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MARCO HISTÓRICO, SOCIOCULTURAL Y FILOSÓFICO DE
AGUSTÍN DE HIPONA (354-430)
Marco histórico:
El pensamiento de san Agustín cabalga, pues, entre el ocaso de una etapa histórica y el
amanecer de una nueva época. San Agustín llevó a cabo la primera gran síntesis entre filosofía y
cristianismo, la filosofía medieval seguirá su síntesis entre cristianismo y platonismo hasta el siglo XIII,
cuando se descubra el pensamiento de Aristóteles a través de la filosofía árabe y judía y santo Tomás
de Aquino lo reivindique para el cristianismo.
San Agustín se convierte al cristianismo en el 387, y a partir de entonces aceptará de la
filosofía clásica únicamente aquellas ideas en las que encuentra afinidad con la fe cristiana. En sus
primeros 33 años de vida fue un gran buscador de la verdad, fue seguidor del maniqueísmo, del
escepticismo y del neoplatonismo; San Agustín, una vez convertido, dedicó toda su energía a
combatir a los enemigos de la fe, luchó contra herejías de su tiempo como el pelagianismo o el
donatismo1 con una extensa obra escrita. Fue un brillante analista de su propio tiempo en sus
sermones y homilías, ante un clima totalmente apocalíptico y desesperado, tanto para paganos como
para cristianos.
. Agustín afirmaba que "la ciudad de Dios tiene tanto sitio para godos como para romanos".
“Horrendas noticias nos han llegado de mortandades, incendios, saqueos, asesinatos y otras
muchas enormidades, cometidas en aquella ciudad. No podemos negarlo: infaustas nuevas hemos
oído, gimiendo de angustia y pena (...). No cierro los ojos a los hechos, el correo nos ha traído
muchas cosas y sé que se han cometido innumerables atrocidades en Roma” (San Agustín, Sermo
de Excidio Urbis Romae, 3). Este convencimiento debió ser tan profundo, que Agustín decidió escribir
La Ciudad de Dios (redactada entre el 410 y el 426), precisamente para defender el cristianismo de la
acusación de ser el causante de la decadencia de Roma. Esta obra constituye una reflexión desde el
punto de vista cristiano sobre la historia: la historia humana es una historia de salvación. No todos los
hombres protagonizan la historia de la misma manera. Desde un punto de vista metafórico, san
Agustín afirma en su libro que cada uno de nosotros pertenece a una ciudad: a la ciudad de Dios o a
la ciudad terrenal, ambas ciudades se fundamentan en el amor, pero una ama a Dios y otra a sí
misma, una tiene la promesa de la eternidad y la otra es efímera y contingente. Esta distinción no se
corresponde exactamente con la división entre la Iglesia cristiana y la sociedad civil, en el presente se
encuentran entremezcladas y solo en el Juicio Final se separarán. No obstante, solo en un Estado
cristiano puede haber verdadera justicia. La Iglesia, que encarna los principios cristianos, debe
trasmitirlos al Estado y es, por tanto, superior a él. Hacia la ciudad de Dios debe dirigirse el ser
humano ayudado por el magisterio de la Iglesia; la naturaleza humana debilitada por el pecado
original jamás podrá conseguir este objetivo sin la gracia divina y este magisterio. Agustín no tiene
ningún problema en participar en los asuntos temporales del Estado y la política. Más aún, exhorta a
los cristianos a participar en ellos, pero bajo la condición de poner su corazón en Dios. En sus últimos
días, viviendo el asedio de Hipona, “alienta y anima la resistencia material, visita a los generales,
acoge a los refugiados, sostiene el ardor de los sitiados; después en el secreto de su celda,
contempla el esplendor divino cuya luz ningún accidente puede alterar. Lucha por salvar una
civilización y ruega por no dejar de amar el inmutable amor” .Si el Imperio romano había caído no se
debía a los cristianos, sino a la Providencia en cuyas manos está el sentido de la historia.
aunque san Agustín examinó el problema del mal atendiendo al aspecto metafísico (el mal
como privación de ser), el fondo de su pensamiento estaba dominado por la cuestión del mal en
sentido religioso y moral, es decir, por el pecado. El mal es concebido como un alejamiento de Dios.
Marco socio-cultural:
. Como romano se sintió miembro de un Imperio que se creía indestructible y, como cristiano,
ayudó a sentar las bases de una religión cuyo designio histórico fue el de estructurar el nuevo orden
medieval. Vivió el enfrentamiento entre las dos culturas (cristiana y romana). La lectura del Hortensio
de Cicerón lo que le inclinó a la búsqueda de la sabiduría. Sobre el valor de esta vida terrenal
reflexionará más tarde san Agustín al señalar que el verdadero conocimiento se adquiere cuando el
ser humano se repliega en el interior de uno mismo buscando la verdad, es decir, a Dios, sin perderse
en la banalidad del mundo sensible. En La ciudad de Dios san Agustín afirma que cada uno de
nosotros pertenece a una de las dos ciudades en función de si se ama a sí mismo o ama a Dios.
Cada cual puede saber a cuál pertenece volviendo la mirada a su interior.
Este abandono del paganismo se observa también en san Agustín cuando tras recorrer
distintas escuelas filosóficas en busca de la verdad (maniqueísmo, escepticismo y neoplatonismo),
encuentre la resolución a su crisis espiritual al convencerse de la verdad de esta religión (387).Como
reacción contra estas instituciones, san Agustín fue construyendo su propio pensamiento.
San Agustín, frente a la herejía donatista que no aceptaba que los pecadores pudiesen
formar parte de la Iglesia y que exigía la pureza de los sacerdotes y su no intervención en asuntos
políticos, defendió la intervención de la Iglesia en la sociedad civil. Frente al pelagianismo (corriente
que fue condenada en el Concilio de Éfeso en el 431) que considera que el pecado de Adán solo le
afectó a él y no se transmitió a la humanidad, por lo que el ser humano nace sin pecado original
siendo innecesaria la gracia sobrenatural, san Agustín propone el creacionismo traducianista.
San Agustín, junto con los otros padres de la Iglesia, contribuyó a la fijación ortodoxa de la
idea de Dios, desde sus escritos en la lucha contra las herejías.
Marco filosófico:
. El ser humano, afirma san Agustín, busca la verdad, tiene una tendencia innata hacia la
sabiduría y en la sabiduría está la auténtica felicidad o beatitud. La duda escéptica se supera a través
de la certeza de la propia existencia, que es una verdad conocida por experiencia interior. La verdad
existe y será, entonces, eterna y necesaria. La fuente de la verdad no puede estar en la experiencia
sensible porque el mundo de los cuerpos es mudable. El conocimiento intelectual y la iluminación
divina son las puertas que nos abren a la verdad inmutable.
San Agustín vio en el neoplatonismo el instrumento racional para defender su fe, utilizó
argumentos y términos filosóficos neoplatónicos evidenciando la diferencias de estos con el
pensamiento cristiano: descubrió el concepto de realidad inmaterial, que la verdad se sitúa en el Dios
cristiano (las ideas que son fundamento del conocimiento se encuentran en la mente de Dios)
salvaguarda la idea de la creación a partir de la nada, incluida el alma humana. en san Agustín pero
señalando la autotrascendencia del hombre. La verdad se busca en el interior del ser humano
despreciando los placeres sensibles desordenados. El alma, al igual que en el platonismo, es superior
al cuerpo, pero es inmortal, Dios es la única realidad eterna de la que todo procede. La idea de la
iluminación sustituye a la reminiscencia platónica.
El mal no tiene realidad ontológica, no existe un principio del mal, pues es ausencia o
privación de bien (concepto neoplatónico). El alma, cuya naturaleza es dirigirse hacia Dios, se aparta
de su bien y se hace esclava del cuerpo. El mal nace de un uso inadecuado que el hombre hace de
su libre albedrío; es decir, de su capacidad para elegir libremente. El hombre es el responsable del
mal y no Dios. Rechazó la respuesta dualista maniquea y entró en conflicto con los neoplatónicos y
con el pelagianismo que, por creer demasiado en el hombre, apeló a su esfuerzo y a su
responsabilidad para encontrar el camino de salvación por su cuenta. El pesimismo de san Agustín
terminó imponiéndose y tiñendo toda la Edad Media de una antropología en la que el ser humano,
debilitado por su naturaleza, necesita de la gracia que Dios otorga a los elegidos por Él.
entendiendo el tiempo como lineal y otorgando linealidad a la historia. La historia tiene un
principio y un fin y por ello tiene un sentido, es una línea que progresa desde la Creación a la llegada
del Reino de Dios. La historia humana es una historia de salvación. Dios es el principio y fin de la
historia pues todo surge de Él y volverá a Él.
postura de conciliación entre la filosofía y la religión, aunque entendiendo siempre que la
primera es únicamente un instrumento para la segunda (“cree para entender y entiende para creer”, la
filosofía está supeditada a la fe, aunque ambas están colocadas en el mismo plano respecto a la
verdad). influjo platónico del propio S. Agustín, para dotar al cristianismo de una teoría propia.