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“Servidores y testigos
de la Verdad”
Meditaciones 1
Introducción
El valor del Credo
para la vida cristiana
Meditaciones 1
ÍNDICE
Introducción
El valor del Credo
para la vida cristiana
El Credo, síntesis de la fe: su función doctrinal .......... 5
Mucho más que un resumen doctrinal:
el Credo en la vida de la Iglesia ............................ 6
El catecumenado o la catequesis
de iniciación cristiana .................................. 6
La liturgia bautismal ..................................... 6
El testimonio de los mártires ........................ 7
La liturgia eucarística ................................... 7
La estructura trinitaria del Credo:
los tres artículos de nuestra fe ................................. 8
El Credo: la fe de la Iglesia ................................... 9
Conclusión ......................................................... 10
Para la reflexión y el diálogo, la oración y la vida 11
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Meditaciones 1
El valor del Credo para la vida cristiana
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Mucho más que un resumen doctrinal:
el credo en la vida de la iglesia
Para darnos cuenta de que el Credo es mucho más
que un resumen de contenidos doctrinales, repasemos
algunos ámbitos de la vida de la Iglesia en los que este
es profesado.
P
ara una más fructífera celebración del próximo Año
de la Fe, Benedicto XVI nos ha exhortado, entre otros
medios, a “recuperar” el Credo, a estudiarlo, a meditarlo, a rezarlo, a descubrir su más profundo sentido.
Como casi todo lo que es cotidiano, el Credo corre
el peligro de pasar desapercibido en nuestra vida. Bastará
hacer un pequeño examen para darnos cuenta del lugar
real y concreto que ocupa en nuestra existencia, en
nuestra oración o en nuestro testimonio. Más allá de ser
una fórmula que proclamamos juntos los domingos,
¿qué valor le damos?
El Credo, síntesis de la fe: su función doctrinal
No hay duda de que el Credo es la síntesis de nuestra
fe. Con otras palabras, el Credo contiene un resumen
de aquello que creemos. Por eso, recitar el Credo es
muy distinto a recitar una poesía, por bella que sea; o
la alineación de nuestro equipo de fútbol favorito. De
hecho, el Credo no sólo se recita, sino que se confiesa.
Como dice san Pablo en Rm 10,9: Si confiesas con tu
boca que Jesús es Señor…
Edita:
Arzobispado de Madrid
C/ Bailén 8. 28071 Madrid
www.misionmadrid.es
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Meditaciones 1
En este sentido, es claro que el Credo es algo más
que una fórmula. Profundizaremos la cuestión a lo largo
del curso, pero ya podemos adelantar que, si nos fijamos
bien, el Credo comienza con las palabras “Creo en”.
Con ello, el contenido de fe que vamos a profesar queda
enmarcado en nuestro propio acto de entrega, de
confianza y abandono; y en Aquél a quien éste se dirige,
es decir, en Aquél en quien creemos, Dios. Completemos
Rm 10,9: …y crees en tu corazón que Dios le resucitó
de entre los muertos, te salvarás. La profesión externa
ha de ir acompañada de la obediencia profunda del
corazón que se entrega totalmente a Dios.
El valor del Credo para la vida cristiana
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El catecumenado o la catequesis de iniciación cristiana
Ya en los primeros siglos la confesión del Credo
ocupaba un lugar fundamental durante el catecumenado,
tiempo en el que aquellos que querían ser cristianos se
preparaban para recibir el Bautismo. Los catecúmenos
aprendían la Historia de la salvación y eran iniciados en
la fe de la Iglesia. Cuando se iba acercando el tiempo de
recibir el sacramento, se celebraba el rito de la traditio
fidei (la transmisión de la fe), en el que la Iglesia entregaba
el Credo solemnemente a los catecúmenos. No se les
entregaba por escrito, grabado en tablas de piedra, sino
oralmente, para que su contenido se imprimiese en sus
corazones de carne y se hiciese vida en ellos.
Después debían profesar públicamente la fe recibida,
ante el obispo y la asamblea litúrgica. Se ponía así de manifiesto que la fe de la Iglesia había sido asimilada, se había
hecho personal, carne de su carne. El Santo Padre aduce
en Porta Fidei 16 unas palabras de san Agustín a los catecúmenos pronunciadas en este segundo momento, llamado
redditio fidei: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado uno a uno,
no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base
inconmovible que es Cristo el Señor. […] Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente
y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que
tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis
olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando
dormís corporalmente, vigiléis con el corazón».
La liturgia bautismal
Justo antes de ser sumergidos en las aguas bautismales
y después de haber renunciado al pecado y a Satanás, los
catecúmenos son invitados a profesar la fe de la Iglesia.
De este modo, creen de corazón en la vida que están a
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Meditaciones 1
punto de recibir por medio del Bautismo. No son las
preguntas y respuestas de un examen, sino la expresión
de la vida nueva que los catecúmenos han ido abrazando
durante el catecumenado y que van a recibir como gracia
del Espíritu Santo por medio del sacramento.
El testimonio de los mártires
Esta vida nueva que se recibe en el Bautismo es el
tesoro a cambio del cual merece la pena venderlo todo.
Por eso, no sorprende que algunas de las más bellas
profesiones de fe a lo largo de la historia de la Iglesia
estén vinculadas al destino de los mártires. Éstos,
habiendo sido tomados por Cristo Jesús, lo juzgan todo
basura en comparación con el conocimiento de su
Señor y anuncian la vida nueva que han recibido y que
constituye la razón de su existencia en toda circunstancia. Cuando les llegaba el momento de derramar su
sangre por Cristo, el Credo les proporcionaba palabras
de salvación, signo de la vida divina que testimoniaban.
Merece la pena explicitar dos de estos testimonios martiriales. En las actas del martirio de Justino y de sus compañeros (alrededor del año 170), uno de éstos, Hierax, afirma
al ser preguntado sobre quiénes son sus padres: “Nuestro
verdadero padre es Jesucristo y nuestra madre la fe en Él”.
Más cercano a nosotros, Andrés Kim Taegon, presbítero,
uno de los numerosos mártires coreanos del s. XIX, hablaba
así poco antes del testimonio supremo: “Hermanos y amigos
muy queridos: Consideradlo una y otra vez. Dios, al principio
de los tiempos, dispuso el cielo y la tierra y todo lo que
existe… creó de modo especial al hombre a su imagen y
semejanza. Si en este mundo lleno de peligros y de miserias
no reconociéramos al Señor como Creador, de nada nos
serviría haber nacido ni continuar vivos. Aunque por la gracia
de Dios hemos venido a este mundo y también por la gracia
de Dios hemos recibido el bautismo y hemos ingresado en
la Iglesia y, convertidos en discípulos del Señor, llevamos
un nombre glorioso, ¿de qué nos serviría un nombre tan
excelso, si no correspondiera a la realidad?”.
La liturgia eucarística
Como sabemos, la profesión del Credo es una parte
sustancial de la Eucaristía dominical. El rasgo característico
de dicha profesión es que se realiza en el marco de la celebración del día del Señor, en el que los cristianos, como
El valor del Credo para la vida cristiana
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Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios, nos reunimos para dar
gracias a Dios por la vida divina que Cristo resucitado y
glorioso nos ha alcanzado y para recibirla por medio del
Sacramento del Altar.
Ahora bien, Jesucristo, el Señor, la Alianza definitiva
entre Dios y los hombres, cuyo Cuerpo es dado en la
Eucaristía como alimento y prenda de Salvación, es el
fruto final de una historia de Amor que Dios inició cuando
decidió crear el mundo y al hombre. Pues bien, cuando
profesamos el Credo nos insertamos en esta historia,
en la Historia de la Salvación, en la Historia que Dios
ha entretejido con los hombres de todos los tiempos.
Lo reconocemos como Dios Padre Todopoderoso por
quien todo fue hecho y de quien proceden todos los
bienes; como Dios Providente que por medio del espíritu
profético ha mendigado siempre la amistad de los
hombres, de modo aún más manifiesto cuando éstos
rechazaban sus dones; como Padre de Jesucristo, el
cual se encarnó por nosotros y nuestra salvación, para
destruir la muerte, para manifestar la vida en plenitud,
para sellar la comunión entre Dios y los hombres en su
carne y para derramar en la plenitud de los tiempos el
Espíritu Santo, el Espíritu de adopción filial, disponiendo
a los hombres para la vida eterna.
Rezando el Credo, la comunidad cristiana, Pueblo de la
Nueva Alianza, el fruto de la acción de Dios a lo largo de
los siglos, responde agradecido a una sola voz proclamando:
Creo. Así sella con su fe y con su obediencia las maravillas
que Dios ha realizado y que se actualizan cada vez que la
Iglesia celebra y reparte la Eucaristía a sus hijos.
La estructura trinitaria
del Credo:
los tres artículos de nuestra fe
Ahora que ha quedado claro que el Credo es mucho
más que una fórmula doctrinal, atendamos a su estructura
y al orden que seguiremos en las catequesis que estamos
presentando durante este Año de la Fe.
¿Cuántos son los artículos que estructuran el Credo?
A lo largo de la historia encontramos distintas respuestas:
tres, cinco, siete, doce, según autores y esquemas
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Meditaciones 1
diversos. No es ahora el momento de explicar las
razones históricas que condujeron a cada uno de ellos.
Dos son las estructuras del Símbolo de la fe más
comunes: la que divide el Credo en tres artículos y la que
lo divide en doce. El Catecismo de la Iglesia Católica, cuyo
esquema vamos a seguir en estas catequesis, utiliza la división en doce. Por un lado, se inspira en una antigua tradición
-que hoy sabemos que no es históricamente atendible-,
según la cual el Símbolo Apostólico -la fórmula más breve
del Credo que recitamos en nuestras eucaristías- fue
compuesto por los doce apóstoles, cada uno de los cuales
habría formulado un artículo. Si bien el relato no es cierto,
sí lo es la intuición profunda que subyace a esta leyenda:
nuestra fe tiene origen en la fe de los apóstoles. Es su testimonio el que funda la fe de la Iglesia. Al dividir el Credo en
doce artículos, reconocemos implícitamente que esta fe no
es obra nuestra, que no hemos llegado a ella por medio
de un consenso, sino que la hemos recibido del Señor por
medio de los Doce Apóstoles.
Ahora bien, el Credo es principalmente confesión del
Dios Uno y Trino. Resulta fácil comprobarlo si recordamos
cómo renovamos nuestra fe durante la celebración de la
Vigilia Pascual. Después de la bendición del agua y de
haber rechazado a Satanás y a sus obras, somos preguntados con una triple interrogación: “¿Creéis en Dios Padre
todopoderoso....? ¿Creéis en Jesucristo, su único Hijo...?
¿Creéis en el Espíritu Santo?”: tres son las preguntas, tres
son los artículos de nuestra fe, que corresponden a las tres
inefables personas en el único Dios verdadero.
Por tanto, no olvidemos que aunque utilicemos la división
tradicional en doce artículos, el Credo es un reconocimiento
del Dios Uno y Trino, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
reconocimiento agradecido que expresamos como alabanza
y como ofrenda espiritual.
El Credo: la fe de la iglesia
A lo largo de la exposición se ha hecho patente que la
fe profesada en el Credo es la fe de la Iglesia. Como dice
san Pablo: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo
(Ef 4,5-6). En efecto, la fe es una y nos vincula a todos. Es
la tabla de la salvación, a la que todos nos agarramos para
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que nuestra vida y la de nuestros hermanos llegue a buen
puerto. Que la fe es una quiere decir también que no puede
estar sujeta a apetencia o gustos personales; que no se
puede romper, tomando las partes que me interesan y no
atendiendo a otras. Profesando la única fe de la Iglesia, nos
libramos de construirnos un Dios privado, un Jesús privado,
a nuestra imagen, desprovisto de su fuerza salvadora.
Para la reflexión y el diálogo
Señala una o dos ideas que te han
resultado nuevas (si las hay).
¿Qué te ha sorprendido más de lo
que ha sido expuesto?
¿Qué aspectos de los mencionados
consideras más ignorados en tu
ambiente de fe?
Conclusión
Para la oración
A la luz de lo dicho, hemos de dar gracias a Dios
por la invitación que el santo Padre Benedicto XVI ha
realizado a toda la Iglesia para que profundice en el
conocimiento del Credo. Un conocimiento que no debe
ser sólo teórico, sino existencial, cordial, que nos lleve
a rezarlo, a celebrarlo, a confesarlo, a testimoniarlo y a
vivirlo. Es la intención que tienen las catequesis que
seguiremos a lo largo de este curso.
1 Corintios 15, 1-11
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié y
que vosotros aceptasteis, en el que además estáis fundados,
y que os está salvando, si os mantenéis en la palabra que
os anunciamos; de lo contrario, creísteis en vano. Porque
yo os transmití, en primer lugar, lo que también yo recibí:
que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras;
y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los
Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos
juntos, la mayoría de los cuales vive, todavía, otros han
muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos
los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció
también a mí.
Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno
de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia
de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su
gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien,
he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo,
sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto yo como
ellos predicamos así, y así lo creísteis vosotros.
- San Pablo transmite la fe que ha recibido.
- Su encuentro con el Señor ha sido una gracia que
le ha transformado y le ha hecho trabajar como apóstol.
- Todos los apóstoles, sean cuales sean las circunstancias de su vida, predican la misma fe.
Para la vida
1.- ¿Qué papel ha tenido el Credo hasta
ahora en tu vida cristiana?
2.- ¿Qué podemos hacer para que
nuestra profesión de fe sea más viva?
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Meditaciones 1
El valor del Credo para la vida cristiana
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ORACIÓN PARA LA MISIÓN MADRID
Señor Jesucristo,
Hijo de Dios vivo y Hermano de los hombres,
te alabamos y te bendecimos.
Tú eres el Principio y la Plenitud de nuestra fe.
El Padre te ha enviado para que creamos en Ti
y, creyendo, tengamos Vida eterna.
Te suplicamos, Señor, que aumentes nuestra fe:
conviértenos a Ti,
que eres la Verdad eterna e inmutable,
el Amor infinito e inagotable.
Danos gracia, fuerza y sabiduría
para confesar con los labios
y creer en el corazón que Tú eres
el Señor Resucitado de entre los muertos.
Que tu Caridad nos urja
para encender en los hombres el fuego de la fe
y servir a los más necesitados
en esta Misión Madrid que realizamos en tu nombre
a impulsos del Espíritu.
Te pedimos con sencillez y humildad de corazón:
haznos tus servidores y testigos de la Verdad;
que nuestras palabras y obras
anuncien tu salvación y den testimonio de Ti
para que el mundo crea.
Te lo pedimos por medio de Santa María de
la Almudena,
a quien nos diste por Madre al pie de la cruz
y nos guía como Estrella de la Evangelización
para sembrar en nuestros hermanos
la obediencia de la fe.
Amén.