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4. Nación, independencia. Una historia de naciones.
4.2. De nación a imperio, de imperio a nación.
1. Conceptos.
- Consulado.
- Centralización política y ad- Imperio.
ministrativa.
- Bonapartismo.
- Concordato.
- Golpe de estado.
- Populismo.
- Código Napoleónico.
- Juntismo
- Guerra de la Independencia.
- Guerra de guerrillas.
- Abdicación.
- Constitución de Bayona.
- Bloqueo continental.
2. Acontecimientos, personajes, fechas.
términos, historiadores...
- 18 Brumario.
- Talleyrand.
- Tratado de Amiens.
- II Coalición.
- Batalla de Waterloo.
- Manuel Godoy.
- Batalla de Trafalgar.
- Murat.
- Batalla de Austerlitz.
- Wellington.
- Tratado de Fontainebleau.
- José I (Rey de España).
- Carlos IV, Fernando VII (reyes españoles)
- Gobierno de los 100 días.
Jacques Louis David (1748-1825):
Napoleón cruzando el paso de Saint
Bernard
4.2.1. El imperio de Napoleón.
1. El mito napoleónico.
Posiblemente no haya figura histórica de la trascendencia y popularidad de Napoleón Bonaparte. Un personaje que recoge en
sí mismo caracteres, ideas y conceptos de alcance universal, ambivalentes y hasta contradictorios, desde el héroe hasta el villano; el salvador y el traidor de la revolución; el liberador y el opresor de los pueblos; el creador de la moderna idea de Europa y el restaurador de
los viejos imperios; el soldado y el emperador; el defensor de la democracia y el restablecedor del absolutismo. Un hombre que consiguió
concitar, en su persona, desde las mayores admiraciones a los más grandes desprecios, que llevaron a considerarle, más allá de su estatura, de “Napoleón el Grande” al Bonaparte enano. Lo que es indudable es que Napoleón representa, como ningún otro protagonista,
el espíritu de su tiempo, no sólo simbolizando los avances derivados de la revolución, sino extendiéndolos por toda Europa a golpe -y
nunca mejor dicho- de sus campañas militares. Y es que en la historia de Europa, bien podríamos decir del mundo occidental, hay un
antes y un después de Napoleón. De hecho, la misma Europa que dejó como legado tuvo como catalizador, precisamente, los efectos de
la “era napoleónica”, tanto en los procesos políticos que germinó y avivó, tales como el desarrollo revolucionario liberal o los movimientos
nacionales que fueron produciéndose en contra de su proyecto imperial y contra los otros viejos imperios, como en las reacciones que
las potencias legitimistas orquestaron para frenar el avance de sus propuestas liberales y modernizadoras, que ponían en cuestión no
sólo el orden internacional existente, sino las bases sociales y políticas sobre las que basaban su poder y dominio en sus propios estados,
alterando el statu quo hasta entonces vigente.
Napoleón, por otra parte, renovó y actualizó la idea de imperio en edad contemporánea. A pesar de que a comienzos del XIX
pervivían los viejos imperios como el Ruso, el Otómano, el Austro-Húngaro o la propia idea imperial alemana, en torno a la Confederación
Germánica, fue Napoleón el que introdujo en la contemporaneidad una nueva forma de entender el imperio. Es cierto que Napoleón se
identificó con la idea imperial romana y trató de emular, en cierta medida, a su admirado César, pero en su concepción imperial introdujo
elementos realmente modernos, tendentes a la civilización y modernización de los pueblos anexionados y a su interrelación, por medio
de una especie de federación de estados, que bien podemos calificar de precursora de la idea de Europa.
Napoleón, más que pertenecer a la historia, ha sido dominado durante mucho tiempo por la mitología, ese mundo ideal en que las
figuras históricas dejan de ser hombres para convertirse en héroes: más que personas son semidioses. Hay sin embargo diversos
elementos que componen el mito napoleónico, ya que en el mismo convergieron la leyenda dorada sobre el Emperador, el culto
napoleónico y el bonapartismo, aspectos todos ellos que, aunque se mezclaron durante la Europa de la Restauración, exigen un
tratamiento diferenciado y seguir su particular cronología, si es que queremos calibrar la proyección real del personaje en la época
que siguió a su derrota y durante la década inmediatamente posterior a su muerte, ocurrida en mayo de 1821.
1. Leyenda, mito, culto napoleónico y bonapartismo
Conviene clarificar la variedad de acepciones que pueden darse a estos términos, coexistentes en el tiempo, para entender cómo
cada uno de ellos convergió en el mito del héroe romántico. La leyenda, el mito napoleónico y el culto a Napoleón, aunque formaron
parte de la acción política, constituyen tres fenómenos singulares en sí mismos, mientras que el bonapartismo tiene un carácter polisémico que puede referirse tanto a una doctrina, a un partido, a un sistema de gobierno o, simplemente, a una corriente política
que perseguía la restauración de la dinastía imperial. La principal diferencia entre los mismos es que Napoleón no creó su leyenda,
aunque sí el culto hacía sí mismo y el mito, y fue también el inventor del bonapartismo. Sin embargo, lo que hubo en la Francia de
la Restauración, fue sobre todo un bonapartismo popular, lo que se ha llamado Los Napoleón del pueblo, que no era en absoluto
una tendencia política bien definida. Este bonapartismo popular estaba ideológicamente orientado a la izquierda, se basaba en la
nostalgia, y apareció al día siguiente de la batalla de Waterloo. Por entonces, el eclipse de la idea republicana hacía del Imperio la
única alternativa posible; veía en Napoleón el salvador y heredero de la Revolución, al tiempo que borraba el recuerdo del autoritarismo y del antiparlamentarismo. Sus difusores fueron el pueblo y sobre todo los militares, los veteranos de la Grande Armée, confinados en sus hogares, condenados a contar la epopeya vivida al lado del héroe. Del mismo modo, la memoria espontánea de los
humildes, transformaba el pasado a la luz del triste presente, para añorar el Imperio y el episodio de los Cien Días. Bonapartismo,
para los vencidos, era sinónimo de patriotismo, tal como señaló el escritor francés Stendhal, al enterarse de la derrota de Waterloo:
“Es la primera vez en mi vida que siento el amor a la patria ”. Sin embargo, este bonapartismo tampoco se identifica totalmente con
la leyenda napoleónica. Los mecanismos de la misma hay que seguirlos a partir del episodio de los Cien Días, es decir, cuando Napoleón consiguió huir de su prisión en la isla de Elba y llegar a las costas de Francia a primeros de marzo de 1815, acompañado de
unos pocos soldados, para entrar triunfalmente en París la noche del 19 al 20 de marzo. Se redactó entonces una Carta constitucional
más liberal que la de Luis XVIII, cuya elaboración corrió a cargo del antiguo oponente a Napoleón, el liberal Benjamin Constant.
Como se sabe, fue un episodio efímero -aunque de gran densidad política, como veremos- que acabó en junio de 1815, en Waterloo.
Los ingleses impusieron de nuevo a Luis XVIII y Napoleón fue confinado en Santa Elena. En un primer momento no fue la leyenda
dorada la que apareció, sino la leyenda negra, atizada por los ingleses, pero que tuvo gran éxito en Alemania y Rusia. No fue espontánea, sino obra de algunos panfletistas que hicieron de Napoleón una caricatura sistemática para mostrarlo como un individuo
cargado de todas las taras morales. Era una propaganda destinada a las mentalidades populares para convertir al Emperador en
un monstruo. Esta corriente de opinión fue perdiendo audiencia mientras que la leyenda dorada se imponía. Ésta fue en su primera
fase algo muy improvisado, aunque tuvo un alcance internacional. Surgió a partir de una tradición transmitida desde 1815. Las autoridades francesas, siempre temerosas de un complot bonapartista, amplificaron involuntariamente el fervor popular a Napoleón.
(Irene CASTELLS OLIVÁN; Jordi ROCA VERNET, “Napoleón y el mito del héroe romántico. Su proyección en España (1815-1831)”)
1. ¿Por qué se convirtió Napoleón en prototipo de héroe romántico?
2. ¿En qué consistieron esa “leyenda dorada” y esa “leyenda negra? ¿Qué objetivos o finalidades perseguían y concretaban una y otra?
3. ¿Con qué finalidad se estableció el “culto a Napoleón”? ¿Qué utilidad política cubría? ¿Qué relación tiene con el “populismo”?
4. ¿En qué consistió el bonapartismo, qué objetivos y proyectos políticos distintos englobó?
2. Napoleón, del 18 Brumario al Imperio.
No resulta fácil englobar la etapa napoleónica dentro del proceso revolucionario francés. Para algunos, Napoleón resulta el epigono necesario de la revolución; para otros, la revolución ya estaba concluida, constituyendo el imperio una fase distinta, posterior, a la
propia revolución. Y es que el significado ambivalente de este período permite igualmente considerar a Napoleón como la figura que encarna los principios revolucionarios, consolidando sus alcances y poniendo fin a los desmanes radicales y a los desórdenes políticos y
sociales, como el traidor al proyecto revolucionario, que impone un proceso reaccionario que termina con los avances parlamentarios y
democráticos ensayados en los años anteriores, sustituyéndolos por una reformulación del antiguo despotismo, encarnado ahora en la
figura del Emperador. Esta dualidad es planteada en las dos grandes fases en que podemos dividir la hegemonía de Napoleón en la
política francesa, el Consulado y el Imperio, marcando el paso de una a otra etapa la línea divisoria con respecto a su papel y contribución
en el proyecto revolucionario, si es que la “república coronada” que vino a representar el imperio realmente se distanció de los verdaderos
ideales republicanos. De cualquiera de las maneras, Napoleón quedará asociado a los grandes avances experimentados por el estado
francés, que supusieron su modernización política, jurídica y administrativa bajo los principios jacobinos de centralización, igualdad y patriotismo. Las reformas administrativas (las prefecturas), el Código Napoleónico, el sistema educativo o la propia identidad nacional, asociada con la grandeza (Grandeur) que Napoleón consiguió imprimir sobre la Francia imperial, además del orden político y social y el
avance económico que Francia experimentó bajo su dominio político, conformaron la base política de la Francia contemporánea. Incluso
su papel de “exportador” de la revolución al resto de Europa, refleja la preocupación de los girondinos por ampliar el espacio revolucionario
fuera de Francia, conscientes de que su supervivencia y tranquilidad dependía de la modernización y transformación política del resto de
los estados de su entorno.
El papel que representó Napoleón en el desarrollo revolucionario está ligado a su condición de militar y a la situación exterior de
la República, enfrentada a sucesivas coaliciones. Su rápida ascensión dentro del oficialato y el progresivo protagonismo del ejército convirtieron a los militares, y con él a la cabeza, en la única institución capaz de garantizar cierto orden en una Francia sumida en el caos y
la anarquía. Asimismo, Napoleón venía a representar el proyecto político de un amplio sector de la burguesía, ampliada en su diversidad
y heterogeneidad, en sus estratos más bajos, debido a las transformaciones revolucionarias, generosas en relación a los pequeños propietarios agrícolas. Estos grupos, cansados ya de los excesos del radicalismo, que consideraban ya innecesaria la participación popular
para consolidar los avances revolucionarios, formaron la base sobre la que se apoyaron el consulado y el imperio, así como los nuevos
textos constitucionales (Constitución del año VIII -1799- y Constitución del año X-1802-) que sirvieron de fundamento legal. Precisaban,
además de la tranquilidad y el control políticos, asegurados por vía militar y con una sustancial reducción de los derechos políticos, de un
contexto propicio para su prosperidad y desarrollo económico y de una base cultural que reflejara su hegemonía social y económica. En
este proceso, no exento de dificultades, Napoleón se vio obligado a neutralizar tanto a los monárquicos y realistas que pretendían una
pronta restauración de la monarquía, como a los rebrotes del radicalismo que aspiraban al establecimiento de un régimen democrático y
aun proto-socialista. El resultado fue el nacimiento de una nueva cultura burguesa que conseguía despojarse de los desvaríos del radicalismo y que supo reintroducir principios aprovechables que contribuyeron a la estabilidad política y a la paz social, como la religión
(Concordato de 1801), el orden (Código Civil de 1804) y un patriotismo de nueva índole, que la idea de imperio (28-5-1804, proclamado
Emperador) pudo asumir en sustitución del nacionalismo revolucionario.
El periodo más brillante, desde el punto de vista político y administrativo, fue el consulado. Nacido como con secuencia del golpe
del 19 de Brumario, inició sus actividades el 11 de noviembre de 1799 y terminó el 18 de mayo de 1804, al dar paso al Imperio.
Esta nueva etapa de la Revolución obligaba a otra reforma constitucional, la del año VIII, que abordó una completa reforma administrativa, judicial y financiera. … Pero las reformas impuestas por Napoleón a través de la misma han durado hasta la actualidad.
Significaron la total ordenación de un país que, devastado por los actos de la anarquía revolucionaria y por las guerras, necesitaba
una organización que Napoleón dio con exacta medida de las necesidades de Francia para su tiempo y para el futuro. El gran talento
organizador de Napoleón se puso a prueba en este primer gobierno que estuvo bajo su discreto, aunque absoluto, poder. Ordenó,
por medio del Código Civil, las más importantes conquistas obtenidas por la Revolución y hasta consiguió la estabilidad religiosa
mediante la firma de un Concordato con la santa sede que duró hasta 1905.
La nueva constitución del año VIII concedía al poder ejecutivo una gran fuerza y su mandato duraba diez años, siendo reelegible.
Napoleón fue designado primer cónsul… Junto a otras características de poder personal, el nuevo poder ejecutivo que se establecía
con esta constitución comenzaba a recordar el poder absoluto del pasado.
Solamente un cansancio por los actos revolucionarios, la preocupación ante las guerras que Francia mantenía contra la Europa del
Antiguo Régimen, la necesidad de ordenar bajo una nueva administración el territorio francés y darle un contenido válido para la
mayoría de este pueblo, explican la aceptación de un régimen que volvía a poner en práctica los principios del poder personal, matizados por el reconocimiento a la existencia y aceptación de las constituciones –la gran conquista de la Revolución francesa-, pero
constitución que, en definitiva, contenía todas las posibilidades del poder absoluto, consentido porque Napoleón era ciertamente un
producto de la Revolución y ninguno de esos poderes había sido heredado por línea dinástica, sino conquistado por la acción personal.
Si se tiene en cuenta que este Consulado nacía de un golpe de estado, no deja de sorprender la cautela con que Napoleón se dirige
hacia el poder personal y tampoco es extraño el hecho de que estos pasos no solamente fueran contemplados por los revolucionarios,
casi todos ellos devorados o desencantados por la propia Revolución, sino seguidos o aceptados por una nueva conciencia en los
hombres de aquel tiempo que les arrastraba hacia la organización de las conquistas más sólidas y estables de la Revolución.
Era evidente el retroceso que la participación popular tenía en el nuevo régimen establecido por el Consulado. El pueblo de Francia
pasaba, de los actos desordenados en la calle, a uniformarse militarmente y a colaborar en las glorias del Emperador. El Consulado
fue el auténtico período de transición que le llevó de uno a otro camino.
(Carmen Llorca, Napoleón Bonaparte, Historia 16, 1995)
1. Según Carmen Llorca, ¿cuál fue el principal efecto positivo y benéfico del Consulado? ¿Cuál fue el significado político del Código
Civil o Napoleónico? Busca información al respecto y señala la influencia que ha tenido este texto legal.
2. Desde un punto de vista político, y comparada con las fases revolucionarias anteriores, ¿cómo caracteriza la autora a la etapa del
Consulado? ¿A qué causas y circunstancias se debió su establecimiento?
3. ¿Cuál fue el papel que vino a representar el Consulado con respecto a la revolución iniciada en 1789? Cómo se definió el nuevo
régimen por medio de la Constitución del año VIII?, busca información al respecto.
Al hacerse Napoleón Bonaparte del gobierno francés, en noviembre de 1799, hizo promulgar una nueva constitución, basada en
esta oportunidad –según declaró- “sobre los verdaderos principios del gobierno representativo, sobre los sagrados derechos de propiedad, la igualdad y la libertad”, para anunciar enseguida que “la revolución ha terminado”.
El ciclo revolucionario iniciado en 1789 había enseñado una organización monárquica reformada, una radical constitución jacobina,
un conservador gobierno termidoriano, hasta la llegada del Consulado en 1899. Este último cuerpo de gobierno, del que participaba
Napoleón, había heredado una importante tradición republicana, incluso democrática, pero también un legado conservador, propias
del caído régimen monárquico.
Con Napoleón, la nueva constitución convalidó el sufragio universal para los hombres, pero sólo en los eslabones más bajos de un
proceso electoral indirecto, que culminaba con la elección de miembros para el parlamento, y pronto apareció un criterio censitario,
es decir, de mayores derechos para quienes pagaran más impuestos.
Esto no invalidó que Napoleón apelara a las masas electorales a través de diferentes plebiscitos, no exentas de la manipulación oficial. No obstante, todo llevaba gradualmente a un gobierno cada vez menos republicano y cada vez más jerárquico y ambicioso,
que encontraron asiento en dos despachos especiales: el del Ministerio del Interior y el del Ministerio General de Policía.
En poco tiempo, Napoleón logró que el Consulado de tres miembros quedara enteramente en sus manos y, con posterioridad, que
la Constitución del Año XII inaugurara el Imperio hereditario. Esto último sucedió en mayo de 1804, ante la amenaza de la restauración monárquica, impulsada por Gran Bretaña. Desde entonces, se desataron las guerras napoleónicas, que permitieron la expansión del imperio francés, con el código napoleónico bajo el brazo, a gran parte de Europa.
En esta ocasión, recordamos la fecha en que Napoleón fue coronado como emperador, el 2 de diciembre de 1804, con la inestimable
–en virtud de sus ambiciones imperiales- presencia del Papa Pio VII.
La frase elegida para la ocasión revela la fórmula general que explica la ascendencia de Napoleón sobre el pueblo. El período de
gobierno napoleónico –que duró hasta 1815- supuso un férreo disciplinamiento social y político. Sin embargo, ello no fue un exclusivo
legado suyo. Tanto es así que se ha dicho que si Bonaparte fue el sepulturero de la libertad política, el Directorio ya le había facilitado
el cadáver.
(Octave Aubry, El Pensamiento vivo de Napoleón, Buenos Aires, Editorial Losada, 1951).
1. ¿Qué supuso el paso del consulado al imperio? ¿Cuáles fueron las principales diferencias entre la Constitución del año XII y la que
dio nacimiento al consulado? (busca información al respecto).
2. Desde un punto de vista de política interior, ¿qué significaba el nuevo imperio? ¿Qué sentido tenía el “populismo” en el nuevo régimen
imperial?
3. Tras la lectura y reflexión sobre los dos textos, ¿Cuál crees que fue el papel de Napoleón con respecto a la revolución?; ¿mantuvo o
traicionó los principios revolucionarios?
3. Napoleón y el nuevo orden europeo.
Durante los casi quince años que constituyen la etapa napolénica, apenas pudo disfrutar Francia de un momento de paz. Los
estados absolutistas de Europa siguieron mirando con prevención hacia un país que seguía representando los principios revolucionarios,
que el propio Napoleón amenazaba extender más allá de sus propia fronteras. Inglaterra, a su vez, participaba de estos recelos, en cuanto
el desarrollo económico que empezaba a experimentar el estado vecino podía poner en cuestión su hegemonía comercial en Europa y
en América, lo que situaba a la gran potencia marítima en continua enemistad contra la Francia napoleónica. Por otra parte, Napoleón intensificó la idea expansionista que fue gestando la propia revolución y que él se encargó de cumplir en sus campañas militares, cobrando
ahora una nueva dimensión al formar la base territorial de su proyecto imperialista. En su idea de imperio, la anhelada paz de Europa
sólo era alcanzable por medio de la reunión de todos los pueblos bajo una misma confederación, sometida al propio Napoleón y a la
nueva dinastía familiar que pretendía establecer sobre los estados anexionados. Para ello era necesario el dominio y hegemonía militar
del ejército napoleónico y el introducir sobre los nuevos territorios los logros y avances de la Francia republicana, obtenidos gracias a la
revolución. Sin duda esta idea de imperio era novedosa, y bien podemos tomarla como anticipadora de la moderna idea de Europa, sin
olvidar el carácter de dominación y explotación que mantenía, como cualquier otro, el imperio francés. Si la superioridad militar de la
Francia napoleónica estaba asegurada en el ámbito continental, gracias a las implicaciones derivadas de la democratización del ejército,
del sistema de reclutamiento y la modernización de las tácticas militares que llevaba aparejado este proceso, la superioridad marítima
corría de parte de Inglaterra. De ahí que la gran estrategia política y militar que aplicó Napoleón, tras la derrota de Trafalgar, se centrara
en lo que vino a conocerse como “sistema continental”, tendente a cerrar o bloquear el comercio inglés con la Europa continental. Un proyecto de difícil cumplimiento que exigía un gran rigor en el control de los estados y territorios que se encontraban bajo dominio francés o
simplemente aliados, que derivóen las campañas más arriesgadas, como la invasión de España y Portugal, que terminaron con un terrible
fracaso, al igual que la que emprendió al objeto de domeñar a la Rusia zarista y contrarrestar cualquier disputa a la hegemonía napoleónica
en Europa.
La presencia militar napoleónica actuó como un catalizador o detonante en los territorios sobre los que se produjo, provocando
el inicio de procesos de transformación que conducían al fin del Antiguo Régimen y al establecimiento de nuevas sociedades burguesas,
provocando la sustitución de los estados absolutistas por unos incipientes sistemas constitucionales. En el caso de España, por ejemplo,
las abdicaciones de los monarcas españoles (Carlos IV y su hijo Fernando VII) en favor de Napoleón y de éste en su hermano, José Bonaparte, trajo consigo el fin del régimen feudal y de las instituciones políticas asociadas, incluida a la propia Inquisición, proyectando una
transformación de las estructuras políticas, económicas y administrativas. La Constitución de Bayona, una especie de carta otorgada que
debía servir de base legal para el nuevo ordenamiento político del país, supuso el primer texto constitucional español y el programa de
cambios que conducirían al nacimiento de un sistema constitucional bajo la órbita del Imperio francés. En el caso de Italia, las tropas napoleónicas, que lograron limitar la dominación austríaca, supusieron el despertar del movimiento nacional italiano que, décadas más
tarde, pondría en marcha el proyecto unificador. Desde este punto de vista no puede limitarse el potencial liberalizador y modernizador
del imperio napoleónico, que supuso el cuestionamiento definitivo del Antiguo Régimen y que iba a provocar, a corto y medio plazo (tras
el paréntesis de la Restauración), el triunfo de las nuevas sociedades burguesas en la Europa occidental.
Una de las ideas que más me ocuparon había sido la reunión, la concentración de los mismos pueblos geográficos que las revoluciones y la política han disuelto y dividido; de manera que contándose en Europa más de treinta millones de franceses, quince de
españoles, quince de italianos y treinta de alemanes, hubiera querido hacer de cada uno de estos pueblos un solo cuerpo de nación
(...); !Yo me juzgaba digno de tamaña gloria!
(...) En tal estado de cosas podía haber más probabilidades de conseguir en todas partes la unidad de códigos, de principios, opiniones, sentimientos, ideas e intereses. Acaso entonces, con el apoyo de las luces universalmente extendidas, hubiera sido permitido
soñar la gran familia europea (...).
Nadie podría negar que si, al entrar en España, Austria, en vez de declararme la guerra, me hubiese dejado cuatro meses de estancia
en España, todo hubiese terminado allí y en tres o cuatro años se habría visto una paz profunda, una prosperidad brillante, y una
nación compacta (...).
Como quiera que sea, esta reunión (la de Europa) se hará tarde o temprano (...) el impulso está ya dado, y no creo que después de
mi caída y la aparición de mi sistema pueda haber en Europa otro gran equilibrio que la reunión y la confederación de los grandes
pueblos.
(Palabras de Napoleón el 11 de noviembre de 1816).
1. Cuando Napoleón se refiere a las “revoluciones” que han afectado a los pueblos de Europa, ¿qué papel le cupo a Napoleón en esos
procesos? ¿Puede decirse que Napoleón y sus ejércitos provocaron las revoluciones en otros estados europeos? En el caso de España,
¿cómo ocurrió este proceso?
2. A partir de las declaraciones del propio Napoleón y de la información que busques por tu cuenta, ¿cuál era el proyecto político del
imperio napoleónico?
3. ¿Por qué se establecieron coaliciones militares contra el expansionismo francés? ¿Qué sentido e intereses políticos tenían estas alianzas militares? ¿Cuáles fueron los intereses concretos de Inglaterra y cómo respondió el propio Napoleón para neutralizarla?
4. ¿Cuál fue el papel del imperialismo napoleónico con respecto al desarrollo de los nacionalismos europeos, por ejemplo, en el caso de
Italia o en el de la Península Ibérica?
5. ¿Crees que se puede asociar el imperio napoleónico con el desarrollo de la idea de Europa, tal como la concebimos hoy en día?
El imperio napoleónico y los viejos imperios.
1. ¿Cuáles eran las principales potencias europeas en el siglo XVIII? ¿Quiénes eran las que ejercían la hegemonía o predominio político
y comercial? ¿Qué regímenes políticos representaban? ¿Cuál había sido la actitud de estas potencias hacia la Francia revolucionaria?
2. Busca información relativa a las coaliciones que se fueron desarrollando contra la Francia revolucionaria y napoleónica, cuáles fueron
los países que las formaron, en qué fechas y cuáles fueron las principales batallas y tratados a que dieron lugar.
3. ¿Cuál fue el alcance territorial del imperio napoleónico, es decir, qué territorios incluía? ¿Cuáles fueron los países aliados o dependientes? ¿Cómo controlaba Napoleón esos territorios que se encontraban bajo su tutela o dominio?
4. ¿Qué significaron en la evolución del imperio napoleónico las campañas de Rusia y la Guerra de España? ¿A qué se debieron uno y
otro fracaso?
2. Cronología de la biografía política de Napoleón Bonaparte. Selecciona los principales acontecimientos de la biografía política de Napoleón y sitúalos en el eje cronológico, describiéndolos brevemente en un recuadro.
Establece los principales períodos de la biografía política de Napoleón y de la que podemos considerar como Francia Napoleónica. Pinta de esos colores
los segmentos.
1811
1805
1799
1793
1813
1807
1801
1795
1815
1809
1803
1797