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EL INVIERNO Y LA PRIMAVERA DE LA ESPERANZA
Domingo 33 b del tiempo ordinario
P. Clemente Sobrado C.P.
18 de noviembre de 2012.
El Evangelio de este penúltimo Domingo del año tiene
mucho de invierno y tiene mucho de primavera. Primero se
nos habla de ese momento final donde todo parece terminar
en cataclismo. Luego nos abre a la primavera de la higuera
que empieza a echar yemas en las ramas todavía casi
desnudas del invierno. Y finalmente nos asegura nuestra
esperanza en la Palabra de Dios. Todo pasará. Sólo una
cosa no pasará: “Cielo y tierra pasarán, mis palabras no
pasarán”. Las cosas pueden ponerse mal, el cielo puede
oscurecerse y sentir que el sol se apagó. Sin embargo, ahí
está la Palabra del Resucitado que nos abre a la esperanza.
Si nos diesen a escoger, todos elegiríamos la primavera y el verano.
El invierno es demasiado feo, dicen muchos. Es muy triste, dicen otros.
El invierno es muy frío, comentan algunos. Nos priva de la alegría.
El invierno priva de sus hojas a los árboles.
En el invierno tenemos que ponernos el ropero entero.
En el invierno se nos enfrían los cuerpos.
En el invierno agarramos todos los resfríos y todas las gripes.
¿Te imaginas un año sin la estación del invierno?
Es posible que fuese una catástrofe. Porque en el invierno la tierra se empapa de agua.
Por eso la tierra se hace más fecunda.
En el invierno las semillas echan raíces en la tierra. Por eso pueden crecer mejor los tallos
en primavera.
En el invierno la savia baja a las raíces y las fortalece. Por eso luego pueden dar mejores
frutos.
En el invierno mueren infinidad de gusanos.
Por eso las plantas pueden estar más sanas en primavera y verano.
El invierno retrae la vida. Pareciera que todo se muere.
Pero no la mata. La manda a las raíces. La hace más fuerte.
El invierno desnuda los árboles. Para que la primavera los vista de nueva hojas.
El invierno encoge de frío el cuerpo. Pero nos hace anhelar el calor del verano.
La vida necesita del invierno.
Las dudas.
Los momentos de oscuridad.
El silencio de Dios.
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Son el invierno de la fe.
Pero no matan la fe. La robustecen y fortalecen.
Los ahogos del presente. El no ver futuro, a pesar de nuestros esfuerzos.
Las estrecheces económicas.
El estar sin trabajo ni tener posibilidades de conseguirlo.
Son el invierno de la esperanza.
Pero no matan la esperanza. Le dan más consistencia.
Ni la fe ni la esperanza maduran en la bonanza.
La fe se fortalece en la persecución.
La esperanza se fortalece en la oscuridad.
En los momentos difíciles, la esperanza se esconde en las raíces.
Por eso luego, brota con más fuerza.
En esos días sin sol de nuestra vida, la esperanza se parece a esas ramas de los árboles en
invierno. Dan la impresión de estar muertas.
Pero el calorcillo de la primavera, las despierta y las viste y engalana de nuevo.
Hay días en los que la esperanza se parece a los granos sembrados en tierra. Ya nadie los
ve. Hasta que un día somos testigos de que la yema ha comenzado a brotar y el tallo espera
la espiga.
El día que sientas que has perdido la esperanza, búscala en las raíces de tu corazón.
Búscala en la Palabra de Jesús Resucitado que también pasó por el invierno de la Cruz para
resucitar en la primavera de la Pascua.
Nunca tomes decisiones con los hielos del invierno. Espera a la primavera.
Recién entonces comenzarás a soñar con las doradas espigas maduras del verano.
Oración
Señor, cuando llegamos al final del camino del Año Litúrgico diera la impresión
de que lo que nos espera es el desastre.
Y sin embargo, tú terminas este camino con una llamada a la esperanza.
Una esperanza garantizada por tus palabras.
Todo puede desaparecer, menos tu Palabra,
que siempre seguirá siendo Buena Noticia para los hombres.
Que esta tu Palabra, Señor,
ilumine esos nuestros días sin luz y donde no se ve la salida.
Clemente Sobrado C.P.
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