pronuncian como b. Da la
casualidad también que bab quiere decir puerta. Se iban pasando estos datos unos a otros, y un poeta
islámico persa, haciendo un poemilla, medio en broma, dice: “sí, parece que les gobierna un Bab-iButrus”, “La Puerta de Pedro”, que venía a ser la antítesis de “la Sublime Puerta”, la sede del Sultán). La
idea de Pedro fundador la tenían. Tengamos en cuenta que el Islam acepta todos los profetas de la
religión cristiana y a Jesús, todos por debajo de Mahoma.
Los musulmanes también se acercaban para tener más contactos y conocimientos de lo que era la religión
cristiana por la parte del Patriarcado de la Iglesia de Oriente, en Constantinopla. La división entre Roma
y Bizancio hacía que los líderes religiosos en Bizancio, en Constantinopla, fuesen prácticamente papas
en toda su zona. Algunos seguían otorgándose el título de Su Santidad, otros por lo menos el de Su
Beatitud. Sabían que el Papa se llama a sí mismo Khalifa, Vicario (de Cristo), representante de Cristo.
Lo que más les llama la atención es el poder que tiene el Papa de perdonar los pecados. No acaban de
comprenderlo porque eso es una cosa tan espiritual que no pertenece más que a Dios. En la relación del
musulmán directa con Dios, está la remisión del pecado, o la comprensión en su caso, y no a través de
entidades intermedias, como sería el Papa o los obispos.
Otra fuente de información para los musulmanes de cómo era el Occidente eran las cartas y los relatos de
los Embajadores. Por ejemplo, un Embajador marroquí, Wazir al-Ghassani, que visitó España a finales
del XVII, tocaba todo lo divino y humano que pudiese interesar en el Alto Consejo, en Estambul.
Hablaba del Papa, del papado, del cónclave, de la Inquisición (de la Inquisición mucho), de la
persecución a los judíos (como una cosa mala), de la Reforma protestante (en qué medida podía servir
para los intereses políticos y diarios de la Sublime Puerta), hasta de los problemas maritales de Enrique
VIII (para dar a entender que las decisiones y las directivas cristianas no eran las mejores en ese tema).
Otros Embajadores, que también visitaron España, en sus relatos cuentan un poco sobre la Inquisición
pero también escriben sobre los restos arquitectónicos de la gran civilización musulmana. Fíjense como
esa Edad de Oro del arte musulmán empalma con una preexistencia de artesanos, de artistas. Y
generalmente, como ha ocurrido muchas veces en la historia, se iban aprovechando de la existencia de
construcciones anteriores. Por ejemplo, en Damasco, la Gran mezquita, que es una preciosidad, está
construida sobre una basílica cristiana, que a su vez había sido precedida por una basílica romana.
Lo mismo los Embajadores que venían por España que los que iban por Centro-Europa, hasta Hungría,
hasta las puertas de Viena, decían que las poblaciones tenían una nostalgia de su antiguo y glorioso
pasado. Otro Embajador marroquí en España, Al-Miknasi (de Mequinez, como su nombre indica) cada
vez que describía una ciudad española por la que pasara, decía siempre: “Dios la quiera devolver al
Islam”, es decir, “esto es una cosa transitoria pero nosotros acabaremos llegando ahí”. Varios siglos
después de este testimonio, estando yo en un viaje a Peshawar, a las fronteras de Afganistán, en el
noroeste de Pakistán, me invitaron a dar una conferencia (evidentemente sobre la edad de oro musulmana
en España, que es lo que más les gustaba oír) en la Universidad Osmania y, al final, en el turno de ruegos
y preguntas, se levanta desde el fondo un estudiante: “¿Cuando nos van a devolver Córdoba?”. Claro,
grandes risas entre los demás estudiantes, pero eso quiere decir que tienen presente en todos sus textos,
en todos sus estudios, la idea de la grandeza del Islam y su grandeza en España. Es decir, aunque les
hayamos echado, queda la idea que juntos hemos hecho muchas cosas, y muchas cosas buenas que
siguen también.
Volviendo al terreno de las ideas, se produce un hecho nuevo, y ese hecho nuevo es la Revolución
Francesa. Es un hecho que rompe, al final del Siglo de las Luces, la Cristiandad, tal como estaba
construida hasta entonces. Las noticias llegaban tarde a los musulmanes, llegaban dudosas, había
rumores, había que insistir. Por fin les llega un informe al Alto Consejo en el que les hablan de que,
efectivamente, hay unos acontecimientos muy extraños; el origen intelectual se atribuye a dos ateos:
Voltaire y Rousseau quienes han pedido la abolición de los reyes y la abolición de las religiones.
Como anécdota personal descubrí yo en Trípoli, en documentos antiguos, una historia muy divertida: el
14 de julio de 1790 (y digo bien,1790), arriba al puerto de Trípoli un barco francés que viene de Toulon,
cargado de mercaderías para hacer comercio normal, pero ese día salen a tierra los marineros y se
emborrachan y empiezan a cantar unos cantos extrañísimos: la Carmagnole. Inmediatamente, se moviliza
la policía del Bey de Túnez para ver qué pasaba con esos tipos, qué hacían, y les llevan a la comisaría.
Empiezan a preguntarles y responden que estaban celebrando el primer aniversario de la toma de la
Bastilla, acontecimiento que les era completamente desconocido en Trípoli hasta quizás diez años
después.
Tras la Revolución de las Ideas sucede el Imperio Napoleónico, donde los soldados llevaban unas ideas
que se iban expandiendo. La epopeya de Napoleón en Egipto tuvo ese doble aspecto: un lado militar, que
no fue muy triunfante puesto que Nelson le venció en la batalla de Abukir, y en cambio sí lo fue en el
lado cultural, es decir, en la llegada de arabistas, especialistas, egiptólogos franceses (Champollion,
Mariette, etcétera), ya van formando toda una escuela, la escuela francesa de Egipto, que ha perdurado.
Pero, también transportaban ideas, ya un poco dulcificadas: no era el terror, era otra cosa, era el
liberalismo, lo que va formando hoy en día la mentalidad democrática y abierta de Europa.
Entonces los musulmanes se escaman, dicen: “no sólo tienen sus ideas en su país sino que, una vez que
han montado el caos en Francia y han derruido la monarquía, ahora vienen a montarlo aquí en Oriente,
en nuestra propia casa”.
Si de alguna manera había temor a esta infiltración de las nuevas ideas francesas que iban llegando,
suponía también un reto filosófico, un reto de pensamiento, para el Islam. Hay que reaccionar, hay que
contestar, hay que negar todo esto. Es la primera vez que un país, Francia, utiliza la propaganda,
propaganda de ideas, de manera bastante eficaz. Entonces ellos preparan una contestación, preparan una
proclama, en que ponen verde a Francia. ¿Por qué? Porque ellos conocían tres grandes civilizaciones:
India, China y Europa. India iba por su lado, China también estaba lejos, en cambio Europa tenía esos
contactos continuos y sabían que Europa podía constituir una alternativa política y militar. Durante la
Edad Media, esa interacción había producido muchos frutos a través de esas traducciones y esos textos
tan conocidos, pero ahora es otra cosa: ahora es una ideología nueva que atenta contra las bases del
pensamiento islámico. Era un reto y había que reaccionar contra ello.
Las proclamas y los insultos se han realizado, pero siempre quedan los intelectuales quienes van
recibiendo esos mensajes, que van leyendo de cerca esas ideas, que van viendo un panorama nuevo.
Como han estado tanto tiempo pensando las causas de su decadencia, sobre todo el final del Imperio
Otomano, se preguntan: “¿quién sabe si, a lo mejor, estas ideas nuevas que circulan por Francia, que
circulan por Europa, pueden servirnos a nosotros para una reacción, para despertarnos, para un
renacer?”. Existe un Renacimiento árabe, Nahda. Frente al poder político de la Sublime Puerta, ahora se
convierte Turquía en el hombre enfermo de Europa, y se da paso a la Cuestión de Oriente. Los
intelectuales, primeramente egipcios y libaneses, se van abriendo: “¿quién sabe? Vamos a asumir lo que
se pueda y lo que sea válido de esto”.
Hay una tendencia liberal que empieza a existir en el pensamiento árabe. Albert Hourani, un
profesor de Oxford con quien tenía yo una gran amistad y que ha publicado una muy buena
Historia de los Pueblos Árabes, traducida al castellano, buscaba dos corrientes de pensamiento (la
reacción de los intelectuales que leen y ven todo esto no es unívoca): una, la que llamaríamos el
modernismo liberal; Tahtawi es la persona que lo representa. Entonces, lo mismo que aquí se
hubiera hecho en la época de fines del XIX, principios del XX: mandan unas misiones pedagógicas,
mandan unos profesores al extranjero a estudiar, con tan buen resultado como aquí se hizo. El gran
Mohamed Alí, que es el virrey, el fundador del Egipto moderno, un general albanés de Cavala,
manda una misión: con Tahtawi al frente como imam, y marchan a París a estudiar a esos sabios, a
ver qué jugo sacan cuando vuelven. Efectivamente marchan con una serie de profesores de Al
Azhar, que es la gran Universidad religiosa de El Cairo (una mezcla de, digamos, la Sorbona,
Salamanca, Oxford y Bolonia, en una sola pieza). A la vuelta, su lema de actuación es: “que la
Patria sea el lugar de nuestro gozo común”. Ya no se habla del Islam, genéricamente, de la Umma,
de la comunidad islámica: se habla de “la Patria”, el país de donde ellos salen. “Lo construiremos
con libertad, con pensamiento (educación) y con industria.” Él será el padre espiritual de los
nacionalistas . En cambio, otra rama, el fundamentalismo musulmán: hace lo mismo, un poco más
tarde . Abdu va a París también, habla con los intelectuales y ya a la mitad del siglo XIX vuelve
con este mensaje: “No. Tenemos que volver a las fuentes, a lo nuestro, a lo original, a lo que nos
hizo grandes, a lo que nos llevó a ese Siglo de Oro”. El ijtihad es el esfuerzo de búsqueda personal.
Éste es el padre de los movimientos islamistas, cuyas exageraciones, desgraciadamente, hemos
visto no hace mucho.
A la vista de estas dos grandes corrientes, que a su vez comprenden cantidad de variantes: la liberal,
moderada, modernizadora, de un lado, y la integrista, fundamentalista, de otro, no hemos de hablar de
enfrentamiento más que si acaso en términos dialécticos. Tenemos que profundizar en el conocimiento
de la realidad, de la doctrina y de las prácticas; procurar que este conocimiento sea recíproco; respetar las
diferencias, siempre que no conlleven mengua de la dignidad, integridad y libertad de la persona; ni del
ejercicio pleno de los derechos humanos: conceder un trato igual, en lo jurídico, educativo, laboral,
asistencial y lo social, en el amplio sentido de la palabra, a todos, nacionales, extranjeros o inmigrantes
sujetos a nuestra jurisdicción territorial.
Si, por encima de lo estrictamente exigible, aprovechamos cualquier oportunidad para acercarnos al
necesitado, reafirmaremos con nuestra conducta la plena virtud de los valores de nuestra civilización
occidental.
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