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Delmira Agustini la admirable
Recordando aquel prodigio temperamento 1
Hay almas que no se pueden adivinar sino por modos musicales, y tenemos que
valernos de todas las armonías de nuestro espíritu para formarnos una imagen y poderla
elevar a la vida perfecta de nuestros sueños de belleza, con esa lejanía adorable que
tiene las estrellas en el cielo.
Delmira Agustini, con su fina sensibilidad, fue la materia apta para el
fundamento de una gran creación; y como una de esas concepciones atormentadas de
Sebastián Rops, su alma totalmente desnuda se ofrendó a la llama en un magnífico
espectáculo de inmolación, cuya tortura produjo sinfonías de espíritu que le dieron esa
embriaguez que producen todas las significaciones nuevas, extraída por los artistas de
los misterios infinitos de la vida. El Destino la hizo una elegida, no la miró con esa
piedad de indiferencia que anula de vulgaridad a los seres; su tragedia final, fue el mejor
testimonio de defensa de su vida y de su obra.
La inmensidad de la existencia se redujo para ella al cálido regazo de su corazón,
un corazón que sufría la quemadura profunda de un milagro de belleza. El mundo es
demasiado pequeño para un corazón grande, él nos estorba en nuestro camino y nos
hace tropezar a cada paso. Es la tragedia de todo lo grande, de todo lo hermoso; y no
sólo nos estorba en nuestra existencia, sino que estorba también a nuestros semejantes, y
los irrita contra nosotros y nos insultan, y nos maldicen, y la vida recoge el odio de ellos
y golpea cruelmente con su puño en nuestro Destino, pero… nadie elige el corazón.
La fuente viva del arte de Delmira Agustini fue el amor, pero el amor de las alas
rojas de llama; y sin embargo hay en toda su obra un encantador pudor de originalidad
para expresar ese misterio esencial de la Naturaleza –el amor- que es el alma misma de
las cosas universas.
“Nunca llevásteis dentro una estrella dormida
que os abrasaba entera y no daba un fulgor?”
Nada pudo oponer a su regio mal, que como una estrella dormida la abrasa
entera; nada pudo aplacar esa sed, ese ardor que destruía en ella misma su vida, como la
llama del estío que abrasa a las hojas de las rosas, injuriando la carne delicada de los
pétalos con el aliento masculino del sol. Así el deseo grababa imágenes ardientes en las
blancas alas de sus ensueños en armonías simples, plenas de luz y de vida, como el
diamante que grafica imborrable en el vidrio.
El amor es victoria, -el deseo es victoria- y no hay amor sin deseo; desear es
amar y amar es divinizar el barro humano, ungiéndolo con la esencia augusta de
nuestros sueños de belleza, es comunicarle la virtud de fuego de nuestro espíritu, a la
sustancia perecedera de una vida humana. El amor es victoria, tiene algo de grandioso,
de creador!; es la llama de nuestra sangre que ilumina todas las potencias de nuestro
espíritu y que descubre al alma el camino del heroísmo y hace magnificentes aún a los
seres insignificantes.
Dos cosas únicamente en el mundo son dignas de significación para nuestra
existencia y que merecen las más puras ofrendas de nuestra alma; esas dos cosas únicas
son: el Amor y la Belleza; y Delmira Agustini vivió para esas dos cosas divinas; pero la
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Publicado el 23 de mayo de 1925 en la página 17, correspondiente al Suplemento.
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fatalidad la ungió predestinada, y su alma excelsa, toda llena de ardor y de victoria,
sufrió la derrota de la humana miseria; su propia sangre empapó sus alas azules,
aquellas alas tan perfectas destinadas a los más audaces vuelos.
No quiso, no supo sacrificar la mujer a la artista. Sufrió el dolor de la verdad de
su sexo, la humillación de su carne; y el dolor trágico de su vida vino a la lucha del
orgullo de su talento con las exigencias de su juventud, que no comprendía de
inmolaciones, y esa lucha fue divinamente salvaje, fue un tormento histérico hacia una
sublime concepción de amor en su suprema expresión, al que tenía derecho un alma
como la suya.
Y así un día, por la vulgaridad de un hombre, que la sacrificó a su intimidad
egoísta, ella la del alma tan rica se fue por el blanco camino… donde no hay alivios ni
rosas, con la desesperanza de ese amor concebido en la magnificencia de un gran
espíritu refinado; ese amor que inventamos todos los artistas para vengarnos de la
humillación diaria de la realidad que empapa con la sangre de nuestro corazón la pureza
de nuestros sueños más blancos.
Jamás un arte inmenso había encontrado un instrumento más precioso que su
corazón; ni nunca el idioma español, por boca de una mujer, había tenido expresiones
tan singulares.
Miguel Ángel había dicho: es una de mis criaturas. Tenía el alma salvaje de los
vientos abrasadores, y las más finas delicadezas que puede haber en los matices de las
sombras móviles. Así fue en ella todo contradicción: en la noche de su tedio, de su
horrible tedio de superioridad, de incomprensibilidad, su fiebre y su deseo “luminaban”
rojos con una elocuencia voluptuosa de pecado.
“que afiebra noches negras, negras
que llevan en la frente una rosa de sol.”
La belleza nace de los efectos contrarios. Ya Dionysos lo dijo: del pecado nace
la virtud, del dolor la comprensión.
Imaginémonos como espectáculo, la plenitud de aquella alma, en contraste con
la dolorosa realidad; los misterios innumerables le hablarían con el lenguaje del cielo,
de la luz, de las flores, de las líneas, de los sonidos, de los movimientos, en fin, de las
apariencias y de las esencias de los elementos, con las inflamadas imágenes de la pasión
que la impulsaba a una actitud heroica de dominar su destino de miseria y de dolor. La
violencia intolerable de no semejar su vida a la imagen concebida en la virtud de la
creación ideal, extravió su sinceridad humana para encontrar un estado ficticio, como si
una necesidad impetuosa la impulsara a buscar el amor en las sombras, y la victoria
invocada que debía coronar su cabeza de rosas rojas como besos, sólo puso retazos de
sombras como un hado fatídico.
La ansiedad que le daba la potencia de su fuerza creadora era lo que congregaba
en torno de un núcleo vital las energías elementarías. Sabía evocar las palabras vivas y
desnudarlas, dándoles una realidad inevitable en el más apto estado musical; su alma en
los límites de su cuerpo, sonaba con una rara música; como un hermoso río sangrado de
sol que azota las asperezas de las rocas.
“Fiera de amor, yo sufro hambre de corazones” llegó a decir en su extravío
aquella alma que se abandonaba completamente a todas las ondas de su sensibilidad en
una especie de encanto imposible… en una gracia flexible y felina de una deliciosa
seducción.
“Y era mi deseo una culebra
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glisando entre los riscos de la sombra.”
Y así fue el alma de la artista hasta hoy insuperada; una serpentina de sol,
glisando resplandeciente en un destino de sombra, de humillación y de dolor.
“Un cuerpo largo, largo de serpiente
vibrando eterna voluptuosamente.”
A Delmira Agustini, como a otras poetisas, no se le puede acusar del pecado del
analfabetismo. Ella no fue una rebelde a las disciplinas intelectuales; en las otras el arte
es todo instinto, es todo adivinación… en ella es una refinada embriaguez verbal en una
sensibilidad palpitante; la belleza depurada, elevada al sentido más perfecto de la
expresión y expuesta en sus aspectos más exquisitos con los más penetrados misterios
de sutilezas, fue una artista que tuvo la discreción de lo precioso con una precisión lírica
que la distingue única entre las demás musas.
Poseía el contagio de su belleza deliciosamente femenina pero no afeminada; en
una insuperable y perfecta gracia de estilo, nos sirvió en la copa de las palabras para
nuestros sueños de belleza, las revelaciones más ingenuas y magníficas de su alma que
vivía la abundancia nunca colmada de su gracia, tan rica en fuegos vivos como para
iluminar los cielos más vastos con el esplendor de un sentimiento difundido por la
imagen y por el ritmo, en una suma voluntad dominadora y tendida siempre hacia los
símbolos del Arte.
Celebra el genio magnífico de la genitura que es ley de la Naturaleza, con la
sinceridad encantadora de estos versos.
¡Así tendida soy un surco ardiente!
Donde puede nutrirse la simiente
De otro Estirpe sublimemente loca.
Y así en la alegría de la plenitud en el placer ofrece el cáliz de su cuerpo para la
comunión de la vida; mujer al fin… es el Placer y es el Dolor.
…el Dolor que se embriaga hasta morir de olvido.
No puede haber expresión más femenina que ésta. Ahí Delmira es mujer y es
novia; pertenece a los hombres.
Y así es toda ella magníficamente sensual.
LA CITA
En la alcoba techada de ensueños, hay derroche
De flores y de luces de espíritu; mi alma,
Calzada de silencio y vestida de calma,
Irá a ti por la senda más negra de esta noche.
Apaga las bujías para ver cosas bellas;
Cierra las puertas para que entre la Ilusión;
Arranca del Misterio un manojo de estrellas
Y enflora como un vaso triunfal tu corazón.
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¡Y esperarás sonriendo y esperarás llorando!...
Cuando llegue mi alma, tal vez reces pensando
Que el cielo dulcemente se derrama en tu pecho.
¡Para el amor divino ten un diván de calma,
O en el delirio místico que es su amor, mi alma
Apagará una a una las rosas de tu lecho.
El espectáculo dionisíaco de esta criatura que delira en los silencios tumultuosos
de una imaginación afiebrada tiene la fuerza invencible del deseo, del deseo que es la
soberbia flor de la vida y en un difundido espíritu de promesa y de ardor pone una
primaveral Francia de mujer, como un latido de la vida bajo la inmovilidad de los
fuegos del cielo.
Sus sentidos son tan agudos algunas veces que penetran hasta lo más profundo y
se estremecen en el misterio.
¡Y se besaron hondo hasta morderse el alma!
Y en máxima concepción celebra en el beso la nupcial alianza del cielo y del
infierno como el resplandor glorioso de una estrella en un nimbo de sombras.
¡Oh beso!... flor de cuatro pétalos… dos de ciencia
Y dos iluminados de inocencia…
Todo el encanto y todo el misterio del amor está expresado en dos versos, en un
ambiguo significado de frescura y de ardor.
¿No es acaso el beso el príncipe divino de amor, el que resplandece en todos los
significados y el de los más bellos rumores que suenan en nuestra alma con música de
cielo, pero el que a pesar de su encanto angélico, tiene la elocuencia roja del pecado?
La gota de oro de un beso en el surco del tiempo puede darnos la milagrosa
realización de un ser nuevo.
“Y pueden ser los hechizados brazos
las cuatro raíces de una raza nueva.”
Sublime concepción por cierto para un futuro impregnado de nuestra esencia en
el benéfico efecto del vicio. En la oscura brevedad de nuestra vida sentimos circular en
nosotros la fresca energía del mundo y agudizamos nuestra ilusión en la responsabilidad
del futuro; y la idea de nuestra persona está ligada al emblema de la multiplicidad, y en
la pagana concepción siempre habrá una parte viva de nuestro ser en el fruto humano
que pende del brazo de la Eternidad, en el espacio ilimitado.
En la particularidad de la deliciosa fantasía de su arte está la elocuencia de una
imagen constante y de aspecto vario; es el alma del artista mirándose siempre en el
espejo de la vida, determinada en el poder de conferir cualidades divinas a las simples
cosas que nacían de su alma y así, en esa actitud adorable, Delmira Agustini se nos
presenta en la imaginación y su nombre nos penetra en el alma, con el prestigio de sus
esplendores, creyendo firmemente que ella haya sido la mujer de América en el Arte
haya realizado uno de los sueños mas ricos del alma latina.
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Juan M. Filartigas
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