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FILOSOFÍA DE LO ABSURDO
Por James G. Colbert, jr.*
“Absurdo” significa literalmente “fuera de tono” (absurdus; también absonus). Se llama habitualmente
“absurdo” a lo que está fuera del cauce “normal” y “ordinario”, a lo que está contra el sentido “común”
o se aparta del sentido “común”. (J. Ferrater Mora).
El absurdo aparece en Filosofía ya desde los griegos en sentido lógico y, más recientemente, en sentido
antropológico. Se puede decir que una proposición o un concepto es absurdo, o que la vida es absurda.
Lo que carece de sentido, por ser contradictorio o por alguna otra razón, es absurdo. Una proposición
absurda o un concepto absurdo llevan una contradicción dentro de sí. No es lo mismo encerrar una
contradicción interna que admitir un sistema inconsistente, es decir, un grupo de proposiciones en el
que hay inconsistencia, o sea, dos proposiciones que se contradicen mutuamente, de forma que se
afirma que algo es verdadero y falso a la vez. De una inconsistencia de ese tipo se sigue cualquier
proposición. Otras veces se llama absurdo a algo que carece de sentido, al menos desde algún punto de
vista; por ejemplo, los filósofos partidarios del análisis lingüístico creen encontrar muchos abusos
sintácticos que hacen absurdos los planteamientos de muchos (o todos) los problemas filosóficos
directos o de primera intención. Muchos analistas sostienen que las llamadas proposiciones éticas
encierran una confusión sintáctica entre las proposiciones descriptivas de cosas (que es como
intentamos entender a las éticas) y unas proposiciones veladas acerca de nuestras reacciones emotivas
(que es como deberíamos entender a las éticas).
El círculo cuadrado, el centauro (a la vez animal bruto y racional), el vampiro (un muerto que vive), son
nociones que encierran notas contradictorias entre sí. Al anularse unas a otras producen el indicado
vacío de sentido. Mejor dicho, son sinsentidos que no son propiamente ni proposiciones ni conceptos
(según los respectivos casos). Por tanto, una proposición absurda no es ni verdadera ni falsa y un
concepto absurdo no sólo carece de extensión, sino que su misma comprehensión es casi impensable.
La diagnosis del absurdo es muchas veces sumamente problemática, por no decir tendenciosa, y a
veces, en las polémicas filosóficas, se maneja de manera superficial, por no decir tendenciosa, como una
forma de prescindir de la posición del adversario sin tomarse el serio trabajo de examinar sus razones.
De hecho así ocurre en muchos de los rechazos de la metafísica por los analistas antes mencionados.
Argumentación por el absurdo
En la filosofía se utiliza el absurdo en dos situaciones distintas. En primer lugar, a veces se dice: Si per
absurdum sucediera tal cosa..., para indicar que se introduce una hipótesis no sólo falsa de hecho, sino
que contradice una verdad necesaria. Un iusnaturalista como el jesuita español Gabriel Vázquez diría,
por ejemplo: Si per absurdum Dios no existiera, se podría aún conocer el Derecho natural. Por una parte,
la hipótesis es suficientemente inteligible como para permitir que se saquen conclusiones de ella, de
forma que no es un absurdo en sentido normal. Por otra parte, de ser verdadera la hipótesis, nuestro
iusnaturalista tendría que admitir que no hay Derecho natural. Por tanto, la hipótesis se considera sólo
desde el punto de vista epistemológico. En realidad decimos: Si no supiéramos Z, creeríamos Y. Pero en
este argumento ya no hay absurdo.
También se usa la reductio ad absurdum, sobre todo para comprobar las conclusiones de algunos
silogismos, especialmente los llamados Baroco y Bocardo. Consiste en suponer que la proposición
contradictoria a la conclusión del silogismo es verdadera. Entonces, de esa contradictoria y una premisa
se obtiene la contradicción de la otra premisa. Por ejemplo, si todos los griegos son europeos y todos los
atenienses son griegos, resulta que todos los atenienses son europeos. En cambio: si algún ateniense no
es europeo y todos los atenienses son griegos, resulta que algún griego no es europeo, lo que contradice
la primera premisa de nuestro silogismo original.
La comprobación por reducción al absurdo es un caso particular del argumento ad absurdum en general.
Tal argumento consiste en demostrar una conclusión, probando que su contradicción llevaría a la
contradicción de algo que se tiene por seguro. Los argumentos de Zenón contra el movimiento (Aquiles
y la tortuga, etc.) son ad absurdum. Por la contradicción que sigue al análisis de la noción de
movimiento, Zenón concluye que es meramente aparente. Ahora bien, el argumentum ad absurdum
presupone que la realidad misma no es absurda, que el ser es inteligible. Este presupuesto del uso lógico
de lo absurdo dentro de la filosofía occidental desaparece con algunos existencialistas.
Absurdo existencial
El existencialismo hace hincapié en la absurdidad de la vida o del mundo. Ya Kierkegaard encontraba
antinomias entre los niveles estético, ético y religioso. Al rechazar la tendencia hegeliana de
racionalizarlo todo, retuvo la tensión dialéctica entre distintos niveles de la realidad. Es conocida la
exégesis kierkegaardiana de la paradoja que supone el mandato divino según el cual Abraham debía
sacrificar a su primogénito. De todas formas, la realidad no es absurda para Kierkegaard, ya que se
entiende mediante la fe y la relación personal con Dios. En cambio, para otros existencialistas, también
influenciados por Hegel, el hombre es meramente pretensión de sí mismo. Pero como en sí mismo es
nada, la vida es absurda. Para Sartre, lo que existe en cuanto tal es absurdo. Las entidades matemáticas
son plenamente inteligibles, pero no pertenecen al orden real. Las cosas reales son opacas. La
inteligencia no las penetra. No tienen razón de ser. En un pasaje de La Náusea, Sartre describe cómo su
héroe Roquetin tiene una intuición de la radical absurdidad del ser, al fijarse en las raíces de un viejo
castaño, que se hunden en la tierra negra y amorfa. Se puede decir que el único valor en sí que reconoce
Sartre es la libertad. Los demás valores se crean. Pero como Sartre reduce la libertad al ejercicio de ella
misma, a la libertad de autodeterminarse, el mismo ejercicio de la libertad destruye a la libertad, de
donde sigue otro absurdo.
Albert Camus filosofa casi exclusivamente desde la ética. En El mito de Sísifo plantea el problema de
carencia de los valores humanos, preguntándose acerca de la posibilidad del suicidio. Si no hubiera base
metafísica para nuestra creencia en valores objetivos, parecería que habría que concluir que la vida es
absurda. Sin embargo, Camus concluye que los argumentos metafísicos usuales en favor de la libertad
son falaces, pero que la dignidad humana exige que vivamos a despecho de esa absurdidad, con vistas al
respeto a la persona humana propia y ajena, es decir, fraternalmente.
Observaciones
No todo irracionalismo es una filosofía del absurdo, porque se puede intentar explicar la realidad por la
voluntad -es el caso de Nietzsche y Schopenhauer-, el sentimiento o algún valor no racional, en cuyo
caso tendría cierto sentido el mundo, aunque no un sentido estrictamente inteligible.
A veces se ha dicho que los filósofos del absurdo se han quedado simplemente con la radical
insuficiencia del mundo, cayendo así en un unilateralismo que les cierra el acceso a la verdad de Dios. En
efecto, si bien las vías que conducen al conocimiento de Dios implican la afirmación de la contingencia
de lo finito, implican a la vez la afirmación de su positividad. En este sentido se observa que, de hecho
(al menos), en varios intelectuales conversos al cristianismo, el paso de la incredulidad al cristianismo ha
sido consecuencia de dejar de considerar al mundo como absurdo y pasar a ver un sentido en él. Sin
embargo, no se puede equiparar el ateísmo con la filosofía del absurdo (como muestra, por ejemplo, el
marxismo).