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Transcript
Trabajos y
ensayos
Publicación del Máster Universitario y del
Doctorado en Estudios Internacionales.
Departamento de Derecho Internacional Público,
Relaciones Internacionales e Historia del Derecho
UPV/ EHU
Número 10
(enero de 2009)
ISSN: 1887-5688
Un enfoque marítimo al influjo de la tecnología en la diplomacia
Esteban Vidal Pérez
1. INTRODUCCIÓN
Históricamente la diplomacia ha estado vinculada a una dimensión espacial de carácter
terrestre por cuanto los Estados, como unidades políticas, se han definido por medio de sus
fronteras políticas, con las que han demarcado frente a otros su correspondiente soberanía.
Ante la necesidad de encauzar y gestionar las relaciones con otros Estados surgió la
diplomacia, a través de la cual comenzaron a entablar contactos oficiales.
Sin embargo, un aspecto de la diplomacia que parece no haber sido abordado con
especial detenimiento es aquel en el que se identifica una relación entre la emergencia y
desarrollo de civilizaciones y potencias marítimas y el desarrollo y la aplicación de nuevos
sistemas de comunicaciones —a partir de los avances provistos por la propia tecnología— de
lo cual se derivará el consecuente impacto sobre la propia diplomacia. A partir de un enfoque
marítimo, y por tanto de orden geopolítico, se estudiará esta relación que identifica en el mar
el origen último de los sistemas de comunicación que, posteriormente, darán lugar a la
formación de complejas redes de información y a procesos en los que el tiempo tomará la
primacía sobre el espacio.
El influjo de la tecnología en la información y en las comunicaciones ha tenido un
impacto importante —señalado por diversos autores— que ha transformado de manera
considerable las relaciones internacionales con un incremento general de la velocidad. Esto
nos llevará inevitablemente a preguntarnos sobre la posibilidad de la existencia de la
diplomacia en un mundo que, cada vez más, tiende a regirse por el automatismo de la
inmediatez en los acontecimientos y los hechos consumados, lo que, de entrada, parece
cuestionar el sentido de la diplomacia en la medida en que ésta dispone de menos espacio para
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Número 10, julio de 2009
Un enfoque marítimo al influjo de la tecnología en la diplomacia
desarrollar aquella actividad que le es propia: la gestión del extrañamiento del Estado y la
negociación.
Primeramente, intentaremos centrarnos en las características fundamentales del mar
como elemento conformador de los sistemas de comunicación propios de las potencias y
civilizaciones marítimas. Se tratará, por tanto, de demarcar, desde una perspectiva geopolítica,
la causa primordial de la formación de la base estructural que, ya en el siglo XX, serviría de
soporte para la aplicación a escala planetaria de los avances tecnológicos al terreno de la
información y de la comunicación.
Aunque el método geopolítico para analizar el desarrollo histórico de las diferentes
formas de existencia, a las que han dado lugar los distintos tipos de sociedades y
civilizaciones, exige exponer la lógica dialéctica que rige las relaciones entre Tierra y Mar
—los dos sujetos de la historia geopolítica—, nos limitaremos a describir las condiciones de
orden geográfico que dan lugar a la formación de sociedades y civilizaciones marítimas, las
mismas que en su evolución histórica han contribuido a que se haya constituido un tipo de
civilización global por medio de la ruptura del espacio-tiempo gracias a los avances de la
tecnología.
La importancia del elemento marítimo nos permitirá ver la analogía que existe entre una
civilización marítima y el universo de comunicaciones e información que ha originado a
través de la tecnociencia. La transposición de lo local y lo global hasta la completa
difuminación de ambos, así como la diferenciación entre espacio y territorio, cuya relación
dialéctica nos llevará a abordar la progresiva territorialización del mar y la consiguiente
oceanización de la tierra debido al impacto de las nuevas tecnologías —que han contribuido a
una creciente convergencia de espacios con la confusión de la tierra, el mar y el aire—,
conllevará la aparición del cibermundo y su dinámica disolvente a través de la velocidad.
La coyuntura tecnológica, y su impacto sobre todos los ámbitos, ha significado una
deslocalización de la diplomacia, o mejor aún, su desterritorialización en beneficio de la
primacía de un tiempo global, lo que junto al incremento de los acontecimientos y del papel
de la cibernética ha puesto en cuestión el sentido y la función que le corresponde a la
diplomacia en un mundo lleno de velocidades que, a su vez, deja tan poco lugar para la
negociación y la gestión de ese extrañamiento inherente a las relaciones entre Estados.
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Un enfoque marítimo al influjo de la tecnología en la diplomacia
2. LA CIVILIZACIÓN DEL MAR
“El hombre es un ser terrestre, un ente terrícola”1. Así comenzaba Carl Schmitt su
conocida obra Tierra y Mar. El elemento continental ha constituido desde siempre el
escenario y soporte de las acciones humanas. Es, por decirlo de algún modo, su medio natural.
Asimismo, del medio terrestre los hombres han tendido a acumular riquezas a través de su
trabajo. A diferencia del continente, sobre los mares el hombre se ha limitado al transporte, a
la pesca y a la guerra. La facilidad para el trasiego de mercancías ha sido uno de los
principales alicientes para el uso de la vía marítima, la cual no tardó en imponerse con
rapidez. Por este medio, el hombre ha podido mover cargas de elevado peso y tamaño sin
utilizar demasiada energía para ello.
La inmensidad de los océanos, que ocupan la mayor parte de la superficie del planeta,
hace de este elemento una vía idónea para el tránsito de mercancías y para establecer
comunicaciones a lo largo y ancho del mundo. Pero además de esto, es importante añadir que
escapa a los estorbos humanos. Los océanos han sido históricamente libres, pues en alta mar
no existen los peajes ni los controles a pesar de que los Estados, cada vez más, tienden a
extender su soberanía marítima. Este factor ha sido, también, un incentivo para el empleo del
mar como medio para el transporte.
En este sentido, resulta lógico que “(...) los pueblos marítimos, en su conjunto, se
muestren menos inclinados a soportar la arbitrariedad y la autocracia que los de las tierras del
interior”2. De forma inversa a la libertad que proporcionarían los océanos, entre los pueblos
continentales, el poder del Estado crecería cada vez más, extendiéndose a casi todas las
actividades humanas, estableciendo así sus controles junto a las trabas inherentes a su
jurisdicción.
La vida en sociedad se ha desarrollado sobre los continentes y no sobre los océanos, por
lo que la caracterización del Mar entre los diferentes autores ha tendido a ser muy similar.
El Mar, la civilización del Mar, es la encarnación de la movilidad permanente, del ‘fluir’,
de la ausencia de un centro estable. Los únicos confines reales del Mar son las masas
continentales en sus extremos, es decir, cualquier cosa opuesta al mismo Mar3.
1
C. Schmitt, Tierra y Mar, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1952, p. 7.
P. M. Gallois, Geopolítica. Los caminos del poder, Madrid, Estado Mayor del Ejército, 1992, p. 131.
3
A. Duguin, “Los paradigmas del fin” en Nihil Obstat, nº 5, 2005, p. 34.
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A partir de aquí se elaborarán todas las analogías entre el carácter marítimo de las
civilizaciones y el impacto tecnológico, el cual ha propiciado la oceanización de la tierra, pero
también la territorialización de los mares. Los océanos representan un campo de lo
imprevisible, de la movilidad permanente, en el que todo es inestabilidad y donde intervienen
multitud de variables.
Como se ve, la naturaleza del mar impide que se constituya en soporte para el desarrollo
de la vida social y, por tanto, para el establecimiento de sistemas de valores jurídicos, éticos y
sagrados. “La estrecha franja donde los dos elementos parecen separarse es la menos
discutible de las fronteras: a un lado, la sociedad humana, al otro, lo desorganizado, lo
inasimilable”4. Al mar va asociada la homogeneidad de un elemento que parece al mismo
tiempo móvil e inmóvil. Pero para su conquista y apropiación fue necesario concebir,
construir y utilizar medios artificiales, lo que implicó el desarrollo progresivo de tecnologías
cada vez más sofisticadas para un mejor desenvolvimiento en la alta mar. La lucha contra un
medio hostil y tan cambiante exigió la continua mejora de las técnicas de navegación.
Hasta prácticamente la Edad Moderna, la navegación se había llevado a cabo a través de
embarcaciones impulsadas por la fuerza humana, mientras que la fuerza del viento era
accesoria si ésta provenía de popa. Sin embargo, con las innovaciones que se produjeron en
las técnicas de navegación a vela, se hizo innecesario el uso del remo, ya que la navegación
pudo realizarse únicamente gracias a la fuerza del viento después de la introducción de las
velas cuadradas que permitían —a diferencia del viejo velero que solamente podía
desplazarse con viento de popa— navegar con viento de costado5.
La historia de las civilizaciones ha atravesado tres estadios claramente diferenciados,
según Ernst Kapp. El primero estaría compuesto por las civilizaciones fluviales que se
formaron y crecieron en torno a las orillas de ríos importantes (entre otros el Tigris, Eufrates,
Nilo, Indo, Huang-ho, etc.). Al ciclo fluvial le seguiría la época ‘thalasica’ de los mares
cerrados y de los golfos (ejemplos de este tipo son la civilización griega y la romana), lo que
daría lugar al establecimiento de nuevos contactos entre pueblos y culturas6. Finalmente, a
todos estos estadios le sucedería la era oceánica, o de mares abiertos, que originarían
posteriormente las civilizaciones propiamente oceánicas, de las que los imperialismos
europeos fueron sus máximos exponentes.
4
P. M. Gallois, op. cit., p. 126.
C. Schmitt, op. cit., pp. 36-37.
6
P. M. Gallois, op. cit., pp. 127-128.
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Sin lugar a dudas, fueron los avances en las técnicas de navegación los que hicieron
posible que las potencias marítimas se adentraran en los mares abiertos, abandonando la
circunvalación de los litorales continentales y el tránsito de los mares cerrados. En el caso
occidental fue a través de los balleneros como el principio marítimo comenzó a tomar su
primacía. Estos aventureros del mar, atraídos por la pesca de la ballena, se adentraron en los
océanos y se emanciparon del litoral. Fue así como se descubrieron las corrientes marinas,
nuevos territorios y, simultáneamente, con la mejora de las técnicas de navegación a vela y
mediante la perfección del compás, se descubrirían también las grandes rutas transoceánicas
por las que más tarde discurriría el comercio marítimo internacional7.
Con el fin de la Edad Media, y unido a la exploración de los grandes océanos por parte
de los balleneros, haría su aparición un nuevo tipo de hombre que, distanciado de la
trascendencia, proyectaría su voluntad de infinito hacia fuera, traduciéndose en una tensión y
en un impulso irrefrenable en la búsqueda de conquistas ilimitadas. La primacía del elemento
marítimo daría lugar al espíritu oceánico que constituiría la génesis de una era oceánica
encarnada por Occidente. Todo esto encontraría su correspondencia en la naturaleza fáustica
de la tecnociencia occidental, que de alguna manera reflejaría el triunfo del alma fáustica
sobre el alma apolínea, del que ya habló en su momento Oswald Spengler8.
Lo ilimitado, lo inabarcable, lo oscuro, categorías simbólicas que se encontraban ya
presentes en la filosofía antigua a través de las clasificaciones del cosmos en pares de
oposiciones9, sirven para establecer una analogía, y por tanto una correlación, entre la
naturaleza del mar y el carácter de la propia ciencia. La infinitud de la ciencia en su desarrollo
progresivo, su creciente capacidad para la movilización de recursos de todo tipo10, su
capacidad para utilizar y poner en movimiento el poder que alberga la materia11, hacen de ella
una inagotable fuente de nuevos descubrimientos que son inmediatamente integrados en su
propia lógica instrumental. El carácter incompleto de su conocimiento, debido a que nunca se
acaba de manera definitiva, guarda una analogía con el mar y sus recursos inagotables12.
7
C. Schmitt, op. cit., p. 29.
P. Lozano Bartolozzi, “De Van Bynkeshoek al ciberespacio” en Mares y océanos en un mundo en cambio:
tendencias jurídicas, actores y factores, A Coruña, Tirant lo Blanch, 2007, p. 88.
9
L. Castro Nogueira, M. Á. Castro Nogueira y J. M. Navarro, Metodología de las ciencias sociales. Una
introducción crítica, Madrid, Tecnos, 2005, p. 57.
10
E. Jünger, El trabajador, Barcelona, Tusquets, 2003.
11
E. Jünger, La tijera, Barcelona, Tusquets, 1997.
12
P. M. Gallois, op. cit., p. 136.
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Un enfoque marítimo al influjo de la tecnología en la diplomacia
Por definición, la costa es un accidente geográfico que puede provocar estímulos
humanos y energías sociales. Tanto las islas como los litorales, si se encuentran a distancias
regulares de otras costas económicamente tentadoras, ofrecen unas condiciones geohistóricas
favorables para el desarrollo en un claro sentido marítimo del potencial humano de la
población. Es entonces cuando el mar, lejos de separar, lo que hace es unir costas opuestas,
pues la actividad económica se orienta hacia el mar, a través del cual se produce el
intercambio comercial13.
Encontramos en una causa de orden geográfico el origen de toda civilización marítima,
cuyo principal rasgo es su orientación hacia el intercambio económico a través del mar,
mediante el que establece sistemas de comunicación. Este tipo de civilización se sustenta
sobre el poderío naval que, a su vez, sólo puede descansar sobre una gran flota que le permita
tanto el natural desarrollo del comercio marítimo como el dominio militar de los mares, para
la salvaguardia de sus intereses económicos.
Los mares llegan a ser en muchas ocasiones el único medio de comunicación para los
pueblos del litoral y de las islas. Por esta razón cobra mucha importancia la construcción
naval y las mejoras tecnológicas que se realicen en este ámbito. Generalmente, la proyección
marítima ha estado vinculada a objetivos comerciales, por lo que para la creación de una flota
naval han sido necesarias inversiones importantes, habiendo sido, entonces, los prestamistas y
financieros los máximos beneficiarios de estas operaciones, al mismo tiempo que el desarrollo
del comercio ha favorecido la actividad de los mercaderes y el aumento de sus beneficios.
La vía marítima ha impulsado los intercambios, ha aproximado culturas y ha estimulado
el conocimiento y el dominio del océano, en la medida en que las técnicas de navegación y la
proximidad de las costas lo han permitido. Asimismo, también ha fomentado el espíritu de
empresa además de invitar a las conquistas lejanas, lo que en su momento contribuyó a que
los imperios coloniales europeos se extendieran a la totalidad del globo y hayan contado con
una influencia más allá de las fronteras de sus propios países14.
La importancia de la posición geográfica ha ayudado a los intercambios tanto
comerciales como culturales, por lo que en el caso de istmos y penínsulas, las poblaciones han
tendido a proyectarse hacia superficies alejadas de la orilla. Aquí cobra importancia la
clasificación de pueblos ribereños, efectuada por L. S. Amery, quien consideraba que las
poblaciones situadas en los litorales se encuentran más favorecidas al ser la encrucijada de
13
14
J. Vicens Vives, Tratado general de geopolítica, Barcelona, Vicens Vives, 1981, pp. 110-112.
P. M. Gallois, op. cit., p. 129.
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Un enfoque marítimo al influjo de la tecnología en la diplomacia
intercambios entre el continente y los océanos, aprovechándose así de las ventajas que ofrecen
ambos elementos15.
Toda civilización marítima tiene como base económica el comercio internacional, del
cual obtiene sus correspondientes ingresos. Por esta razón, el control de las rutas marítimas y
la hegemonía naval en los mares y océanos se convierte en una prioridad, de modo que toda
civilización marítima va ligada a la existencia de una poderosa flota comercial y militar con la
que ejercer su primacía, a lo que habría que añadir la existencia de pequeños y diferentes
enclaves estratégicos a lo largo de los océanos que permiten la proyección de su poder sobre
los litorales continentales.
Juntamente con esto, los pueblos y las civilizaciones marítimas presentan unos rasgos
particulares que los diferencian claramente de los tipos continentales de sociedad. Aquí Henri
Pirenne ofrece una interesante caracterización de este tipo de sociedad:
(...) orientada hacia el intercambio económico, y por lo tanto, necesariamente influida
por los pueblos respecto a los cuales mantiene relaciones constantes. El contacto de las ideas y
las obligaciones que impone el comercio conducen, a pesar de los conflictos creados por la
competencia, al liberalismo y (...) al cosmopolitismo. (...) Y la iniciativa que suscitan los
negocios favorece el individualismo, tanto en el plano social como en el intelectual16.
Pero estas mismas características que se reducirían a una primacía del individuo sobre la
comunidad, de lo económico sobre lo político, del comercio sobre la agricultura, también se
expresan en el tipo de colonización al que dan origen. En este caso, las potencias marítimas,
una vez se han hecho con un imperio lejano, deben mantener el control sobre los espacios
marítimos para asegurar su superioridad sobre los pueblos codiciados. Su forma de
colonización se caracteriza por una menor exigencia, debido a que su prioridad es la pujanza
económica. La diferencia y el contraste lo marcarían las potencias continentales, que siempre
han incrementado su espacio a base de conquistas sobre sus vecinos, lo que les ha llevado a
buscar ejercer una autoridad sin compartirla con nadie, asimilando así a las poblaciones,
identificándolas con las propias e integrándolas en su particular universitas17.
Las civilizaciones marítimas constituyen, entonces, el principal foco geohistórico en
torno al cual se forman los grandes sistemas de intercambio económico. El elemento
económico determina la política interior y exterior de esta civilización, pues su subsistencia
15
Ibídem, p. 317.
J. Vicens Vives, op. cit., p. 109.
17
P. M. Gallois, op. cit, p. 318.
16
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depende del intercambio y del tráfico de mercancías. Los mercaderes y hombres de negocios
son el grupo socioeconómico más importante, pues son quienes impulsan la expansión
económica y la obtención de ingresos a través del comercio. La economía es, entonces, el
centro de gravedad sobre el que se desarrollan la mayor parte de las actividades y lo que, en
definitiva, termina delineando la estrategia global de este tipo de civilización. “Quien domina
al mar, gobierna el comercio del mundo y de esa manera, la riqueza universal y finalmente
llega a dominar el mundo mismo”, decía Walter Raleigh18.
Lo importante para toda civilización marítima es el establecimiento de un sistema de
comunicaciones con el que controlar sus colonias, mantener su dominio sobre los mares para
impedir la aparición de posibles rivales o amenazas y desarrollar el comercio a través de las
grandes rutas transoceánicas para obtener ingresos y conseguir una pujanza económica. Unido
a este aspecto se encuentra el avance y la mejora tecnológica que exigirá el progreso
económico y, por tanto, la mejora de las comunicaciones para agilizar el tránsito de
mercancías.
Actualmente, la navegación por mar sigue siendo importante, debido a sus ventajas
relativas al mayor rendimiento y menor costo, por lo que el grueso de los intercambios
intercontinentales se siguen realizando por esta vía. Los mares conservan aún un mayor valor
circulatorio con respecto a la tierra y al espacio aéreo19.
Por otro lado, no basta con que un Estado, de cara a su proyección marítima, disponga
de buenas costas, una gran marina mercante y una potente flota de guerra. El dominio de los
mares se hace efectivo cuando se cuenta con puntos de apoyo en otras costas, enclaves
estratégicamente situados, puertos y bases más allá de los territorios nacionales, que sirven
para conquistar y conservar la hegemonía sobre los mares y el control sobre las principales
rutas.
3. LA TERRITORIALIZACIÓN DEL MAR
La importancia del mar en las comunicaciones ha implicado la lucha por su control por
parte de las diferentes potencias. Históricamente, las talasocracias han demostrado “(...) la
primacía de los medios de comunicación”20 y, por tanto, su vinculación al mar. El papel
18
J. E. Atencio, Qué es la geopolítica, Buenos Aires, Pleamar, 1982, p. 249.
Ibídem, p. 243.
20
P. Lozano Bartolozzi, op. cit., p. 872.
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fundamental que han jugado los océanos ha conllevado un proceso de territorialización de los
mismos, pues como medio para el desarrollo de las comunicaciones entre continentes ha
facilitado la formación de estructuras comunicativas y el flujo informativo.
La dominación y apropiación del mar comienza con el barco, que ha permitido tanto la
navegación como la pesca, la guerra, la explotación y la exploración. Todo ello ha significado
la domesticación de los mares y, más tarde, la creación de un Derecho Marítimo que ha
regulado las relaciones en los mares y los límites de las aguas. Sin embargo, frente al
principio de libertad de los mares, los Estados han tendido a extender sus leyes más allá de su
litoral al espacio marítimo adyacente, lo que ha significado usurpar el dominio común hasta el
punto de asimilar el mar a la tierra.
El mar ha sido considerado propiedad común en base a su gran extensión, de forma que
su tamaño lo hacía suficientemente grande como para que todos los pueblos pudieran
utilizarlo libremente sacando provecho del mismo. Estos principios fueron enunciados en su
momento por Grotius en su obra Mare liberum, la cual, con sus prescripciones, sirvió de
autoridad durante muchos siglos en el ámbito del derecho marítimo.
Como señala Pedro Lozano:
“La propia naturaleza de las aguas es un obstáculo para los intentos de monopolizar su
propiedad y uso, pero desde un principio, el hombre ha intentado trazar líneas más o menos
ficticias sobre las mismas que fueran señalando su pertenencia, su sometimiento”21.
La inmensidad del mar y su permanente fluidez no ha impedido la demarcación de
fronteras sobre el mismo, las cuales han servido para ampliar la soberanía del Estado sobre el
espacio marítimo y hacer extensible su jurisdicción no sólo a las aguas, sino también al lecho
y al subsuelo, y de forma indirecta al espacio aéreo suprayacente. La soberanía y la
jurisdicción se han llevado a zonas que no estaban sujetas a ella con anterioridad. Se
vislumbra, entonces, una relación dialéctica entre lo que ha sido la libertad de los mares y la
tendencia hacia su dominación.
Con la Segunda Guerra Mundial se produjo un cambio sustancial en las relaciones entre
la tierra y el mar, debido fundamentalmente a la aparición de nuevos desarrollos técnicos que
hacían posible la apropiación de los mares, además de la explotación intensiva de los recursos
que albergan. Pero más significativa resultó la decisión del presidente Truman a la hora de
anunciar que la plataforma continental bajo las aguas dependían de la soberanía americana.
21
Ibídem, p. 874.
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Un enfoque marítimo al influjo de la tecnología en la diplomacia
De este modo se cambió la noción de frontera marítima y se incitó a que los demás países
extendieran su jurisdicción. Fue, por así decirlo, un paso importante en la territorialización y
apropiación del mar22.
El trato que ha recibido el mar a través de las disposiciones jurídicas internacionales ha
sido un tanto ambivalente, pues ha oscilado entre la libertad de alta mar y la progresiva
parcelación y territorialización de las aguas que, habiendo sido internacionales, han pasado a
ser incorporadas a la soberanía de los Estados. No deja de resultar paradójico que, mientras el
mar, por su propia naturaleza, no constituye un medio favorable para su organización en el
ámbito jurídico, debido a que la vida en sociedad se desarrolla sobre los continentes, la tierra,
elemento que ofrece sólidos fundamentos para establecer sistemas jurídicos, tienda a una
oceanización por la que el espacio pierde relevancia a favor del tiempo que es, a partir de
entonces, el que adquiere la primacía.
Históricamente, las primeras potencias coloniales intentaron monopolizar la navegación
y el comercio de ultramar, todo ello bajo el propósito de extender su dominio desde las tierras
que acababan de ser descubiertas a las aguas del mar. Sin embargo, se ha atribuido al
concepto de libertad de los mares la causa de la dominación sobre las aguas por las potencias,
ya que esta libertad de circulación facilitaba la formación de emporios ultramarinos y con ello
la creación de imperios coloniales. Este principio abolía el monopolio hispanoportugués e
incorporaba a otras potencias, como Francia, Inglaterra y Holanda, a la competencia naval. Al
final, este principio consagraba el dominio y hegemonía del mar al país que tuviera la mayor
fuerza naval.
Las pretensiones por extender la soberanía de los Estados a los espacios marítimos
fueron contenidas a través de distintos tratados internacionales, pues en ellos las aguas
territoriales eran limitadas en función de diferentes criterios, como podía ser el establecido
por Cornelio Van Bynkershoek, quien afirmaba que “no concederemos la propiedad de una
zona marítima más allá de donde pueda ser gobernada desde tierra”23. Otro criterio utilizado
fue el alcance de tiro de los cañones de tierra, pero, en general, la necesidad de dotar al mar de
una ordenación jurídica se debió en gran medida a la pesca. Posteriormente, se intentaría
sistematizar la normativa marítima con la adopción de diferentes convenios.
Los intereses económicos y estratégicos, por un lado, y la evolución de la técnica, por
otro, han hecho obsoletos los principios que establecía la doctrina de Grocio para el uso
22
23
P. M. Gallois, op. cit., pp. 141-142.
P. Lozano Bartolozzi, op. cit., p. 876.
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común de los recursos, en función de la cual el mar no se podía ocupar y tampoco agotar por
su uso. Diferentes circunstancias han promovido esa territorialización del mar, entre las que
destacarían el aumento del número de Estados con pretensiones de dominio sobre el mar, la
cuestión de las pesquerías, la formación de zonas económicas exclusivas, etc.
El Estado siempre ha necesitado contar con un sistema de comunicaciones para poder
ejercer su control sobre el espacio de su soberanía. La formación de imperios ha implicado la
existencia de las comunicaciones y de los transportes necesarios para ejercer la centralización
política y el dominio militar. Este aspecto ha sido fundamental en la historia de los Estados y
de los imperios, y en el caso de las potencias marítimas la disposición de una flota militar
tecnológicamente avanzada y de diferentes enclaves estratégicos a lo largo de los océanos
fueron factores clave para asegurar la hegemonía marítima. Cobra sentido, entonces, que las
potencias marítimas hayan contribuido a la parcelación de los océanos y a la supresión de la
libertad de los mares cuando ésta dejó de convenirles. A todo esto se encuentra unido un
elemento importante como es la velocidad, y del cual nos ocuparemos más adelante para
explicar el papel que ha jugado en la oceanización de la tierra.
El mar, como espacio ecológico o espacio natural, se humaniza en la medida en que es
territorializado, es decir, cuando se procede a su organización, que únicamente es posible con
la ampliación de la soberanía del Estado sobre sus aguas adyacentes. Ésta ha sido una
característica propia de la tierra, pues ha sido el soporte físico, y por tanto el escenario, sobre
el que las sociedades han desarrollado su existencia. Sobre la tierra se establecen límites y se
crean entidades definidas y ámbitos de hacer y poder, en definitiva, se organiza el espacio y
con ello se humaniza. Este proceso se ha trasladado al mar, no tanto porque éste pudiera
constituir el nuevo soporte para que el hombre desarrolle su vida en sociedad, sino más bien
porque se ha convertido en una fuente de recursos de su interés24.
4. LA OCEANIZACIÓN DE LA TIERRA
Si podemos hablar de una oceanización de la tierra se debe, sobre todo, a la
difuminación de las fronteras entre Estados y a la confusión entre lo local y lo global, todo
ello fruto de la aparición de una sociedad global de la información. “Estamos ante un único y
24
Ibídem, pp. 878-879.
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Un enfoque marítimo al influjo de la tecnología en la diplomacia
universal espacio cruzado por caminos en red de distinta naturaleza, es decir, estamos ante la
oceanización del ámbito terrestre”25.
Las comunicaciones y los transportes han sido elementos clave para que los Estados
hayan podido conservar su unidad territorial, pero al mismo tiempo para poder ejercer su
control y gobierno en todo su territorio. La carencia de vías y medios de comunicación
dificulta la unidad política del Estado y su dominio. Sin embargo, en función del grado de
desarrollo tecnológico de las comunicaciones y de los transportes dependerá, también, el
grado de centralización política y de dominio militar del Estado. Este factor determina la
superioridad o inferioridad de las informaciones y los desplazamientos, lo que dado el caso
puede facilitar o dificultar la conducción y ejecución de la guerra26.
Las vías y los medios de comunicación han tendido a ir en aumento, lo que ha
incrementado el control del Estado sobre su territorio, pero también ha hecho posible una
mayor interconexión gracias a los avances tecnológicos. Detrás de todo esto se encuentra la
velocidad asociada a aquellas tecnologías que han roto con las barreras del espacio-tiempo,
tanto en las comunicaciones como en los transportes.
La relación entre velocidad y poder es muy íntima, ya que el poder mismo se define
como el control sobre un territorio a través de los medios de transporte y comunicación. En
cada época, el papel de la velocidad ha variado en función de la tecnología, por lo que el
grado de velocidad ha sido distinto, y por tanto también la rapidez con la que se ha ejercido el
control sobre un territorio. En este sentido, “el poder es inseparable (...) de la velocidad”27,
por lo que es el tiempo el que pasa a tener la primacía sobre el espacio, como es el caso de la
actual sociedad mundial que se está gestando, en la que el hombre ha llegado, a través de las
ondas radioeléctricas, a la época de la velocidad absoluta.
Si el océano no conoce las fronteras, más que las imaginadas por los hombres, la era
virtual del cibermundo tampoco conoce las limitaciones de orden espacial. La completa
apertura y la ausencia de todo límite son característica común del mar y del ciberespacio, a lo
que habría que añadir la inestabilidad y la falta de todo orden.
El ciberespacio, como expresión de un marco intangible para la sociedad de la
información, guarda claras similitudes con el estatus jurídico del mar en su origen, un medio
por el que el hombre puede ‘navegar’ libremente en todas direcciones. Ésta es una de las
25
Ibídem, p. 880.
J. E. Atencio, op. cit., p. 275.
27
P. Virilio, El cibermundo, la política de lo peor, Madrid, Cátedra, 1997, p. 17.
26
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razones fundamentales por las que el ciberespacio es equiparable al océano, con la diferencia
de que si para los mares la única limitación son las masas continentales, para el ciberespacio,
por el contrario, ya no existen límites geográficos de ningún tipo, ya que integra la totalidad
de la superficie del planeta.
La velocidad de la luz es una barrera infranqueable que sitúa a la humanidad en la era
de un tipo de velocidad absoluta. Ha hecho saltar todos los cerrojos de las restricciones
espaciales, las trabas, las delimitaciones, etc., que están vinculados a una concepción espacial
del mundo. La velocidad absoluta no permite la existencia de espacios circunscritos y
enclaustrados, la movilidad rebasa todas las fronteras espaciales para hacerlas saltar en
pedazos.
El desarrollo de las comunicaciones ha culminado con las ondas radioeléctricas que han
establecido el tiempo real del ciberespacio, o lo que podría también denominarse como un
tiempo global. La interconexión que se ha generado, especialmente con Internet, ha dado
lugar a la aparición de un mundo estructurado en forma de red. Las nuevas tecnologías son ya
de ámbito mundial, como es el caso de Internet que está al mismo tiempo en todas partes pero
en ningún lugar. Se ha producido una progresiva integración en torno a un tipo de realidad
que ha profundizado las interrelaciones y que, con ello, cualquier acontecimiento pueda tener
su repercusión en el conjunto del mundo. La elevada densidad de la interconexión de los
componentes del sistema-mundo ha hecho que la alteración de uno produzca un cambio en el
resto, y por ende, en el conjunto del sistema.
Todo esto ha generado una desinstalación que ha difuminado cualquier concepción
espacial, sometiendo al hombre al eterno presente de la inmediatez. La noción del tiempo que
prevalece es volátil y huidiza, es el fin del tiempo histórico, del tiempo local. La interacción
instantánea ha hecho posible la aparición de ese tiempo único que es el tiempo real, el tiempo
global. Si el tiempo ha sido considerado la cuarta dimensión, la velocidad podría ser,
entonces, la quinta, el tiempo dentro del propio tiempo. Todo ello ha dado paso al tránsito de
la geopolítica a la cronopolítica, el tiempo se ha impuesto sobre el espacio. Los actores
políticos, como por ejemplo los Estados, son de marcado carácter territorial, por lo que todos
los procesos asociados a las nuevas tecnologías tienden a escapar a su control, ya que se trata
de una realidad paralela que no conoce fronteras ni restricciones, y que además de esto se
caracteriza por la instantaneidad e inmediatez.
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Si en la ausencia de todo tipo de organización reside la diferencia entre espacio y
territorio, el ciberespacio se trataría, como el mar en un principio, de un ámbito opuesto al
mundo humano, dado que no existe territorialización alguna ya que escapa al dominio de los
Estados. En el océano de información que constituye el ciberespacio, la libertad de
movimiento que impera únicamente favorece a los más fuertes, que en este caso son los mass
media. Como en el pasado la libertad de mares favoreció a los países con la flota naval más
fuerte, ahora en el ciberespacio se produce un paralelismo por el que las grandes
corporaciones de la información canalizan los principales flujos informativos.
En el pasado se dio la estandarización de productos para el consumo de masas en las
sociedades industriales. Con los avances de las telecomunicaciones se tiende a una
estandarización de la opinión pública mediante la sincronización28. La instantaneidad de la
televisión, del directo, contribuye también a la sincronización de emociones y a la
manipulación en tiempo real de la población.
Inmediatez, instantaneidad y omnipresencia son rasgos característicos de la era de las
telecomunicaciones. La velocidad de la luz ha hecho posible un creciente automatismo a
través de todas las tecnologías que conectan todo con todo y para las que no hay restricciones
de espacio. El tiempo lo es todo.
Se produce, asimismo, la aparición de la metropolítica en sustitución, también, de la
geopolítica. La difuminación de las fronteras y la imposibilidad de los Estados para controlar
los flujos de información a través de las complejas redes de comunicación del mundo virtual y
telemático ha propiciado la formación de grandes megalópolis, ciudades globales que se
convierten en los centros neurálgicos de la actividad mundial. Pero por encima de estas
ciudades-centro, concretamente en torno a las autopistas electrónicas, se está gestando una
metaciudad o ciudad virtual que está en todas partes y al mismo tiempo en ningún lugar. Se
trata de un producto del ciberespacio, de la virtualidad, que tiende a constituirse en
hipercentro mundial que, según Virilio, convertiría a las ciudades globales en barrios29.
La velocidad, por su propia naturaleza, carece de referentes estables, ya que es un
permanente fluir. Las modernas telecomunicaciones han llevado hasta el final este carácter de
la velocidad, pues rotas las barreras espacio-temporales han propiciado una aceleración de la
historia, o mejor dicho, su densificación, pues en un período de tiempo cada vez menor se
producen a su vez más y mayores cambios, acontecimientos y nuevas situaciones. La
28
29
P. Virilio, Lo que viene, Madrid, Arena, 2005, pp. 36-37.
P. Virilio, “El cibermundo...”, op. cit., pp. 72-73.
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estabilidad que ofrece el espacio geográfico, el territorio, que se proyecta hacia la duración, ha
sido reemplazada por el tiempo y la movilidad de la velocidad, que tiende justamente a abolir
toda duración con la inmediatez. En esto consiste, en esencia, el eterno presente que ha
abolido el tiempo histórico y suprimido el pasado y el futuro.
El efecto del dromos se refleja a través de una constante precipitación acelerada de los
acontecimientos que desarrollan, a su vez, una serie de fuerzas y dinámicas que aumentan el
efecto acelerador. La tendencia general conduce hacia la automatización, un acontecimiento
produce instantáneamente otro, y esto se convierte en una cadena que se comprime más y
más. Los intervalos de tiempo se reducen y el presente se perpetúa con una cada vez menor
duración.
En su grado más extremo, la contracción del tiempo llegaría a reducirlo finalmente a un
instante único y entonces la duración habría dejado de existir realmente, pues resulta evidente
que en el instante ya no puede darse sucesión alguna. De esta forma, ‘el tiempo devorador acaba
por devorarse a sí mismo’, (...) ‘ya no existe el tiempo’30.
El tiempo global remite a sí mismo, el espacio es el conjunto del planeta. Los sistemas
de transmisión de información, dado su carácter cibernético, desarrollan procesos de
autoorganización y autocreación, en forma de subsistemas íntimamente interrelacionados que
se influyen recíprocamente y están sometidos a un constante cambio. Estas relaciones
originan un orden abstracto en el que las megacorporaciones de la comunicación canalizan los
principales flujos de información, distorsionan la realidad y manipulan a la población
anulando su capacidad reflexiva mediante la sincronización de emociones y el consumo
masivo de información.
5. CONCLUSIONES
En líneas generales, se puede afirmar que existe cierto grado de continuidad entre la
formación de civilizaciones marítimas y el fenómeno de territorialización del mar y
oceanización de la tierra.
En la medida en que las potencias del mar formaron redes y sistemas de comunicación a
escala global, y a su vez propiciaron nuevos avances tecnológicos en el transporte y en la
comunicación para aumentar el grado de control político y militar sobre sus territorios, se ha
30
R. Guénon, El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, Barcelona, Paidós, 1997, p. 144.
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producido una tendencia hacia la oceanización de la tierra, pues el progreso tecnológico ha
eliminado las barreras políticas y geográficas gracias a las ondas radioeléctricas. Por el
contrario, y simultáneamente, se ha dado una creciente territorialización del mar en la misma
medida en que se iban produciendo nuevos avances tecnológicos, los mismos que permitían
una mayor explotación de los recursos marinos. Esta circunstancia ha hecho posible una
creciente organización del mar con la extensión de la soberanía de los Estados a sus aguas
adyacentes.
Se ha dado, entonces, una transposición del mar en la tierra y de la tierra en el mar que
ha culminado con la velocidad absoluta de las telecomunicaciones. El proceso descrito ha
concluido con la primacía del tiempo sobre el espacio, fruto de esa oceanización de la tierra
que es el medio en el que se desarrolla la vida de las sociedades. En términos geopolíticos
significa el ‘Fin de la Tierra’, en términos históricos el ‘Fin de la Historia’, a causa de esa
supresión de la duración. La tierra ha quedado sumergida bajo las aguas. ¿Acaso no recuerda
todo esto, en definitiva, al simbolismo bíblico del Diluvio31?
El mar ha representado lo desorganizado e inasimilable. La apropiación del mar y su
creciente organización ha hecho posible su territorialización y con ello su humanización. En
la tierra, el proceso ha sido el contrario por el influjo de las telecomunicaciones y su
inmediatez, lo que ha roto con todas las limitaciones y barreras que tradicionalmente han
regido en este ámbito.
El factor tecno-político de la velocidad, que señala Der Derian, ha hecho que la
diplomacia, a causa de la instantaneidad, se haya visto regida por la velocidad con la que
ocurren los acontecimientos tanto como por estos mismos. El tiempo reemplaza al espacio y
la gestión de crisis sustituye a la tradicional toma de decisiones32.
También cabe preguntarse hasta qué punto la diplomacia puede subsistir en un medio en
el que los acontecimientos, con la velocidad creciente con la que se producen, terminan
imponiendo una progresiva automatización de los procesos. La abolición del pasado y del
futuro a favor de un eterno presente sólo puede recluir a la diplomacia a un papel marginal.
En cualquier caso, todo parece indicar que la diplomacia tenderá a proyectar su actividad
sobre el tiempo en la medida en que el espacio ha perdido importancia, lo que puede
significar que termine limitándose a gestionar procesos de una manera cada vez más técnica,
en vez de preparar la toma de decisiones en el plano político. Sin embargo, todo esto podría
31
32
A. Duguin, op. cit., pp. 23-58.
J. Der Derian, On diplomacy, Nueva York, Blackwell, 1987, p. 208.
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cambiar si en un momento dado se plantea la territorialización del ciberespacio, como ocurre
con el mar o, como insinúa Paul Virilio, si se produce un accidente general que afecte a la
totalidad del mundo y haga desaparecer el espacio de lo virtual33.
33
P. Virilio, “El cibermundo...”, op. cit., p. 14-15.
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