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Bertrand Russell y la filosofía
Por la comunidad de problemas y por el modo de tratarlos, Bertrand Russell es un continuador de la
perdurable tradición británica que defiende una de las visiones fundamentales de la realidad, quizá la más
sincera: el empirismo. Pero lo es con algunas variantes.
Si bien su formación matemática le impide ser un empirista radical, su amor por la experiencia le impide ser
un platónico y en consecuencia adopta un empirismo limitado, un empirismo que llamaríamos metódico, y
que más que una teoría es una hipótesis. Su vasta obra (alrededor de cuarenta títulos) se puede dividir en
tres sectores que corresponden a sus intereses fundamentales: uno lógico-matemático (que es el de mayor
importancia), otro filosófico-epistemológico y un tercero político-social. Toda ella es encomiable por el modo
cómo está pensada y escrita. Revela el itinerario de una vida dedicada a lo búsqueda de la verdad y está
jalonada por prólogos leales y generosos.
La simpatía que provoca la personalidad de Russell radica quizá en dos causas; su nunca desmentida
inteligencia y la firmeza de su conducta de hombre. Es un espíritu libre en el sentido nietzscheano y ha
sabido practicar esa libertad aun contra toda una nación embanderada en una guerra de imperialismos. Por
sostener sus ideas ha padecido la incómoda cárcel, enseñando que la filosofía no exime sino que obliga a
mantener las convicciones en la práctica.
En la obra de Russell hay dos maneras distintas de entender el dominio de la filosofía. En Los Problemas de la
Filosofía (1912), éste no se diferencia en nada de la concepción clásica. Comprende los problemas
tradicionales y se reconoce el carácter de real incertidumbre del conocimiento que se puede adquirir acerca
de ellos. Esta misma concepción reaparece —como era lógico esperarlo— en Historia de la Filosofía
Occidental (1945).
Pero en Nuestro Conocimiento del Mundo Externo (1914) la actitud no es la misma; los problemas se precisan
y el método es otro. Este segundo modo de entender la filosofía constituye su manera característica de
concebirla y de practicarla y responde a una tendencia que desde la crisis de los grandes sistemas reaparece
periódicamente bajo diversas formas.
Si no existieran estas razones serviría el consejo del Profeta que el mismo Russell recuerda: si dos textos del
Corán son incompatibles, el último debe ser tomado por verdadero. Esta concepción que llamaremos
diferencial del conocimiento filosófico intenta convertirlo en un conocimiento científico.
Dos impulsos humanos fundamentales han engendrado al primero; uno que informa la actitud mística, y otro
que propende a la actitud científica. La filosofía se ha desarrollado por la unión o el conflicto de estos dos
impulsos. A lo largo de la historia y debido al enorme progreso de la ciencia, la separación entre los dos
modos de conocer ha ido aumentando y la filosofía se ha convertido en una tierra de nadie entre la ciencia y
la religión. Se trata de abordar esta tierra y de ocuparla.
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Una tentativa fracasada de conquista fue el positivismo. Utilizando su experiencia se puede reanudar la
tarea. (Esta empresa —asumida con excesiva limitación— tiene un nombre en la filosofía contemporánea:
neopositivismo.) Pero es en otros filósofos donde se debe buscar una continuación de aquel intento, una
satisfacción de aquella exigencia que reclamara Comte con su lenguaje patético y por momentos eficaz. Ellos
son, por ejemplo, Husserl, Bergson, Whitehead y el mismo Russell.
La tentativa de convertir a la filosofía en ciencia trae como primer resultado una limitación de su dominio,
una reducción de sus pretensiones. Representa un adelanto parecido al que Galileo introdujo en la física; la
sustitución de amplias generalidades no probadas, que sólo se acreditan por cierto ruego a la imaginación,
por resultados parciales, detallados y verificables.
El éxito logrado por algunos lógico-matemáticos en el tratamiento de problemas que parecían irresolubles —
como los del número, el infinito, el espacio y el tiempo— ha hecho pensar a Russell que el mismo método se
podía aplicar a otros problemas de la filosofía, como el del mundo externo, el de la causalidad, y el de la
libertad.
Este método en especial es el lógico-analítico aplicado por Frege, a algunos problemas lógico-matemáticos.
(Su comentario por Russell puede verse en Los Principios de la matemática, Apéndice A.)
Los problemas tradicionales al ser considerados de este modo se descomponen en una serie de
subproblemas que hay que resolver previamente. El estudio de la lógica se transforma en el estudio central
de la filosofía: proporciona un método de investigación exactamente en la forma en que la matemática
provee de método a la física. Pero no se trata de reeditar la tentativa de Hegel; no es la lógica clásica la que
va a servirnos sino una lógica esencialmente analítica, una lógica mejor. Una de las tareas de ésta es la de
explicitar las formas lógicas implícitas en el discurso y establecer una teoría general de ellas, teniendo el
cuidado de evitar toda presuposición ontológica. Aplicando una terminología tomada de la fisicoquímica
denomina las proposiciones, atómicas, moleculares, etc. Y a su teoría, atomismo lógico. (Teoría que va a ser
desarrollada hasta el nihilismo por su amigo y discípulo Wittgeinstein.)
Así concebidos el método y el objeto de la filosofía, ésta se parecerá cada vez más a la ciencia. Bergson lo ha
expresado inmejorablemente: El filósofo deberá resignarse, como el científico, a no estudiar más que un
corto número de problemas; sólo con esta condición obtendrá resultados duraderos. Otros filósofos
continuarán su labor y así la filosofía, como la ciencia, se hará en colaboración y progresará indefinidamente,
en lugar de tejerse, y destejerse sin cesar como la tela de Penélope. La unidad de la filosofía ya no será la de
una cosa hecha como la de un sistema metafísica; será la unidad de una continuidad, de una curva abierta
que cada pensador prolongará, tomándola en el punto que otros la dejaron.
Así la filosofía tendrá de la ciencia —de las más abstractas ciencias— el método y la precisión que implica,
pero un objeto diferente, Se establece una autonomía condicionada, en cierto modo, del conocimiento
filosófico ya que éste aspira a resultados que las otras ciencias no puedan aprobar ni desaprobar. Russell
insiste también sobre el aspecto puramente intelectual de la filosofía, definiéndola en un pasaje como el
entendimiento teórico del mundo como un todo.
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La vinculación de Russell con la filosofía es lateral. No posee una visión metafísica fundamental, como su
amigo Whitehead. (Esto explica en parte los diversos cambios de posición frente a los distintos problemas
que se advierten a lo largo de su obra, debidos, por otra parte, a su posición de hombre de ciencia que no
vacila en abandonar una posición cuando la cree equivocada.)
Fiel a una de sus concepciones de la filosofía ha tratado problemas determinados. Su aporte más importante
al pensamiento contemporáneo radica en su obra lógica y matemática: los famosos Principia Mathematica
(en colaboración con Whitehead) y Los Principios de la Matemática.
Su tarea en cuanto investigación de las relaciones lógicas y de la significación se asemeja a la de Husseri, y en
cuanto intento de restablecer las relaciones entre la ciencia y la filosofía, a la de Bergson y de Whitehead.
Se puede decir de él lo que se ha dicho de Loche: desarrolló las líneas de pensamiento que mantuvieron a la
filosofía al ritmo de la época. En este sentido el pensamiento de Russell será uno de los más característicos
de nuestro tiempo.
Manuel Claps
Número Año 2 Nº 10-11
Setiembre - diciembre 1950
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