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ICONO EMAÚS
Como todas sabemos, un icono es una imagen, un signo. En la cultura popular, lo
utilizamos con el sentido general de símbolo, que es reconocido por tener un
significado y representar o encarnar realidades que queremos expresar.
En esta ocasión, hemos querido elaborar un Icono desde la “experiencia de Emaús”.
Tema central de esta Conferencia.
Si hay algo que caracteriza un “icono” es precisamente la amplitud y libertad que nos
permite hacer, cada una, nuestra propia lectura de lo que ve. En este momento
quiero compartir con vosotras mi lectura, nuestra lectura a través de los personajes,
colores, rasgos, … etc de este Icono:
Los discípulos, en este caso cada una de nosotras, caminamos en una dirección que
orientan hacia alguien que emana luminosidad, y ésta parece que las abraza las
envuelve: es la presencia eucarística.
Jesús Eucaristía en el horizonte ocupa el lugar principal, ofrece horizonte, camino,
a la vez parece que las alcanza porque lo invade todo, - los trazos fuertes, rotundos
dan seguridad, son símbolo de certezas y rotundidad, de profundidad-. Ya no hay
espacio para la duda: si bien no cierra el camino, deja espacio abierto a la libertad
personal. Él en el camino con los discípulos, Jesús no se adelanta: El espera que le
pidan: “quédate con nosotros.”
Siendo horizonte y luz atrae hacia Él y al mismo tiempo es fuerza y bendición que
impulsa a la vez que atrae (es Su presencia delante y detrás). Desde el pan al ser
partido y compartido: es alimento y corazón de nuestra comunión-fraternidad.
Y caminan ligeras, como con prisa, ágiles: le han reconocido… su corazón palpita
fuerte, ¡arde! Experimentan la urgencia de compartir, de volver, de regresar a la
comunidad y de comunicar. Ya no hay miedos, hay claridad, alegría, esperanza.
El pan partido, bendecido y transformado en Su Cuerpo,…es alimento que fortalece
e impulsa a serlo para otras/otros…es impulso que lleva a descubrirle y adorarle en
las realidades humanas -el oscuro de la realidad ha sido trasfigurado y pasa al azul,
esa realidad del dolor, debilidad, limitaciones, impotencia…etc.- que aparecen
siendo parte del horizonte hacia el que, por vocación estamos enviadas. … la
Presencia eucarística la va transformando: los discípulos sólo instrumentos…El pan
partido sobre una mesa abierta, sin fronteras, dispuesto para todas/os…
Las discípulas que se acompañan, aunque diferentes se saben familia, y cada una
a su ritmo hace camino de liberación, de misión, el nuestro, el de “ellas”.
El tono marrón que perfilan las líneas del pan, al ser partido en las manos de Jesús
empieza a…transfigurarse -al amarillo- para transformarse y transformar la mirada
de los discípulos que en ese instante le reconocen. Es la fuerza de Su corazón, de un
corazón que ama y conoce nuestra humanidad…Cuando se dan cuenta ya es tarde:
Él ha desaparecido… No es la mente que se ilumina, sino que es el corazón que
comienza a arder! Un corazón encendido es capaz de dinamizarnos,
desinstalarnos, sorprender y sorprendernos.
Hay premura y ardor en el corazón, no hay tiempo para preguntas, tampoco lo
necesitan: ¡sus ojos se han abierto!
Inundados de una nueva luz, empieza el tiempo de adorar, de agradecer el “don de
la Eucaristía y la Presencia”, de expresar la alegría de sus corazones encendidos que
arden ya resucitados y en adelante enviadas a ser desde el don de la gracia recibida:
resucitadoras para el mundo.
Una nueva energía vital les inunda y transforma. Es tiempo de volver, de ir a la
comunidad…y lo hacen ¡danzando!
Sin tardanza, deciden regresar a Jerusalén, con la misma instantánea premura con
que la fe ha retornado a ellas: el misterio de la experiencia pascual se les revela y se
hace experiencia vital… es el momento de decirse unas a otras:
¿No estaba ardiendo nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino, nos
explicaba las escrituras y daba sentido, al partir el pan, a todo lo que estaba
pasando en la historia, en nuestra historia?